Claudio llegó en coche al descampado. Era en ese punto donde iba a
deshacerse del cuerpo. Estaba nervioso, por supuesto. La primera vez, sobre
todo si no tienes intención de apretar el gatillo sino de asustar, da un poco
de respeto. El afortunado que le había tocado el premio gordo era el profesor
de baile de su mujer.
Hacía al menos un mes que lo sabía o, al menos, lo intuía. Hasta que
finalmente, tras comprobar que su mujer se ocultaba tras la puerta del baño
para hablar con el con el whatsapp, aquellas salidas esporádicas que hacía de
diez minutos y algunas tardes que desaparecía por completo diciendo que iba con
algunas amigas, hicieron que dejara de cruzarse de brazos.
Cuando vio furtivamente qué clase de conversaciones llevaba con su
profesor de baile en el móvil, cuando descubrió que las salidas esporádicas
eran para llamar desde una cabina para que no hubiera registros en su propio
teléfono y cuando fue consciente de que aquellas tardes eran para retozar como
animales en celo, decidió hacer algo al respecto.