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sábado, 27 de abril de 2013

CONVERSACIÓN CON LA MUERTE


Claudio llegó en coche al descampado. Era en ese punto donde iba a deshacerse del cuerpo. Estaba nervioso, por supuesto. La primera vez, sobre todo si no tienes intención de apretar el gatillo sino de asustar, da un poco de respeto. El afortunado que le había tocado el premio gordo era el profesor de baile de su mujer.

Hacía al menos un mes que lo sabía o, al menos, lo intuía. Hasta que finalmente, tras comprobar que su mujer se ocultaba tras la puerta del baño para hablar con el con el whatsapp, aquellas salidas esporádicas que hacía de diez minutos y algunas tardes que desaparecía por completo diciendo que iba con algunas amigas, hicieron que dejara de cruzarse de brazos.

Cuando vio furtivamente qué clase de conversaciones llevaba con su profesor de baile en el móvil, cuando descubrió que las salidas esporádicas eran para llamar desde una cabina para que no hubiera registros en su propio teléfono y cuando fue consciente de que aquellas tardes eran para retozar como animales en celo, decidió hacer algo al respecto.

jueves, 25 de abril de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 2)



El motor del coche ruge satisfecho mientras continúa con su ruta. La carretera es una línea gris interminable que se funde con el azul cielo y el verde horizonte a lo lejos. La conductora del vehículo no ha dejado de sonreír ni una sola vez desde que abandonó la gasolinera, contenta de cómo ha empezado el día. Lleva una gorra casi hasta las cejas que Salva, uno de los trabajadores, le ha dado. Sus ojos, ocultos por las gafas, miran hacia el hermoso paisaje que le queda por descubrir, imaginando en su mente el destino donde se encamina.

La brisa es suave, pero a aquellas velocidades el viento juguetea con los cabellos rizados de ella y pugna por arrebatarle la gorra del amigo que dejó atrás. María conduce y, mientras lo hace, exhala una gran bocanada de aire hasta que sus pulmones dicen basta. Al espirar, el viento gana la lucha para hacerse con la gorra y sale volando hacia atrás; María se lleva una mano a la cabeza y, con un gesto que le hace torcer los labios, frena poco a poco hasta situarse en el estrecho arcén, en el que cabe poco menos de medio coche.

jueves, 4 de abril de 2013

TE DEUM LAUDAMUS (Agente Del Caos) Cap. V Parte 2



El Kuei apareció a mi espalda de entre las sombras, con su eterno camisón y nubes vaporosas a su alrededor. Su pose era erguida y se dirigía hacia mí sin mover ni un ápice sus piernas. Levitaba a un palmo del suelo y, a un palmo de distancia de mi espalda, se detuvo. Sus ojos lechosos y sus dientes de tiburón dibujaron una sardónica sonrisa.

Me volví para recibirle, pero detrás de mi no había nadie. Si para eso había aparecido, podría haberse ahorrado el espectáculo; nuevamente me equivoqué, pues al mirar de nuevo al espejo me lo encontré cara a cara, sentado como un buda enloquecido sobre la encimera de mármol.

- ¿Qué guardas en tu mente, qué tan celosamente escondes a ojos mortales y mentes eternas?- preguntó.

- No tengo nada que ocultar, si te refieres a eso.- respondí con cara de póker. Sus truquitos de aparecer aquí o allá no lograron en el pasado sobresaltarme, mucho menos ahora.

- ¿Ignoras que uno de mis muchos poderes es leer lo que tus ojos luchan por no mostrarme? Mi vínculo contigo es fuerte, pues proviene de la muerte; solo tú puedes ayudarme a eludirla.

- Pensaba que ya estabas tieso y enterrado.- contesté intentando mirar al espejo.

TE DEUM LAUDAMUS (Agente Del Caos) Cap. V Parte 1



Una de las cosas que disfruto a placer es el cine; casi puedo afirmar con rotundidad que me trago cualquier cosa (sigo hablando de cine, para el que ande despistado) y, la mayoría de las veces, voy solo. En muy contadas ocasiones he ido con alguna muchacha con la que tonteaba y rarísima vez en grupo. Aparte, la nueva e interesante actividad que comencé a desarrollar hace un tiempo me ha transformado en alguien más taciturno y reservado de lo que ya era antes. No obstante, aún creo tener vida en mi interior y guardar algo de benevolencia en mi corazoncito a pesar de que esa “actividad” me haya llevado a cometer actos que ni por el forro antes de su conocimiento hubiera creído posible.

Así que ahora acudía al cine casi como terapia. Algunas veces conseguía aislar mis pensamientos durante una hora y media o dos y abstraerme en lo que estaba viendo en la pantalla. Pero otras no lo lograba; en esos momentos, abandonaba la butaca y salía de allá como alma que lleva el diablo, con paso ligero, intentando no parecer nervioso. Porque lo que sí era cierto es que ser un agente del caos empezaba a consumirme.

Un día fui a la sesión de tarde al cine con más salas de la Ciudad. No me apetecía hablar con nadie, mucho menos con un taquillero, así que un amable caballero que había por ahí me cedió su entrada. Bueno: la suya, la de su mujer y la de tres chavalines que corrían por ahí para desesperación del personal. Por supuesto, a mí me bastaba con una, así que las otras cuatro fueron a parar a la papelera. Pasé a ver una de dibujos animados. Y no sé si fue la algarabía que reinaba en la sala con tanto mocoso o, simplemente, que la película era mala de solemnidad; lo que sí que sé es que, después de mandar callar por tres veces casi consecutivas a los jodidos enanos que gritaban a sus padres que qué estaba pasando en la peli, decidí levantarme como quien va al baño y abandoné la sala dejando a todo Dios a su suerte.