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miércoles, 3 de julio de 2013

MUÑECA ROTA


Inspirado en Sundown, de Mike Foyle

Asistí, como había hecho multiplicidad de veces, al evento que se celebraba en mi antiguo instituto. Hacía casi veinte años que acabé mis años mozos en sus aulas pero al vivir próximo, siempre que tenía ocasión, me acercaba a hablar con los monjes que me habían dado clases; allá charlábamos de cosas triviales como el devenir de los tiempos, los nuevos alumnos, mi profesión y mi familia, a la que recordaban aún con alegría por los que aún vivían y con añoranza por los que ya no estaban allí.

Al último miembro que enterramos fue a mi abuela; no creo que haya habido un ser más encantador sobre la tierra. No queda bien que lo diga yo, pero era su ojito derecho para todo. Y una de las pasiones que me inculcó cuando era un crío, en su pequeña casa a las afueras, en compañía de mi abuelo, era el amor por el baile. De hecho, por su culpa, empecé a bailar a la tierna edad de siete años en un centro de enseñanza de Kuragis, una danza del lejano reino de Fereb. Era un baile parecido al ballet clásico, pero dotado de una plasticidad y elegancia que dejaba al ballet en un resignado segundo puesto.

De allí pasé al instituto y seguí, no obstante, con las clases de baile. Practicábamos en el polideportivo cubierto y, a pesar de ser el único varón que bailaba esta danza, no fui objeto de burla por los demás muchachos; tal vez me trataban con algo de condescendencia, pero acaso fuera una apreciación mía. El profesorado en bloque sabía de mí precisamente por aquella actividad que desarrollaba a la par que mis estudios y, de manera indirecta, fui el orgullo de la clase de Kuragis.

martes, 4 de junio de 2013

SUPERVIVIENTE (Agente Del Caos) Cap. VI Parte 2



Había un viejo almacén de alimentación que había sido saqueado probablemente hacía doscientos años o más; solo recuerdo que, cuando yo era chico, aquello ya se estaba cayendo a pedazos. Pasé con ella de nuevo en brazos, pues no quería que pisara Dios sabe qué y me dirigí hacia la pared que tenía enfrente. En ella ascendía una escalera que daba a un pequeño habitáculo donde estaríamos a salvo.

Abrí la puerta de una patada y la única persona que allí se encontraba se sobresaltó y giró sobre sus pies a tal velocidad que Mercurio habría sentido envidia. Al ver que era yo relajó su mano, que ya buscaba un arma y asintió con vehemencia.

- Lo sabía, chico. No sé por qué, pero sabía que al final acabarías con el agua al cuello… qué coño al cuello: el agua te llega a la frente, joder…- dijo el con la voz pastosa de siempre. YA daba igual que estuviera sobrio o borracho. Aquel timbre desagradable hacía que me imaginara a una persona haciendo gárgaras con sebo de cerdo caliente. Sin embargo, Ojos de la ciudad me permitió quedarme.

SUPERVIVIENTE (Agente Del Caos) Cap. VI Parte 1



A veces hay momentos en la vida que invitan a la reflexión. Pues bien: este era uno de esos momentos. No me voy a extender con anécdotas de hechos pasados acerca de mi vida para decir lo mucho que pienso las cosas que verdaderamente importan; siempre hay un momento para planificar tu siguiente movimiento y siempre hay lugar para la improvisación, por muy bien que tengas marcadas las pautas.

Llegué a casa andando, dándome muy poco margen de comodidad, pues la noche prometía ser muy movida. No sabía hasta qué punto Jia Li sabría en aquellos momentos de lo que nos había pasado, e incluso si mi compañera habría llevado a cabo su plan para acabar conmigo. Ahora ambos sabíamos qué cartas tenía el otro; Jia Li, la que otrora era casi como una maestra para mi, había mancillado el equilibrio matando a alguien que tenía que vivir. Y, tratando de enmendar su error, había dispuesto todo en mi contra para eliminarme de la ecuación; así de simple, así de sencillo. Ignoro, por otra parte, qué motivos habrán movido a la chica retro a hacer lo que hizo, a ponerme al corriente de aquello. Tal vez haya sido un pálpito, tal vez una nueva traición, tal vez sea que realmente servimos al equilibrio. Sea como fuere, aunque lamenté pensarlo, Jia Li no quedará impune… aunque yo caiga en el intento.

jueves, 30 de mayo de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 3)



El sol hace una hora que ha pasado de su punto más álgido en el cielo mientras sus rayos rozan suavemente el pavimento de una solitaria carretera por la que el tráfico es prácticamente inexistente. Un murmullo crece en la lejanía, acercándose cada vez más. El murmullo se transforma en el sonido amortiguado de un motor y, tras unos instantes más, un coche rojo brillante pasa rugiendo como si de un furioso felino se tratara.

María, la conductora, lleva horas tras el volante. Mientras conduce, observa que algo más adelante cúmulos de nubes empiezan a formarse amenazando tormenta. De reojo, echa un vistazo al reloj del salpicadero: la una y cuarto. Todavía hace calor, pero la brisa que le acaricia el rostro no es tan cálida como al punto de la mañana. Toma nota mental de poner la capota en cuanto vea un apeadero. Por fin, diez kilómetros más allá, ve aparecer un pequeño descanso y gira reduciendo para aparcar y hacer lo que había pensado.

domingo, 26 de mayo de 2013

INFERNUM


Me desperté en aquella playa de mar embravecido. Había caído desde no sé donde; tal vez desde arriba. El cielo se me antojaba inalcanzable, y mirarlo dolía; pero algo en mi interior luchaba para alcanzarlo. Me puse de pie y observé mi alrededor. Las olas morían en aquella arena pardusca levantando espuma. A mi espalda, unos diez metros, una pared de piedra oscura, como el granito, ascendía hasta perderse en las alturas. Imposible trepar por allá; cuanto más indeciso estaba por ir a un lado o a otro, la suave pero caliente brisa llevó a mis oídos un grito que parecía llamarme.

Fui hacia donde se hizo audible corriendo más que andando. Me encontré con dos hombres; uno de ellos luchaba por sacar su pie de entre algunas rocas que habían caído en la arena. No parecía estar herido. El otro intentaba ayudarle estirando de la pierna.

- Algo de ayuda nos vendría bien, compañero.- sugirió el que estiraba de la pierna.

No contesté, pero sí que ayudé. Intentamos quitar la piedra de encima de aquel desdichado. La alzamos al límite de nuestras fuerzas y la echamos a un lado. No estaba herido, como bien aventuré anteriormente. Aquel pedrusco evitaba que se moviera. Tras agradecimientos verbales, pregunté dónde nos encontrábamos; sus respuestas, como temía, eran vacuas. Así pues, ninguno de los tres sabíamos el lugar donde estábamos.

viernes, 24 de mayo de 2013

TRAS EL SOL


24 Julio 2018, Martes
Hoy hemos corrido a toda leche tras el sol. La llanura que tenemos ante nosotros es lo más parecido a los desiertos de Australia que he visto del libro de fotos que tenemos en el maletero. Acabamos de aprovisionarnos de agua, lo más importante. La comida es muy escasa. Tenemos también los depósitos llenos y hoy estamos todos algo más contentos que de costumbre. Parece que nuestra vida de nómadas desde que hace dos años empezara esto también tiene momentos felices. Al mediodía me toca conducir a mí y dejar que Alba duerma un poco. No queda mucho para entonces. Después es seguir a Damián en el otro coche hasta que el sol se oculte. Debería de estar descansando yo también, pero la verdad es que no tengo sueño. Dormiré por la noche, que es cuando seguro todos caemos rendidos.

JENNIFER


Desde el mismo momento en que miré sus ojos, supe que estaba enamorado de ella. Era una compañera más de la clase, habíamos intercambiado tres o cuatro palabras entre nosotros en medio año, pero nada más; era un sueño inalcanzable, al menos para un chico como yo, bajito para la media de los de mi edad, algo pecoso y, por añadidura, con unas gafas grandes que hacían mi rostro pequeño. A pesar de mi aspecto, no era ni mucho menos el típico perdedor o el rarito del colegio. Me llevaba bien con todos y cada uno de mis compañeros, en mayor o menor grado; nunca me metí en una pelea si podía evitarlo y, aún menos, las provocaba.

Jennifer era justo lo contrario a lo que yo era. Era una muchacha de quince años, con su melena hasta media espalda, de color castaño con mechas algo más claras siempre suelta, jamás domada por un coletero ni algo parecido. Sus ojos azules brillaban cada vez que sonreía y, cada vez que posaba su mirada cerca de donde yo estaba, un rubor me encendía el rostro. No era hermosa en el término estricto de la palabra, pero sí que era bonita, y eso bastaba para que todos los chicos, incluido yo, sintiéramos algo parecido al enamoramiento en aquellos jóvenes años.

Una tarde, al finalizar las clases en nuestro enorme colegio, los cielos descargaron una tormenta como hacía tiempo no se veía. Era primavera, y aquel día amaneció apacible y soleado; ni una sola nube turbó la bóveda celeste que se extendía sobre nuestras cabezas. Sin embargo, conforme iba avanzando el día, inmensos nubarrones ocultaron el apacible cielo y comenzaron a sucederse los truenos y los relámpagos en turnos cada vez menos espaciados. De manera conclusa, la lluvia comenzó a caer tímidamente primero , como un aguacero después.

sábado, 4 de mayo de 2013

NO SE ADMITEN PROPINAS


Lolo, alias “El brava” por sus amigos, alias “Semental” por autodenominación, paró en un Club en una carretera de tercera categoría. Su camión suspiró profundamente antes de detenerse y dejó escapar un bufido gaseoso. Aquella noche le apetecía arrimar cebolleta con alguna señorita de dudosa reputación, y aquel local con luces de neón en medio de ninguna parte era el lugar idóneo para establecer una relación de intercambio.

Cogió su raída y manchada cazadora y apeó sus casi ciento treinta kilos a tierra firme. Después de una ruta de casi cinco horas sin descanso (si la poli le paraba los pies y comprobaba los discos, se le podía caer el pelo), le apetecía dos cosas: Una jarra de cerveza y unas hermosas tetitas. En el aparcamiento solamente había una furgoneta blanca grande algo deslustrada. Seguramente sería del dueño del establecimiento. Por lo demás, parecía que iba a tener el local a su disposición. Escupió en el suelo y se ajustó como pudo la cazadora para entrar, adoptando al andar una pose que solo los de su calaña poseen.

Cuando abrió la puerta, una luz tenue de color azul y verde de baja intensidad le envolvió; nada de esa mierda roja que colocan en los locales de alterne de las carreteras con humo. La barra, situada enfrente de la puerta de la entrada, estaba en su parte izquierda ocupada por dos o tres mujeres fumando que hablaban entre ellas a un volumen más bien bajo. La música sonaba de una mini-cadena que había conocido mejores tiempo… así como la música que radiaba.

sábado, 27 de abril de 2013

CONVERSACIÓN CON LA MUERTE


Claudio llegó en coche al descampado. Era en ese punto donde iba a deshacerse del cuerpo. Estaba nervioso, por supuesto. La primera vez, sobre todo si no tienes intención de apretar el gatillo sino de asustar, da un poco de respeto. El afortunado que le había tocado el premio gordo era el profesor de baile de su mujer.

Hacía al menos un mes que lo sabía o, al menos, lo intuía. Hasta que finalmente, tras comprobar que su mujer se ocultaba tras la puerta del baño para hablar con el con el whatsapp, aquellas salidas esporádicas que hacía de diez minutos y algunas tardes que desaparecía por completo diciendo que iba con algunas amigas, hicieron que dejara de cruzarse de brazos.

Cuando vio furtivamente qué clase de conversaciones llevaba con su profesor de baile en el móvil, cuando descubrió que las salidas esporádicas eran para llamar desde una cabina para que no hubiera registros en su propio teléfono y cuando fue consciente de que aquellas tardes eran para retozar como animales en celo, decidió hacer algo al respecto.

jueves, 25 de abril de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 2)



El motor del coche ruge satisfecho mientras continúa con su ruta. La carretera es una línea gris interminable que se funde con el azul cielo y el verde horizonte a lo lejos. La conductora del vehículo no ha dejado de sonreír ni una sola vez desde que abandonó la gasolinera, contenta de cómo ha empezado el día. Lleva una gorra casi hasta las cejas que Salva, uno de los trabajadores, le ha dado. Sus ojos, ocultos por las gafas, miran hacia el hermoso paisaje que le queda por descubrir, imaginando en su mente el destino donde se encamina.

La brisa es suave, pero a aquellas velocidades el viento juguetea con los cabellos rizados de ella y pugna por arrebatarle la gorra del amigo que dejó atrás. María conduce y, mientras lo hace, exhala una gran bocanada de aire hasta que sus pulmones dicen basta. Al espirar, el viento gana la lucha para hacerse con la gorra y sale volando hacia atrás; María se lleva una mano a la cabeza y, con un gesto que le hace torcer los labios, frena poco a poco hasta situarse en el estrecho arcén, en el que cabe poco menos de medio coche.

jueves, 4 de abril de 2013

TE DEUM LAUDAMUS (Agente Del Caos) Cap. V Parte 2



El Kuei apareció a mi espalda de entre las sombras, con su eterno camisón y nubes vaporosas a su alrededor. Su pose era erguida y se dirigía hacia mí sin mover ni un ápice sus piernas. Levitaba a un palmo del suelo y, a un palmo de distancia de mi espalda, se detuvo. Sus ojos lechosos y sus dientes de tiburón dibujaron una sardónica sonrisa.

Me volví para recibirle, pero detrás de mi no había nadie. Si para eso había aparecido, podría haberse ahorrado el espectáculo; nuevamente me equivoqué, pues al mirar de nuevo al espejo me lo encontré cara a cara, sentado como un buda enloquecido sobre la encimera de mármol.

- ¿Qué guardas en tu mente, qué tan celosamente escondes a ojos mortales y mentes eternas?- preguntó.

- No tengo nada que ocultar, si te refieres a eso.- respondí con cara de póker. Sus truquitos de aparecer aquí o allá no lograron en el pasado sobresaltarme, mucho menos ahora.

- ¿Ignoras que uno de mis muchos poderes es leer lo que tus ojos luchan por no mostrarme? Mi vínculo contigo es fuerte, pues proviene de la muerte; solo tú puedes ayudarme a eludirla.

- Pensaba que ya estabas tieso y enterrado.- contesté intentando mirar al espejo.

TE DEUM LAUDAMUS (Agente Del Caos) Cap. V Parte 1



Una de las cosas que disfruto a placer es el cine; casi puedo afirmar con rotundidad que me trago cualquier cosa (sigo hablando de cine, para el que ande despistado) y, la mayoría de las veces, voy solo. En muy contadas ocasiones he ido con alguna muchacha con la que tonteaba y rarísima vez en grupo. Aparte, la nueva e interesante actividad que comencé a desarrollar hace un tiempo me ha transformado en alguien más taciturno y reservado de lo que ya era antes. No obstante, aún creo tener vida en mi interior y guardar algo de benevolencia en mi corazoncito a pesar de que esa “actividad” me haya llevado a cometer actos que ni por el forro antes de su conocimiento hubiera creído posible.

Así que ahora acudía al cine casi como terapia. Algunas veces conseguía aislar mis pensamientos durante una hora y media o dos y abstraerme en lo que estaba viendo en la pantalla. Pero otras no lo lograba; en esos momentos, abandonaba la butaca y salía de allá como alma que lleva el diablo, con paso ligero, intentando no parecer nervioso. Porque lo que sí era cierto es que ser un agente del caos empezaba a consumirme.

Un día fui a la sesión de tarde al cine con más salas de la Ciudad. No me apetecía hablar con nadie, mucho menos con un taquillero, así que un amable caballero que había por ahí me cedió su entrada. Bueno: la suya, la de su mujer y la de tres chavalines que corrían por ahí para desesperación del personal. Por supuesto, a mí me bastaba con una, así que las otras cuatro fueron a parar a la papelera. Pasé a ver una de dibujos animados. Y no sé si fue la algarabía que reinaba en la sala con tanto mocoso o, simplemente, que la película era mala de solemnidad; lo que sí que sé es que, después de mandar callar por tres veces casi consecutivas a los jodidos enanos que gritaban a sus padres que qué estaba pasando en la peli, decidí levantarme como quien va al baño y abandoné la sala dejando a todo Dios a su suerte.

sábado, 30 de marzo de 2013

TODA UNA VIDA


Dedicado a Sandra. Feliz cumpleaños, cariño mío. Te iubesc.

Teresa se despierta con una sequedad de boca espantosa. Como casi cada noche, sabe que su medicación surte ese efecto que le hace interrumpir sus horas de sueño. Se da la vuelta trabajosamente en la cama para coger el vaso que descansa apaciblemente sobre la mesita de noche, como cada noche desde que tiene edad para recordar, probablemente incluso antes de conocer a su marido, Mateo, que duerme plácidamente al otro lado de la cama.

Tarda casi un minuto en darse la vuelta y asir el vaso con un temblor apenas perceptible. A los casi ochenta años que tiene, se puede jactar de tener un pulso envidiable. Al cogerlo se da cuenta de que no tiene agua; claro… Antes de acostarse se bebió la que quedaba, pero estaba tan cansada que no tenía ganas de ir a la pequeña cocina de su hogar para llenarlo de nuevo. Se echó a la cama, pensando que tal vez dormiría como un angelito toda la noche. Y efectivamente; así durmió hasta ahora.

Dejó de nuevo el vaso en la mesilla y echó a un lado la sabana y la manta que cubrían su flaco cuerpo. Se calzó y, con el vaso de nuevo en la mano, fue a la cocina arrastrando los pies, intentando no hacer mucho ruido para no despertar a su marido. Tenía el oído muy fino y cualquier sonido, por leve que fuera, le desvelaba en cuestión de segundos.

Mientras iba a la cocina, sonrió. En casi cincuenta y cinco años de matrimonio, el jamás había necesitado levantarse para nada, ni siquiera para ir al baño a altas horas de la noche. En cuanto a ella, parecía una ave nocturna; cuando no tenía que levantarse para orinar, tenía que ir a la cocina a por agua, como este era el caso o incluso, aunque de manera excepcional, para picar algo y sentarse en la mesa mientras leía cualquier cosa: desde un periódico de hacía dos días hasta una revista de cualquier temática o, incluso, un libro de esos que le gustaban a él del oeste, manoseado de tanto uso.

viernes, 29 de marzo de 2013

A LA DERIVA


Aquí estoy, en una balsa mecida por el tranquilo oleaje del océano. Por supuesto, no voy a lamentar en absoluto las razones por las que, en mi existencia, he llegado a este estado. Digamos que ha sido así, y punto.

Llevo viajando, aunque más bien debería de decir a la deriva, innumerables días, quizás incluso hasta años. Junto a mí, siempre cerca, tengo una caja; un cofre, podríamos decir. Nunca lo abro hasta que se pone el sol por miedo a dañar lo que hay dentro. Me es muy preciado y, por supuesto, lo que contiene no es mío, si no de otros.

Olvidad que soy un pirata, por favor. Eso está muy trillado; la idea clásica de que el pirata sobrevive a un motín y hunde el barco con su tripulación para escapar en una balsa con su oro no me pega en absoluto; pero sí que es cierto que dentro de mi pequeño cofre,  hay un tesoro inimaginable que me convierte en el ser más rico del mundo.

Por supuesto, ni que decir tiene que la posesión de tan inigualable riqueza me ha convertido en alguien taciturno, alejado siempre de los demás y muy, muy celoso de su valija. Soy alguien que se toma lo suyo muy en serio.

jueves, 28 de marzo de 2013

REGALOS


El hombre de aspecto e indumentaria precaria se acercó al mostrador. Parecía perdido o indeciso; tal vez las dos cosas. Esperó paciente a que un dependiente se aproximara hacia donde él estaba situado.

- ¿Puedo ayudarle en algo, caballero?- preguntó solícito el joven empleado.

- Si; es decir… estoy buscando un regalo. Algo para mi sobrina.- titubeó aquel hombre.

- Entiendo. ¿Podría decirme la edad de su sobrina, para encontrar algo acorde?

- Dieciséis años recién cumplidos, señor.- contestó.

El dependiente le preguntó de nuevo si prefería algo para el ocio o si quería algo más funcional. El hombre dijo que no estaba seguro. Finalmente, tras unos diez minutos de incertidumbre, aquel cliente encontró lo que buscaba. Pagó al contado y se marchó con un paquete bajo el brazo.  Sin más, abandonó los grandes almacenes. El empleado le observó perderse entre la gente.
  
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martes, 12 de marzo de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 1)



El asfalto caliente brilla por acción del sol. Las nubes recorren el cielo parsimoniosamente. Corrientes suaves de aire mecen la vegetación salvaje que crece a duras penas en el borde de la carretera. La vía es de dos carriles, cada uno en un sentido. Se trata de una carretera secundaria, poco transitada y con las líneas blancas casi borradas de su superficie. A lo lejos, los montes que se divisan por el horizonte parecen inalcanzables.

Un coche pasa corriendo; respeta el límite de velocidad, sobre unos ochenta kilómetros por hora. El ruido del motor, un ronroneo suave y continuado llena de sonido el paisaje por el que corre. El sol manda sus rayos sobre la carrocería del coche, la cual despide un fulgor rojizo que se mezcla con el dorado de los campos de trigo a ambos lados de la carretera. Las malas hierbas al borde de la vía se inclinan ante su paso como si fuera un heredero al trono de algún exótico país.

María conduce ese coche. Es una hermosa joven de no más de veinticinco años. La velocidad juega con su largo, moreno y rizado pelo, pero no consigue deshacerle ni uno solo de aquellos tirabuzones que la herencia de su difunto padre le dio. En su rostro se ha dibujado una sonrisa plena, llena de esperanzas ante su recorrido y vacía de inquietudes.

EN EL BOSQUE DE LOS VIENTOS


Su fama de aventurero no tenía parangón. Se había adentrado en las selvas más insondables, había recorrido los ríos más peligrosos y no había tenido problema alguno en hacer frente a las cumbres más escarpadas. Nadie sabía si aquellas gestas las hacía por la búsqueda de nuevos retos progresivamente más difíciles, por superación personal o vanidad ante el resto de los mortales.

Cualquiera de las tres opciones le habían conducido, finalmente, ante el Bosque de los vientos, en una zona rural que, francamente, no poseía ningún atractivo. El Bosque de los vientos era una zona plagada de árboles, suelo poblado de fresca hierba y algún claro de tierra aislado entre tanto verdor. Pero poseía una peculiaridad: nadie se había adentrado jamás en el Bosque de los vientos. Cuantiosas leyendas de los habitantes de pueblos colindantes contaban que, los que habían osado adentrarse en su interior, jamás salían. Se recordaba especialmente un caso, hacía ya mucho tiempo, en la que se organizó una batida para encontrar a un muchacho extraviado de una villa cercana y los componentes de aquel desafortunado grupo desapareció como un jirón de niebla.

Pero para Álvaro, pues así se llamaba el aventurero, no existía la palabra miedo en su diccionario personal. Aquellas historias las consideraba falaces y, a esas alturas del siglo veintiuno, supercherías sin ningún tipo de fundamento. Había anunciado ya su intención de adentrarse en aquel bosque; el día de la hazaña, una multitud de curiosos y de admiradores, por no hablar de medios de comunicación, perturbaron por un momento la paz de aquellos pueblos que sitiaban el Bosque de los vientos. Álvaro aseguró que volvería, por supuesto que sí, y que tenía previsto cruzar el bosque pasando, al menos, dos noches en él. Sabía que el bosque tenía un diámetro de aproximadamente treinta kilómetros, lo cual podría hacerlo en un día a buena marcha; sin embargo, prefirió quedarse más tiempo y sepultar aquella leyenda antediluviana en el olvido.

lunes, 4 de febrero de 2013

LA REDENCIÓN DE McALLEN


McAllen se ha pasado desde los once años, edad en la que cometió su primer atraco a mano armada, huyendo de la bofia. La protección que le suministró la familia O’Leary fue más que suficiente para que dejaran de pisarle los talones y disfrutar de un más que confortable status dentro del mundo mafioso en el que empezó a moverse. Por supuesto, era un joven bastante obediente, leal y muy servicial. Nunca tuvo una mala palabra o una acción que indicase que él, en el momento de “las operaciones”, tal como las llamaba el Don, era el que estaba al mando. Al contrario, permitía que otros decidieran que era lo que había que hacer; eso sí, siempre bajo mando de Mr. Ryan O’Leary, el patriarca de la familia.

Durante cerca de treinta y cinco años había servido a O’Leary, en conclusión, con grandísima diligencia. Pero, sin embargo, ahora tiene otras preocupaciones. Y es que, aparte de huir de la policía en sus años mozos, se ha visto de nuevo envuelto en una huida más extraña aún si cabe: sus propias víctimas le persiguen de manera implacable. Da lo mismo si está comiendo en un restaurante, si sale a dar un paseo en coche o a punto de irse a dormir. Los espíritus de sus víctimas, cruelmente asesinadas, siempre están allí… y no parecen tener intención de cejar en su empeño de hacer de su vida un infierno.

McAllen sin embargo no se arrepiente en absoluto de lo que hizo, ya que todo fue ordenado por el Don, y es solo ante él cuando rinde cuentas. Así pues, comenzó a volverse taciturno, solitario y, en ocasiones, hasta paranoico. Empezó a ir más asiduamente a la iglesia de lo que ya acudía, pero todo era en vano. Por supuesto, no se atrevía a hablar de esto con nadie, ni siquiera con los más allegados, pues le tacharían de loco a la primera de cambio.

AMIGAS PARA SIEMPRE (Agente Del Caos) Cap. IV Parte 2



Encontré una maravillosa furgoneta de amplio espacio en la parte trasera que me servía para acomodar a cada una de ellas. Abrí la puerta gracias a mis amplios conocimientos de cerrajería e hice un empalme con los cables del arranque. Miré a ambos lados, asegurándome de no ser visto, y arranqué hasta llegar a mi destino.

Tardé aproximadamente unos diez minutos en aparcar; lo hice en el sitio menos iluminado posible de la casa de la esquina. Y allá esperé hasta que fuera de noche. Pasadas un par de horas, en las que me baje en tres ocasiones a fumar, pues no quería joder la tapicería de la furgona, manías que uno tiene, el reloj marcó las nueve y media. Supongo que las nenas habrían hasta cenado, así que empezaría por la casa que estaba en la esquina.

Salté la pequeña valla con agilidad felina y atravesé el césped medio agachado. Había luces en la casa, tanto en la planta de arriba como en la baja. Posiblemente ella estaría a punto de irse a dormir. Aún no sabía de quien se trataba, pero cariño, vas a ser la primera afortunada de esta noche. Fui hacia el muro y, juro que aunque parezca una casualidad increíble, me encontré, mientras buscaba algún asidero para subir, una escalera de metal apoyada contra la fachada contigua. No perdí más tiempo del necesario y subí por esa escalera hacia la segunda planta; hice pie en el tejado para comprobar si era sólido. Como me pareció bastante estable, procedí a avanzar a cuatro patas lo más agachado que pude hacia la ventana.

AMIGAS PARA SIEMPRE (Agente Del Caos) Cap. IV Parte 1



Nunca me ha gustado recibir órdenes, lo confieso. Es algo que me saca de quicio, porque no deja lugar alguno para la interpretación individual. Esto mismo me pasa en mi trabajo, como cocinero… me parece bien que te indiquen unas pautas a seguir, como es lógico; pero, a medida, que se coge experiencia, una de las cosas que no aguanto es que siempre tenga un ojo detrás de mi que me vigile constantemente para ver qué tal hago las cosas.

Estas últimas semanas habían sido muy prometedoras. El poder que me había sido otorgado vino conjuntamente con unas “lecciones” de contención por parte de Jia Li. No es que nos pusiéramos a hacer Tai Chi en el jardín de algún aburrido multimillonario, pero sí que es cierto que aprendí bastante de sus enseñanzas, sobre todo en lo que se refiere al control de mi precioso cuchillo y la canalización de mi poder a través de él. No en vano brillaba mi mano cada vez que lo empuñaba. Hubiera sido estúpido de creer que solo era un tuneado para que la palma me luciera bonita.

Tardamos un par de meses… miento; en realidad fue aproximadamente cuatro… aunque quizás rozáramos el medio año. La cuestión es que aprendí a manejar aquella arma mortal mucho mejor de lo que hubiera supuesto; y sin pagar ni un chavo ni medio, lo cual no es poco, dada la desaceleración económica que sufrimos hoy en día. Y tampoco es que me guste demasiado alardear de mí mismo como si fuera Dios sabe qué en Dios sabe dónde, pero la verdad es que Jia Li estaba satisfecha con los avances de su preclaro alumno.

jueves, 31 de enero de 2013

LAS MÁSCARAS DE ATTIS


Adrastos entró sigilosamente al teatro sin que nadie consiguiera verle. Hacía dos semanas que había llegado el carromato del viejo Attis a Delfos para representar obras durante las fiestas Dionisíacas. Al menos una docena de actores habían llegado con Attis y el coral de unas cincuenta personas se preparaba para la representación, entre los que se encontraba un amigo de Adrastos, Eudor.

Eudor le dijo en su momento, cuando las noticias habían corrido por la ciudad como una epidemia al saber que Attis se detendría allá, que el carromato del susodicho estaba repleto de máscaras, vestuario y objetos de diverso material. Adrastos, que tenía una fecunda imaginación, se imaginaba aquello con todo lujo de detalles. Nunca vio una obra de teatro de semejantes características y ansiaba acudir al teatro y observar a cada uno de los actores.

Pero lo que más codiciaba por encima de todo, era el poseer una de aquellas máscaras del carromato de Attis, pues quería mostrarle a Efterpi, la muchacha por la que suspiraba, de lo que era capaz de hacer por ella. Al enterarse de que Attis llegaría a Delfos, le pidió poder contemplar sus obras. Pero Adrastos tenía mejores planes; en vez de ir a contemplar las máscaras, le llevaría una. Así pues, acudió al teatro para hacerse con aquello que codiciaba.