El motor del coche ruge satisfecho mientras continúa con su ruta. La
carretera es una línea gris interminable que se funde con el azul cielo y el
verde horizonte a lo lejos. La conductora del vehículo no ha dejado de sonreír
ni una sola vez desde que abandonó la gasolinera, contenta de cómo ha empezado
el día. Lleva una gorra casi hasta las cejas que Salva, uno de los
trabajadores, le ha dado. Sus ojos, ocultos por las gafas, miran hacia el
hermoso paisaje que le queda por descubrir, imaginando en su mente el destino
donde se encamina.
La brisa es suave, pero a aquellas velocidades el viento juguetea con
los cabellos rizados de ella y pugna por arrebatarle la gorra del amigo que
dejó atrás. María conduce y, mientras lo hace, exhala una gran bocanada de aire
hasta que sus pulmones dicen basta. Al espirar, el viento gana la lucha para
hacerse con la gorra y sale volando hacia atrás; María se lleva una mano a la
cabeza y, con un gesto que le hace torcer los labios, frena poco a poco hasta
situarse en el estrecho arcén, en el que cabe poco menos de medio coche.
Detiene el contacto y mira hacia atrás mientras abre la puerta. Sabe
que la gorra ha volado a unos doscientos metros como mucho, pero no la
vislumbra en la carretera. Se quita las gafas y, con rostro conforme, va hacia
donde supuestamente debería de estar su regalo. Sin embargo, al llegar, no lo
encuentra. Mira en el borde, entre las hierbas, va hacia el borde contrario, se
adentra en un pequeño cañizal, pero su búsqueda es infructuosa.
Chasquea la lengua varias veces mientras masculla por lo bajo y su
ceño empieza a fruncirse cada vez más. Después de perder más de diez minutos
buscando la gorra, y justo al momento de darse por vencida, oye un sonido en el
otro margen de la carretera. No es la brisa que mece las altas hierbas de los
prados cercanos. Es un movimiento como de alguien que se desplaza entre ellas.
Se yergue y todo atisbo de enfado desaparece para dar paso a una mirada
curiosa. Sale del cañizal y descubre su posición en el arcén. Allá ve que,
efectivamente, las hierbas altas se mueven progresivamente hacia ella. Espera
con una mano apoyada en la cadera; y entonces sale la criatura misteriosa.
Es un perro: Un perro blanco, de manchas color café, orejas enormes y
patas cortas. Un basset hound
corriente y moliente. Pero tiene algo que le llama la atención a María al
instante. Lleva en su boca la gorra por la visera. El perro se detiene en el
arcén contrario donde está ella y se sienta, sin apartar su vista ni un
instante de aquella humana que le empieza a mirar con una sonrisa.
- Holaaaaaa, perrito bonito…-
dice María apoyando sus manos en las rodillas.- Así que has encontrado mi gorra
tú, ¿eeeeeh? Supongo que no te importará dármela, ¿verdad?
El perro ni se inmutó; seguía con su mirada de póker. Un insecto pasó
volando a su lado, le dirigió un vistazo condescendiente y volvió de nuevo a
fijar su atención en María. Esta empezó a acercarse lentamente, vigilando que
justo en ese momento no se le ocurriera venir a ningún coche.
El basset hound levantó sus
cuartos traseros y fue hacia ella también meneando contento el rabo. Al
parecer, era un perro amigable. Ella le tendió la mano y éste le dio la gorra
de Salva. Luego María, agradecida, le acarició la cabeza. A continuación, se la
caló en la cabeza irguiéndose.
- Muy amable, pequeño. Aunque no
deberías de estar aquí; ten cuidado, que te pueden atropellar. ¿O es que acaso
no está por aquí cerca tu dueño?
María miró através de los campos a ver si veía una casa, cualquier cosa
que indicara que ese can no estaba perdido, pero en ninguno de ambos lados veía
indicios de habitabilidad. Supuso entonces que el perro era libre de ir donde
quisiera.
- Bueno; no me gusta abandonar a
ningún animal pero, al parecer, no perteneces a nadie y yo… bueno; no me puedo
hacer cargo de ti. Lo siento mucho. Así que hala, vuelve allá donde las
hierbas, que aquí pueden matarte, ¿sí? No está bien que un perro pasee por la
carretera.
Y entonces sucedió algo tan extraordinario que, pilló tan de sorpresa
a María, que no se dio cuenta hasta unos segundos después. Ya iba a retornar
hacia su coche cuando oyó una voz.
- En realidad, esperaba que me
pudiera llevar…- sugirió esa voz.
Ella se giró con los talones, en esa vuelta tan característica de ella,
mirando hacia las hierbas. Alguien estaba allá y le había hablado, no cabía
ninguna duda. Pero entonces el perro carraspeó. Hizo un “ehem” audible y volvió
a expresarse con timbre grave.
- Como le he dicho
anteriormente, si fuera posible le estaría muy agradecido que me llevara…
- No… me… jodas…- titubeó
María.- Tengo que poner la capota; me parece que he sido víctima de una
insolación… y estoy oyendo a un perro hablarme…
- Es poco probable que haya
sufrido un golpe de calor, pues en todo momento llevaba la gorra a modo de
protección, señorita; no obstante, tengo que comunicarle que, efectivamente,
está oyéndome hablar. Espero que esto no suponga un inconveniente…- contestó el
perro.
María se agachó de nuevo y miró interrogante a su peculiar interlocutor.
Este le devolvió la mirada impasible, como si estuviera acostumbrado a este
tipo de situaciones. Se llevó la mano algo temblorosa a la boca y no sabía si
reír, gritar, llorar o, simplemente, desmayarse.
- Oh, oh… Esto es… es muy
fuerte… ¿Cómo… cómo se te ha ocurrido hablarme?- preguntó.
- Es fácil; tenía algo que
decir, y lo he dicho. Si no le inoportuna, señorita, le he hecho una petición y
me gustaría, en la medida de lo posible, escuchar una respuesta.
Sin quitar la mano de su boca, miró al perro pensativo. “Muy bien”,
pensó; “si este perro puede hablar, y veo que es hasta cortés, entonces seguiré
el juego”. El basset hound era
paciente hasta la extenuación. Desde luego que esperaba una contestación por
parte de María. Y, aunque la situación era, en verdad, inverosímil, lo único
que podía hacer es dejarse llevar. Finalmente, asintió con la cabeza.
- Muy bien, señor…
- Algernon, por favor.
- De acuerdo, señor Algernon.
Acepto llevarle hasta donde me diga. Supongo que se ha perdido, ¿verdad?
- Me temo que así es. Pero
disculpe; todavía no conozco su nombre. ¿Con quién tengo el honor de hablar?
- Mi.. mi nombre es María.
- Pues bien, señorita María; he
aquí mi pequeña aventura: Esta mañana he salido con una partida de caza con mi
Amo mayor. Aún había estrellas en el cielo cuando nos aventuramos a cazar por
la pradera. Mi joven amo, hijo del Amo mayor, nos llevaba a los siete, pues ese
número éramos, atados con correas, hasta alcanzar nuestro destino. Sin embargo,
cuando ha comenzado la cacería, uno de los disparos dio a una de las piezas
que, herida, corrió para refugiarse de nuestro acecho; mas, ni bien había
acabado de localizarla descubrí, para mi sorpresa, que me había perdido. Con
vergüenza debo admitir que mi olfato no es lo que era, pues soy can viejo y,
dejando que mi presa fuera pasto de los buitres, me dispuse a buscar el camino
de vuelta; sin embargo, hállome aquí en su compañía. Observé que pasaba rauda
con su vehículo y, cuando su gorra salió disparada pensé en devolvérsela a
cambio de ayudarme a regresar a casa.
- Y… ¿no tiene alguna pista de
dónde puede estar su casa?- preguntó María tras unos segundos de silencio.
- La pradera es grande, sin duda
alguna; sé que está en el margen donde nos encontramos. Y es posible que esté
mas adelante, en algún camino secundario, pero cerca de la carretera. Es
ventajoso, como supongo que admitirá, que su ruta pase por mi hogar así que, en
conclusión, no tiene que volver de donde venía.
- De acuerdo; vamos a buscar su
casa.
María anduvo hacia su coche y el perro trotaba a su paso. Durante ese
pequeño intervalo no hubo conversación. Aún se estaba recuperando del shock que
suponía hablar a un perro. Aunque, desde luego, parecía bien educado ya que le
estaba tratando de usted. Era, desde luego, un caso sin precedentes.
Llegaron a la par al coche. María le abrió la puerta del copiloto y
cerró despacio. Ella ocupó su asiento y se abrochó el cinturón. El perro miraba
todo aquello con aire de satisfacción.
- ¿No le importaría ayudarme a
ponerme el cinturón? Estos aparatos no se han hecho para que puedo
manipularlos.- sugirió Algernon.
María obedeció sin chistar y, con una mueca que quería ser una sonrisa
observó el cuadro que formaba el perro en el asiento del copiloto con el
cinturón de seguridad. Se puso las gafas de sol de nuevo y arrancó el coche.
“De nuevo en ruta,”, pensó.
- ¿Saben… es decir… tus amos
saben que hablas?- preguntó María después de cierto tiempo.
- Así es. Soy lo que se podría
llamar como una rara avis entre los
míos. Por supuesto, todos los perros son capaces de entender el lenguaje humano
y, por derivación, hablarlo. Pero es de sobra conocido que ningún perro dirá
nada a su amo por conveniencia.
- ¿Por qué?
- Imagínese que, un buen día,
los perros de todo el mundo empezaran a hablar a sus dueños. Sería un caos
tanto para ustedes como para nosotros, ¿no le parece? Es mejor “fingir”, a
falta de una palabra mejor, que nos basta con el entendimiento de los humanos
por el tono que reflejan sus palabras.
- En ese caso, ¿cómo decidiste…
decidió…? Perdona; me parece extraño hablar de usted a alguien que ya se ha
presentado.
- Es cierto; podemos comenzar a
tutearnos, si no tiene inconveniente. Estaría encantado de poder llamarle
María.
- En ese caso, tuteémonos; la
pregunta que te iba a hacer… ¿cómo o cuándo decidiste hablar a tus Amos?
- Es lo mismo que me ha pasado
contigo. Un buen día, descubrí que tenía algo que decirles. Así que, sin previo
aviso, comencé a hablar al más joven de la familia. Los cachorros humanos,
niños les llamáis, tienen más aceptación a la hora de un hecho altamente
inaudito. Así que primero me dirigí a él con cautela. Al principio no le
creyeron cuando comunicó a sus semejantes lo que había pasado conmigo. Algernon
no habla, decía el Amo mayor; es un perro. Posteriormente demostré que no era
así.
- Es increíble…- dijo María
maravillada.
- No tan increíble como el hecho
de que haya animales que se mantengan a dos patas… como pasa con vosotros los
humanos. Si se piensa un poco, es rara la especie que sea bípeda.
María sonrió y miró a Algernon. Seguía manteniendo esa cara de póker
característica, pero en realidad era un signo de su carácter amable y
complaciente, pero reservado. Dejar que un can le hablase y notar como todo
aquello transcurría con normalidad le dio otra perspectiva a sus convicciones.
Desde luego, no se podía decir que todo estaba visto ya. Siempre que le echabas
un vistazo al mundo, te sorprendía con algo nuevo.
- Supongo entonces que tu
pérdida les habrá afectado mucho, ¿no?- preguntó María.
- Es posible que así sea.-
contestó Algernon; y añadió con ironía.- Después de todo, no se encuentra a un
perro que habla todos los días.
- Eso es muy cierto. Yo aún no
salgo de mi asombro, y llevamos de cháchara casi veinte minutos.
- Es solo cuestión de tener la
mente abierta a cualquier posibilidad, si me permites el atrevimiento.
- Y, ¿por qué ese vocabulario
tan fino, Algernon? Cualquiera podría apostar a que, oyéndote, no pareces un
perro de granja.
- Vengo de una familia de perros
tradicionalmente cazadores y, como tales, mis raíces son antiguas. El respeto
por la caza y por la manada es algo que pasa de generación a generación. De ahí
mis modales. Espero que no le importune.
- No, no; al contrario. Si
hubiera oído antes a un perro hablar, estaría segura de que se expresaría así.
Algernon giró la cabeza mientras, creía María, asentía y miró hacia el
horizonte. Habían recorrido un buen trecho, tal vez alrededor de diez
kilómetros y no había ningún camino terroso que se desviara hacia la derecha,
como había prometido su asombroso compañero. Mantuvieron un silencio plácido y,
en aquel momento, fue la brisa transformada en viento la que se dejó oír a su
alrededor.
- No creo posible que me haya
equivocado, pues esta zona empieza a serme familiar. Me parece casi un descuido
imperdonable el haberme alejado tanto sin darme cuenta.- comentó Algernon.
- Si por aquí hay un camino que
lleve a tu casa, lo encontraremos, tranquilo. Tengo todo el tiempo del mundo.
- ¿Eres una de esas personas que
van de un lado a otro?- preguntó el perro curioso.
- Ahora sí. Aunque no voy de un
lado a otro; voy hacia delante y donde me lleve esta carretera. Tengo justo lo
que necesito, que es mi coche, algo de dinero ahorrado y cuatro cosas más en el
maletero. Es cuestión de ponerse y arrear.
- Me parece muy temerario por tu
parte pero, si es lo que realmente tienes o debes de hacer, no voy a ser yo
quien te diga lo contrario.
- Si no lo hubiera hecho, tal
vez no nos habríamos conocido nunca. Y tampoco tendría esta gorra.- señaló a su
cabeza para que Algernon mirara.
- ¿Es de algún amigo?- preguntó
el can.
- Podría decirse que sí. En la
gasolinera donde paré estaban los dos: Tío y sobrino. Ese fue, creo, el
pistoletazo de salida para conducir por esta carretera.
- Y, por una concatenación de
los hechos, si no hubiera sido por la gorra esta conversación no tendría lugar
ahora mismo.
María miró sonriente al perro. Este se limitó a hacer un guiño casi
imperceptible con los ojos, señal que bastaba para pensar que también estaba
sonriendo.
- Pues así es, desde luego. Me
pregunto que, si esto no ha hecho más que empezar, qué me estará deparando el
camino más adelante…
- Oh, perdona; aquí es.- dijo el
perro alzando la cabeza hacia un camino de tierra situado a unos trescientos
metros. María empezó a reducir la velocidad. Algernon, complacido, retomó la
conversación.- Seguro que, en efecto, será un camino lleno de anécdotas. Si no
fuera así, no habrías elegido esta carretera.
Ella no contestó; se limitó a poner el intermitente a la derecha y
meterse por el accidentado camino rural mientras mantenía su coche en segunda.
Tras una pequeña subida, se adivinaba progresivamente un tejado que daba paso a
una fachada de ladrillo viejo y, junto a una de las paredes de la casa, había
un espacio cerrado donde seis perros se percataron de la presencia de un
extraño, aunque tal vez ladraran por el familiar olor de su compañero. Algernon
contestó también con ladridos que excitaron más, si cabe, a la jauría que
aguardaba impaciente aquella cosa roja que se acercaba progresivamente a sus
dominios.
Al sonido de los perros cinco personas salieron de la casa, curiosas
de que alguien llegara hasta su propiedad. Se trataban de un matrimonio que
rozaba la cincuentena, un chico algo menor que la propia María, una joven que
no llegaba a los veinte y el pequeño de la familia que debería de tener
alrededor de doce años.
María aparcó cerca de donde se habían reunido improvisadamente los
amos de Algernon y paró el vehículo. Mientras quitaba el cinturón de seguridad
al perro, el pequeño y el mayor de
los hijos se acercaron con sorpresa al ver a su mascota en el coche de una
desconocida. María se quitó la gorra y situó sus gafas de sol en su escote
mientras bajaba del coche y saludaba con la mano a los propietarios de la
granja.
- Buenos días; encontré este
perro cerca de la carretera y… bueno; pasé por aquí a la vista de su granja
para saber si era de ustedes.
- ¿Ha recuperado a Algernon,
papá!- dijo el menor de los hermanos.
El matrimonio miró a María con extrañeza, casi como si leyeran en su
mente que estaba diciendo una verdad a medias. Se acercaron a Algernon y, sin
pedir permiso, abrieron la puerta del coche para que saliera. Los perros
ladraban al lado de la cerca, dando la bienvenida a su compañero perdido. El
Año mayor, como le había llamado Algernon, se agachó para comprobar si estaba
bien. Acercó su mejilla al can y este le lamió y se acercó a su oído. Tras unos
instantes se levantó y, mudando su ceñudo rostro por otro más amigable, se dirigió
a María para estrecharle la mano.
- Perdone mi comportamiento,
señorita; no era mi intención ser tan descortés, pero me estaba preguntando… mi
mujer y yo nos preguntábamos si había ocurrido algo raro cuando encontró a
Algernon.
- Supongo que sí; no se ve un
perro parlante todos los días.- contestó María más tranquila.
- Es el único de los siete que
tenemos que se ha atrevido a dar un paso adelante…- comentó la mujer del
cazador.
- Pues, realmente, es todo un
acontecimiento. Aún me dura la sorpresa. Tengo, como se suele decir, el corazón
en la boca.
El muchacho joven se acercó a ella sonriente; estaba a todas luces
contento de que Algernon hubiera aparecido. De hecho, la familia entera parecía
más relajada y alegre que aquel cuadro que presenció cuando apareció sin aviso
en la entrada de la casa.
- Muchas gracias señorita por
encontrar a mi perro.- dijo el pequeño.
- Si a usted le parece, íbamos a
ponernos a almorzar; nos haría felices si nos acompaña.- invitó el padre.
- No, no; yo… gracias. Solo vine
a devolverles a Algernon; debo volver a la carretera.
- Por favor, insisto; quédese.
Es lo menos que podemos hacer por alguien que se ha tomado tantas molestias.-
respondió el padre.
- Te aviso que tienen una
excelente cocina.- aconsejó Algernon.
María sonrió al perro mientras este jadeaba mirándola. La familia
esperó expectante a la respuesta de la mujer del coche rojo, quien finalmente
aceptó la invitación. Tras las debidas presentaciones y, con Algernon como
compañía dentro de la casa, se sirvió un almuerzo que era capaz de resucitar a
un muerto. María se sirvió de todo intentando no ser descortés pero lo cierto
es que estaba todo muy bueno. En la mesa no faltaron huevos acompañados de
longaniza, morcilla y chorizo a la brasa, hogazas de pan del tamaño de una
cabeza, un centro con tomate regado con aceite de oliva y vinagre de vino,
deliciosas lonchas de jamón poco frito y queso de oveja curado.
Tras casi una hora de comida, conversaciones que versaban
principalmente sobre el encuentro de María con Algernon y la posterior sorpresa
de esta al descubrir que hablaba, consideró que había abusado suficiente de la
hospitalidad de esa buena gente y se dispuso a marcharse, no sin antes
agradecer infinitas veces el pantagruélico almuerzo.
- Cinco bocas que alimentar
hacen que la mesa sea grande, señorita María.- dijo la mujer alegremente.- Es
una lástima que no se quede más.
- Agradezco mucho su interés,
créame; pero debo de seguir la carretera sin más espera. Me gustaría aprovechar
lo que queda de sol.
- Aún es mucho lo que queda,
puesto que no es ni mediodía.- contestó el padre.- Una vez más mil gracias por
encontrar a Algernon. Y, puesto que conoce nuestro pequeño milagro, me gustaría
pedirle algo.
María sabía a qué se iba a referir. Le prometió de manera casi solemne
guardar el secreto de su perro. No le diría a nadie nada de eso.
- Entre otras cosas, me parece
que no me creerían.- añadió sonriente.- De verdad, no se preocupen; el secreto
está bien guardado. Si vuelvo de nuevo por la carretera, espero volver a
verles. ¿Te parece, Algernon?
El perro guiñó los ojos dando su aprobación.
- Entonces espero verte por aquí
cuando encuentres lo que andas buscando, María.
- Gracias por todo, de verdad.
Cuídense mucho.- dijo María a modo de despedida.
A veces la vida te lleva a sitios que te pueden parecer increibles, ireales, de otro mundo, pero al fin y al cabo todo tiene su sentido y te hace aprender cosas que necesitaras mas tarde. El viaje de Maria hasta aqui fue uno lleno de lecciones. Me gusto muchisimo.
ResponderEliminar¡Hola peque! Gracias por pasarte por aquí y dejar tus impresiones en este pequeño espacio. Aún tengo metidos en el horno algunas partes más de María y su coche rojo que espero que te gusten tanto como las dos que ya he publicado. Esperemos que, como tú, también haya aceptación entre los que vengan a leerlo. ¡Un besote!
EliminarBueno, lo del perro que habla me ha llamado mucho la atención, es difícil imaginármelo en ese ambiente seco y tórrido de un viaje por carretera. Aun así, me parece original. Parece ser que esa carretera es bastante peculiar...
ResponderEliminar¡Hola Elena! No soy muy amigo de personificar animales o cosas si interactúan con personas, pero esta vez el cuerpo me lo pedía y, como no podía ser de otra manera, así ha salido. Sin embargo, creo que me ha quedado un poco light y prometo que la próxima parte tendrá un poco más de chicha. Aún así, estás en lo cierto de que la carretera es bastante peculiar.
Eliminar¡Un abrazo!
La única respuesta posible cuando te habla un perro es "No… me… jodas…" jajaja.
ResponderEliminarNoto cierto parecido con el mago de oz. Un camino que seguir, una chica con un coche rojo como los chapines de rubíes, el perro... O será cosa mía...
Me han gustado los dos primeros capítulos, ¡esperando el tercero!
Te juro por lo más sagrado que no me lo había planteado así; pero el subconsciente me habrá traicionado, porque El Mago de Oz es uno de mis libros de cabecera... Aún así cualquier parecido con la obra de Baum es pura coincidencia, lo prometo.
EliminarInfinitas gracias por pasarte por aquí y dejar un comentario tan positivo. Esto anima una barbaridad. Por supuesto, yo también espero a ver cuándo subes al blog el texto de este taller, que hay ganas de leer cosicas por ahí.
¡Un abrazo muy grande!
PD: El tercero espero subirlo este mes que viene, que casi no doy a basto entre tanto relato :P... No quiero que por mi culpa te muerdas las uñas.
¡Hola, Pedro! El perro hablador me ha sorprendido, no esperaba hechos de este calibre leyendo el primer capítulo y me ha gustado mucho. Además me encanta María que es un chute de valiente ingenuidad, pero tengo la sensación de que esa carretera es como una cuerda de equilibrista y temo que en cualquier momento puede desestabilizarse. ¿Veremos algo así o es un temor irracional?
ResponderEliminarEnhorabuena como siempre por tu buen hacer. ^.^
Me imaginaba, no se por qué, que la curiosidad te empujaría a leerte la segunda parte de María antes de acabar con los exámenes :P Me alegra de que te guste, pues nunca dije que el trayecto que mi querida protagonista recorre esté exento de ciertos elementos fantásticos, aunque sin salirme demasiado por la tangente. En cuanto a lo último que dices, tengo que confesar que tus temores son infundados. Nada le ocurrirá a María, salvo que llegue a su destino sana y salva, aunque para ello tendrá que seguir haciendo kilómetros. De todas maneras, prometo no alargarme demasiado (tan solo lo justo) para que no sea tediosa, que le tengo cariño.
EliminarMuchas gracias por pasarte por aquí sabiendo que días llevas; con gente como tú da gusto escribir.
¡Un beso enorrrrrrrme! :*
no tengo palabras solo se que me encanta lo que leo!!! tal vez viva en un mundo de fantasías pero soy María,los brujos,el perro!! dios lo vivo,espero poder leer la tercera parte!.
ResponderEliminarUn saludo
Al final vas a hacer que me explote la cabeza poniéndome las mejillas al rojo vivo... :P
EliminarNo te preocupes que, por mi parte, tendrás la tercera parte y, a lo sumo, planeo alargarme al menos otras tres partes más.
Muchísimas gracias por adelantado y nos vemos.
¡Un saludo!