ETIQUETAS

martes, 4 de junio de 2013

SUPERVIVIENTE (Agente Del Caos) Cap. VI Parte 1



A veces hay momentos en la vida que invitan a la reflexión. Pues bien: este era uno de esos momentos. No me voy a extender con anécdotas de hechos pasados acerca de mi vida para decir lo mucho que pienso las cosas que verdaderamente importan; siempre hay un momento para planificar tu siguiente movimiento y siempre hay lugar para la improvisación, por muy bien que tengas marcadas las pautas.

Llegué a casa andando, dándome muy poco margen de comodidad, pues la noche prometía ser muy movida. No sabía hasta qué punto Jia Li sabría en aquellos momentos de lo que nos había pasado, e incluso si mi compañera habría llevado a cabo su plan para acabar conmigo. Ahora ambos sabíamos qué cartas tenía el otro; Jia Li, la que otrora era casi como una maestra para mi, había mancillado el equilibrio matando a alguien que tenía que vivir. Y, tratando de enmendar su error, había dispuesto todo en mi contra para eliminarme de la ecuación; así de simple, así de sencillo. Ignoro, por otra parte, qué motivos habrán movido a la chica retro a hacer lo que hizo, a ponerme al corriente de aquello. Tal vez haya sido un pálpito, tal vez una nueva traición, tal vez sea que realmente servimos al equilibrio. Sea como fuere, aunque lamenté pensarlo, Jia Li no quedará impune… aunque yo caiga en el intento.


Me desabroché la camisa y me observé el pecho. Tenía una magulladura muy fea, producto de la pelea con la sicaria del sacerdote. Me dolía lo justo para sentirme incómodo, pero no más. Tras explorar concienzudamente mi cuerpo en busca de algún otro tipo de herida, me encaminé hacia la cocina. En ese momento, me apetecía barbaridad comer algo. Mi amigo el Kuei estaba justo en medio de la cocina y la luz de las farolas en el exterior le daban un aspecto más fantasmagórico si cabe. Miraba, si se puede usar ese verbo con aquellos ojos extraños, al frente, estático como estaba. No encendí la luz.

- Tienes una costumbre muy mala de aparecer en el momento menos oportuno. Voy a comer algo; te diría que me acompañases, pero creo que no puedes probar bocado, ¿verdad?- pregunté. La socarronería, por muy jodido que estuviera, no había desaparecido.

El Kuei se limitó a gruñir; si le hubiera visto el rostro, a lo mejor me hubiera tragado mis palabras. Siguió sin moverse un ápice; miento. El pelo le ondulaba un poco. Abrí la nevera y la luz interior inundó la cocina. A él, por supuesto, le traspasó. Atisbé a ver qué quería, y saqué como recompensa un cartón de leche. Mientras lo destapaba, volví a observar a mi fantasmal acompañante.

- Bien; estoy esperando. Si vas a preguntarme acerca de las manos para devorar las almas de aquellos que he matado, me parece que hoy vengo de vacío.- contesté antes de dar un buen trago.

- Solo me interesa un alma más; y la balanza está igualada. Puedes ser tu o ella, pero seré yo quien reciba mi justa recompensa.

- Los ideales de justicia a estas alturas para ti llegan un poco tarde, ¿no? Quiero decir… mírate: das un poco de grima…

Aún me pregunto como era posible que aquella aparición salida de Dios sabe dónde tuviera la facultad de ser corpóreo e incorpóreo a voluntad. De un manotazo me voló el cartón de leche; este se estrelló contra la pared y derramó todo su contenido en un geiser blanco por la cocina. Después, se quedó suspendido en el aire y empezó a retorcerse hasta convertirse en algo que remotamente había sido su forma. Ignoraba que poderes tenía el Kuei, pero como operador de reciclaje no tenia precio.

Tras su truco de magia alzó un brazo contra mi y noté una presión en el pecho que me lanzó desde la cocina al salón. Un gemido sofocado brotó de mi garganta, pues el cabrón me había hecho daño en el pecho. Sin embargo no caí al suelo; me mantuve levitando como si fuera un Buda sorprendido de aquel logro. Luego me empujó de nuevo hacia el sofá y caí cuando largo era en su superficie para posteriormente aparecer a mi lado sentado en el reposabrazos (en realidad, a escasos centímetros del reposabrazos) con las piernas cruzadas. En apariencia, su acceso de rabia se había volatilizado.

- Eres un necio que no escuchas. Tu vida está sentenciada. Las dos pesas de la balanza, caos y orden, están en estos momentos pendientes de una resolución. No es una simple apuesta. Está en juego todo cuanto existe.- dijo él.

- Y, ¿qué se supone que debo hacer?- pregunté realmente cabreado.

- Debes acabar con Jia Li; aunque lo más probable sea que en el último momento, no alzarás tu arma contra ella. Será entonces cuando descubras que ella sí lo hará contra ti... y no va a dudar.

- Si es el fin, entonces venderé cara mi vida, te lo aseguro.- dije frotándome el pecho con una mueca de dolor.

- Yo estaré allí.- contestó el espectro con una sonrisa que me heló el alma.- El tiempo siempre corre a favor del otro, no lo olvides; cuando menos te lo esperes, Jia Li acabará con todo cuanto has hecho… y luego irá a por ti.

Dicho esto, se volatilizó en el aire de manera gradual. Me dejó allá sentado mirando a la nada, pensando y mascando sus palabras. Que me hablara en ese tonito presuntuoso le iba muy bien, pero mi cabeza no estaba para aquellos trotes… al menos en aquel momento. Lo último que había hecho… podría referirse al sacerdote. Podría ser que la chica retro estuviera en peligro; pero, viendo como se manejaba sola, tal vez ese no fuera el problema. Jia Li sabría tarde o temprano que ella me había perdonado la vida. Algo poderoso en su interior le había exhortado a hacerlo. Y, tras aquella repentina confesión, se largó. Entonces surgió LA IDEA en mi cabeza: LA IDEA era otra cosa; de hecho, LA IDEA era otra persona. Alguien que ahora estaba en peligro nuevamente por mi culpa. Y los pasos de Jia Li eran muy simples, a saber: Acabar con esa persona y después enmendar el error borrándome a mí también de la ecuación.

- Silvia…- susurré. Volví a vestirme raudo.

La habían encontrado cerca, muy cerca de donde maté a sus queridas amigas. Fue la única que, en efecto, no participó activamente en la paliza que le dieron a la otra chica; mi deber era acabar con ella igualmente, pero no lo hice. Cuando la encontraron estaba como enajenada. Tras varias sesiones de terapia continuada, llegaron a la conclusión (precipitada por otro lado) de que estaba como un cencerro. Las secuelas psicológicas de mi trato con ella no le habían dejado my cuerda que dijéramos, pero los doctores discrepaban. En realidad, no dejaban de preguntarse cómo era posible que hubiera ido tan cuesta abajo. Así pues sus padres, viendo la que se avecinaba con su querida hijita, la internaron en un sanatorio mental a las afueras de la ciudad. Recibía visitas regulares, pero se iban espaciando en el tiempo.

Probablemente, y odiaba en casos como estos tener razón, dentro de poco recibiría una visita sumamente desagradable; tenía que adelantarme a los acontecimientos y sacarla de allí. Bajé de mi casa por las escaleras lo más silenciosamente que pude para que ningún vecino capullo saliera a recordarme que era un bloque de pisos, era muy tarde y que pensaba tomar medidas; siempre hay alguno así de imbécil.

En la calle la suerte (o el azar) se pusieron de mi parte; una pareja de tortolitos estaban intercambiando caricias y besos justo al lado de una moto con el punto muerto. El tío era un armario, pero dudaba mucho que corriera más que yo con su moto. Salté veloz al asiento y salí pitando mientras la parejita dejaba de enredar con la lengua y gritaba haciendo aspavientos con los brazos. Pronto fueron un puntito en la lejanía y la oscuridad se los tragó.

Enfilé la calle principal hacia el exterior de La Ciudad en dirección al Sanatorio Mental. No había que ser un lumbreras para darse cuenta de que a estas horas no admitirían ni una visita ni media, ni siquiera un paseíto por el jardín que tienen para templar los ánimos… y eso que me había puesto mi mejor traje…

Llegué en menos que canta un gallo (aunque a esas horas de la noche lo dudo mucho) al sanatorio; tuve suerte de no cruzarme ni con un solo coche de patrulla, tal y como estaba el tema de los cascos, pues con las prisas no me había dado tiempo de calzarme uno. Aparqué al lado de donde estaba abierto y salté limpiamente la valla. Se me daba bien esto de saltar; esperaba que no hubiera ningún tipo de vigilancia por el patio con cámaras y esas cosas. Por suerte, sabía donde se encontraba Silvia, pues desde que la abandone cerca de La Ciudad facilitando que la encontraran, me había interesado por ella… aunque no hasta el punto de hacerle una visita; pero como para todo tiene que haber una primera vez…

Pasé rápido hacia el muro. Seis ventanas contando desde la izquierda; por supuesto, con barrotes. Saqué mi arma; al instante, la palma de mi mano refulgió con intensidad al contacto con el arma, como hacía siempre. Concentré todas mis energías en el cuchillo y este pareció vibrar. Con cuatro movimientos certeros, corté los barrotes como si fueran de mantequilla, arriba, abajo y a los lados. Antes de que cayeran, los así con una mano y con la otra guardé el cuchillo. El silencio que me rodeaba, solo interrumpido por el canto ocasional de los grillos me estaba poniendo nervioso.

De pronto escuché movimiento al otro lado. Coloqué los barrotes en su posición original y me agaché muy quieto, maldiciendo a la jodida ronda de control. Pensaba que este tipo de cosas ya no se hacía o, de hacerse, solo en las películas. No podía ceder ni un milímetro hasta que la puerta no se hubiera cerrado nuevamente; y aguantar unos barrotes que pesan tres kilos desde abajo no es tarea fácil. Por fin pasaron a otra habitación; me levanté y retiré por fin aquella pesada carga. Las ventanas eran amplias y correderas, así que no tuve mucha dificultad en abrirlas. Entré silenciosamente. Y lo que vi me dejó completamente desolado. En medio de aquel cuarto, había una cama. El cuarto era suficientemente grande para tener más cosas dignas de una habitación, pero solamente estaba ese catre. Encima de él, yacía echada Silvia. Hacía casi dos meses desde el incidente que tuve con ella; ciertamente, no volvería a ser la misma.

Tal vez había perdido así, a ojo, diez kilos. Estaba atada a la cama con mil correas cruzándole el cuerpo. Las muñecas y las piernas estaban amarradas fuertemente al somier y, a la luz de la luna, pude ver que se había infringido cortes e incluso mordeduras en el antebrazo. Al destaparla para empezar a quitarle aquellas ataduras, vi con amargura que las piernas estaban llenas de moretones y laceraciones más o menos graves. En el momento en que observaba su cuerpo, abrió los ojos lentamente. Mas no pareció turbarse ni empezar a chillar; era como si aceptara y esperara que yo iba a ir a por ella.

- Has… has vuelto…- me dijo susurrante.

- Tenemos que irnos, Silvia. Tengo que desatarte y luego vendrás conmigo, ¿de acuerdo?- le dije aflojando el primer correaje.

- Esperaba morir… en sus manos… bajo su poder… pero no puedo… no puedo morir… lo he intentado… necesito… necesito quitarme esa voz de la cabeza… pensé que… si me mato… pero no puedo…- deliró Silvia.

En menos de un minuto le quité todas las ligaduras. Creía que estaba drogada o algo por el estilo, pero se irguió de la cama perfectamente; lo único que delataba su estado de enajenada era la mirada. Parecía una mezcla entre ser consciente de lo que estaba pasando y, a la vez, mirar más allá, como si sus ojos no fueran suyos. Puso sus pies descalzos en el frío suelo y el camisón le bajó hasta las rodillas. A pesar de su corta edad, era alta de cojones. Su coronilla me llegaba casi a la frente; tampoco es que yo fuera precisamente un titán, pero al menos era más granado que ella. Fui hacia la ventana pero no me siguió. La cogí suavemente de la mano y ella giró su rostro hacia mi; con la boca medio abierta y los labios resecos se le veía la más patética de las criaturas. Le hice un gesto con la cabeza de que me siguiera y entonces anduvo tras mis pasos.

La bajé por la ventana con cuidado y cruzamos aquel patio lo más rápido que pudimos. Cuando llegamos al muro, la cogí entre mis brazos y, tras un salto cortesía del entrenamiento de mi querida traidora Jia Li, salimos de aquel centro sin despertar la más mínima sospecha. Era un rapto en toda regla, pero ya estaba más que acostumbrado a aquel tipo de acciones. Si era necesario salvar la vida de ella para ajustar de nuevo el equilibrio, no sería yo quien pondría trabas.

La senté en la moto y yo me situé delante. Fue entonces cuando me abrazó por la cintura y apoyó la cabeza contra mi espalda. No podía verle la cara, pero apostaría mi cabeza a que cerró los ojos y, por un momento, se desvaneció la niebla de locura que se había adueñado de su mente. Arranqué la moto y salimos de allí; pero no iríamos a mi casa, demasiado peligroso. Salimos de la ciudad hacia la antigua zona industrial; aquella zona era un hervidero de yonkis, putas y deshechos sociales. Pero sabía de un lugar en el que podríamos darnos una tregua.

6 comentarios:

  1. Las aventuras del agente del caos me parecen muy interesantes, tienen buen ritmo, intrigas que te hacen seguirlas con interés y curiosidad. Me ha gustado mucho. A ver que hará ahora y como salvará a la chica. Un besito.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Sandra!

      Veo que, puntualmente, el agente recibe lecturas de las dos fans más implacables... Veremos, en efecto, donde nos llevan las andanzas de este muchacho...

      ¡Un besazo!

      Eliminar
  2. Genial! Aunque la verdad me falta leer los anteriores,pero muy bueno como siempre!..
    Felicidades!
    Un saludo en la distancia

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Buenas Elisa!

      Te recomiendo entonces que empieces por el primero y acabes en este, aunque ya lo leíste, para entender un poquito mejor la historia ya que, aunque en ocasiones son independientes unos de otros, los dos últimos sobre todo tienen una continuidad. Gracias mil por pasarte y dejar un comentario.

      ¡Un saludo muy grande!

      Eliminar
    2. Toda la razón,me pondré al día!.. Ahora entiendo un poco más!..gracias por la recomendación..
      Un saludo en la distancia

      Eliminar
    3. Espero, eso sí, que te guste de cabo a rabo, que el pobre tiene poca afluencia... puede que sea demasiado largo de leer... Ya me contarás.

      ¡Un saludo!

      Eliminar