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miércoles, 31 de octubre de 2012

COMPAÑERO DE PISO (Agente Del Caos) Cap. II (Parte 1)



Si aquel día llegó tarde a su piso, fue porque era época de exámenes. Y, claro está, los exámenes traen de cabeza a todo buen estudiante; casi, casi, hasta el punto de perder la noción del tiempo. Pero es que Ricardo era más que un buen estudiante. Se le veía en la cara. Y no solo eso: también dedicaba el tiempo en ayudar a sus compañeros de curso en clases de apoyo, salía con los tres que compartía piso a tomar algo, a bailar o, simplemente, a echar un café, de vez en cuando llamaba a sus padres para decirles lo bien que le iba en su aventura estudiantil… Era el típico chico modelo, el joven por el que tanta mujer suspira; el príncipe azul por antonomasia.

Con ese maravilloso comportamiento, hasta yo mismo me hubiera enamorado de él; en serio. Ricardo era el no va más de su clase, de su piso y de su familia. Solo que… tenía un pequeño secreto; un secretito sin importancia… Le encantaba, por alguna razón, coleccionar ropa interior femenina. Y no hay que pensar precisamente en ropa que coges de unos grandes almacenes o de una tienda perdida en un barrio cualquiera, no… Digamos que le gustaba quitar la ropa interior… de sus victimas. Disfrutaba con ello; era un estudiante simpático de cara a los demás, pero un degenerado en su fuero interno. Una persona que no te haría cruzar la acera por su mal aspecto; te haría salir corriendo gritando como un poseso.

Pues ese era nuestro querido estudiante. Un sádico asesino (en ocasiones, violador), que mantenía a la policía en jaque. Nadie sospechaba nunca nada de él. A nadie le dio por pensar que una persona tan adulta de pensamiento y con acciones tan benevolentes hacia los demás, pudiera ser el malnacido que cometía esas fechorías. Ya iban cinco las chicas asesinadas. Los detalles de tales actos los reservo por ser tan escabrosos. Pero sí os diré una cosa. Nadie disfrutó tanto como yo cuando le encontraron. Esto, y no lo que dicen los periódicos, fue lo que ocurrió:

Había cambiado el turno en el trabajo para que me lo pasaran por la mañana. Mi jefe, como siempre, arguyó que no es legal que salga de trabajar tan tarde y entre a trabajar temprano, pero para mi jefe solo era legal si era un favor a un tercero; por norma general, si la legalidad entraba en contra de sus intereses, como en este caso, pues que le den por el saco a la legalidad… Yo le hacía un favor, y el me hacía a mi otro. El caso es que había quedado con cierta muchacha que conocí en un restaurante, mientras comía el fin de semana pasado. Bueno, miento; en realidad era la camarera de ese restaurante. No era la primera vez que nos veíamos, solo que siempre lo hacíamos yo en calidad de cliente, y ella en calidad de trabajadora. Así que decidimos que ya era hora de que acabáramos de vernos así y pasáramos a otro tipo de contacto.

Ella libraba por las tardes y yo trabajaba esa zona horaria, así que pedí libre ese día por la tarde y me fui a esperarla a una terraza que había justo enfrente; mientras aguardaba, tomé un café. En esta Ciudad, otra cosa no, pero lo que son cafeterías y restaurantes…. que no falten. En fin, estaba mirando el reloj para ver la hora que era y justo cuando levanté la vista, allá estaba ella. Venía hacia mí de un modo que… hay que comprender que siempre la había visto de uniforme, y verla vestida como iba… su vestido era recatado, pero dejaba ver sus increíbles formas. No sé que se pararía antes, si el reloj o mi corazón, pero el esfuerzo que tuve que hacer para no desencajar la mandíbula fue mayúsculo.
Se acercó a mi moviendo esas caderas de forma que las féminas, sin darse cuenta, balancean a la vista del hombre. Y, mientras se acercaba, me dirigió una mirada y una sonrisa que casi me hizo ponerme de rodillas y dar gracias a Dios por ser mamífero. Se sentó enfrente de mi, puso su bolso encima de sus piernas, una mano encima de la mesa y la otra debajo de su barbilla, con el codo en la superficie de metal, sin dejar de sonreír.

- Hoooooola.- me saludó. Yo estaba absorto, pero reaccioné una milésima de segundo antes de parecer un idiota.

- Buenas tardes, mi camarera favorita.- le dije.- Supongo que ahora me toca pedir a otra persona que no seas tu.

El camarero llego cinco segundos después de que se sentara; también había visto a mi acompañante, y le dirigió una amable mirada mientras a mi seguramente me maldecía mentalmente.

- Pues… creo que voy a pedir un café con Baileys. Pero que no sea en vaso de cortado por favor; prefiero un tubo.- El camarero se dirigió a mi, pero yo aún tenía el café que, por cierto, ya debería de estar frío. Le dije que no quería nada. Se largó.- Bueno, bueno; pues aquí estamos…

Interesante manera de empezar una conversación. Todavía no nos sabíamos los nombres, así que sería una descortesía empezar a hablar sin saber con quién estás hablando.

- Me llamo Helena, con H, como la de Troya.- me dijo. Yo le dije el mío.- Supongo que, al final, era lógico que nos acabáramos conociendo.

- Pues sí, para que nos vamos a engañar. En tu restaurante sirven bien a los clientes; y no solo eso, la comida es bastante buena.

- ¿Eres crítico gastronómico?

- No, pero trabajo de cocinero en un restaurante, unas tres calles de aquí. No te hablaría del servicio si no supiera de que hablo…

- Bueno, eso me gusta; las conversaciones para romper el hielo a veces son muy banales.

- En este caso, no; podríamos hablar de hostelería pero has salido de trabajar y, además, eso es algo que ya sabemos los dos. Prefiero que me hables de ti.

- ¿Y no habrá conversación acerca de ti para saber con quien he salido?

- Bueno; cada pregunta requiere una respuesta, y eso va para los dos. Sería injusto que yo te conociera y tu a mi no, ¿no te parece?

Volvió a sonreírme mientras me miraba con curiosidad. No parecía la típica mujer retraída. Era más bien algo lanzada, pero sin llegar a la insinuación. En otras palabras, tenía tacto para tratar con el sexo masculino y no se dejaba impresionar demasiado. Un partido difícil, como solían decir mis amigos. El camarero llegó con su bebida y ella retiró sus manos para llevarlas al bolso. Dejó que sirviera y luego dio un pequeño trago a su bebida mientras me analizaba con sus ojos castaños claros. Prosiguió la conversación.

Estuvimos cerca de una hora y media en aquel sitio hablando primero de cosas tales como gustos, música, cine, por dónde salíamos, que hacíamos en nuestros ratos libres… Conversaciones normales para situaciones normales. Tras esa preliminar, nos levantamos, pagué la cuenta ( en aquella hora y media habíamos consumido media Colombia en café y licor de café con hielo), y nos fuimos a pasear.

La tarde era buena y el aire soplaba apaciblemente, con un sol que dibujaba nuestras sombras cada vez más alargadas. En aquel paseo averigüé que no era de la Ciudad, si no de las afueras. Venía de un pueblo bastante pequeño del que no había oído hablar nunca y que, ya desde pequeña, tenía el don innato de la curiosidad. No salió del pueblo a la ciudad para ser actriz, como en el sueño americano, pero si para granjearse un futuro, si no próspero, al menos prometedor. Estudiaba en el universidad y hacía la carrera de psiquiatría (que, por cierto, le venía como anillo al dedo). Me contó que no tenía pensado ejercer, aunque le serviría como una buena base para conocer a las personas y ayudarlas de manera casi samaritana.

Por todo lo que me contó, no me vi yo muy a la altura de las circunstancias. Yo solamente trabajaba como cocinero, salía cuando podía y cuando tenia ganas, a veces me iba los fines de semana con amigos a otros sitios fuera de aquí y lo que más me gustaba era leer piezas sueltas de filosofía acompañado de un poco de chocolate; eso me tumbaba enseguida.

Aún así, me pareció interesante iniciar una relación con semejante mujer. Yo le dejaba hablar y, a veces, cuando me preguntaba, me metía en la conversación; es que, lo que verdaderamente me gustaba era oírla argumentar acerca de todo lo que había hecho, lo que había estudiado, etc… Así pasamos hasta cerca de las ocho, momento en el cual nos tuvimos que despedir. Sin embargo, tras despedirnos con los dos besos de rigor, di media vuelta y le dije que si vivía lejos. Me dijo que vivía en un piso alquilado ella sola, cerca de la facultad. Le pregunte que si quería, podría acompañarla. Y ella no dijo que no. Así que fui con ella hasta su piso y, mientras caminábamos me cogió del brazo. Yo la miré con cierta sorpresa y su contestación fue de nuevo otra sonrisa.

Anduvimos una media hora, a ratos en silencio, a ratos dialogando y, cuando llegamos a su piso, me indicó que vivía allá. Así que, como buen caballero que soy, le volví a dar otros dos besos, le dije que me había encantado estar con ella, y que esperaba volver a verla de nuevo. Por el contrario, ella no me dijo nada; solo se despidió con un buenas noches y abrió la puerta de su casa. Yo me estaba alejando cuando oí que me llamaba y miré hacia ella.

- A mí también me ha gustado estar contigo. Espero volverte a ver… pero así, no como camarera y cliente.- me dijo. Luego besó la palma y me lanzó su beso. Desapareció tras el portal. Yo me quedé allá como un idiota saludando a nadie en particular y luego, con una sonrisa, fui hacia casa.

La verdad es que algo lejos de mi vivía, pero bueno; me gustaba caminar y eso es precisamente lo que necesitaba ahora; un paseo para seguir encantado, como en los cuentos de hadas. Llegué a un parque cuya iluminación era buena y me dispuse a cruzarlo. Quería rodear un poco más antes de llegar a casa. Cuando pasé cerca de un banco, una voz me sobresaltó de repente.

- Menuda chica guapa te has endiñado, galán.- me dijo la voz.

Mi mano voló rápido al costado, donde tengo siempre a punto en cuchillo, pero me di cuenta de que solo era un pobre borracho. Se levantó del banco de manera bastante penosa y el aspecto que tenía era verdaderamente desastroso.

- ¿Y usted como sabe con quién he ido?- pregunté.

- Porque tengo ojos… y veo.- esto último lo dijo como veoooooooooh y, si hubiera estado más cerca, me habría tumbado su aliento.

- Bueno; está bien que vea. Pero no creo que esté bien seguir a la gente, amigo. Podrían tomarla con usted.

- ¿Tienes un cigarro?- me preguntó como si no le hubiera dicho nada.

Saqué el paquete de tabaco y se lo tendí; es curioso, no suelo fumar, pero siempre llevo el paquete encima. Cuando me piden tabaco, siempre suelo dar, aunque evito a los gorrones. El borracho lo cogió y yo le acerqué una cerilla. Prendió enseguida y me invitó a que me sentara. Le dije que estaba bien de pie, gracias.

- De modo que la has dejado en casa y ahora vas de paseo. Estás esperando a que se te baje la hinchazón de los pantalones?- y rió mientras tosía como un tuberculoso.

- Oiga; si lo que quiere es reírse de mi, pueden darle por el culo, ¿entiende?

- Tranquilo, hijo, tranquilo. No me quiero reír de ti. Solo quería un cigarrillo. Bueno… eso, y decirte que soy tus ojos en la Ciudad.

- ¿Perdón, como dice?- estaba absorto; no creí oír bien.

- Sé quien eres, hijo. Se lo de la maaaaarca. Pero tranquilo, al igual que tu, estoy aquí para servir. Y Jia Li me ha dicho que sirvo bien.- Enmudecí de repente. Dejé que el borracho continuara.- Me dijo que tengo que ayudarte. El camino del equilibrio no es muy fácil, ni mucho menos estable. Hay algo que está jodiendo el equilibrio, ¿entiendes?

Entonces si que me acerqué. Incluso me senté mientras veía a aquel pobre hombre envejecido dar caladas al cigarro, cigarro que se iba consumiendo como su misma vida. Esperé paciente a que cesara la tos espasmódica de aquel hombre y continuara hablando.

- Todavía no sabes bien que hacer, y eso es bueno, porque todos empiezan perdidos. Pero ya aprenderás. Cuanto más tiempo lleves con esto, mas te darás cuenta de las cosas tan increíbles que hay por ahí, y las cosas tan increíbles que puedes hacer. Pero oye… escucha;- me hizo señas para que me acercara.- en esta ciudad hay alguien que no conoces, del que nadie sabe nada, y guarda un terrible secreto. Esa persona está haciendo mas bien que mal y tiene que ser ajusticiada. Tienes que encontrarle. La vieja Zhi siente que es un mal en potencia, y hay que arrojarlo al abismo.

Ni siquiera me molesté en preguntar como sabía todo eso; desde que me pasó todo esto hay cosas que necesariamente tengo que dar por sentadas. El borracho siguió hablando.

- El Kuei anhela llevarse su alma para cambiarla por la suya. Te estará esperando cuando llegues. Ve donde os encontrasteis la primera vez y habla con él. Te dirá lo necesario para encontrar esa alma.

Cuando acabó de hablar, dejo caer el cigarro de su mano al suelo y se sumió en un estupor. La verdad es que se quedó dormido en el sitio.

Un ronquido me bastó para convencerme de que así era. Me levanté, y seguí andando hasta casa. Cuando llegué, entré despacio y fui, sin encender la luz ni nada a la habitación donde vi al Kuei. Ni rastro de él. Me senté en una silla del dormitorio esperando, y luego pasé a la cama. Y, allá sentado, me dormí.

Soñé con una casa medio construida, y soñé con la camarera de esa tarde. Y soñé que me señalaba algo, hacia dentro del edificio pero, al entrar, no se veía nada; había una niebla muy densa entre las desnudas columnas de hormigón. Una niebla que parecía tener vida propia. Y oía gritos; notaba a Helena cerca de mi, pero cuando giré la cabeza, le vi echada, con el vestido rasgado hasta el pecho; no tenía ropa interior. El cuerpo estaba amoratado de los golpes que alguien le había propinado con una barra de hierro. Le habían destrozado la cabeza y los sesos estaban desparramados por el suelo. Le habían atado las muñecas con una cuerdas de nudo gordo. Y lo que no podía dejar de mirar era un pañuelo que llevaba a modo de mordaza en la boca, una boca transformada en un grito de horror y dolor absolutos. Y tras la niebla apareció alguien, una forma borrosa que contemplaba su obra… y me vigilaba a mí. Y cuando me di la vuelta me di cuenta de que era una niña de unos diez años que me sonreía con aquellos dientes de tiburón.

Me desperté de un sobresalto y creí haber gritado, porque mi mano me tapaba la boca. Mis ojos eran dos platos blancos en medio de la oscuridad que se filtraba por la ventana, y mi respiración era una serie de jadeos desacompasados. El corazón me retumbaba con fuerza en el pecho, y tarde un minuto o dos en recuperarme. Al girar la cabeza, lo vi.

Estaba sentado a un palmo del suelo, con el mismo camisón que le vi por vez primera y las manos entrelazadas en su regazo. Me miraba con esos ojos desprovistos de vida y la boca entreabierta, sin ninguna sonrisa. Me incorporé en la cama, y me senté frete ella. El Kuei había venido por fin.

- Lástima estropear una tarde tan encantadora con un sueño tan primario…- comentó en tono serio.- He venido para cobrar el alma que se me debe. Un asesino a cambio de una ánima atormentada.

- Yo también me alegro de verte.- dije mientras intentaba enfocar mejor a aquel fantasma.

- ¿Comprendes ahora tu misión?

- A grandes rasgos; lástima que nunca leo la letra pequeña de lo que se me da.

- Tu sensibilidad crece al paso del tiempo. Pronto no te harán falta ojos en la calle ni consejos en la oscuridad. Aprenderás a guiarte por ti mismo, y harás caso a tu instinto más que a ninguna otra cosa. Y debes de encontrar a esa persona que mata para ocupar mi lugar.

- Querrás decir tu lugar en el abismo, ¿no?

Sonrió mostrándome sus hermosos dientes afilados. Pero no se movió ni un ápice. Seguía allí flotando como si nada.

- Está bien; ¿cómo empiezo a buscar?

- ¿De que te sirve soñar si no has visto nada?- preguntó el Kuei.- Ni siquiera fuiste capaz de entender que mataste a un hombre en sueños…

- Vamos; no me lo estás poniendo nada fácil.- le dije sonriendo a mi vez.- No está bien plantear acertijos a la ligera. Eso acaba cansando. Si lo que quieres es que lo averigüe por mí mismo, entonces genial, no tengo problema, pero para eso necesito tiempo. Y no es que disponga de mucho…

- El doppelganger es la solución, idiota; así serás partícipe de la bilocación. En dos sitios a la vez.

- ¿Doppel qué?- pregunté extrañado.

- Consígueme esa alma para que pueda volver a ti como espíritu y no como Kuei.- esto lo dijo verdaderamente enfadado y, tal como lo dijo, desapareció.

No estaba muy familiarizado con el tema fantasmal todavía, y me imaginaba que en este mundo se ven cosas así día si día también, pero realmente tenía que acostumbrarme a todo esto si era, como me dijeron, para siempre… o hasta que me maten. Le llamé un par de veces, pero ni se dignó en aparecer. Estuve así tres minutos, y luego decidí irme a la cama, a la mía de verdad y dormir mientras meditaba mi siguiente paso. Y, mientras me dormía, pensé en hacer una visita de nuevo a la tienda de mi querida Jia Li.

A las nueve de la mañana estaba frente a la tienda que ocultaba el Domus Animae de la anciana Zhi; esta vez no me fue difícil dar con ella, puesto que no hacía ni un mes que la había visto por primera vez. Entré y allá estaba el tendero que me miró primero detenidamente; a un saludo de cabeza mío, el hizo lo propio y volvió a sus asuntos. Yo fui hacia la trastienda, donde estaba uno de esos gorilas que la custodiaban, y me dejó pasar. Jia Li parecía estar esperándome, embutida en un traje rojo oriental. Estaba sentada en su asiento entre las tinieblas; si se alegró de verme o no, es algo que no supe, pues esa mujer tenía un escudo alrededor de su alma. Levantó su mano y su marca refulgió por unos instantes; correspondí a su saludo y en mi palma se dibujo ese signo extraño.

- Viste a Kuei ayer.- no era una pregunta.

- Así es; y estaba bastante cabreado. Me dijo que debería de ponerme a buscar el alma que le sustituiría en el abismo, y me dijo algo de un fenómeno llamado…

- ¿Te habló de la bilocación?- me interrumpió. Esta vez sí que fue una pregunta.

- Si… así es. Todo esto me suena a chino… uy, perdón, pero ya me entiendes. No sé como pretende que busque si encima tengo que seguir con mi vida…

- Nadie te ha dicho que debas perder tu vida anterior. Para eso existen los doppelganger.

- Bueno; aquí parece que todo el mundo se entera de esto menos yo. Explícate.

- Un doppelganger es un ser que toma tu propia identidad, y que por lo general es malévolo. Sin embargo, estas fantasías se han sustituido por algo más cercano a la realidad. Un doppelganger puede ser cualquiera. Así será posible que estés en dos sitios a la vez.

- ¿Y que es lo más cercano a la realidad?- pregunté curioso.

- Lo más cercano a la realidad es que cualquiera, repito, puede ser tú.

Lo siguiente que me explicó, me pareció casi de fantasía. Según ella, una persona podría adoptar el comportamiento de otra persona si caía bajo influjo de la segunda. Y no solo eso; adoptaría incluso su propia identidad física. El método, por sí mismo, era bastante sencillo.

Bastaba con hacerle caer en hipnosis y “transferir” tu propio yo, como si fuera una fotocopia. Para acabar el proceso, era suficiente con situar a las dos personas frente a un espejo. El espejo se quebraba y la persona afectada recuperaba su yo, aunque en principio estaría como aletargada. Después de las oportunas explicaciones, nos prestamos a llevarlo a cabo. Uno de los chinos que custodiaban la puerta entro por mandato de Jia Li y empezó en conjuro.

Casi no recuerdo nada de eso; solo diré que, cuando vi al chino, era idéntico a mi. Él, según me dijo Jia Li, me suplantaría en mis quehaceres diarios mientras yo daba con aquella alma que el Kuei anhelaba.

-Y, ¿va en serio que esto funciona?- pregunté con cierta reserva… aunque, para ser del todo sincero, la verdad es que era un mar de dudas lo que pasaba por mi cabeza.

- Tú preocúpate solo de tu búsqueda. Lo demás déjalo en manos del doble.- contestó Jia Li, casi se diría que de manera impaciente.

Salí de Domus Animae sin tener ni pajolera idea de por donde empezar. Quizás revisando la prensa me enterara de algo, así que fui a un kiosco de la calle y cogí el primer diario que vi, ávido de encontrar alguna pista que me condujera de A a B. El dueño del establecimiento hizo ademán para obligarme a pagar el periódico, pero le dije que solo estaba ojeándolo. Tras eso, volvió a su asiento como malhumorado y yo, que nunca he sido de pagar religiosamente las noticias en papel que puedo ver por la televisión, me llevé el diario bajo el brazo. Quizás una leída más detenida en un banco, ayudaría en mi búsqueda.

Lo último que decían las casi dos páginas del periódico acerca de un caso de violación y asesinato de una estudiante de 17 años de último curso de bachiller, no es que aportara gran cosa. Según decía el periodista, la chica había dejado su grupo de estudio para volver a su casa, que compartía con dos chicas más. Cada una de ellas tenía horario distinto, una de ellas era enfermera en el hospital central de la Ciudad y la otra era estudiante de segundo de carrera. O séase, la víctima era la menor de las tres. Según la describían sus compañeras, de forma muy escueta, es que era una chica trabajadora en casa, una estudiante del montón pero muy aplicada en sus métodos de estudios. Decía así mismo que la vivienda estaba situada cerca del instituto donde ella cursaba su ultimo año de bachillerato. Un pequeño apunte, acerca de ella. Había dejado a su novio hace cosa de un mes. Era un pirado que trabajaba de mecánico en un taller y que ahora mismo estaba bajo sospecha de asesinato. Había prestado declaración, pero aun seguía trabajando. La foto del chico salía con una cazadora encima de la cabeza, pero el avispado periodista había congelado también en la foto el nombre de la calle. Me pasaría por allá, para ver si había algún taller.

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