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domingo, 26 de mayo de 2013

INFERNUM


Me desperté en aquella playa de mar embravecido. Había caído desde no sé donde; tal vez desde arriba. El cielo se me antojaba inalcanzable, y mirarlo dolía; pero algo en mi interior luchaba para alcanzarlo. Me puse de pie y observé mi alrededor. Las olas morían en aquella arena pardusca levantando espuma. A mi espalda, unos diez metros, una pared de piedra oscura, como el granito, ascendía hasta perderse en las alturas. Imposible trepar por allá; cuanto más indeciso estaba por ir a un lado o a otro, la suave pero caliente brisa llevó a mis oídos un grito que parecía llamarme.

Fui hacia donde se hizo audible corriendo más que andando. Me encontré con dos hombres; uno de ellos luchaba por sacar su pie de entre algunas rocas que habían caído en la arena. No parecía estar herido. El otro intentaba ayudarle estirando de la pierna.

- Algo de ayuda nos vendría bien, compañero.- sugirió el que estiraba de la pierna.

No contesté, pero sí que ayudé. Intentamos quitar la piedra de encima de aquel desdichado. La alzamos al límite de nuestras fuerzas y la echamos a un lado. No estaba herido, como bien aventuré anteriormente. Aquel pedrusco evitaba que se moviera. Tras agradecimientos verbales, pregunté dónde nos encontrábamos; sus respuestas, como temía, eran vacuas. Así pues, ninguno de los tres sabíamos el lugar donde estábamos.


- Deberíamos de recorrer la playa hasta donde podamos. Aquí no nos podemos quedar, y el acantilado que tenemos ante nosotros es inaccesible.- dijo el de la pierna.

- Pero, ¿qué dirección seguir?- pregunté.

- Vale la pena intentarlo hacia nuestra izquierda.- contestó el otro.

Nos pusimos en marcha sin más demora y recorrimos un buen trecho. Llegados a un punto, la costa pareció abrirse en un pequeño golfo; en el otro extremo del punto donde empezaba esa curvatura, vimos una torre sin ningún tipo de ornamentos, negra como el tizón y que parecía subir hasta perderse en las alturas. Los tres nos quedamos maravillados ante tamaña construcción y el deseo de subir por aquella torre hasta alcanzar los cielos, se hizo patente en nuestros corazones.

- Esa es nuestra puerta a la salida.- dije, sin saber muy bien el significado de mis palabras y el por qué las había dicho.

Pero aquello alentó a mis nuevos compañeros y, dicho y hecho empezamos a recorrer la costa para bordear el golfo. Nuestra ilusión y esperanza se truncó al instante al ver un desprendimiento de rocas que tapaba nuestro camino. Podríamos haber ido por el mar, pero algo me decía de que era mucho más peligroso de lo que aparentaba sus insidiosas aguas. Miramos aquellas titánicas moles que nos impedían el paso, intentando idear algún plan para atravesarlas. Por fin, uno de ellos tuvo una idea.

- ¡Fijaos!¡Fijaos bien!¡En esa pared hay lianas! Podemos escalar hasta el otro lado.- dijo excitado.

- ¿No te parece que es mucha casualidad que esas lianas estén precisamente ahí?- comentó el tercero mientras se acercaba y prendía una de ellas. Dio un tirón hacia abajo; parecía resistente.- Está bien. Podemos intentarlo…

Una confusión de sonidos se oyó a unos centenares de metros de donde estábamos. Era una mezcla de gritos, balbuceos, aullidos y mezcla de palabras en distintos idiomas. Era imposible entender una sola cosa de aquel maremágnum. Atisbamos de donde venía y vimos una horda de personas, si es que eso podría llamarse personas, ir hacia donde nosotros estábamos. La mayoría estaba desnuda, con la ropa colgando a jirones en sus mancillados cuerpos. Todos ellos tenían el rostro demudado y deformado cual grotesca máscara de un dolor indefinible. Eran muchos, pero parecía una masa bullente de carne con miles de cabezas, brazos y piernas.

Nada más vernos, esa gente o lo que fuera, corrió en nuestra busca, gritando como posesos y estirando sus brazos famélicos hacia nosotros. El camino estaba decidido; ellos lo habían decidido por nosotros. Nos agarramos a las lianas y comenzamos la escalada. Íbamos a muy buen ritmo y, justo al llegar a la mitad de aquel acantilado negro, aquellos harapientos llegaron donde hacía un momento estábamos nosotros y comenzaron también a subir. Lo horrible no era su aspecto, ya de por sí repulsivo, sino que no dejaban de aullar como si fueran lobos.

Al ver que más pronto que tarde nos darían alcance, tuve la idea de balancearme hacia donde estaban las rocas del desprendimiento. Teníamos que cruzarlas por arriba y luego bajar como buenamente pudiéramos por el otro costado. Mis compañeros me vieron e imitaron exactamente lo que hacía. A las cuatro o cinco intentonas, alcanzamos la zona de desprendimientos y escalamos por las piedras hacia la cima y después hacia la otra cara de la costa.

Cuando llegamos abajo, destrozados nuestros nervios al ver que nuestros perseguidores no cejaban en un intento por darnos alcance, echamos a correr hacia la torre. Esto les debió de excitar aún mas de lo que ya estaban, pues redoblaron sus esfuerzos; En un instante, las rocas desprendidas fueron literalmente cubiertas por aquellos hombres mientras bajaban de cualquier manera.

Pero al llegar a las puertas de la torre, algo asombroso ocurrió: se oyó un mugido estruendoso, que parecía brotar de la misma tierra, como si un gigante se hubiera despertado al oír toda aquella algarabía. Y entonces, un temblor sacudió aquella masa de tierra haciendo que los mares se agitaran en una mezcla de agua y espuma.

De repente, donde estaba toda aquella masa de gente, se abrió la tierra a semejanza de unas fauces titánicas y la mayor parte de aquellos desdichados fueron tragados sin piedad ni concesión alguna. De alguna forma, la tierra no se quebró siguiendo el proceso natural de los terremotos, sino que parecía flexible como si de una monstruosa boca se tratara.

Y de aquellas profundidades insondables incluso para la imaginación más ducha, volvió a surgir ese sonido infernal parecido a un mugido que hizo temblar el acantilado en su extensa magnitud. De aquella abertura brotaron casi al instante unos tentáculos parecidos a lombrices que buscaban a los pocos dispersos que por aquella zona quedaban. Se alzaron hasta una altura de varios metros y después cayeron como laxos, reptando velozmente en busca de sus presas. En cuestión de pocos segundos, los desdichados fueron agarrados, arrastrados y engullidos sin demora por la diabólica abertura.

Asistimos paralizados a aquel dantesco espectáculo y, cuando aquellas cosas como lombrices repararon en nosotros, salimos de nuestro estupor y corrimos con la mayor celeridad hacia la torre; su puerta, de una dimensión de dos hombres de alto, permanecía abierta, como si nos estuviera esperando. Entramos desbocados, con el corazón en un puño, y cerramos la puerta usando todas nuestras fuerzas, pues era pesada. La atrancamos con un robusto madero y nos alejamos hacia el extremo más alejado de ella. Oímos un siseo, como algo arrastrándose por fuera, buscando un hueco, algo para acceder a la torre y cogernos sin remisión.

El hombre de la pierna topó en la penumbra con una escalera que subía en espiral, anclada a la pared. Sus escalones eran de madera. No perdimos el tiempo en la base de la torre y subimos casi jadeando. Cada vuelta que dábamos a la torre por la escalera nos llevaba a un piso; en el primero de ellos no encontramos nada digno de mención; casi no nos detuvimos para mirar nada que valiera la pena. Nuestra meta era huir de aquella cosa que aún atisbaba en la puerta para cogernos.

Pero ¡ay!; nuestra desdicha no había hecho más que empezar. Al llegar un par de pisos más arriba, los escalones empezaron gradualmente a endurecerse. Uno de mis compañeros insinuó que la madera se había petrificado en este nivel; por añadidura, cada piso que subíamos era más frío. Llegamos a uno que tenía cinco puertas en sus paredes; era del todo absurdo pensar que llevaban a alguna habitación, pues la torre, vista desde fuera, era completamente cilíndrica. Sin embargo, cruzamos una de esas puertas. Lo que allí había nos dejó completamente asombrados. Se trataba de un espacio de unas dimensiones respetables, completamente lleno de utensilios de lo más variopinto; todos ellos tenían un estado bastante avejentado y el polvo y las telarañas reinaban por doquier. En un hueco, de dimensiones de una pequeña cuadra, había un carro que había conocido tiempos mejores y que ahora se hallaba en un estado de tal decrepitud, que tal vez el menor movimiento de sus ruedas acabarían por transformarlo en polvo.

Aquella habitación no gustó al hombre de la pierna, que salió asustado, murmurando algo para sí mismo; algo parecía serle familiar en aquel sitio y lo evitó volviendo al pasillo. El que quedaba y yo inspeccionamos un rato más aquel lugar y fue en aquel momento cuando un chillido quebró el silencio de la torre. El grito me erizó el vello de la nuca y los brazos al entender que era el hombre de la pierna el que había gritado. Salimos raudos a ver qué era lo que había ocurrido, pero no le encontramos por ninguna parte; ni siquiera había un rastro de sangre que evidenciara que algo había sucedido.

Fuimos a la escalera para ver si estaba allá, pero no observamos nada de nada. Al mirar hacia arriba, por el hueco, vimos una sombra que caía hacia nosotros. Nos apartamos hacia la pared horrorizados y, cuando la sombra llegó hasta nosotros vimos con ojos de absoluto terror, que era nuestro compañero muerto. Pero no pendía de ninguna soga; se mantenía inerte en el aire, como si algo, una fuerza malévola quizás, lo mantuviera en ese estado. Su cuerpo giraba como el cuerpo de un ahorcado y, cuando su rostro estaba frente al nuestro, abrió los ojos. Pero en esos ojos no había ni rastro de vida; no, al menos, la que nosotros conocemos por vida. Su rostro adquirió una sonrisa hiriente que le llegó casi hasta el nacimiento de sus orejas y dejó ver unos dientes astillados y podridos mientras por su boca profería versos en una lengua que no quería ni podía entender. Sus brazos y piernas comenzaron a elevarse y a doblarse de manera que ningún ser humano ha podido realizar jamás, como si no poseyera codos o rodillas; de igual manera los dedos se doblaban y arqueaban en ambos sentidos. Su voz susurrante se alzó gradualmente en una letanía de palabras que parecían tener un malsano significado, como si de su boca salieran sapos y culebras. Y, en el punto álgido de su impío rezo, cuando ni siquiera las manos podían proteger nuestros oídos, cayó cual marioneta por el hueco hasta perderse en la oscuridad reinante de la base de la torre.

No nos atrevimos a asomarnos por nada en el mundo; solo podíamos hacer una cosa: seguir ascendiendo. Queríamos llegar al punto más alto y allá, quizás, conseguir nuestra salvación. En pos de nuestra meta, subíamos piso tras piso y notamos un cambio gradual en la ascensión; los muros empezaban a clarear, y las escaleras se hacían así mismo más blancas. Llegó un punto en que las paredes de la torre eran de mosaicos blanco con cenefas rojas y el suelo de las escaleras que pisábamos, así como el piso, era del más puro mármol. Pasamos por un descansillo que tenía una imagen labrada en madera coloreada que representaba a una mujer con algo en su brazo. Su mirada, con el ceño fruncido, era espeluznante; tenía el otro brazo levantado y dos dedos parecían amenazarnos a la par que su mirada, que parecía seguirnos a todas partes.

Llegamos a una estancia, pasada la estatua de aquella blasfema representación completamente iluminada. Tan solo las esquinas poseían una tenue penumbra. Y, en una de ellas, había alguien de espaldas, enfundado en lo que parecía un abrigo rojo. A juzgar por la curvatura de su espalda, se trataba de una anciana. Se le adivinaba algo de pelo blanco por encima de su abrigo y calzaba unas zapatillas simples. El abrigo le llegaba hasta media pierna y estas se hallaban enfundadas en unas medias bastas. Mi compañero fue el primero que se dirigió a ella con voz amable. La mujer parecía mecerse hacia delante y hacia atrás, de manera casi rítmica.

A pesar de aquella blancura, aquella iluminación, no pude evitar pensar que no estábamos ni la mitad de bien que anteriormente. Sin embargo, el único compañero que me quedaba en aquel lugar, parecía no advertirlo. Siguió acercándose más a aquella misteriosa mujer que le daba la espalda. Finalmente la asió del hombro suavemente y le dio la vuelta. Y el espectáculo al que asistimos casi me roba la cordura de un plumazo.

Aquella anciana señora tenía el rostro congestionado de tal manera que era blanco casi como las paredes. Las venas aparecían como un grotesco mapa en su piel y los ojos eran dos pelotas blancas a punto de salirse de sus órbitas; la boca estaba sellada, como si se la hubieran cosido y, cuando mi compañero le dio la vuelta, empezó a babear por las comisuras, el único hueco que tenía abierto. Con un sonido como de papel que se rasga, los labios se le separaron y la mandíbula se le abrió de una forma en absoluto normal para un ser humano. Y de su boca empezó a emerger lo que parecía una crisálida de color blancuzco y completamente recubierta de una película transparente. Mi compañero retrocedió hasta mi. Aquella mujer seguía balanceándose en aquel sitio; pero nosotros ya habíamos visto demasiado. Nos lanzamos a la escalera hacia abajo. Y, con horror, advertimos que aquella cosa que ya no era una anciana, con el capullo saliendo de su boca, nos perseguía. Su cabeza, alzada para dar salida a aquella monstruosidad, se balanceaba como si fuera un globo y sus manos se abrían y cerraban en busca de una presa. Por fin aquella cosa salió de su cavidad y la mujer cayó al suelo como un peso muerto. Aquello palpitaba con una vida inimaginable y, aunque mi compañero se quedó a mirar, yo no hice otra cosa más que seguir hacia abajo, y más abajo… hasta perderme en las sombras.

Desperté de nuevo en una sala enorme, cerca de una pared. Me alce a medio cuerpo para saber donde estaba. Mas no tenía conocimiento de aquel lugar. Oía ruido de máquinas, más allá de donde estaba yo, al doblar una esquina. Y entonces noté como cambiaban las paredes de forma, para dar paso a unos brazos que ansiaban cogerme y unas cabezas que lanzaban gemidos lastimeros en su avidez por mi captura. Solo lograron asirme de mi indumentaria. Me levanté como pude y les dejé que se llevaran mi chaqueta. Aquellas formas retrocedieron en la pared y desaparecieron de mi vista.

Me di la vuelta, pensando en como salir de allá y entonces vi a una niña. No tendría más que diez años, pero me miraba de manera amistosa, calma y natural. Tras ella parecía venir luz de alguna parte. Me tendió la mano y me invitó a seguirla. Fui hacia ella y le cogí de la mano. Doblamos aquella esquina donde oía máquinas. Fue entonces cuando me atreví a hablar.

- ¿Qué es esto?- pregunté.

- Eres bienvenido. Todos lo son, de una forma u otra.- respondió ella.

Observé el suelo que pisaba. Se trataban de baldosas rotas; bajo este suelo, se oía el ronroneo de maquinaria pesada, como si una gran industria estuviera debajo nuestro. La niña iba descalza, mas ninguna esquirla de baldosa parecía dañarla. Cruzamos un pasillo que estaba iluminado tenuemente. El suelo se iba deshaciendo a nuestro paso, como si al menor contacto se desintegrara. Había más gente, pero todos iban hacia una luz más brillante al final del pasillo.

- ¿Por qué estoy aquí?- pregunté de nuevo.

- Cada uno escoge su propio infierno. Ya ha pasado el tuyo.- me respondió ella.

La luz me cegó y yo pasé a través de ella.





18 comentarios:

  1. Joder, buenísimo Pedro!
    Cuántas referencias me han venido a la cabeza: de Dante a Lovecraft pasando por Stephen King... La muerte o posesión del cuerpo del compañero resultaba muy gráfica, jejehe! Me ha encantado! Y también ese puntito religioso de castigo expiatorio... Chico, muy chulo! Lo tengo que compartir!!
    Me queda una duda y es el por qué ha sido ese su infierno particular. Me gustarían más datos del protagonista al principio. Si no es mucho pedir, claro ;)

    Un beso y me gusta este tono de relato. Mucho, mucho! Muuuack!

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    1. ¡Hola Tania!

      Mucho hace que no te pasabas por aquí... Era algo arriesgado el escribir semejante relato, máxime aún cuando, al igual que Lovecraft está basado en un sueño (aunque llamarle pesadilla sería más acertado) que tuve hace poco menos de un mes. Con respecto a la duda que tienes de su propio infierno, ni siquiera puedo darte una respuesta mínimamente satisfactoria, puesto que así dijo la niña del sueño y así lo reproduje.
      Como siempre te digo, muchas gracias por pasarte, por comentar y, sobre todo, porque te ha gustado.

      ¡Un beso enorme! Muuuuuuakas.

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  2. Me ha encantado la trayectoria que hizo el personaje principal en el infierno. Un santo del ortodoxismo decía que cuando se acaba nuestra vida en esta tierra, primero vamos a visitar el infierno y luego el paraíso (o al revés no me acuerdo)y solamente después de 7 días vamos a saber cuál será nuestro lugar. ¡Ojala esa niña sea el ángel que lleva el alma al paraíso para siempre!

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    1. ¡Hola Sandra!

      Me gustaría pensar que este relato tiene un mínimo de coherencia, sobre todo a raíz de como se va desarrollando; el camino de los sueños tiene diferentes interpretaciones y la tuya es una que probablemente sea bastante acertada... vete a saber...
      Gracias por tu interpretación y espero verte por aquí siempre que desees volver.

      ¡Un beso!

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  3. Me ha fascinado como siempre sin palabras!. No hay argumento que pueda valer.La torre cilíndrica, los cuerpos despellejados,la metamorfosis de la anciana increíble,anonadada!Aunque el camino haya sido complicado creo que de alguna manera todos tenemos que pasar por el purgatorio como última etapa de santificación para poder entrar al cielo,porque si fuera el infierno no hubiera visto a la niña! pero en el momento que vi niña vi la luz!
    Buenísimo!!..Felicidades
    Un saludo

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    1. ¡Buenas Elisa!

      No estoy muy seguro de como interpretar el final del relato. La luz cegadora puede ser un nivel más de su propio infierno como existencia o, realmente, puede que haya logrado la salvación. Es un asco que, cuando los sueños se empiezan a poner interesante, es justo cuando abres los ojos...
      Gracias de corazón por haberte convertido en una comentarista con asiduidad.

      ¡Un saludo!

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    2. Muchas gracias a ti por responder mis comentarios! Además no comentar tus relatos,historias,pesadilla,es como no haber leído nada!
      A mí personalmente me atrapan desde la primera letra que veo y leo,en fin muchas gracias por compartir esto con todos nosotros.
      Felicidades.
      Un Saludo

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    3. ¡Saludos Elisa!

      Al igual que piensas que no comentar en un blog es como no haber leído nada, de la misma manera yo pienso que no contestar todos y cada uno de los comentarios que se dejan en el blog es hacer un poco de desprecio a quien lee. Las gracias, por supuesto, son también para ti y para todos los que me hacen escribir cada vez un poquito más y lo que es más importante: Aprender a escribir.

      ¡Un abrazo muy grande!

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  4. Lo leí anoche y esta vez me alegré de no ser prolífica en soñar, porque mientras me dormía no me podía quitar la serie de terrores que nos narras uno detrás de otro. Lo del ahorcado... madre mía...

    ¡Un abrazo!

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    1. ¡Hola Candela!

      Aunque hablamos de esto en alguna que otra ocasión, creo que todo el mundo sueña algo aunque luego no recuerde el qué y, en ocasiones, el sueño es tan vivido, casi tangible, que parece que juega a ser realidad. Por fortuna o por desgracia, este fue uno de la última categoría y, cuando me desperté, lo primero que pensé fue "No te olvides, no te olvides"; el resultado, Infernum.

      ¡Un abrazo muy gordo!

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  5. Hola Pedro! Las imágenes iniciales me han recordado a la peli de Origen, ¿la has visto? Muy interesante ese camino hasta descubrir la verdad. Todos debemos recorrerlo, de una forma o de otra.

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    1. ¡Hola Elena!

      Vi la peli de Origen, aunque me pareció demasiado enrevesada para mi gusto; he de decir que tendré que verla una segunda vez para ver si fue impresión mí o qué. Me alegra que te haya parecido interesante y que añadas otro foco distinto a los anteriores comentarios, proponiendo una búsqueda de la verdad. Y, ciertamente, cuando toca recorrerlo, toca.
      Muchas gracias por tu paso por el blog, que ya se te echaba de menos.
      ¡Un abrazo!

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  6. “Un sueño que no se examina es como una carta que no se abre”, dice el Talmud Tú has abierto la carta.Y, además, la hemos leído.
    Saludos, compañero.

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    1. ¡Hola Pilar!
      Sin palabras me ha dejado tu comentario. No se puede decir más en tan poco espacio. Me ha emocionado muchísimo y es de esperar, por el tono que tiene, que te haya gustado. Muchísimas gracias por el comentario y espero verte por aquí de continuo.

      ¡Un abrazo!

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  7. ¡Hola!quería informarte de un proyecto que tengo en marcha en mi blog, en el que me gustaría con escritores aficionados de calidad. Me gustaría construir una sección donde nuevos talentos, nuevas promesas, o artistas que se quieran dar a conocer, publiquen sus trabajos. Me interesan mucho nuevas obras literarias, en cualquier formato, capítulos o cuentos breves, y creo que la tuya podría tener muy buena aceptación. Así que si quieres que publique algo en mi blog, sólo has de decírmelo. Pondríamos una ficha biográfica tuya con datos profesionales y de contacto que consideres oportunos. Así, difundimos tu obra y a la vez dotamos a mi blog de un contenido muy interesante. Espero que te interese la propuesta, házmelo saber contactándome en la pestaña de 'Contacto' de mi blog, en la barra lateral derecha. Un saludo.
    http://humanidadesyalgomas.blogspot.com.es/

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    1. ¡Buenas Patricia!

      Parafraseando a The Ramones: "He, ho... Let's Go!"

      ¡Un saludo!

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  8. Desde luego que si eso fue parte de tu pesadilla tuviste que pasar mala noche.

    Recreas muy bien el ambiente onírico: las cosas suceden una tras otra pero no necesariamente de manera causal o lógica, aunque el que sueña siente las relaciones entre las cosas, como el protagonista del relato, que parece intuir algunas de ellas.

    ¡Bravo por el relato! Aunque te recomendaría que hicieses cenas más ligeras. Por lo de las pesadillas, digo ;)

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    1. ¡Buenas buenísimas, Carme!

      Aclaro que en realidad no pasé mala noche, ya que soñé de un tirón y, al despertar, hice un esfuerzo muy grande para intentar no olvidar nada de lo que sucedió. Tal vez el texto en cuestión sea muy descriptivo, e incluso se haga pesado, pero es algo muy necesario para sumergir al lector sin concesiones en un mundo de pesadilla.

      Y tu recomendación... decididamente creo que puedo prescindir de la cena. Ni me acuerdo que cené esa noche... jejeje.

      ¡Un abrazo muy gordo!

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