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miércoles, 31 de octubre de 2012

COMPAÑERO DE PISO (Agente Del Caos) Cap. II (Parte 2)



Tras dos transbordos que una amable mujer me pagó gracias a la chatarra que tenía guardada en un pañuelo, llegué por fin a la calle en cuestión. Era más estrecha que una frígida y allá los coches casi tenían que pasar de canto… Es más, si pasabas con los brazos en cruz, casi podrías tocar las paredes de ambos lados de las calles. Pero no estaba allí para loar alabanzas al penoso funcionario en urbanismo que había diseñado esa calle, si no para “trabajar”. Fui un poco más abajo, y bingo… Encontré la puerta de servicio de un taller, así que deduje que la puerta donde meten los autos estaba en la calle paralela.

Hacia allá fui y me quedé un rato contemplando la fisionomía del mecánico, o lo que se veía de él, mejor dicho. Tenía un tatuaje en el antebrazo izquierdo medio tribal, medio raro y en la muñeca derecha tenía un brazalete como de cuero y tachuelas de punta cuadrada. No tardé mucho en localizarle, y me dirigí hacia donde él estaba. Había como dos personas más en el taller, un gordo con una cara tan llena de granos que parecía que tenía un avispero por cabeza y un chaval escuálido que no tenía edad ni para afeitarse. El susodicho sospechoso estaba bajo un capó, arreglando Dios sabe qué.

Carraspeé un poco para que supiera que estaba a su espalda, y solo echó una ojeada tras su hombro. Vi que estaba fumando una colilla a medio consumir y tenía la cara llena de grasa y aceitosa, igual que sus manos. Se quedó allá apoyado mirándome con unos ojos azules casi transparentes. Parecía un James Dean abocado al fracaso. Su mirada me interrogó. Le dije que venía para saber si conocía a la asesinada, una pregunta un poco estúpida por mi parte, pero parece ser que causó en el un efecto bastante… molesto. Se irguió y se colocó justo enfrente de mi mientras se limpiaba las manos con el mono. Me preguntó si era periodista o qué; le contesté que no. Me dijo que entonces que coño quería si no era periodista, y que me fuera a la mierda. Le dije que trataba de resolver un crucigrama en el periódico, y que me encontré con la noticia del asesinato, así que vine a husmear. Creo que eso le encendió mucho más de lo que imaginaba. Sus compañeros desaparecieron por arte de magia detrás de un coche, en el otro extremo del garaje pero no quitaron ojo de encima.

- Escúchame bien, hijo de puta. No sé quién eres, ni que quieres, pero el tema de esa zorra con la que salí me está dando más problemas ahora que está muerta. Así que ya te puedes ir por donde has venido y olvidar esta mierda de tema, ¿vale, colega? No tengo nada que contar; ya le dije a la poli lo que sabía y no se lo pienso decir a un mierdas que viene aquí a curiosear.

- Como quieras… colega; solo que hay un pequeño detalle que se te ha escapado. No me pienso mover de aquí hasta que me contestes a unas preguntas, si no te importa.

- Oye, oye, tío; me estás empezando a encender; no eres policía, eso lo puedo ver por tu estúpido aspecto y mucho menos periodista, porque suelen ser mas listos, así que déjate de hostias y desaparece antes de que te dé una tunda.

- Aquí la espero.- le contesté de manera tranquila.

Eso fue la gota que colmó el vaso. En un segundo saltó hacia mi para hacerme papilla. La verdad es que era alto y fuerte, pero yo fui más rápido que él. Quiso cogerme de la chaqueta pero antes de que se diera cuenta, le golpeé con los dos puños en la cara simultáneamente. Uno, a la cara; el otro, a los hocicos. Inmediatamente me soltó y se llevó las manos al rostro por el cual empezaba a manar sangre. Creía que le había roto la nariz, pero solo fueron unas venillas sin importancia. Empezó a gritar y a llamarme cosas horribles… hasta se acordó de mi familia y todo. Luego le cogí del cuello de la sucia camisa y le lleve de paseo de un extremo a otro del garaje. Sus compinches parecían petrificados ahí, detrás del coche. Estrellé a su amigo contra la pared llena de chapas y cayeron unas cuantas encima de el con estrépito. Le volví a coger mientras gemía y gritaba a partes iguales y le empujé hacia una silla medio desvencijada que había por esos lares. Cuando separó sus manos de su cara, donde se mezclaban sangre, mocos y lagrimas a partes iguales, le cogí del cabello y le alce la barbilla; en menos de un segundo, tenía el cuchillo a escasos milímetros de su garganta, dispuesto a cortar.

- Supongo que esto nos convierte temporalmente en amigos, ¿no te parece?- le pregunté. Y, aunque parezca increíble, empezó a sollozar y a hacer pucheritos. Alucinaba con mi nueva amistad.- Ahora que ya estás más calmado, me vas a hacer el favor de decirme todo lo que sabes y, a ser posible, que sea rapidito, antes de que tus compañeros recuperen el movimiento y decidan hacer algo de lo que luego se arrepientan como, por ejemplo, llamar a la policía, ¿estamos de acuerdo?- pregunté en voz alta, para que me oyeran. No se movieron ni un milímetro.

Y entonces cantó como los ruiseñores. No lo hizo muy alto y melodioso, pero sí claro, a pesar de su nariz herida. Y la conclusión que saque es que no sabía nada de nada. Él trató de olvidarla, porque era una chica demasiado… con mucho nivel para él, vamos a dejarlo así. La chica se engañó con la virilidad de ese caballero, y vio que más allá de su ahora estropeada nariz, nada crecía, tan solo polvo y telarañas. Lo que sí que saqué en claro, fue la dirección donde ella vivía. Le di las gracias y abandoné el garaje, no sin antes limpiarme un poco la mano de la sangre de aquel desgraciado. Estaba de buen humor, así que me puse a silbar Sultans Of Swing mientras caminaba por la calle.

Casi por la tarde, a eso de las siete, llegué a mi destino. Me había dicho donde vivía pero no el número, así que pregunté por las estudiantes que vivieron con la difunta. Me indicaron el piso unas chicas muy simpáticas y llamé a la puerta. Me abrió una joven de unos veintiséis años o por ahí y le expliqué quién era. En realidad, le mentí… un poquito. Le dije que era una especie de investigador que trabajaba para la policía, y picó en el anzuelo. Mi precioso traje negro, camisa roja a juego y corbata igualmente negra, mi uniforme por excelencia, le debió de convencer. Su otra compañera no estaba, pero no tardaría en llegar. Me hizo pasar y me invitó a sentarme. La estancia era pequeña, pero acogedora, como solo unas chicas estudiantes saben hacer. Había algún que otro mueble prefabricado, pero aún así resultaba coqueto. Ella se sentó en el sillón cruzando las piernas y cogió un cojín con forma de corazón que miraba con ojos acaramelados hacia arriba mientras una boca estampada anunciaba que te quería un montón, para situarlo entre los brazos y sus pechos. 

El interrogatorio fue breve, y casi no saqué nada en claro. Para ella no parecía existir nadie sospechoso de matarla, y la gente con la que salía era conocida de sobras por sus dos excompañeras. Me comentó que vivía con ellas desde hacía dos años, y que había conocido a tres chicos en ese lapsus de tiempo, uno de ellos el comunicativo mecánico con el que tuve una charla animada anteriormente. Le pregunté acerca de los otros dos chicos o de alguien cercano a ella, de algo insólito que se acordara, pero nada. Me explicó que de los otros dos chicos solo fueron rollos fugaces y listo; un polvo, tal vez dos, y hasta luego cocodrilo, no te olvides de escribir. Luego nos sumimos en un silencio de un par de minutos. Ella me miraba mientras hacía rulos con su pelo y yo observaba el vacío intentando pensar cual sería el siguiente paso a dar. Me invitó a un café; acepté.

Cuando volvió con dos tazas, le di las gracias; ella me dijo con una sonrisa que su otra compañera estaría a punto de volver y que, si quería podría esperarla. Le dije que si no le importaba, eso es justo lo que haría. Luego estuvimos hablando de su amiga muerta, qué le gustaba, cómo era, cuál era la relación con su familia. Y entonces comprendí que, cuanto mas me hablaban de ella, más deseaba encontrar a ese cabronazo que la había matado; ya casi no me sentía como un agente del caos, si no como un ser ávido de venganza, como alguien anónimo que pondría punto y final a la vida y hechos de ese desgraciado. Eso tenía previsto hacer… desde luego.

La otra compañera, la universitaria, no tardó en llegar, en efecto; pero vino acompañada. Traía a su novio, un joven bastante atractivo y jovial, que estudiaba en la misma facultad que ella. Estaban saliendo desde hacía tres años, y parecía el amor de su vida. Cuando la enfermera nos presentó, se sentaron en unas coloridas sillas y empecé mi interrogatorio con ella… aunque a él también le hice partícipe.

- Era una chica increíble.- me dijo la universitaria.- Berta se ganó el respeto y la simpatía de cuantos la rodeaban. Era una buena chica, de verdad. A veces recuerdo que hasta me ayudaba en la preparación de mis exámenes.

- Incluso a mí me echaba una mano.- añadió el novio.

- Es difícil imaginarte que ya no está entre nosotros o que formaba parte de nuestro día a día. – asentí con el ceño fruncido sin dejar de mirarla. Estaba evitando las lágrimas.

- Y el modo en que la encontraron… casi da pavor pensar en que exista alguien así.- dijo el novio.- ¿Cree que encontraran a quien hizo eso?

- En ello estamos, desde luego. De momento, poco se sabe, pero esperamos poder tener nuevos indicios acerca del autor del asesinato. En fin, todo se verá. Gracias por el tiempo que me han dedicado. Ahora debo irme.

- Ha sido muy amable; gracias a usted.- me dijo la enfermera.

Me levanté y fui hacia la puerta; les insté a que no se levantaran, pero la enfermera quiso acompañarme hasta la salida; en ese momento, cuando se levantó el short que llevaba se bajó un poco dejando ver el tanga de encaje que llevaba debajo. Sí, sí; todos los hombres son iguales. Y es gracias a eso que pude ver… algo más. Mi vista fue del comienzo del tanga de la guapa enfermera y la mirada como atontada del novio de la universitaria. Vi que también lo había visto, a pesar de que la enfermera recolocó sus shorts casi con indiferencia; pero también vi esa mirada vacua y ausente tras su mirada al tanga. Recordé que el asesino era, además, un fetichista. Un fetichista de ropa interior… femenina. Toda la escena no duró mas de tres segundos, cinco como mucho, pero fue tiempo suficiente como para darme cuenta de todos los detalles, desde el encaje sexy del tanga de la enfermera, pasando por los ojos del novio de la universitaria.

Fui hacia la puerta bien acompañado y me despedí con un apretón de manos de aquella simpática señorita. Bajé rápidamente las escaleras y me aposté justo enfrente de la fachada donde vivían las dos, bajo un portal en semipenumbra, a la espera de que aquel caballero bajara. Tardó aproximadamente tres cuartos de hora en bajar y, cuando salió de la puerta y echó a andar calle abajo, le seguí a una distancia prudente. Se metió en una cafetería y salió dos minutos después desliando un paquete de tabaco. Aproveché para coger una lata de coca cola que un camarero dejó en la barra de terraza para servir y me la bebí de un trago. En toda la tarde no había bebido nada y tenía sed, que demonios…

Por fin, llegó a otro piso, destinado a residencia de estudiantes. Entró y allá acabó mi persecución. Pero no escatimé en detalles a la hora de memorizar el portal y la dirección. Al menos, tenía algo de peso para poder descansar tranquilo y, de paso, tranquilizar al Kuei.

Cogí transporte público gracias a una tarjeta que encontré en el bolsillo de un hortera con chaqueta grande y bolsillos aún mas grandes, y me planté en casa en menos de media hora.
Cansado como estaba, me fui a mi dormitorio y me dispuse a dormir. Pero la noche era luminosa y me costó cerrar los ojos. Me encendí mi remedio y, entre bocanada y bocanada, pude notar como los parpados me pesaban más que antes. Me quedé dormido nada mas apagar el porro.

Volví a soñar con Helena igual que la noche anterior.

Pasaron un par de días más o menos. Estaba disfrutando de lo lindo del retiro del trabajo; mi doppelganger lo debía de estar haciendo perfectamente bien, ya que parecía que nadie me echaba de menos. Vigilé a mi querido sospechoso desde bien cerca. La verdad es que parecía un tío muy enrollado… salía con sus compañeros a tomar algo, se le veía muy enamorado de su novia, la universitaria, se le veía estudiante, con un montón de libros iba a la biblioteca a empaparse de conocimientos… menudo Pitágoras estaba hecho el señor… Y entonces, en el tercer día de vigilancia, mas o menos a las cinco de la tarde, vi algo que me dejó a cuadros. Helena estaba en su grupo de amistades. Salió de la ciudad universitaria junto a Helena, su novia y cinco o seis más. Empecé a pensar en mi sueño, y un nerviosismo me invadió tan de repente, que no pude evitar un escalofrío.

Desde la distancia de nuevo seguí al grupo. Primero fueron a residencias cercanas para dejar a dos o tres. Luego, el novio se despidió de su chica, y quedaron solo él, Helena y dos mas. Tras un corto paseo, el que se despidió fue él, y quedaron solos tres estudiantes. Cerré los ojos y suspiré profundo. No obstante, decidí seguirles por si acaso.

Pasados unos diez minutos, cuando Helena se quedó sola e iba hacia su residencia, me adelanté hacia ella y le silbé por detrás. Ella, como buena que estaba, se volvió al sonido del silbido. Y entonces me vio.  Paró su camino y vino hacia mí sonriente.

- Vaya, vaya; el señor cocinero por este lugar… ¿Hoy también tienes libre?- me preguntó mientras me dio dos besos de rigor.

- Pues sí; estaba paseando como casi siempre hago y me dije.. vamos a buscar a mi querida psicóloga, a ver si la encuentro por aquí dando una vuelta… et voilà… así ha sido.

- Ya, claro.- me contestó torciendo el gesto en un intento de parecer disconforme.

- En serio.- le supliqué yo.

- Está bien; me lo creo, me lo creo. En ese caso, ¿te apetece tomar algo conmigo? Hay un bar aquí en esta calle que está bastante bien.

- ¿Tengo que pagar yo?

- Esta vez seré yo quien te invite, especie de rata. Venga, vamos.

Fuimos para allá y hablamos durante casi una hora de cosas banales, después de cosas mas interesantes y después la conversación decayó en tópicos como la música, política y a religión no llegamos porque me excusé diciendo que tenía cosas que hacer mañana y quería despertarme temprano. Ella me sonrió con esos labios capaces de derretir toda la Antártida y me despidió no sin antes darme su número para que la llamara.. cuanto más pronto mejor. Casi no pude salir del bar por el temblor de piernas que tenía encima…

Hacía a tres horas por lo menos que me había dormido, cuando me desperté sobresaltado. El sueño era confuso, pero cuando desperté saboreé la sangre en mi boca… Me había mordido el labio en sueños. Fui al baño para limpiarme y, al darme la vuelta, en medio de las sombras, vi de nuevo al Kuei.

- Los malos sueños que turban el descanso anuncian que lo peor está por llegar.- dijo con su sonrisa de tiburón.- No deberías de dejar las cosas tan a la ligera. Tu momento llegará.

- Si con mi momento te refieres a una especie de bautismo de fuego como agente del todopoderoso caos, me parece que vas de cráneo.

- Yo solo suplico por las almas que me traigas. Es el precio que he de pagar por mi salvación. El modo de procurarlas, sea cruel o no, es cosa del que empuña el arma.

- Cometiendo asesinatos en tu nombre, ¿no es así?- pregunté.

- No es un asesinato. Míralo más bien como… un bien al resto de los mortales; y uno más grande a mi alma inmortal, por supuesto.

- ¿Qué más quieres esta vez?- pregunté mientras me secaba los labios del agua.

- Vengo a prevenirte. Algo está pasando y los ojos vigilantes no quieren ver. Tal vez ya sea demasiado tarde. Su fuerza ataca de nuevo, porque su debilidad se ha apoderado de él. Lleva tiempo viéndose con ella, y ha pensado que es momento de actuar.

- ¿Crees que ese tío está suelto a estas horas?- pregunté.

El Kuei desapareció y apareció ante mi sin darme tiempo a reaccionar. Puso su mano sobre mis ojos y la otra sobre mi nuca y… Dios mío… nunca sentí tal horror ante aquel tacto.. y ante lo que vi. Estaba en un viejo almacén, como en mi sueño. Veía como alguien, pero no era yo. Parecía mirar de un lado a otro, como si estuviera nervioso y luego miró hacia abajo. Y lo que observé en ese momento me detuvo un grito en la garganta. Porque había una chica en el suelo; y esa chica tenía la cabeza abierta, y los sesos desparramados, y la boca abierta con un pañuelo dentro de ella, y un vestido que yo había visto esa tarde rasgado hasta el pecho y esos ojos se llevaban a su altura un tanga y vi que se la acercaba hasta su olfato y vi que las manos que sostenían el tanga temblaban incontroladamente… y esa chica que vi era Helena.

El Kuei se separo de mi y me miró con gravedad. Estaba como agachado, con las palmas de las manos apoyadas en sus rodillas, observando alguna reacción en mi. Pero lo cierto es que estaba como fulminado.

- Ese dolor que has sentido, ese terror tan puro y horrible… Eso sentirás antes de que la ira te domine. Porque sabes quien es él, y no has hecho nada por impedirlo.

Me di la vuelta y vomité la cena. Los ojos se me llenaron de lágrimas y la náusea no pasaba, no pasaba; como si estuviera alejando un mal interminable, una pesadilla que se supone que es un mal sueño, pero que sabes en tu fuero interno que es muy real. Y entonces noté una claridad, como un haz de luz que te atraviesa la mente… Iba a matar a ese hijo de puta…

- Conoces el sitio. Ve a por él, cumple tu promesa para conmigo. Véngate. El caos está cerca de él. Deja que le azote con toda su fuerza y, tras el sacrificio, tráeme su mano. Ahora ha trastornado tu equilibrio; debes inclinar la balanza a favor de nuevo.

Así era; sabía donde estaba. Fui a por él.

Ricardo, el encantador novio de la universitaria, estaba en su habitación, deleitándose con su reciente tesoro. Sus compañeros habían salido de fiesta, pues empezaba el fin de semana. Pero el tenía que estudiar. Si señor, mucho que estudiar; así que, entre la cama y el armario, estaba oliscando su trofeo y meneándosela con entusiasmo febril. Fue justo ahí donde le encontré. Abrí la puerta de su apartamento con suavidad, ayudándome de una tarjeta, y entré. Me dirigí sigilosamente hacia donde vi luz, suponiendo que allí estaría él. La lámpara de noche iluminaba tenuemente la estancia donde Ricardo estaba atento a sus placeres. Golpeé la puerta con el pie y se abrió de golpe. Ricardo se sobresaltó y se puso en pie a la vez que tiraba su tesoro al suelo.

Entonces entré y me puse enfrente de él. Solo la cama me apartaba de matarle directamente. En mi mano sostenía el cuchillo, y la marca del caos brillaba en la palma de manera intermitente. Mis ojos se fijaron en él con aumentada rabia y en mi frente perlada de gotas de sudor latía de manera sorda una vena al mismo compás que mi corazón.

- Túuuuuu, hijo de puta…- acerté a decir con contenida furia, apretando los dientes.

Él me miró medio sorprendido, medio cagado de miedo. Tenía un cuchillo en mi mano, eso ya lo había visto, y su serpiente de un ojo era ahora una lombriz que pretendía escabullirse en la tierra. En ese momento se le debieron de encoger las pelotas. Entonces empezó a tartamudear.

- Yo… yo… es… es que… t… t… t… tengo una enf… enfer… fermedad… Y… y.. incluso he ido a m… m… doctores… y…

- Ahórratelo, hijo de puta.- le dije de nuevo.- Supe que eras tu cuando te vi mirar de esa manera a la compañera de tu novia. Después de aquello, no pudiste resistirlo, ¿verdad?

- Es… es una enf… enfermed…

- ¡Cállate de una vez, carbón de mierda!- le espeté.- Ahora voy a ir a por ti. Y voy a joderte tanto, corazón, que ni el grito más potente va a librarte del dolor que estás a punto de padecer.

Se acobardó de tal manera que prometo que su pajarito retrocedió como avergonzado tras los pliegues de sus calzoncillos. Pero podéis jurar que yo no me acobardé. Y que él no gritó. No tuvo tiempo.

Aquella misma noche, sus compañeros encontraron un espectáculo atroz. Le dejé como al día siguiente más o menos encontraron a Helena en un almacén abandonado. La cara de Ricardo, la que le quedaba después de cortarle las orejas y reventar sus ojos, estaba transformada en un rictus tan profundo de dolor y sufrimiento que, según decían los periódicos, uno de los compañeros se desmayó. Encontraron en su habitación todos los “trofeos “ que recolectó de sus víctimas, mientras iban metiendo sus restos en varias bolsas, ya que me ensañé con él con furia viva. Solo faltó una parte de su cuerpo que no encontraron… y que me llevé conmigo.

Traje al Kuei la mano que me había pedido. Me ordenó ponerla en una bandeja y rodear dicha bandeja de seis velas, que tenía que prender convenientemente. El Kuei, una vez realizado lo que me pidió, murmuró unos cánticos mientras se acercaba a la mano cortada. Entonces, una especie de humo entre azulado y verdoso surgió de la mano; acercó su infame boca a ese humo y empezó a aspirarlo; al mismo tiempo, la mano empezaba a descomponerse y, de manera increíble, las llamas de las velas crecieron y se inclinaron hacia la mano para quemarla mientras se iba pudriendo. El Kuei no se detuvo hasta aspirar aquellos vapores, vapores que desaparecieron cuando la mano desapareció y en su lugar solo quedaron cenizas. Entonces el fantasma se volvió hacia mí con aquellos ojos espantosos fijos en los míos y su horrible sonrisa.

- Devoré su alma; devoré su alma… Una más para mi propia salvación.- exclamó risueño.

Con Helena muerta, me pareció una ofensa a su memoria compartir la alegría del inmundo espíritu que tenía ante mi.

COMPAÑERO DE PISO (Agente Del Caos) Cap. II (Parte 1)



Si aquel día llegó tarde a su piso, fue porque era época de exámenes. Y, claro está, los exámenes traen de cabeza a todo buen estudiante; casi, casi, hasta el punto de perder la noción del tiempo. Pero es que Ricardo era más que un buen estudiante. Se le veía en la cara. Y no solo eso: también dedicaba el tiempo en ayudar a sus compañeros de curso en clases de apoyo, salía con los tres que compartía piso a tomar algo, a bailar o, simplemente, a echar un café, de vez en cuando llamaba a sus padres para decirles lo bien que le iba en su aventura estudiantil… Era el típico chico modelo, el joven por el que tanta mujer suspira; el príncipe azul por antonomasia.

Con ese maravilloso comportamiento, hasta yo mismo me hubiera enamorado de él; en serio. Ricardo era el no va más de su clase, de su piso y de su familia. Solo que… tenía un pequeño secreto; un secretito sin importancia… Le encantaba, por alguna razón, coleccionar ropa interior femenina. Y no hay que pensar precisamente en ropa que coges de unos grandes almacenes o de una tienda perdida en un barrio cualquiera, no… Digamos que le gustaba quitar la ropa interior… de sus victimas. Disfrutaba con ello; era un estudiante simpático de cara a los demás, pero un degenerado en su fuero interno. Una persona que no te haría cruzar la acera por su mal aspecto; te haría salir corriendo gritando como un poseso.

Pues ese era nuestro querido estudiante. Un sádico asesino (en ocasiones, violador), que mantenía a la policía en jaque. Nadie sospechaba nunca nada de él. A nadie le dio por pensar que una persona tan adulta de pensamiento y con acciones tan benevolentes hacia los demás, pudiera ser el malnacido que cometía esas fechorías. Ya iban cinco las chicas asesinadas. Los detalles de tales actos los reservo por ser tan escabrosos. Pero sí os diré una cosa. Nadie disfrutó tanto como yo cuando le encontraron. Esto, y no lo que dicen los periódicos, fue lo que ocurrió:

Había cambiado el turno en el trabajo para que me lo pasaran por la mañana. Mi jefe, como siempre, arguyó que no es legal que salga de trabajar tan tarde y entre a trabajar temprano, pero para mi jefe solo era legal si era un favor a un tercero; por norma general, si la legalidad entraba en contra de sus intereses, como en este caso, pues que le den por el saco a la legalidad… Yo le hacía un favor, y el me hacía a mi otro. El caso es que había quedado con cierta muchacha que conocí en un restaurante, mientras comía el fin de semana pasado. Bueno, miento; en realidad era la camarera de ese restaurante. No era la primera vez que nos veíamos, solo que siempre lo hacíamos yo en calidad de cliente, y ella en calidad de trabajadora. Así que decidimos que ya era hora de que acabáramos de vernos así y pasáramos a otro tipo de contacto.

Ella libraba por las tardes y yo trabajaba esa zona horaria, así que pedí libre ese día por la tarde y me fui a esperarla a una terraza que había justo enfrente; mientras aguardaba, tomé un café. En esta Ciudad, otra cosa no, pero lo que son cafeterías y restaurantes…. que no falten. En fin, estaba mirando el reloj para ver la hora que era y justo cuando levanté la vista, allá estaba ella. Venía hacia mí de un modo que… hay que comprender que siempre la había visto de uniforme, y verla vestida como iba… su vestido era recatado, pero dejaba ver sus increíbles formas. No sé que se pararía antes, si el reloj o mi corazón, pero el esfuerzo que tuve que hacer para no desencajar la mandíbula fue mayúsculo.
Se acercó a mi moviendo esas caderas de forma que las féminas, sin darse cuenta, balancean a la vista del hombre. Y, mientras se acercaba, me dirigió una mirada y una sonrisa que casi me hizo ponerme de rodillas y dar gracias a Dios por ser mamífero. Se sentó enfrente de mi, puso su bolso encima de sus piernas, una mano encima de la mesa y la otra debajo de su barbilla, con el codo en la superficie de metal, sin dejar de sonreír.

- Hoooooola.- me saludó. Yo estaba absorto, pero reaccioné una milésima de segundo antes de parecer un idiota.

- Buenas tardes, mi camarera favorita.- le dije.- Supongo que ahora me toca pedir a otra persona que no seas tu.

El camarero llego cinco segundos después de que se sentara; también había visto a mi acompañante, y le dirigió una amable mirada mientras a mi seguramente me maldecía mentalmente.

- Pues… creo que voy a pedir un café con Baileys. Pero que no sea en vaso de cortado por favor; prefiero un tubo.- El camarero se dirigió a mi, pero yo aún tenía el café que, por cierto, ya debería de estar frío. Le dije que no quería nada. Se largó.- Bueno, bueno; pues aquí estamos…

Interesante manera de empezar una conversación. Todavía no nos sabíamos los nombres, así que sería una descortesía empezar a hablar sin saber con quién estás hablando.

- Me llamo Helena, con H, como la de Troya.- me dijo. Yo le dije el mío.- Supongo que, al final, era lógico que nos acabáramos conociendo.

- Pues sí, para que nos vamos a engañar. En tu restaurante sirven bien a los clientes; y no solo eso, la comida es bastante buena.

- ¿Eres crítico gastronómico?

- No, pero trabajo de cocinero en un restaurante, unas tres calles de aquí. No te hablaría del servicio si no supiera de que hablo…

- Bueno, eso me gusta; las conversaciones para romper el hielo a veces son muy banales.

- En este caso, no; podríamos hablar de hostelería pero has salido de trabajar y, además, eso es algo que ya sabemos los dos. Prefiero que me hables de ti.

- ¿Y no habrá conversación acerca de ti para saber con quien he salido?

- Bueno; cada pregunta requiere una respuesta, y eso va para los dos. Sería injusto que yo te conociera y tu a mi no, ¿no te parece?

Volvió a sonreírme mientras me miraba con curiosidad. No parecía la típica mujer retraída. Era más bien algo lanzada, pero sin llegar a la insinuación. En otras palabras, tenía tacto para tratar con el sexo masculino y no se dejaba impresionar demasiado. Un partido difícil, como solían decir mis amigos. El camarero llegó con su bebida y ella retiró sus manos para llevarlas al bolso. Dejó que sirviera y luego dio un pequeño trago a su bebida mientras me analizaba con sus ojos castaños claros. Prosiguió la conversación.

Estuvimos cerca de una hora y media en aquel sitio hablando primero de cosas tales como gustos, música, cine, por dónde salíamos, que hacíamos en nuestros ratos libres… Conversaciones normales para situaciones normales. Tras esa preliminar, nos levantamos, pagué la cuenta ( en aquella hora y media habíamos consumido media Colombia en café y licor de café con hielo), y nos fuimos a pasear.

La tarde era buena y el aire soplaba apaciblemente, con un sol que dibujaba nuestras sombras cada vez más alargadas. En aquel paseo averigüé que no era de la Ciudad, si no de las afueras. Venía de un pueblo bastante pequeño del que no había oído hablar nunca y que, ya desde pequeña, tenía el don innato de la curiosidad. No salió del pueblo a la ciudad para ser actriz, como en el sueño americano, pero si para granjearse un futuro, si no próspero, al menos prometedor. Estudiaba en el universidad y hacía la carrera de psiquiatría (que, por cierto, le venía como anillo al dedo). Me contó que no tenía pensado ejercer, aunque le serviría como una buena base para conocer a las personas y ayudarlas de manera casi samaritana.

Por todo lo que me contó, no me vi yo muy a la altura de las circunstancias. Yo solamente trabajaba como cocinero, salía cuando podía y cuando tenia ganas, a veces me iba los fines de semana con amigos a otros sitios fuera de aquí y lo que más me gustaba era leer piezas sueltas de filosofía acompañado de un poco de chocolate; eso me tumbaba enseguida.

Aún así, me pareció interesante iniciar una relación con semejante mujer. Yo le dejaba hablar y, a veces, cuando me preguntaba, me metía en la conversación; es que, lo que verdaderamente me gustaba era oírla argumentar acerca de todo lo que había hecho, lo que había estudiado, etc… Así pasamos hasta cerca de las ocho, momento en el cual nos tuvimos que despedir. Sin embargo, tras despedirnos con los dos besos de rigor, di media vuelta y le dije que si vivía lejos. Me dijo que vivía en un piso alquilado ella sola, cerca de la facultad. Le pregunte que si quería, podría acompañarla. Y ella no dijo que no. Así que fui con ella hasta su piso y, mientras caminábamos me cogió del brazo. Yo la miré con cierta sorpresa y su contestación fue de nuevo otra sonrisa.

Anduvimos una media hora, a ratos en silencio, a ratos dialogando y, cuando llegamos a su piso, me indicó que vivía allá. Así que, como buen caballero que soy, le volví a dar otros dos besos, le dije que me había encantado estar con ella, y que esperaba volver a verla de nuevo. Por el contrario, ella no me dijo nada; solo se despidió con un buenas noches y abrió la puerta de su casa. Yo me estaba alejando cuando oí que me llamaba y miré hacia ella.

- A mí también me ha gustado estar contigo. Espero volverte a ver… pero así, no como camarera y cliente.- me dijo. Luego besó la palma y me lanzó su beso. Desapareció tras el portal. Yo me quedé allá como un idiota saludando a nadie en particular y luego, con una sonrisa, fui hacia casa.

La verdad es que algo lejos de mi vivía, pero bueno; me gustaba caminar y eso es precisamente lo que necesitaba ahora; un paseo para seguir encantado, como en los cuentos de hadas. Llegué a un parque cuya iluminación era buena y me dispuse a cruzarlo. Quería rodear un poco más antes de llegar a casa. Cuando pasé cerca de un banco, una voz me sobresaltó de repente.

- Menuda chica guapa te has endiñado, galán.- me dijo la voz.

Mi mano voló rápido al costado, donde tengo siempre a punto en cuchillo, pero me di cuenta de que solo era un pobre borracho. Se levantó del banco de manera bastante penosa y el aspecto que tenía era verdaderamente desastroso.

- ¿Y usted como sabe con quién he ido?- pregunté.

- Porque tengo ojos… y veo.- esto último lo dijo como veoooooooooh y, si hubiera estado más cerca, me habría tumbado su aliento.

- Bueno; está bien que vea. Pero no creo que esté bien seguir a la gente, amigo. Podrían tomarla con usted.

- ¿Tienes un cigarro?- me preguntó como si no le hubiera dicho nada.

Saqué el paquete de tabaco y se lo tendí; es curioso, no suelo fumar, pero siempre llevo el paquete encima. Cuando me piden tabaco, siempre suelo dar, aunque evito a los gorrones. El borracho lo cogió y yo le acerqué una cerilla. Prendió enseguida y me invitó a que me sentara. Le dije que estaba bien de pie, gracias.

- De modo que la has dejado en casa y ahora vas de paseo. Estás esperando a que se te baje la hinchazón de los pantalones?- y rió mientras tosía como un tuberculoso.

- Oiga; si lo que quiere es reírse de mi, pueden darle por el culo, ¿entiende?

- Tranquilo, hijo, tranquilo. No me quiero reír de ti. Solo quería un cigarrillo. Bueno… eso, y decirte que soy tus ojos en la Ciudad.

- ¿Perdón, como dice?- estaba absorto; no creí oír bien.

- Sé quien eres, hijo. Se lo de la maaaaarca. Pero tranquilo, al igual que tu, estoy aquí para servir. Y Jia Li me ha dicho que sirvo bien.- Enmudecí de repente. Dejé que el borracho continuara.- Me dijo que tengo que ayudarte. El camino del equilibrio no es muy fácil, ni mucho menos estable. Hay algo que está jodiendo el equilibrio, ¿entiendes?

Entonces si que me acerqué. Incluso me senté mientras veía a aquel pobre hombre envejecido dar caladas al cigarro, cigarro que se iba consumiendo como su misma vida. Esperé paciente a que cesara la tos espasmódica de aquel hombre y continuara hablando.

- Todavía no sabes bien que hacer, y eso es bueno, porque todos empiezan perdidos. Pero ya aprenderás. Cuanto más tiempo lleves con esto, mas te darás cuenta de las cosas tan increíbles que hay por ahí, y las cosas tan increíbles que puedes hacer. Pero oye… escucha;- me hizo señas para que me acercara.- en esta ciudad hay alguien que no conoces, del que nadie sabe nada, y guarda un terrible secreto. Esa persona está haciendo mas bien que mal y tiene que ser ajusticiada. Tienes que encontrarle. La vieja Zhi siente que es un mal en potencia, y hay que arrojarlo al abismo.

Ni siquiera me molesté en preguntar como sabía todo eso; desde que me pasó todo esto hay cosas que necesariamente tengo que dar por sentadas. El borracho siguió hablando.

- El Kuei anhela llevarse su alma para cambiarla por la suya. Te estará esperando cuando llegues. Ve donde os encontrasteis la primera vez y habla con él. Te dirá lo necesario para encontrar esa alma.

Cuando acabó de hablar, dejo caer el cigarro de su mano al suelo y se sumió en un estupor. La verdad es que se quedó dormido en el sitio.

Un ronquido me bastó para convencerme de que así era. Me levanté, y seguí andando hasta casa. Cuando llegué, entré despacio y fui, sin encender la luz ni nada a la habitación donde vi al Kuei. Ni rastro de él. Me senté en una silla del dormitorio esperando, y luego pasé a la cama. Y, allá sentado, me dormí.

Soñé con una casa medio construida, y soñé con la camarera de esa tarde. Y soñé que me señalaba algo, hacia dentro del edificio pero, al entrar, no se veía nada; había una niebla muy densa entre las desnudas columnas de hormigón. Una niebla que parecía tener vida propia. Y oía gritos; notaba a Helena cerca de mi, pero cuando giré la cabeza, le vi echada, con el vestido rasgado hasta el pecho; no tenía ropa interior. El cuerpo estaba amoratado de los golpes que alguien le había propinado con una barra de hierro. Le habían destrozado la cabeza y los sesos estaban desparramados por el suelo. Le habían atado las muñecas con una cuerdas de nudo gordo. Y lo que no podía dejar de mirar era un pañuelo que llevaba a modo de mordaza en la boca, una boca transformada en un grito de horror y dolor absolutos. Y tras la niebla apareció alguien, una forma borrosa que contemplaba su obra… y me vigilaba a mí. Y cuando me di la vuelta me di cuenta de que era una niña de unos diez años que me sonreía con aquellos dientes de tiburón.

Me desperté de un sobresalto y creí haber gritado, porque mi mano me tapaba la boca. Mis ojos eran dos platos blancos en medio de la oscuridad que se filtraba por la ventana, y mi respiración era una serie de jadeos desacompasados. El corazón me retumbaba con fuerza en el pecho, y tarde un minuto o dos en recuperarme. Al girar la cabeza, lo vi.

Estaba sentado a un palmo del suelo, con el mismo camisón que le vi por vez primera y las manos entrelazadas en su regazo. Me miraba con esos ojos desprovistos de vida y la boca entreabierta, sin ninguna sonrisa. Me incorporé en la cama, y me senté frete ella. El Kuei había venido por fin.

- Lástima estropear una tarde tan encantadora con un sueño tan primario…- comentó en tono serio.- He venido para cobrar el alma que se me debe. Un asesino a cambio de una ánima atormentada.

- Yo también me alegro de verte.- dije mientras intentaba enfocar mejor a aquel fantasma.

- ¿Comprendes ahora tu misión?

- A grandes rasgos; lástima que nunca leo la letra pequeña de lo que se me da.

- Tu sensibilidad crece al paso del tiempo. Pronto no te harán falta ojos en la calle ni consejos en la oscuridad. Aprenderás a guiarte por ti mismo, y harás caso a tu instinto más que a ninguna otra cosa. Y debes de encontrar a esa persona que mata para ocupar mi lugar.

- Querrás decir tu lugar en el abismo, ¿no?

Sonrió mostrándome sus hermosos dientes afilados. Pero no se movió ni un ápice. Seguía allí flotando como si nada.

- Está bien; ¿cómo empiezo a buscar?

- ¿De que te sirve soñar si no has visto nada?- preguntó el Kuei.- Ni siquiera fuiste capaz de entender que mataste a un hombre en sueños…

- Vamos; no me lo estás poniendo nada fácil.- le dije sonriendo a mi vez.- No está bien plantear acertijos a la ligera. Eso acaba cansando. Si lo que quieres es que lo averigüe por mí mismo, entonces genial, no tengo problema, pero para eso necesito tiempo. Y no es que disponga de mucho…

- El doppelganger es la solución, idiota; así serás partícipe de la bilocación. En dos sitios a la vez.

- ¿Doppel qué?- pregunté extrañado.

- Consígueme esa alma para que pueda volver a ti como espíritu y no como Kuei.- esto lo dijo verdaderamente enfadado y, tal como lo dijo, desapareció.

No estaba muy familiarizado con el tema fantasmal todavía, y me imaginaba que en este mundo se ven cosas así día si día también, pero realmente tenía que acostumbrarme a todo esto si era, como me dijeron, para siempre… o hasta que me maten. Le llamé un par de veces, pero ni se dignó en aparecer. Estuve así tres minutos, y luego decidí irme a la cama, a la mía de verdad y dormir mientras meditaba mi siguiente paso. Y, mientras me dormía, pensé en hacer una visita de nuevo a la tienda de mi querida Jia Li.

A las nueve de la mañana estaba frente a la tienda que ocultaba el Domus Animae de la anciana Zhi; esta vez no me fue difícil dar con ella, puesto que no hacía ni un mes que la había visto por primera vez. Entré y allá estaba el tendero que me miró primero detenidamente; a un saludo de cabeza mío, el hizo lo propio y volvió a sus asuntos. Yo fui hacia la trastienda, donde estaba uno de esos gorilas que la custodiaban, y me dejó pasar. Jia Li parecía estar esperándome, embutida en un traje rojo oriental. Estaba sentada en su asiento entre las tinieblas; si se alegró de verme o no, es algo que no supe, pues esa mujer tenía un escudo alrededor de su alma. Levantó su mano y su marca refulgió por unos instantes; correspondí a su saludo y en mi palma se dibujo ese signo extraño.

- Viste a Kuei ayer.- no era una pregunta.

- Así es; y estaba bastante cabreado. Me dijo que debería de ponerme a buscar el alma que le sustituiría en el abismo, y me dijo algo de un fenómeno llamado…

- ¿Te habló de la bilocación?- me interrumpió. Esta vez sí que fue una pregunta.

- Si… así es. Todo esto me suena a chino… uy, perdón, pero ya me entiendes. No sé como pretende que busque si encima tengo que seguir con mi vida…

- Nadie te ha dicho que debas perder tu vida anterior. Para eso existen los doppelganger.

- Bueno; aquí parece que todo el mundo se entera de esto menos yo. Explícate.

- Un doppelganger es un ser que toma tu propia identidad, y que por lo general es malévolo. Sin embargo, estas fantasías se han sustituido por algo más cercano a la realidad. Un doppelganger puede ser cualquiera. Así será posible que estés en dos sitios a la vez.

- ¿Y que es lo más cercano a la realidad?- pregunté curioso.

- Lo más cercano a la realidad es que cualquiera, repito, puede ser tú.

Lo siguiente que me explicó, me pareció casi de fantasía. Según ella, una persona podría adoptar el comportamiento de otra persona si caía bajo influjo de la segunda. Y no solo eso; adoptaría incluso su propia identidad física. El método, por sí mismo, era bastante sencillo.

Bastaba con hacerle caer en hipnosis y “transferir” tu propio yo, como si fuera una fotocopia. Para acabar el proceso, era suficiente con situar a las dos personas frente a un espejo. El espejo se quebraba y la persona afectada recuperaba su yo, aunque en principio estaría como aletargada. Después de las oportunas explicaciones, nos prestamos a llevarlo a cabo. Uno de los chinos que custodiaban la puerta entro por mandato de Jia Li y empezó en conjuro.

Casi no recuerdo nada de eso; solo diré que, cuando vi al chino, era idéntico a mi. Él, según me dijo Jia Li, me suplantaría en mis quehaceres diarios mientras yo daba con aquella alma que el Kuei anhelaba.

-Y, ¿va en serio que esto funciona?- pregunté con cierta reserva… aunque, para ser del todo sincero, la verdad es que era un mar de dudas lo que pasaba por mi cabeza.

- Tú preocúpate solo de tu búsqueda. Lo demás déjalo en manos del doble.- contestó Jia Li, casi se diría que de manera impaciente.

Salí de Domus Animae sin tener ni pajolera idea de por donde empezar. Quizás revisando la prensa me enterara de algo, así que fui a un kiosco de la calle y cogí el primer diario que vi, ávido de encontrar alguna pista que me condujera de A a B. El dueño del establecimiento hizo ademán para obligarme a pagar el periódico, pero le dije que solo estaba ojeándolo. Tras eso, volvió a su asiento como malhumorado y yo, que nunca he sido de pagar religiosamente las noticias en papel que puedo ver por la televisión, me llevé el diario bajo el brazo. Quizás una leída más detenida en un banco, ayudaría en mi búsqueda.

Lo último que decían las casi dos páginas del periódico acerca de un caso de violación y asesinato de una estudiante de 17 años de último curso de bachiller, no es que aportara gran cosa. Según decía el periodista, la chica había dejado su grupo de estudio para volver a su casa, que compartía con dos chicas más. Cada una de ellas tenía horario distinto, una de ellas era enfermera en el hospital central de la Ciudad y la otra era estudiante de segundo de carrera. O séase, la víctima era la menor de las tres. Según la describían sus compañeras, de forma muy escueta, es que era una chica trabajadora en casa, una estudiante del montón pero muy aplicada en sus métodos de estudios. Decía así mismo que la vivienda estaba situada cerca del instituto donde ella cursaba su ultimo año de bachillerato. Un pequeño apunte, acerca de ella. Había dejado a su novio hace cosa de un mes. Era un pirado que trabajaba de mecánico en un taller y que ahora mismo estaba bajo sospecha de asesinato. Había prestado declaración, pero aun seguía trabajando. La foto del chico salía con una cazadora encima de la cabeza, pero el avispado periodista había congelado también en la foto el nombre de la calle. Me pasaría por allá, para ver si había algún taller.