ETIQUETAS

jueves, 4 de abril de 2013

TE DEUM LAUDAMUS (Agente Del Caos) Cap. V Parte 2



El Kuei apareció a mi espalda de entre las sombras, con su eterno camisón y nubes vaporosas a su alrededor. Su pose era erguida y se dirigía hacia mí sin mover ni un ápice sus piernas. Levitaba a un palmo del suelo y, a un palmo de distancia de mi espalda, se detuvo. Sus ojos lechosos y sus dientes de tiburón dibujaron una sardónica sonrisa.

Me volví para recibirle, pero detrás de mi no había nadie. Si para eso había aparecido, podría haberse ahorrado el espectáculo; nuevamente me equivoqué, pues al mirar de nuevo al espejo me lo encontré cara a cara, sentado como un buda enloquecido sobre la encimera de mármol.

- ¿Qué guardas en tu mente, qué tan celosamente escondes a ojos mortales y mentes eternas?- preguntó.

- No tengo nada que ocultar, si te refieres a eso.- respondí con cara de póker. Sus truquitos de aparecer aquí o allá no lograron en el pasado sobresaltarme, mucho menos ahora.

- ¿Ignoras que uno de mis muchos poderes es leer lo que tus ojos luchan por no mostrarme? Mi vínculo contigo es fuerte, pues proviene de la muerte; solo tú puedes ayudarme a eludirla.

- Pensaba que ya estabas tieso y enterrado.- contesté intentando mirar al espejo.


- Solo es un poco de suspensión anímica.- contestó el Kuei sin dejar de sonreír.- Mi deseo es renacer de nuevo; mi llave eres tú.

- ¿Y para cuando será eso, pequeño monstruo?- pregunté rindiéndome ante la evidencia de que no iba a conseguir observarme.

- Pronto…- fue suficiente respuesta.

Cuando se ponía en plan Jedi me daba por el culo. Ignoraba realmente cual era el alcance de su poder, pero no me sentía nada cómodo con esas frasecitas soltadas en un momento tan cotidiano. Era muy irreal, casi absurdo. Es para imaginar la escena: incapaz de decidir si me afeitaba ahora o no porque un fantasma estaba sentado en el lavabo ocultando mi imagen.

- Estupendo. Entonces no te puedo esconder nada, ¿es eso?

- Tus últimos actos son claros para mí como el día.- contestó fijando sus acuosos ojos en los míos.- Ignoro lo que puede pasar a partir de ahora, pero cada acción pasada tendrá una reacción. Vigila.

Dicho esto vino hacia mi y me atravesó. No dejaba de resultar curioso como un cuerpo etéreo como el suyo podía no dejarme verme en el espejo y, acto seguido, como si se transformara en algo gaseoso, me atravesara; su acto me provocó tal repulsión que incluso tuve una arcada. Me giré para ver como se mezclaba con la oscuridad del pasillo y, agitando su mano a modo de despedida, me dijo algo que me dejó confundido.

- Estaré esperando...

Así; sin más. En ese momento me rendí; que le dieran por el culo a la cuchilla. Me iba a la cama. Mañana tenía cosas que hacer, una de las cuales sería quedar con la chica retro. Me tumbé y apoyé mi cabeza en las manos, mirando al techo, intentando concentrarme en dormir. Los segundos se me hacían horas pero, en algún momento entre las once y las doce, finalmente me dormí. Y dormí plácidamente sin sueños.

Desperté tardísimo; era mi segundo día de fiesta, así que traté de aprovechar lo que me quedaba de mañana para salir, hacer unas compras y, como no, desayunar en una terraza mientras pensaba en nada en concreto. Abrí mi paquete de tabaco de liar y calculé que me quedaba para dos cigarrillos… si apuraba, tal vez para tres. Así pues, me dispuse a liarme uno. Estuve allá, con mis dos bolsas de compra, cerca de una hora.

Después de comer me duché de nuevo y empecé a prepararme para mi cita. Entre afeitarme (por fin), vestirme y ver que en casa todo estaba en orden, las cinco. Como tenía tiempo, fui andando hasta donde habíamos quedado. La calle seguía siendo un hervidero de gente; tanta, que pensé que la Ciudad realmente no dormía, como la New York de Sinatra.

Después de llegar a las cercanías, mirar un par de tiendas de ropa, curiosear una librería e informarme acerca de los últimos discos de las más influyentes bandas, las agujas del reloj se acercaban irremediablemente hacia las ocho en punto, la hora H. Salí de la última tienda y me dirigí a nuestro punto de encuentro. Y allá estaba ella; mas puntual que un suizo. Paciente, apoyada en la pared con tanta seguridad en sí misma que podría decirse que el edificio no se venía abajo gracias a su espalda.

- ¿Listo?- preguntó nada más llegar hasta ella.- Entonces vamos.

No voy a decir que era el súmmum de la educación, porque eso ya quedaba a la vista. Desde luego, la fuerza que tenían sus hostias eran directamente proporcionales a su amabilidad. A pesar de ello, de su constante desdén, no dejaba de caerme bien.

- Y, ¿dónde vamos, colega?- le pregunté en un tono amigable.- Supongo que podrás darme esa información sin riesgo de partirme la cara o, peor aún, lanzarme alguna mirada desafiante…

- ¿Siempre eres tan gracioso cuando vas de caza?

- Se llama antiestrés.- contesté.- Ahora, por supuesto, me dirás que no estás nerviosa para nada, ¿verdad?

- Algo. Pero no lo suficiente como para decir… ¡cuidado!- exclamó de repente.

Fue entonces cuando me empujó hacia atrás. E, instantes antes donde estábamos los dos, una salva de disparos rasgó el aire. Y aquello se transformó en un pandemónium. La gente se volvió loca, chillando y corriendo a ninguna dirección, parapetándose detrás de cualquier cosa que les diera refugio. Desde el suelo pude ver finalmente quién había sido el autor, en este caso autora, de los disparos. Se trataba de una mujer joven de pelo corto color caoba, vestida del más sobrio color negro, que portaba dos pistolas a cada mano que casi abultaban más que ella. Tras su primer intento de asesinato, mi compañera fue rápida en extremo. En un momento me había tirado al suelo junto a ella, y acto seguido blandía su látigo desarmando a la asesina de una de sus armas. El restallar de su arma sonó por encima de los gritos de la gente, que aún seguía corriendo. La asesina decidió retirarse a pastos más verdes.
Noté como la furia me invadía. Pasé de un estado de completa indefensión a uno de verdadero odio. Era como si la presa se hubiera convertido en el cazador. A la chica retro no le hizo ninguna falta decirme nada. Me levanté como impulsado como un resorte y fui hacia la zorra que había atentado contra nuestra vida. Mi compañera me siguió a toda carrera. Estaba preparado para lo que viniera.

Doblé la esquina por donde había desaparecido aquella mujer y, a quince metros, esperaba con la puerta de su coche abierta y el arma que le quedaba apuntando, esperando a que saliéramos por ahí. Sin pensarlo, cogí mi cuchillo del interior de mi chaqueta. Y ella disparó cuatro veces.

El entrenamiento de Jia Li, como pude comprobar entonces, dio sus frutos. No me esquivé las balas en plan Matrix; no era Neo, por favor. Pero si que es cierto que las desvié con mi arma. Si me preguntaran cómo coño se puede desviar una bala con un cuchillo, probablemente mi respuesta hubiera sido una hermosa alzada de hombros. Sin embargo, eso fue lo que hice. Tras desviarlas de una trayectoria con toda probabilidad mortal, lo lancé hacia ella. Su cuerpo lo esquivó y se clavó en la tapicería de la puerta. Montó en el asiento y atraje el cuchillo de nuevo hacia mi mano. Le faltó tiempo para acelerar mientras me acercaba. Mi compañera, que venía detrás de mi, se detuvo a mi lado.

- Hija de puta… ¿estás bien?- preguntó. Era la primera muestra de preocupación que daba hacia mi persona.

- Sí, sí.- noté que la furia me abandonaba.- Me.. me has salvado la vida…

- Te recuerdo que tu hiciste lo propio conmigo. No solo te debía una hostia…- aquel momento podía haber sido bonito. Pero había cosas que hacer. Ella más que nadie lo sabía.-  Tenemos que llegar a nuestro destino rápidamente; esa zorra era la asesina. ¡Vamos!

En la Ciudad, una de las cosas que abundan, son los vehículos; uno levanta una piedra y puede encontrar un mar de posibilidades para viajar. Encontramos una moto a punto de ser aparcada. De manera algo brusca, se la agenciamos al sorprendido conductor que miraba desde el suelo tras recibir un empujón de una joven algo… algo brusca. Como veía que tenía la sangre caliente en aquellos momentos, dejé que fuera ella quien pilotara, faltaría más.

Condujo hasta nuestro destino: la iglesia se erigía como una construcción imperecedera; una suerte de justicia poética me vino a la mente. Un sacerdote nunca había muerto más cerca de Dios que aquel al que íbamos a matar. Detuvimos la moto de cualquier manera en la plaza que presidía aquella enorme construcción. De milagro no había ningún poli por los alrededores, aunque seguramente estaban todos reunidos en la calle donde hacía unos minutos se había producido un tiroteo.

Fuimos a buen hacia la entrada de la iglesia; el coche de aquella pava no aparecía por ninguna parte. Habíamos llegado nosotros antes que ella. O eso parecía. A unos escasos treinta metros de la puerta, salió una mujer de gafas oscuras y pelo caoba. Una de sus manos reposaba en el interior de su chaqueta, esperando el momento de disparar. Parece que nuestros contraataques no le habían impresionado mucho.

Sin decirnos ni palabra, nos separamos cada uno hacia un lado, sin dejar de caminar hacia ella. Esperó hasta que estuvimos lo suficiente a tiro como para darnos sin ningún tipo de margen de error. Y sacó el arma que aún le quedaba; empezamos a correr. Los disparos sonaron como truenos en medio de una tempestad. Disparaba alternativamente pero con gran acierto. No tuve casi tiempo de ver que hacía mi compañera; solo acerté a vislumbrar que saltaba de un lado a otro templando su látigo y hasta me pareció ver que se permitía un hermoso salto acrobático. Yo me limité a hacer lo propio como anteriormente había hecho; era algo que salía por instinto.

Una vez cerca de ella, la chica retro fue la primera en atacar. El látigo restalló y la asesina detuvo el golpe con su brazo, No entendía como no le había dolido; llegué en aquel momento cerca de ella, dispuesto a atravesarla con mi cuchillo. Me esquivó la estocada y me sacudió una patada en el plexo solar que, gracias al cielo, no fue demasiado fuerte; aún así fue suficiente como para dejarme sin aliento. Tras el golpe, estiró del látigo y derribó a mi compañera con un golpe del brazo que tenía libre.

Cuando fue a rematar la faena con ella, la chica retro se levantó rápida y desvió una patada que podría haber sido fatal. Retrocedió y, sin soltar el látigo, lo blandió de nuevo ante ella. Medio recostado en el suelo, pude ver que la asesina sonreía de nuevo ante tal pueril ataque. Mantuvo una posición de guardia esperando el ataque de ella, pues yo era poco más que una cosa retorciéndose en el suelo. Entonces noté el calor; en principio pensé que se trataba de mi mano, que mi cuchillo quería ser empuñado para acabar la faena. Pero el calor provenía de otro cuerpo. Alcé la vista y observé a mi compañera. La mano parecía envuelta en llamas y se extendía desde la base del látigo hasta la punta. La asesina pareció no amilanarse; mi compañera usó su arma.

La mujer alzó el brazo para protegerse del ataque pero ocurrió algo increíble; el látigo atravesó limpiamente ropa, carne y hueso. Y, a la vez que aquello ocurría, cauterizaba la herida como si fuera pólvora. La mano de la sorprendida asesina fue arrancada limpiamente casi a la altura del codo. La sorpresa fue más grande que el dolor instantáneo; fue entonces cuando reaccioné. Me erguí rápidamente y, un microsegundo antes de que ésta gritara, hundí mi cuchillo en su garganta, de manera que soltó un gemido seguido de un gorgoteo; la sangre empezó a manar por la herida en el cuello y por su boca, mientras sus ojos se abrían sorprendidos intentando comprender qué era lo que había pasado en esos últimos segundos. Saqué mi cuchillo del cuello de la desafortunada mujer y cayó al suelo como un saco de tierra.

Ni siquiera miramos como el cuerpo sin vida de la asesina rodaba por las escaleras que daban acceso a la entrada de la iglesia. Simplemente sabíamos que habíamos eliminado el único obstáculo que se interponía entre nosotros y la contrafuerza que se alojaba en el interior de aquel edificio. Entramos sin más preámbulos, dispuestos a enfrentarnos a él.

En la iglesia no había nadie. La misa había acabado hacía al menos veinte minutos. Nuestra querida pero difunta amiga de fuera ya habría informado de su fracaso y probablemente el sacerdote nos esperaría en la sacristía armado hasta los dientes. Pero la realidad fue muy diferente.

Entramos uno detrás de otro; primero ella y, tras mi compañera, yo. Nuestro cura se preparaba para un precipitado viaje, parecía ser. Había una maleta al lado de una mesa de despacho y, encima de la mesa, descansaba una caja de metal portátil, seguramente con un buen pizco de dinero. Cuando nos vio entrar fue como si las puertas del infierno se abrieran especialmente para él. Y, como si fuera posible un atisbo de piedad en los ángeles exterminadores que tenía enfrente, se arrodilló en espera de clemencia.

- Por favor… por favor… no quise…- fue lo único que balbucía.

Por desgracia en nuestro trabajo, nos toca ser implacables. La chica restalló el látigo una vez. Este se enroscó obediente alrededor del cuello del sacerdote. El hombre, por instinto, se echó las manos al cuello. Y entonces el espectáculo se tornó interesante. De nuevo el fuego invadió su arma y esta, al instante, comenzó a horadar en la carne del desafortunado padre. Sus manos eran incapaces de retirarse de su propio cuello y, en todo momento que duró aquel suplicio, no apartó la mirada de su vengador.

Tras un instante que parecieron eones, apartó el látigo violentamente y la cabeza del cura fue arrancada de cuajo. Todavía tenía esa mirada de pavor mientras volaba brevemente por la sacristía. Aterrizó con un sonido carnoso que hizo que se me pusieran los pelos de punta. Ella no pareció oírlo. El cuerpo descabezado cayó posteriormente al darse cuenta de que no tenía mente capaz de mantenerlo erguido ni un segundo más.

Los dos nos quedamos un momento allá como si hubieran congelado el tiempo, mirando a ninguna parte en concreto, guardando nuestras armas mecánicamente. Ese había sido todo el trabajo. No me había parecido tan difícil, después de todo. Miré a mi compañera. ¿Para esto quería mi ayuda? Había algo que no casaba. Ahora no solo no me había parecido difícil, sino que me parecía demasiado fácil. No estaba para hacer preguntas. No en aquel momento. Quería salir y tomar el aire. Escapar de aquel sitio antes de que alguien nos relacionara con eso.

- Vámonos de aquí. Ya hemos hecho lo que teníamos que hacer. – aconsejé a la chica retro.

Ella asintió. Seguía observando el cuerpo que yacía relajado en el suelo. Algo pasaba por su cabeza y sospechaba que yo tenía que ver con ello. La noche anterior se lo había notado, pero iba a salir por su boca, tarde o temprano. Se dirigió al cuerpo del sacerdote y, aprovechando aún el calor del látigo arrancó la mano del sacerdote. Me volví hacia la puerta de la sacristía y, cuando la abrí, se puso en pie y me dijo algo que hizo detenerme.

- Jia Li lo sabe.- me dijo.- Sabe lo que hiciste con la chica. Sabe lo que hiciste con Silvia.- dijo a mis espaldas.

La sangre se me heló en aquel momento. Ignoraba cómo se había enterado, pero eso ya era un mal menor. De las cuatro chicas que tenía que haber matado, maté a tres. Silvia, la última de ellas, probablemente la que menos culpa tenía, me conmovió. De ahí que fuera compasivo con ella. Eso era, sobre todo, lo que me corroía el alma. Porque era consciente que, de alguna manera, un agente del caos había contribuido a desestabilizar el equilibrio. Y ese agente era yo.

Me volví lentamente hacia ella. El látigo aún seguía en su mano. Sin embargo, no parecía dispuesta a atacarme. Me miró como alguien que requiere de un gran esfuerzo de voluntad para confesar algo inconfesable.

- Actuó antes de tiempo.- dijo.- La muchacha atacada sobrevivió; contra todo pronóstico, se recuperó del coma. Pero tú ya habías acabado con ellas… así que tomó una decisión: se encargó personalmente de ella. Sin embargo, tu perdonaste a Silvia… Y… tenía que traerte conmigo en mi misión para después acabar contigo. Pero… pero… no puedo…

- Sabía que tarde o temprano se descubriría.- confesé.- He hecho mal; desequilibré el universo…

- No… ¡No! ¿No lo entiendes? La muerte de las chicas fue suficiente para restaurar el equilibrio. La joven del hospital despertó del coma poco después y, junto ella, tu compasión por la última; Jia Li entonces no lo sabía: pensaba que habías acabado con todas. Sin consultar a Madre Zhi, decidió actuar por su cuenta; mató a la muchacha agredida y vició el equilibrio. Ahora piensa, para alejar cualquier responsabilidad de su mano, que la culpa es tuya por apiadarte de Silvia. Por eso tu sacrificio debe de ser suficiente para subsanar su error.

La miré sin comprender pero entendiendo a la vez todo lo que me explicaba. De modo que la causa de todo lo que me corroía por dentro era por algo ajeno a mi. De repente vi clara cual era mi situación. El agente del caos que tenía ante mi, látigo en mano, no iba a matarme. Pero tampoco quería tentar demasiado a la suerte. Debíamos irnos primero de allí y luego pensar con detenimiento cual iba a ser mi próximo movimiento.

Le insistí que debíamos irnos. Ella obedeció guardando su arma y salimos corriendo como alma que lleva el diablo. Tuvimos suerte. Nadie se fijó en nosotros detenidamente. Anduvimos unas cinco calles más allá de la iglesia, dejando atrás un panorama de muerte y destrucción. No nos dirigimos la palabra. Cuando llegó el momento de separarnos, mi compañera me miró interrogante, pero no atisbé malicia alguna en su mirada.

- ¿Qué piensas hacer?- preguntó. No creía que me vendiera, pero toda precaución era poca.

- No estoy seguro… todavía. De momento iré a casa… meditaré todo esto con más calma.- si alguien me esperaba allá, iba a vender cara mi vida, eso lo tenía claro.

- Tendremos que vernos pronto. Jia Li sabrá también que no te he matado; vendrá a por mi.

No le contesté. Simplemente fui yo el que le dio la espalda para dejarla allá. Avancé unos pasos pero, tras un momento, me detuve; volví sobre mis pasos y me planté de nuevo enfrente de ella.

- Gracias por contarme eso. No te imaginas el peso que me has quitado de encima. Ahora sí que te debo una de verdad.- le dije.

- Ahora somos los dos los que estamos metidos en un lío, no te olvides.- me respondió. – Espero verte en breve.

Asentí con una sonrisa. Y no; no hubo beso apasionado ni abrazo ni nada de eso. Nos separamos como se separan dos desconocidos que acaban de tener una primera cita algo fría. Cada uno se fue por su lado; yo tenía la cabeza llena de interrogantes que necesitaban respuesta y, mientras daba vueltas a las posibles contestaciones que, por supuesto, pediría a Jia Li antes de acabar con ella, maquinaba uno por uno cuales iban a ser mis próximos movimientos.

De una cosa podría estar bien seguro: no me iba a quedar de brazos cruzados.

3 comentarios:

  1. ¡La historia se complica! Cuando leí que el Kuei le dice: "vigila", casi me da un patatús, pensé que todos podían tomar ahora un papel importante, en contra del agente sin nombre (que me encanta el personaje cada vez más) incluso pensé que podría ser la chica retro, menos mal que no...

    ¡Un saludo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si te soy sincero, la historia toma el cauce al azar; es decir, puedo preparar dos capítulos por adelantado en forma de sinopsis, pero normalmente me suelo desviar muchísimo. El resultado a veces no es el que me apetece, como en el capítulo anterior pero... supongo que serán cosas del caos...

      ¡Un saludo!

      Eliminar
  2. Uhh, me matas Dios! Cada ves estoy más enganchada,pero lo mejor de todo que el joven se esta enamorando de aquella chica retro que por cierto tiene un genio que vamos,olé! Me recuerda a alguien en particular ; )...
    Lo que no entiendo porque dejo viva a silvia,ya que tenía que haberla matado como se le ocurre desequilibrarlo todo,claro la muchacha despertó del coma y fue por ella es lógico, pero como en el periódico decía que había muerto uhh,ya me estoy montando una película en mi cabezita loca,jej!
    Ves como no se puede ser tan bueno,se dejo llevar por esa mirada perdida en quien sabe que,el pensó que lo hizo bien,y ahora le toca luchar para no morir! Dios!!...
    Felicidades como siempre
    Un saludo en la distancia.

    ResponderEliminar