A veces hay momentos en la vida que invitan a la reflexión. Pues bien:
este era uno de esos momentos. No me voy a extender con anécdotas de hechos
pasados acerca de mi vida para decir lo mucho que pienso las cosas que
verdaderamente importan; siempre hay un momento para planificar tu siguiente
movimiento y siempre hay lugar para la improvisación, por muy bien que tengas
marcadas las pautas.
Llegué a casa andando, dándome muy poco margen de comodidad, pues la
noche prometía ser muy movida. No sabía hasta qué punto Jia Li sabría en
aquellos momentos de lo que nos había pasado, e incluso si mi compañera habría
llevado a cabo su plan para acabar conmigo. Ahora ambos sabíamos qué cartas
tenía el otro; Jia Li, la que otrora era casi como una maestra para mi, había
mancillado el equilibrio matando a alguien que tenía que vivir. Y, tratando de
enmendar su error, había dispuesto todo en mi contra para eliminarme de la
ecuación; así de simple, así de sencillo. Ignoro, por otra parte, qué motivos
habrán movido a la chica retro a hacer lo que hizo, a ponerme al corriente de
aquello. Tal vez haya sido un pálpito, tal vez una nueva traición, tal vez sea
que realmente servimos al equilibrio. Sea como fuere, aunque lamenté pensarlo,
Jia Li no quedará impune… aunque yo caiga en el intento.
Me desabroché la camisa y me observé el pecho. Tenía una magulladura
muy fea, producto de la pelea con la sicaria del sacerdote. Me dolía lo justo
para sentirme incómodo, pero no más. Tras explorar concienzudamente mi cuerpo
en busca de algún otro tipo de herida, me encaminé hacia la cocina. En ese
momento, me apetecía barbaridad comer algo. Mi amigo el Kuei estaba justo en medio de la cocina y la luz de las farolas en
el exterior le daban un aspecto más fantasmagórico si cabe. Miraba, si se puede
usar ese verbo con aquellos ojos extraños, al frente, estático como estaba. No
encendí la luz.
- Tienes una costumbre muy mala
de aparecer en el momento menos oportuno. Voy a comer algo; te diría que me
acompañases, pero creo que no puedes probar bocado, ¿verdad?- pregunté. La
socarronería, por muy jodido que estuviera, no había desaparecido.
El Kuei se limitó a gruñir;
si le hubiera visto el rostro, a lo mejor me hubiera tragado mis palabras.
Siguió sin moverse un ápice; miento. El pelo le ondulaba un poco. Abrí la
nevera y la luz interior inundó la cocina. A él, por supuesto, le traspasó.
Atisbé a ver qué quería, y saqué como recompensa un cartón de leche. Mientras
lo destapaba, volví a observar a mi fantasmal acompañante.
- Bien; estoy esperando. Si vas
a preguntarme acerca de las manos para devorar las almas de aquellos que he
matado, me parece que hoy vengo de vacío.- contesté antes de dar un buen trago.
- Solo me interesa un alma más;
y la balanza está igualada. Puedes ser tu o ella, pero seré yo quien reciba mi
justa recompensa.
- Los ideales de justicia a
estas alturas para ti llegan un poco tarde, ¿no? Quiero decir… mírate: das un
poco de grima…
Aún me pregunto como era posible que aquella aparición salida de Dios
sabe dónde tuviera la facultad de ser corpóreo e incorpóreo a voluntad. De un
manotazo me voló el cartón de leche; este se estrelló contra la pared y derramó
todo su contenido en un geiser blanco por la cocina. Después, se quedó
suspendido en el aire y empezó a retorcerse hasta convertirse en algo que
remotamente había sido su forma. Ignoraba que poderes tenía el Kuei, pero como operador de reciclaje no
tenia precio.
Tras su truco de magia alzó un brazo contra mi y noté una presión en
el pecho que me lanzó desde la cocina al salón. Un gemido sofocado brotó de mi
garganta, pues el cabrón me había hecho daño en el pecho. Sin embargo no caí al
suelo; me mantuve levitando como si fuera un Buda sorprendido de aquel logro.
Luego me empujó de nuevo hacia el sofá y caí cuando largo era en su superficie
para posteriormente aparecer a mi lado sentado en el reposabrazos (en realidad,
a escasos centímetros del reposabrazos) con las piernas cruzadas. En
apariencia, su acceso de rabia se había volatilizado.
- Eres un necio que no escuchas.
Tu vida está sentenciada. Las dos pesas de la balanza, caos y orden, están en
estos momentos pendientes de una resolución. No es una simple apuesta. Está en
juego todo cuanto existe.- dijo él.
- Y, ¿qué se supone que debo
hacer?- pregunté realmente cabreado.
- Debes acabar con Jia Li;
aunque lo más probable sea que en el último momento, no alzarás tu arma contra
ella. Será entonces cuando descubras que ella sí lo hará contra ti... y no va a
dudar.
- Si es el fin, entonces venderé
cara mi vida, te lo aseguro.- dije frotándome el pecho con una mueca de dolor.
- Yo estaré allí.- contestó el
espectro con una sonrisa que me heló el alma.- El tiempo siempre corre a favor
del otro, no lo olvides; cuando menos te lo esperes, Jia Li acabará con todo
cuanto has hecho… y luego irá a por ti.
Dicho esto, se volatilizó en el aire de manera gradual. Me dejó allá
sentado mirando a la nada, pensando y mascando sus palabras. Que me hablara en
ese tonito presuntuoso le iba muy bien, pero mi cabeza no estaba para aquellos
trotes… al menos en aquel momento. Lo último que había hecho… podría referirse
al sacerdote. Podría ser que la chica retro estuviera en peligro; pero, viendo
como se manejaba sola, tal vez ese no fuera el problema. Jia Li sabría tarde o
temprano que ella me había perdonado la vida. Algo poderoso en su interior le
había exhortado a hacerlo. Y, tras aquella repentina confesión, se largó.
Entonces surgió LA IDEA en mi cabeza: LA IDEA era otra cosa; de hecho, LA IDEA
era otra persona. Alguien que ahora estaba en peligro nuevamente por mi culpa.
Y los pasos de Jia Li eran muy simples, a saber: Acabar con esa persona y
después enmendar el error borrándome a mí también de la ecuación.
- Silvia…- susurré. Volví a
vestirme raudo.
La habían encontrado cerca, muy cerca de donde maté a sus queridas
amigas. Fue la única que, en efecto, no participó activamente en la paliza que
le dieron a la otra chica; mi deber era acabar con ella igualmente, pero no lo
hice. Cuando la encontraron estaba como enajenada. Tras varias sesiones de
terapia continuada, llegaron a la conclusión (precipitada por otro lado) de que
estaba como un cencerro. Las secuelas psicológicas de mi trato con ella no le
habían dejado my cuerda que dijéramos, pero los doctores discrepaban. En
realidad, no dejaban de preguntarse cómo era posible que hubiera ido tan cuesta
abajo. Así pues sus padres, viendo la que se avecinaba con su querida hijita,
la internaron en un sanatorio mental a las afueras de la ciudad. Recibía
visitas regulares, pero se iban espaciando en el tiempo.
Probablemente, y odiaba en casos como estos tener razón, dentro de
poco recibiría una visita sumamente desagradable; tenía que adelantarme a los
acontecimientos y sacarla de allí. Bajé de mi casa por las escaleras lo más silenciosamente
que pude para que ningún vecino capullo saliera a recordarme que era un bloque
de pisos, era muy tarde y que pensaba tomar medidas; siempre hay alguno así de
imbécil.
En la calle la suerte (o el azar) se pusieron de mi parte; una pareja
de tortolitos estaban intercambiando caricias y besos justo al lado de una moto
con el punto muerto. El tío era un armario, pero dudaba mucho que corriera más
que yo con su moto. Salté veloz al asiento y salí pitando mientras la parejita
dejaba de enredar con la lengua y gritaba haciendo aspavientos con los brazos.
Pronto fueron un puntito en la lejanía y la oscuridad se los tragó.
Enfilé la calle principal hacia el exterior de La Ciudad en dirección
al Sanatorio Mental. No había que ser un lumbreras para darse cuenta de que a
estas horas no admitirían ni una visita ni media, ni siquiera un paseíto por el
jardín que tienen para templar los ánimos… y eso que me había puesto mi mejor
traje…
Llegué en menos que canta un gallo (aunque a esas horas de la noche lo
dudo mucho) al sanatorio; tuve suerte de no cruzarme ni con un solo coche de
patrulla, tal y como estaba el tema de los cascos, pues con las prisas no me
había dado tiempo de calzarme uno. Aparqué al lado de donde estaba abierto y
salté limpiamente la valla. Se me daba bien esto de saltar; esperaba que no
hubiera ningún tipo de vigilancia por el patio con cámaras y esas cosas. Por
suerte, sabía donde se encontraba Silvia, pues desde que la abandone cerca de
La Ciudad facilitando que la encontraran, me había interesado por ella… aunque
no hasta el punto de hacerle una visita; pero como para todo tiene que haber
una primera vez…
Pasé rápido hacia el muro. Seis ventanas contando desde la izquierda;
por supuesto, con barrotes. Saqué mi arma; al instante, la palma de mi mano
refulgió con intensidad al contacto con el arma, como hacía siempre. Concentré
todas mis energías en el cuchillo y este pareció vibrar. Con cuatro movimientos
certeros, corté los barrotes como si fueran de mantequilla, arriba, abajo y a los
lados. Antes de que cayeran, los así con una mano y con la otra guardé el
cuchillo. El silencio que me rodeaba, solo interrumpido por el canto ocasional
de los grillos me estaba poniendo nervioso.
De pronto escuché movimiento al otro lado. Coloqué los barrotes en su
posición original y me agaché muy quieto, maldiciendo a la jodida ronda de
control. Pensaba que este tipo de cosas ya no se hacía o, de hacerse, solo en
las películas. No podía ceder ni un milímetro hasta que la puerta no se hubiera
cerrado nuevamente; y aguantar unos barrotes que pesan tres kilos desde abajo
no es tarea fácil. Por fin pasaron a otra habitación; me levanté y retiré por
fin aquella pesada carga. Las ventanas eran amplias y correderas, así que no
tuve mucha dificultad en abrirlas. Entré silenciosamente. Y lo que vi me dejó
completamente desolado. En medio de aquel cuarto, había una cama. El cuarto era
suficientemente grande para tener más cosas dignas de una habitación, pero
solamente estaba ese catre. Encima de él, yacía echada Silvia. Hacía casi dos
meses desde el incidente que tuve con ella; ciertamente, no volvería a ser la
misma.
Tal vez había perdido así, a ojo, diez kilos. Estaba atada a la cama
con mil correas cruzándole el cuerpo. Las muñecas y las piernas estaban amarradas
fuertemente al somier y, a la luz de la luna, pude ver que se había infringido
cortes e incluso mordeduras en el antebrazo. Al destaparla para empezar a
quitarle aquellas ataduras, vi con amargura que las piernas estaban llenas de
moretones y laceraciones más o menos graves. En el momento en que observaba su
cuerpo, abrió los ojos lentamente. Mas no pareció turbarse ni empezar a
chillar; era como si aceptara y esperara que yo iba a ir a por ella.
- Has… has vuelto…- me dijo
susurrante.
- Tenemos que irnos, Silvia.
Tengo que desatarte y luego vendrás conmigo, ¿de acuerdo?- le dije aflojando el
primer correaje.
- Esperaba morir… en sus manos…
bajo su poder… pero no puedo… no puedo morir… lo he intentado… necesito…
necesito quitarme esa voz de la cabeza… pensé que… si me mato… pero no puedo…-
deliró Silvia.
En menos de un minuto le quité todas las ligaduras. Creía que estaba
drogada o algo por el estilo, pero se irguió de la cama perfectamente; lo único
que delataba su estado de enajenada era la mirada. Parecía una mezcla entre ser
consciente de lo que estaba pasando y, a la vez, mirar más allá, como si sus
ojos no fueran suyos. Puso sus pies descalzos en el frío suelo y el camisón le
bajó hasta las rodillas. A pesar de su corta edad, era alta de cojones. Su
coronilla me llegaba casi a la frente; tampoco es que yo fuera precisamente un
titán, pero al menos era más granado que ella. Fui hacia la ventana pero no me
siguió. La cogí suavemente de la mano y ella giró su rostro hacia mi; con la
boca medio abierta y los labios resecos se le veía la más patética de las
criaturas. Le hice un gesto con la cabeza de que me siguiera y entonces anduvo
tras mis pasos.
La bajé por la ventana con cuidado y cruzamos aquel patio lo más
rápido que pudimos. Cuando llegamos al muro, la cogí entre mis brazos y, tras
un salto cortesía del entrenamiento de mi querida traidora Jia Li, salimos de
aquel centro sin despertar la más mínima sospecha. Era un rapto en toda regla,
pero ya estaba más que acostumbrado a aquel tipo de acciones. Si era necesario
salvar la vida de ella para ajustar de nuevo el equilibrio, no sería yo quien
pondría trabas.
La senté en la moto y yo me situé delante. Fue entonces cuando me
abrazó por la cintura y apoyó la cabeza contra mi espalda. No podía verle la
cara, pero apostaría mi cabeza a que cerró los ojos y, por un momento, se
desvaneció la niebla de locura que se había adueñado de su mente. Arranqué la
moto y salimos de allí; pero no iríamos a mi casa, demasiado peligroso. Salimos
de la ciudad hacia la antigua zona industrial; aquella zona era un hervidero de
yonkis, putas y deshechos sociales. Pero sabía de un lugar en el que podríamos
darnos una tregua.
Las aventuras del agente del caos me parecen muy interesantes, tienen buen ritmo, intrigas que te hacen seguirlas con interés y curiosidad. Me ha gustado mucho. A ver que hará ahora y como salvará a la chica. Un besito.
ResponderEliminar¡Hola Sandra!
EliminarVeo que, puntualmente, el agente recibe lecturas de las dos fans más implacables... Veremos, en efecto, donde nos llevan las andanzas de este muchacho...
¡Un besazo!
Genial! Aunque la verdad me falta leer los anteriores,pero muy bueno como siempre!..
ResponderEliminarFelicidades!
Un saludo en la distancia
¡Buenas Elisa!
EliminarTe recomiendo entonces que empieces por el primero y acabes en este, aunque ya lo leíste, para entender un poquito mejor la historia ya que, aunque en ocasiones son independientes unos de otros, los dos últimos sobre todo tienen una continuidad. Gracias mil por pasarte y dejar un comentario.
¡Un saludo muy grande!
Toda la razón,me pondré al día!.. Ahora entiendo un poco más!..gracias por la recomendación..
EliminarUn saludo en la distancia
Espero, eso sí, que te guste de cabo a rabo, que el pobre tiene poca afluencia... puede que sea demasiado largo de leer... Ya me contarás.
Eliminar¡Un saludo!