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miércoles, 3 de julio de 2013

MUÑECA ROTA


Inspirado en Sundown, de Mike Foyle

Asistí, como había hecho multiplicidad de veces, al evento que se celebraba en mi antiguo instituto. Hacía casi veinte años que acabé mis años mozos en sus aulas pero al vivir próximo, siempre que tenía ocasión, me acercaba a hablar con los monjes que me habían dado clases; allá charlábamos de cosas triviales como el devenir de los tiempos, los nuevos alumnos, mi profesión y mi familia, a la que recordaban aún con alegría por los que aún vivían y con añoranza por los que ya no estaban allí.

Al último miembro que enterramos fue a mi abuela; no creo que haya habido un ser más encantador sobre la tierra. No queda bien que lo diga yo, pero era su ojito derecho para todo. Y una de las pasiones que me inculcó cuando era un crío, en su pequeña casa a las afueras, en compañía de mi abuelo, era el amor por el baile. De hecho, por su culpa, empecé a bailar a la tierna edad de siete años en un centro de enseñanza de Kuragis, una danza del lejano reino de Fereb. Era un baile parecido al ballet clásico, pero dotado de una plasticidad y elegancia que dejaba al ballet en un resignado segundo puesto.

De allí pasé al instituto y seguí, no obstante, con las clases de baile. Practicábamos en el polideportivo cubierto y, a pesar de ser el único varón que bailaba esta danza, no fui objeto de burla por los demás muchachos; tal vez me trataban con algo de condescendencia, pero acaso fuera una apreciación mía. El profesorado en bloque sabía de mí precisamente por aquella actividad que desarrollaba a la par que mis estudios y, de manera indirecta, fui el orgullo de la clase de Kuragis.

martes, 4 de junio de 2013

SUPERVIVIENTE (Agente Del Caos) Cap. VI Parte 2



Había un viejo almacén de alimentación que había sido saqueado probablemente hacía doscientos años o más; solo recuerdo que, cuando yo era chico, aquello ya se estaba cayendo a pedazos. Pasé con ella de nuevo en brazos, pues no quería que pisara Dios sabe qué y me dirigí hacia la pared que tenía enfrente. En ella ascendía una escalera que daba a un pequeño habitáculo donde estaríamos a salvo.

Abrí la puerta de una patada y la única persona que allí se encontraba se sobresaltó y giró sobre sus pies a tal velocidad que Mercurio habría sentido envidia. Al ver que era yo relajó su mano, que ya buscaba un arma y asintió con vehemencia.

- Lo sabía, chico. No sé por qué, pero sabía que al final acabarías con el agua al cuello… qué coño al cuello: el agua te llega a la frente, joder…- dijo el con la voz pastosa de siempre. YA daba igual que estuviera sobrio o borracho. Aquel timbre desagradable hacía que me imaginara a una persona haciendo gárgaras con sebo de cerdo caliente. Sin embargo, Ojos de la ciudad me permitió quedarme.

SUPERVIVIENTE (Agente Del Caos) Cap. VI Parte 1



A veces hay momentos en la vida que invitan a la reflexión. Pues bien: este era uno de esos momentos. No me voy a extender con anécdotas de hechos pasados acerca de mi vida para decir lo mucho que pienso las cosas que verdaderamente importan; siempre hay un momento para planificar tu siguiente movimiento y siempre hay lugar para la improvisación, por muy bien que tengas marcadas las pautas.

Llegué a casa andando, dándome muy poco margen de comodidad, pues la noche prometía ser muy movida. No sabía hasta qué punto Jia Li sabría en aquellos momentos de lo que nos había pasado, e incluso si mi compañera habría llevado a cabo su plan para acabar conmigo. Ahora ambos sabíamos qué cartas tenía el otro; Jia Li, la que otrora era casi como una maestra para mi, había mancillado el equilibrio matando a alguien que tenía que vivir. Y, tratando de enmendar su error, había dispuesto todo en mi contra para eliminarme de la ecuación; así de simple, así de sencillo. Ignoro, por otra parte, qué motivos habrán movido a la chica retro a hacer lo que hizo, a ponerme al corriente de aquello. Tal vez haya sido un pálpito, tal vez una nueva traición, tal vez sea que realmente servimos al equilibrio. Sea como fuere, aunque lamenté pensarlo, Jia Li no quedará impune… aunque yo caiga en el intento.

jueves, 30 de mayo de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 3)



El sol hace una hora que ha pasado de su punto más álgido en el cielo mientras sus rayos rozan suavemente el pavimento de una solitaria carretera por la que el tráfico es prácticamente inexistente. Un murmullo crece en la lejanía, acercándose cada vez más. El murmullo se transforma en el sonido amortiguado de un motor y, tras unos instantes más, un coche rojo brillante pasa rugiendo como si de un furioso felino se tratara.

María, la conductora, lleva horas tras el volante. Mientras conduce, observa que algo más adelante cúmulos de nubes empiezan a formarse amenazando tormenta. De reojo, echa un vistazo al reloj del salpicadero: la una y cuarto. Todavía hace calor, pero la brisa que le acaricia el rostro no es tan cálida como al punto de la mañana. Toma nota mental de poner la capota en cuanto vea un apeadero. Por fin, diez kilómetros más allá, ve aparecer un pequeño descanso y gira reduciendo para aparcar y hacer lo que había pensado.

domingo, 26 de mayo de 2013

INFERNUM


Me desperté en aquella playa de mar embravecido. Había caído desde no sé donde; tal vez desde arriba. El cielo se me antojaba inalcanzable, y mirarlo dolía; pero algo en mi interior luchaba para alcanzarlo. Me puse de pie y observé mi alrededor. Las olas morían en aquella arena pardusca levantando espuma. A mi espalda, unos diez metros, una pared de piedra oscura, como el granito, ascendía hasta perderse en las alturas. Imposible trepar por allá; cuanto más indeciso estaba por ir a un lado o a otro, la suave pero caliente brisa llevó a mis oídos un grito que parecía llamarme.

Fui hacia donde se hizo audible corriendo más que andando. Me encontré con dos hombres; uno de ellos luchaba por sacar su pie de entre algunas rocas que habían caído en la arena. No parecía estar herido. El otro intentaba ayudarle estirando de la pierna.

- Algo de ayuda nos vendría bien, compañero.- sugirió el que estiraba de la pierna.

No contesté, pero sí que ayudé. Intentamos quitar la piedra de encima de aquel desdichado. La alzamos al límite de nuestras fuerzas y la echamos a un lado. No estaba herido, como bien aventuré anteriormente. Aquel pedrusco evitaba que se moviera. Tras agradecimientos verbales, pregunté dónde nos encontrábamos; sus respuestas, como temía, eran vacuas. Así pues, ninguno de los tres sabíamos el lugar donde estábamos.

viernes, 24 de mayo de 2013

TRAS EL SOL


24 Julio 2018, Martes
Hoy hemos corrido a toda leche tras el sol. La llanura que tenemos ante nosotros es lo más parecido a los desiertos de Australia que he visto del libro de fotos que tenemos en el maletero. Acabamos de aprovisionarnos de agua, lo más importante. La comida es muy escasa. Tenemos también los depósitos llenos y hoy estamos todos algo más contentos que de costumbre. Parece que nuestra vida de nómadas desde que hace dos años empezara esto también tiene momentos felices. Al mediodía me toca conducir a mí y dejar que Alba duerma un poco. No queda mucho para entonces. Después es seguir a Damián en el otro coche hasta que el sol se oculte. Debería de estar descansando yo también, pero la verdad es que no tengo sueño. Dormiré por la noche, que es cuando seguro todos caemos rendidos.

JENNIFER


Desde el mismo momento en que miré sus ojos, supe que estaba enamorado de ella. Era una compañera más de la clase, habíamos intercambiado tres o cuatro palabras entre nosotros en medio año, pero nada más; era un sueño inalcanzable, al menos para un chico como yo, bajito para la media de los de mi edad, algo pecoso y, por añadidura, con unas gafas grandes que hacían mi rostro pequeño. A pesar de mi aspecto, no era ni mucho menos el típico perdedor o el rarito del colegio. Me llevaba bien con todos y cada uno de mis compañeros, en mayor o menor grado; nunca me metí en una pelea si podía evitarlo y, aún menos, las provocaba.

Jennifer era justo lo contrario a lo que yo era. Era una muchacha de quince años, con su melena hasta media espalda, de color castaño con mechas algo más claras siempre suelta, jamás domada por un coletero ni algo parecido. Sus ojos azules brillaban cada vez que sonreía y, cada vez que posaba su mirada cerca de donde yo estaba, un rubor me encendía el rostro. No era hermosa en el término estricto de la palabra, pero sí que era bonita, y eso bastaba para que todos los chicos, incluido yo, sintiéramos algo parecido al enamoramiento en aquellos jóvenes años.

Una tarde, al finalizar las clases en nuestro enorme colegio, los cielos descargaron una tormenta como hacía tiempo no se veía. Era primavera, y aquel día amaneció apacible y soleado; ni una sola nube turbó la bóveda celeste que se extendía sobre nuestras cabezas. Sin embargo, conforme iba avanzando el día, inmensos nubarrones ocultaron el apacible cielo y comenzaron a sucederse los truenos y los relámpagos en turnos cada vez menos espaciados. De manera conclusa, la lluvia comenzó a caer tímidamente primero , como un aguacero después.

sábado, 4 de mayo de 2013

NO SE ADMITEN PROPINAS


Lolo, alias “El brava” por sus amigos, alias “Semental” por autodenominación, paró en un Club en una carretera de tercera categoría. Su camión suspiró profundamente antes de detenerse y dejó escapar un bufido gaseoso. Aquella noche le apetecía arrimar cebolleta con alguna señorita de dudosa reputación, y aquel local con luces de neón en medio de ninguna parte era el lugar idóneo para establecer una relación de intercambio.

Cogió su raída y manchada cazadora y apeó sus casi ciento treinta kilos a tierra firme. Después de una ruta de casi cinco horas sin descanso (si la poli le paraba los pies y comprobaba los discos, se le podía caer el pelo), le apetecía dos cosas: Una jarra de cerveza y unas hermosas tetitas. En el aparcamiento solamente había una furgoneta blanca grande algo deslustrada. Seguramente sería del dueño del establecimiento. Por lo demás, parecía que iba a tener el local a su disposición. Escupió en el suelo y se ajustó como pudo la cazadora para entrar, adoptando al andar una pose que solo los de su calaña poseen.

Cuando abrió la puerta, una luz tenue de color azul y verde de baja intensidad le envolvió; nada de esa mierda roja que colocan en los locales de alterne de las carreteras con humo. La barra, situada enfrente de la puerta de la entrada, estaba en su parte izquierda ocupada por dos o tres mujeres fumando que hablaban entre ellas a un volumen más bien bajo. La música sonaba de una mini-cadena que había conocido mejores tiempo… así como la música que radiaba.

sábado, 27 de abril de 2013

CONVERSACIÓN CON LA MUERTE


Claudio llegó en coche al descampado. Era en ese punto donde iba a deshacerse del cuerpo. Estaba nervioso, por supuesto. La primera vez, sobre todo si no tienes intención de apretar el gatillo sino de asustar, da un poco de respeto. El afortunado que le había tocado el premio gordo era el profesor de baile de su mujer.

Hacía al menos un mes que lo sabía o, al menos, lo intuía. Hasta que finalmente, tras comprobar que su mujer se ocultaba tras la puerta del baño para hablar con el con el whatsapp, aquellas salidas esporádicas que hacía de diez minutos y algunas tardes que desaparecía por completo diciendo que iba con algunas amigas, hicieron que dejara de cruzarse de brazos.

Cuando vio furtivamente qué clase de conversaciones llevaba con su profesor de baile en el móvil, cuando descubrió que las salidas esporádicas eran para llamar desde una cabina para que no hubiera registros en su propio teléfono y cuando fue consciente de que aquellas tardes eran para retozar como animales en celo, decidió hacer algo al respecto.

jueves, 25 de abril de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 2)



El motor del coche ruge satisfecho mientras continúa con su ruta. La carretera es una línea gris interminable que se funde con el azul cielo y el verde horizonte a lo lejos. La conductora del vehículo no ha dejado de sonreír ni una sola vez desde que abandonó la gasolinera, contenta de cómo ha empezado el día. Lleva una gorra casi hasta las cejas que Salva, uno de los trabajadores, le ha dado. Sus ojos, ocultos por las gafas, miran hacia el hermoso paisaje que le queda por descubrir, imaginando en su mente el destino donde se encamina.

La brisa es suave, pero a aquellas velocidades el viento juguetea con los cabellos rizados de ella y pugna por arrebatarle la gorra del amigo que dejó atrás. María conduce y, mientras lo hace, exhala una gran bocanada de aire hasta que sus pulmones dicen basta. Al espirar, el viento gana la lucha para hacerse con la gorra y sale volando hacia atrás; María se lleva una mano a la cabeza y, con un gesto que le hace torcer los labios, frena poco a poco hasta situarse en el estrecho arcén, en el que cabe poco menos de medio coche.