Sister of night
With the loneliest
eyes
Tell yourself it’s
allright
He’ll make such a
perfect prize
Depeche Mode
Llevaba ya un largo
rato esperando. Quizás más del que se podía permitir; volvió a consultar su
reloj comprado en esos rastrillos que ponen en las calles un día determinado
por la mañana por enésima vez. La pila se le paraba frecuentemente, tanto que
pensó que no era problema de la pila (ya había gastado dos con el hermoso
reloj), sino del reloj en sí.
En fin: las doce y
doce. Preciosa hora. No es capicúa por poco.
Volvió a
incorporarse de esos cómodos y confortables bancos de hierro de la estación que
le dejaban el trasero como un colador, y se estiró con un poco de reticencia,
como disculpándose hacia los demás; pero, ¿qué demás? Si a esas horas la
estación estaba vacía... Ni un alma; no se veía ni un alma.
Bueno; estaba ella.
Bonita, morena, de
veintidós años (recién cumplidos, no creas), ojos de un verde tan vivo que
parece una gata y una maleta ligera cerrada a cal y canto. Se palpó el trasero
y lo masajeó lentamente mientras ponía los ojos en blanco y se mordía el labio
inferior de un placer semejante al que experimentas cuando vas al baño a mear.
Así que nadie. Pues nada. Enhorabuena. Acabas de llegar
un poco tarde a la estación para irte de nuevo. Ni un alma, por Dios. Llevas
aquí media hora como poco y no ha pasado nadie. Es demasiado tarde.
(...........)
Pero... ya estás aquí. Así que no vas a volver. Aquí te
quedarás hasta que pase un tren que pare. Bueno, en realidad, ha habido tres
trenes que han pasado. El primero mientras dormías; lo has oído y eso te ha
despertado. Un precioso tren plateado con barras azules impolutas sobre su
carrocería. Las ventanas un poco ahumadas, ¿no te ha parecido? Bueno, ahumadas
es decir poco. Negras. Eran negras; tan negras que no podías ver lo que había
en el interior. Y luego están los otros dos. Uno ha pasado tres vías más allá.
El otro, dos. Idéntico color, idénticas ventanas. ¡Uf! Poca imaginación tienen
los ingenieros, ¿no te parece? En cuanto al vehículo en sí, no están mal (salvo
algunos retrasos en los horarios, como este que estoy sufriendo) pero de diseño
y colorido... dejan mucho que desear.
Volvió a mirar el
reloj: Las doce y doce. Abrió los ojos sorprendida. Ni siquiera un segundo se
había movido la aguja. El reloj volvía a hacer de las suyas. Retiró su brazo y
allí estaba. Era increíble que no lo hubiera visto antes, porque estaba a
escasos centímetros.
Parecía un móvil.
Bueno, no parecía
un móvil. Es que ERA un móvil. Miró a un lado y a otro, haciendo ondear su
preciosa y ondulada melena (algo que realmente le encanta), para ver si había
alguien, albergando la esperanza de que así fuera.
Pero no; seguía sin
haber nadie. Fijó su vista de nuevo en el aparato que tenía en el suelo y se
agachó a cogerlo. Lo miró con los ojos muy abiertos, ojos de extrañeza. Estaba
apagado. Miró de nuevo a un lado y a otro y, por fin, su voz rompió el silencio
de aquella bóveda ferroviaria.
- ¿Hola?
Silencio.
Si no te
contestan, es porque o no quieren o no hay nadie. Pero espera: ¿Qué es eso?
Ay, madre. ¿Qué estás haciendo a estas horas aquí? Y
además sola. No más faltaría que te saliera por aquí algún loco con ganas de
rajar o violar o asesinar o todas esas cosas a la vez. Pero... ¿Una cartera?
Vaya... Esto es inaudito. Ahora resulta que estás en una maldita oficina de
objetos perdidos. ¿Y si la abriera? Solo para saber a quién puede pertenecer;
después de todo, alguien la reclamará, y que mejores manos que las tuyas para
guardarla... Por si acaso, ¿no? Seguro que alguien aparece por aquí y te dirá:
“Oye, ¿has visto una cartera de color gris con tres barras blancas?” Y tú le
dirás: “Claro que sí. Era esta; la cogí porque estaba en este banco perdida y
podrían robársela.” Entonces el te pedirá que se la devuelvas y tú aceptarás
con mucho gusto. Y luego te sentarás y puede ser que hasta hables con él. Así
por lo menos no estarás sola, ¿no?
Se decidió por fin.
Metió el móvil en el bolsillo y comenzó a abrir la cartera para ver qué
contenía, alguna seña de su propietario o algo que identificara a alguien para
devolverla. Pero estaba vacía. Llegó a la conclusión de que tal vez se trataba
de una cartera vieja, en desuso, que alguien había tirado en detrimento a otra
más nueva, quizás de piel de cuero. Esa parecía sintética. Volvió la vista
atrás y miró su maleta. Tiró la cartera al banco en el cual la había encontrado
y se dirigió hacia su equipaje. No había dado ni dos pasos cuando oyó un leve
sonido que se acercaba poco a poco.
La estación comenzaba
a temblar acompasada en torno a un sonido que iba in crescendo, como si de una estampida se tratara.
Ay, ahora; un tren.
¿El suyo, tal vez? Miró en dirección de donde venía el sonido cada vez más
fuerte del tren, y por fin vio un foco que brillaba muy tenue en la oscuridad
de aquella boca inmensa llamada túnel, un foco que cada vez adquiría más
proporción y dejaba adivinar el tamaño del tren.
Pero no; no era el
suyo. Precisamente, pasaba por la vía vecina de su andén.
Mierda, joder,
hostias.
Y esta mierda de reloj no hace más que marcar la misma
hora. Y es que te lo dijeron. No te compres nunca cosas de baratillo, que al
final salen caras, y tú, hala; ni caso. ¿Cuánto debo de llevar ya aquí en este
maldito andén? ¿Tres cuartos? ¿Una hora? Total, ya puestos podría echarme una
siesta hasta que amaneciera. A ver si así esto se llena...
El tren pasó de
largo dejando una estela de desolación a su paso, borrando las huellas de lo
cotidiano, del sonido que rodea al mundo, para ceder la palabra al silencio, de
nuevo el silencio. También este era un tren exactamente igual a los tres
anteriores. Es decir, la imaginación al poder. Cuando el tren pasó, ella
suspiró de impaciencia, y rabia. Se sentó de nuevo en el banco, colocó la
maleta entre sus piernas y apoyó su mentón contra la palma de su zurda.
- Tampoco ese ha parado, ¿eh?- exclamó una voz
detrás de ella.
Siguiendo un
impulso, se levantó y fijó su mirada sorprendida en el propietario de aquella
voz. Era un joven de unos veintitantos años, más o menos de su edad, de mirada
dulce y amable y una sonrisa inequívocamente solícita. Mascaba un palillo y
tenía barba de pocos días. Su vestimenta se componía de un mono amarillo y
gruesos zapatos con punta de acero; llevaba así mismo una escoba ancha de mango
de madera recia.
Un empleado de la
limpieza de andenes. Bueno; estupendo; al menos ahora no estarás sola. Más vale
un chaval que esté trabajado por aquí y seas consciente de que está, que no
tener a nadie. Algo es algo
- Parece que no.- replicó ella con reservas.
- Bueno; esta es una época muy mala para
viajar, sobre todo en aquellos trenes que no tienen escalas en casi ninguna
estación. Pero el próximo será el suyo, señorita. Seguro que lo será.
El joven barrendero
echó a andar para comenzar su trabajo y la muchacha le siguió con la mirada.
Aún recelosa, estaba por lo menos contenta de que hubiera otra persona en ese
cochambroso andén; una sola persona le bastaba a otra para sentirse mejor. Así que se atrevió a hablarle de nuevo.
- Oye.- el joven barrendero se volvió.- Verás;
es que he encontrado este móvil en el suelo, sin batería y... bueno: se me ha
ocurrido que como tú eres un trabajador de aquí, tal vez lo puedas dar a
objetos perdidos o a los de seguridad... por si lo reclaman.
- ¡Oh! No se preocupe, señorita. Déjelo de mi
cuenta. ¿Me permite?- preguntó extendiendo la mano hacia ella.
Le dio el móvil y,
acto seguido, él se lo guardó en un bolsillo con cremallera. Cerró la
cremallera y se quedó mirándola en lo que a ella le pareció una eternidad.
Empezó a sentirse nerviosa de verdad.
- ¿Qué? ¿Tienes algún problema?- se atrevió a
articular.
- ¿Por qué no nos sentamos un momento en el
banco, señorita?- invitó con voz sugerente. Y, aunque pareciera increíble, ella
accedió a sentarse con el barrendero en aquel banco que le había molido el
trasero. Por si acaso, ella puso la maleta entre los dos en el suelo.
- Bueno; ¿qué ocurre ahora? ¿No tiene cosas que
hacer?- dijo con voz ahogada.
- Sí; tengo que ocuparme de este andén; tengo
que procurar que todo este en orden y, por supuesto, orientar a aquellos que
puedan perder el tren... quizás usted, señorita. Mi uniforme es de barrendero,
desde luego, pero también tengo otras funciones.
- ¿Qué funciones?- preguntó ella.
- Informo a la gente de cuándo es su próximo
tren, me ocupo de los objetos perdidos, como ya ha podido comprobar e incluso a veces me tomo una pausa
para hablar con gente que viene por aquí; gente como usted.
- ¿Seguro? ¿No intentarás nada... nada raro?
- No, que va. Tranquila; aunque no solamos
fiarnos de los extraños, siempre dependemos de ellos para tener seguridad de
que no estamos solos, ¿no le parece?
- ¿Y cómo sabes que estoy sola?
- Bueno; una maleta muy pequeña para llevarla
entre dos personas es más que suficiente prueba. Si hubiera una segunda
persona, habría por lo menos otra maleta más. Pero, por favor se lo ruego; no
se altere. Estoy aquí porque me han enviado a limpiar el andén, eso es todo. No
le voy a hacer daño.
- ¿Lo prometes?
- Palabra de santo.- dijo levantando la diestra
a la altura de su rostro.- ¿Llevas aquí mucho?
- La verdad es que no lo sé. Me parece haber
pasado aquí una hora o más. ¿Sabes si hay alguna avería o algo parecido en este
andén?
- ¡Oh, tranquilícese! Siempre ha habido
retrasos por causas ajenas a nosotros, desde luego, pero lo que le puedo
asegurar es que el tren pasará a recogerla.
- ¿Cómo está tan seguro?- preguntó de nuevo.
- Alguna vez tendrá que subir a ese tren, ¿no?
Pues será la próxima. Como ya le he mencionado antes, una de mis ocupaciones es
de informar a los pasajeros de las llegadas.
- Te lo agradezco mucho.- contestó con una
sonrisa tímidamente forzada.
- De nada. Solo cumplo con mi trabajo.
El barrendero se
levantó para comenzar sus tareas empezando por la parte más alejada de ella, tres
bancos más allá. Sin embargo, a lo que el joven dio cuatro pasos, sintió un
estremecimiento que la recorrió de arriba abajo; la verdad era que anhelaba
estar con alguien en aquella soledad. Miró al barrendero y le vio colocarse dos
auriculares en sendos oídos. Comenzó a barrer.
Bueno; por fin tienes a alguien. ¿Lo ves como ya no estás
sola? A pesar de tus miedos y tus tonterías, no parece mal chico. Y la verdad
es que... tenías ya ganas de ver un rostro humano ¿no? Pues eso. Ya lo tienes.
Quizás podría volver a dirigirme a él para preguntarle si este tren pasa por
donde yo quiero ir. Y, por cierto: ¿a dónde voy? Coño, que se me ha olvidado. A
ver si...
- Emm... oye.- dijo la joven palmeando la
espalda del barrendero. Este se volvió con la mirada alegre pero interrogante.
Se quitó un auricular del que salían baterías tenues y coros, como si fuera un
coral eclesiástico.- Quería preguntarte... ¿Por dónde pasa este tren?
- Esa es una pregunta que me hacen muy
frecuentemente, yo diría que casi siempre. ¿A dónde se dirige?- preguntó este.
- Pues, eeeeeh... creo que se me ha olvidado.-
replicó la joven.
El barrendero se
limitó a sonreír y, dejando la escoba a un lado, se cruzó de brazos en una
actitud paciente.
- Le diré un secreto; el tren que tome aquí le
llevará solo a donde usted desee.
- ¿Perdón?- dijo perpleja la joven.
- Sí, ya sé. Es difícil explicarlo, pero es
así. Piense en esto... ¿Quiere coger ese tren?- la joven asintió.- Lógico.
Pero, cuando llegue aquí, ¿estará preparada para hacerlo?
- Hacer qué.- dijo ella extrañada.
- Coger el tren.- contestó resignado.- Lleva
una maleta consigo, ¿no es así?
Ella miró su
maleta, y de repente tuvo una sensación extraña, como si todo aquello no fuera
más que un mal sueño, una farsa; de repente no se acordaba ni a dónde iba, ni
cómo había llegado allí, ni qué contenía su maleta. Le embargó un sentimiento
semejante al pánico. Giró su mirada al joven, que se la devolvió con un rictus
tranquilizador.
- De repente... de repente no sé que hay en esa
maleta.- balbuceó ella interrumpidamente.- Ni por qué estoy aquí. Pero lo que
más me aterroriza es cómo he llegado aquí.
- No piense más en ello. Yo contestaré por
usted, pero necesito que se calme. Fíjese en su maleta, ¿de acuerdo? ¿Qué
piensa que ha traído con ella?
- No... No lo sé... no sé a qué te refieres.
- Ha traído solo lo que quiere llevarse consigo
a ese tren. Dentro está toda su vida, imágenes y episodios que han llenado su
alma de cosas y hechos tan puros y simples, que hacen que la vida valga la pena
vivirla. Quizás un jersey signifique algo más que nudos de lana; o una postal
sea más que una cartulina deseando felices vacaciones. O quizás, señorita, no
haya nada de eso y lo que haya ya se encuentra dentro de usted, no dentro de la
maleta. Porque al fin y al cabo, usted es el recipiente, la única depositaria
de su vida, ese trago amargo y dulce que todos acabamos por beber y, al apurar
la copa, nos damos cuenta de que lo hemos notado en el paladar, de que nos ha
dado sabor, como la vida da sabor a nuestro ser; su copa se ha vaciado,
señorita. Y por eso ahora va en busca de un destino desconocido a bordo de ese
tren que acabará por llegar.
Ella lloraba
mientras el barrendero le susurraba aquello al oído, mientras la música de los
auriculares de este salía a borbotones emulando a aquellos magníficos coros,
mientras miraba la maleta, aquella maleta que nada significaba pero que
guardaba incontables vivencias y tesoros.
- Cuando la gente coge el tren, deja aquí
aquello que ha traído consigo, señorita.- continuó el barrendero.- El móvil, la
cartera... son muestras de que nos aferramos a nuestras vidas, a lo que ya no
somos capaces de percibir. Cuando entran en ese tren, todo es blancura, y
entonces se renuevan por dentro, se hacen más puros porque la pureza proviene
de sus recuerdos, de su felicidad en vida. Hay gente que no coge ese tren, que
se aferran tanto a lo que tienen que no pueden separarse de ellos. Son personas
que necesitan ayuda para subir, son personas que necesitan saber que ya no
están no porque no sean necesarias, sino porque su capítulo se ha cerrado dando
paso a otros capítulos nuevos. Pero allí viene.
Un sonido como de
trompetas sonó entre la oscuridad y un foco parecido a una pupila de fuego
relumbró en la lejanía. La joven lo miró con lágrimas en los ojos, lágrimas que
hacían que la luz se descompusiera en prismas. Se volvió hacia el barrendero
con el rostro congestionado.
- Tu música es muy bonita. ¿Qué cantan?-
preguntó.
- Hablan de una mujer en la noche, una mujer
solitaria a la que amparan brazos afectuosos y palabras suaves... hermana de la
noche, le dicen.- contestó el barrendero.- Su tren llega, señorita. Y yo me iré
para cuando el vuelva a retomar su camino. He cumplido mi misión como otras
tantas veces lo he hecho con otras almas perdidas... como la suya.
El tren llegaba ya
majestuoso por las vías del andén: el andén de la joven. Ella le vio venir y,
aunque era exactamente igual que los otros cuatro que había visto pasar, este
le pareció el más grandioso y majestuoso, más brillante y más colorido. Cuando
paró, abrió sus puertas y las sombras de la estación desaparecieron para dar
paso a una luminosidad hermosa, refulgente y poderosa que embriagó de felicidad
a la joven. Miró al barrendero con lágrimas en los ojos todavía, pero ya no
lloraba. El barrendero se acercó a ella, con un uniforme más brillante si cabía
y le puso su mano en el hombro.
- Yo me ocuparé de la maleta, señorita. Después
de todo, ese es mi trabajo aquí. No se preocupe por ello.- dijo con una
sonrisa. Y, acto seguido, la besó en la mejilla.- Vete tranquila, hermana de la
noche, preciosa ánima solitaria; mi voluntad y mi bondad están contigo y
contigo quedarán hasta que nos volvamos a encontrar de nuevo, en ese paraíso
que llaman Edén.
La joven observó el
tren con una sonrisa en los labios y se decidió por fin a subir al vagón que
tenía las puertas abiertas. La luz se la tragó; las puertas se cerraron.
El tren emitió un
gemido y arrancó, cogiendo velocidad a cada segundo que pasaba.
El joven barrendero
vio como marchaba por la vía con una sonrisa en los labios y, mientras se
alejaba, colgó los auriculares de nuevo en sus orejas, cogió la maleta, empuñó
su escoba y se difuminó como por arte de magia en la estación, quedando esta de
nuevo a oscuras y en silencio, silencio roto a veces por la llegada de un nuevo
tren que solo oímos al final de nuestros días.
Siempre a la altura PJGA :D Me ha gustado mucho la narración de esta historia con los pensamientos intercalados y en especial las intervenciones del barrendero. :D
ResponderEliminar¡Un abrazo!
¡Hola Candela! Pues si que has madrugado... Y ahora encima te los lees de dos en dos... Muchas gracias, como siempre, por pasarte por mis mundos y explorarlos; y, como no, porque te haya gustado. Este fue un relato de los que me costó en salir; pero estoy bastante orgulloso del resultado.
Eliminar¡Un beso muy grande y nos vemos!
Es muy filosófico! Como una alegoría preciosa... Hijo, yo en mi mente perturbada estaba esperando el momento en que la cogía para matarla y hacerle toda clase de barbaridades... Vaya plan!! La verdad es que me gusta más tu versión! Es esperanzadora!!
ResponderEliminarAh! Una cosilla: si dice palabrotas y "siente placer al mear", utiliza culo tranquilamente (o suaviza las otras expresiones). Me llamaba mucho la atención la discordancia de esa palabra con el instinto de ella, o sus expresiones tan frescas con el resto del relato tan cuidado...
A tu lectura lo dejo, jejeje. Muuuack!
Para tener algo gore y perturbador, ya tenemos esa maravilla que escribiste llamada Círculo Vicioso que, además, se sitúa también en unos andenes. A pesar de ello, como curiosidad, resulta que mi personaje en este relato está muerto, mientras que el tuyo, que ve toda la escena, acaba por vivir. Desde luego, es que estamos mal, mal, mal.... jejejeje.
EliminarCon respecto a las palabrotas, ella sí que las dice, pero no así la narración; a pesar de ello, le he echado un vistazo y la verdad es que ese fragmento que me has dicho no me convence. Así que esto sí que bien merece un cambio. Gracias, como siempre, por la observación. :P ¡Un beso muy grande!
Los relatos que más cuestan en salir son los mejores. En mi opinión, este no necesita nada "gore" para ser un buen relato. Me ha sorprendido!
ResponderEliminarJolines, al final vais a sonrojarme de verdad. :P Siempre me ha interesado más el tema del más allá en todas sus vertientes y me alejo en gran medida de lo efectista que puede ser la sangre. A pesar de ello, algunas veces no lo puedo evitar y algo salpica, pero en general prefiero que algún personaje, de estar muerto, descanse ya en paz sabiendo que ha fallecido.
EliminarLa historia, por cierto, se me ocurrió en una estación de trenes; al no tener el relato nada claro en el corto viaje que hice, lo medité durante unos cuantos días hasta que salió este resultado.