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martes, 12 de marzo de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 1)



El asfalto caliente brilla por acción del sol. Las nubes recorren el cielo parsimoniosamente. Corrientes suaves de aire mecen la vegetación salvaje que crece a duras penas en el borde de la carretera. La vía es de dos carriles, cada uno en un sentido. Se trata de una carretera secundaria, poco transitada y con las líneas blancas casi borradas de su superficie. A lo lejos, los montes que se divisan por el horizonte parecen inalcanzables.

Un coche pasa corriendo; respeta el límite de velocidad, sobre unos ochenta kilómetros por hora. El ruido del motor, un ronroneo suave y continuado llena de sonido el paisaje por el que corre. El sol manda sus rayos sobre la carrocería del coche, la cual despide un fulgor rojizo que se mezcla con el dorado de los campos de trigo a ambos lados de la carretera. Las malas hierbas al borde de la vía se inclinan ante su paso como si fuera un heredero al trono de algún exótico país.

María conduce ese coche. Es una hermosa joven de no más de veinticinco años. La velocidad juega con su largo, moreno y rizado pelo, pero no consigue deshacerle ni uno solo de aquellos tirabuzones que la herencia de su difunto padre le dio. En su rostro se ha dibujado una sonrisa plena, llena de esperanzas ante su recorrido y vacía de inquietudes.


Una de las manos de María reposa en el volante y la otra simplemente lo roza mientras el brazo permanece apoyado en la puerta del conductor. La camiseta que lleva, con un dibujo que remotamente se puede identificar con alguna cosa, ondea al aire y le lleva la corta manga hacia atrás a la altura del hombro. Lleva también pantalones cortos verdes que enseñan unas piernas bien torneadas, aunque algo rellenitas, que acaban en unos pies enfundados en unas deportivas con los cordones atados detrás de unas lengüetas que sobresalen exageradamente.

Las gafas de sol impiden vislumbrar unos ojos grises claros, muy vivos y curiosos y atentos a la carretera; su cabeza encadena pensamientos banales con reflexiones superficiales y, de vez en cuando, se permite no pensar en nada más que en la carretera y lo que tiene por delante.

María huye, pero no es una huida desesperada. No se va a otra ciudad por razones laborales, ni se va porque no entiende a su familia y ellos a ella tampoco. Tampoco huye de la justicia (el único crimen que ha cometido, valga la aclaración, es haber nacido tan hermosa como es), ni de un novio celoso o de un marido violento. María huye de su propia vida, y quiere empezar a recorrer su propio camino… aunque, en este caso, ha comenzado de una manera algo literal.

Tal vez la velocidad no sea la adecuada, pues debería ir más despacio. Pero ella tiene claro que va a encontrar su destino más tarde o más temprano. Mientras tanto se dedicara a su búsqueda en cuerpo y alma. No le falta dinero, pues ahorró todo lo que pudo; tampoco le faltan recursos, pues tiene su precioso coche rojo que le lleva a donde ella le diga.

La carretera es monótona, sin apenas señales ni carteles indicadores. Pero ella sigue adelante convencida de que muchas veces el camino pequeño siempre depara grandes sorpresas. Además, cuenta con el plus de que, para buscar su meta, quiere saborear el camino.

Corre rápida como el viento a través de la carretera. De pronto, a medio kilómetro, vislumbra el techado de lo que puede ser una gasolinera. Y, efectivamente, pertenece a una. María decelera el coche y mete tercera. Su automóvil tiene sed de gasolina, y ella también quiere hacer un pequeño alto; después de todo, tiene todo el tiempo por delante.

Se desvía hacia su parada y finalmente detiene el coche al lado de los surtidores de gasolina súper. Mira la aguja que marca el depósito y ve que tan solo le queda una franja. Se quita el cinturón de seguridad y sale mientras el dependiente va hacia ella. Le saluda muy cortésmente, algo a lo que María no se puede negar.

- Hola.- le dice sin borrar su sonrisa.- ¿Podrías, por favor, llenarlo hasta cuarenta euros? Vengo enseguida.

El muchacho le mira de reojo mientras avanza hacia los baños. Se gira completamente y le dice que los baños están cerrados. Tiene que pedir la llave en el mostrador. Su jefe se la dará. María se detiene como si le hubieran clavado los pies en el suelo y gira sobre sus talones. Mira al empleado bajándose las gafas con una ceja levantada y media sonrisa. Masculla un “de acuerdo” y va hacia el mostrador.

El joven de la gasolinera empieza a repostar mientras ella entra y pide amablemente la llave. El jefe, un tipo gordo de mejillas sonrosadas por el sol y gesto pétreo, le presta un llavero con un smiley desgastado de color anaranjado, tal vez por efecto del calor, y María le da las gracias y sale en busca, esta vez sí, de los baños.

Se encierra en ellos y hace sus necesidades; luego, mientras se observa en el espejo, presta atención a los sonidos que vienen de fuera. Oye el runrún de la gasolina bombear en su coche mientras la brisa sopla meciendo con un sonido coral las copas de los cercanos árboles; un silbido distraído de alguna melodía desconocida nace de los labios del joven empleado mientras retira la manguera.

Sale del baño con las llaves en la diestra, las gafas de sol en el nacimiento de su frente y sus ojos grises y alegres mirando de frente al muchacho. Abre la puerta del copiloto, deja en el asiento el bolso y busca dentro de él el monedero.

- Casi me da vergüenza pedírtelo pero… ¿podrías limpiarme el cristal delantero? Tengo el coche un poco asqueroso, pero lo que más reparo me da es el cristal. ¿No te importa darle un repaso?- inquirió María sonriendo tímidamente.

- Se llama luna, señorita.- dijo el joven en voz bajita.- Se llama luna…

María hace como que no le oye y se dirige de nuevo al mostrador del interior para dar las llaves y, de paso, mientras espera a que el empleado acabe, piensa en tomarse algo refrescante. Se acerca al dueño de la gasolinera y, mientras le devolvía las llaves, saludó con naturalidad.

- ¡Hola!- saluda alegremente.- ¿Por casualidad no tendrán granizados? Ahí afuera hace un calor agotador.

- Y aquí dentro, señorita. Se estropeó hace dos semanas el aire acondicionado y aún estamos esperando a que vengan del servicio de mantenimiento para repararlo… un auténtico robo, si señor.

Se produjo un silencio que duró unos cuantos segundos. María esperaba a que le contestara a su pregunta. El hombre no pareció darse cuenta de que, con sus divagaciones, no respondió. Inmediatamente corrigió su despiste.

- Perdone; claro, claro. Granizados, ¿verdad? Pues no, lo siento mucho; no vendemos de eso. Pero si quiere puede buscar algo en la nevera. El chico siempre la repone por la mañana, así que supongo que habrá hecho su faena.- María fue hacia donde le señaló el dueño y, mientras cogía un refresco, el dueño seguía parlamentando.- Es buen chaval, pero muy lento de reflejos, se lo aseguro. Trabaja como el que más, y es cierto que se esmera… aunque aquí realmente no hay mucho trabajo desde que cortaron el tramo de la carretera unos diez kilómetros más arriba y lo desviaron hacia la autovía. Ni siquiera este puesto de servicio aparece en los carteles de desvío.

Ella le escuchaba mientras abría la botella, se acercó al mostrador, cogió una pajita envuelta en celofán y la metió en el recipiente para sorber el refrescante líquido. Escuchaba atenta mientras bebía, con sus ojos fijos en él y una mirada de concentración. Dejó de beber para replicar.

- Antes le dije que me limpiara los cristales y me dijo que se llamaban lunas…

- ¿Eso dijo? Ay, Dios… es incorregible. Es un inútil para todo lo demás, pero para llamar a las cosas por su nombre, es el más indicado. El médico del pueblo, un chico joven recién salido de la facultad, dijo que tenía autismo o algo así. Era hijo de un primo mío; tanto la mujer como él se conoce que abandonaron al chico nada más nacer y se largaron. Aun hoy en día, se sigue sin saber por donde andan.

- Pues parece avispado para tener autismo…- dijo María entre sorbo y sorbo mientras miraba hacia fuera como el empleado limpiaba sus cristales.

- ¿Cómo? Ya se lo dije, señorita. Es un verdadero cerebro cuando quiere, aunque esto ya lo dijo el médico. Decía algo parecido a que podría, en su caso, aprender miles de palabras de miles de libros, pero no asimilar ni un solo argumento ni dar respuesta a alguna pregunta del libro en cuestión. ¿Se imagina?

- Oh, oh… del cristal ha pasado al capó… ¡Me va a lavar el coche entero!- exclamó María dejando su refresco y saliendo sonriendo. El dueño miró por la ventana y lanzó un juramento por lo bajo. Salió detrás de ella dispuesto a abroncar al muchacho.

El chico, efectivamente, estaba concentrado en frotar la esponja enjabonada por la carrocería del coche, empezando por el capó y siguiendo por las puertas. El dueño de la gasolinera salió resoplando, en parte por el movimiento, en parte por el calor y llamó al chico casi gritando y conteniendo una mezcla entre enfado y vergüenza.

- ¡Salva! ¡SALVAAAA! Me cago en tu vida, Salva.- empezó a gritar el hombre.

María se volvió y le instó a que se tranquilizara mediante un gesto con la mano. El chico miró al dueño como si se despertara de un sueño y María se acercó a él con paso lento y las manos a la espalda. Luego se paró cerca mientras el chico volvía a su tarea y ella cruzó los brazos.

- Tiene un coche muy bonito, señorita.- dijo de nuevo en voz baja.

- Y tú tienes buena mano para limpiarlo.- contestó María.- Si quieres, te ayudo. Pero no me parece que esté bien limpiarlo aquí, al lado de los surtidores. Allá, que están las mangueras del agua, podemos darle un buen repaso, ¿qué te parece?

El dueño se acercó donde estaban los dos mientras se disculpaba de la actitud de su pupilo y de lo que le haría como reprimenda. Ella contestó que no hacía falta y que, ya que había empezado, entonces lo lavarían entero. Para ello moverían el coche hasta la manguera de agua y listo. María subió al coche y lo arrancó para situarlo en la zona de lavado. Salió del coche y luego le hizo un gesto para que fuera y le ayudara a lavarlo.

El muchacho permaneció unos instantes al lado de su tío pero, finalmente, acudió a la llamada. El dueño fue tras su sobrino. No estaba muy conforme con lo que había pasado e insistió en disculparse y que el servicio de limpieza sería gratuito.

- Para nada, señor.- contestó María.- Como le he dicho al chico, a mi es a la que me da vergüenza ir con el coche así de guarro por la carretera. No soy sucia en absoluto y mi coche tiene que dar impresión de que su dueña es alguien limpia. Así que me parece que su sobrino ha acertado en comenzar a limpiármelo. ¿Verdad que sí, Salva?

- Sí, señorita.- masculló el chico.

- Es increíble… nunca habla con nadie en la gasolinera. Solo le he oído alguna vez decir adiós a algún cliente, pero solo cuando el coche ya enfila la carretera.- dijo el dueño asombrado.

- Bueno;- contestó María.- siempre hay una primera vez para todo.

Salva cogió la esponja y frotó con energía las puertas. María le llevó el cubo de agua y jabón y le pidió al dueño otra esponja. El dueño se negó a ello y le dijo que, puesto que su sobrino estaba en aquella faena, él traería otra esponja pero para ayudarle; además, que demonios, le vendría bien algo de distracción para comenzar bien el día.

María se apartó un poco de los dos trabajadores y observó como el jabón y el agua limpiaban la carrocería y la porquería goteaba hasta el asfalto, que se bebió aquel mejunje agradecido. Salva no exhalaba demasiado, pero por la frente del dueño caían goterones de sudor que pacientemente iba apartando con su brazo antes de que le llegaran a los ojos. Cuando el coche estuvo bien enjabonado, María cogió la manguera y abrió el grifo. Empezó a aclarar la carrocería que lucía con brillantes destellos bajo un sol de justicia. Esta vez los dos hombres fueron los que presenciaban a la joven limpiar el coche. Si se dejaba algo, le indicaban por donde quedaban todavía restos de jabón. Salva sonreía y el dueño había sacado una gorra con manchas de grasa en la visera y se la caló casi hasta las cejas.

- ¡Tachaaaaaan!- dijo María cuando acabó con los tapacubos de su coche, que parecía recién salido de fábrica; alzó uno de los brazos al cielo mientras que con el otro señalaba el coche.- ¿Qué tal ha quedado?

- Parece nuevo, señorita. Es un coche precioso.- dijo el dueño.

- ¿Y tú, Salva?¿Qué opinas?- preguntó María.

- Es precioso.- repitió como su tío.- un coche muy bonito y muy limpio. Y muy brillante.

- Muy bien, señores. Como han ayudado a esta dama en apuros, tanto en el hecho de poner gasolina como en el de limpiarle el coche, dejen que les invite a algo en su propio garito, ¿quieren?- preguntó María amistosamente. Ninguno de los dos puso objeción. Tan solo el tío de Salva dijo que, en lo que a él respectaba, lo que tomarían sería a cuenta de la casa. María no quiso discutir ese punto.

Pasó una hora más con ellos, hablando tranquilamente acerca de los sinsabores de la vida y de lo que realmente, algunas veces, la hace brillante como la carrocería de su recién lavado coche. Era un tete-a-tete entre el dueño de la gasolinera y María, pues Salva escuchaba atento, embelesado, como prisionero de su propio autismo, notando como las palabras iban a morir en su garganta sin llegar a florecer ni una de ellas. Así que solo prestaba oídos a aquellas conversaciones, diálogos en los que rara vez había sido partícipe y, entonces, observó a María.

Ella hablaba con su tío acerca de el viaje que tenía programado hacer mientras en su mano sostenía una botella (otra más) de Coca-cola adornada con una pajita. Miró su rostro con detenimiento y, en su confuso pensamiento, la vislumbró casi como alguien divino, casi como un ángel, que había venido a llevarse la oscuridad de aquel sitio para traer algo de luz . Mientras ella hablaba y su tío escuchaba echando un trago a su bebida, ella giró sus ojos y sus miradas se cruzaron; María, sin dejar de hablar, le guiñó un ojo y le sonrió, como si supiera exactamente lo que Salva estaba pensando. Después desvió sus pupilas de nuevo hacia el tío. Para Salva, aquel momento confirmó de sobra lo que había pensado.

Cuando hubieron acabado una segunda ronda, María les comunicó que ya era el momento de partir. El dueño, que se presentó como Enrique, tuvo muy buena impresión de aquella joven extrovertida. No quiso cobrarle, como dijo desde un principio, lo que se habían tomado en aquella hora de manera tan amistosa. Así que solo se hizo cargo de la gasolina, el lavado del coche y el refresco que bebió mientras esperaba a que Salva le hiciera las lunas.

- Una última cosita más. Para esto soy más torpe que un arado… ¿Podrían ayudarme a quitar la capota? Sigue haciendo sol, pero la brisa que sopla es bastante fresca.

- Faltaría más.- contestó Enrique.- Hay que hacer buenos servicios a buenos clientes, ¿no?

- Menudo don Juan…- contestó María riendo.

Salva y Enrique retiraron cuidadosamente la capota. María se despidió con un apretón de manos de Enrique; luego fue a saludar a Salva de la misma manera. Este permanecía con la cabeza gacha y movía su cuerpo ligeramente hacia delante y atrás.

- Hay que tener cuidado con el sol, señorita.- dijo el joven.

- No te preocupes, Salva. Aún no está tan alto. Además, supongo que iré haciendo paradas.

- ¿Va a volver por aquí cuando vaya a su casa?- preguntó el muchacho.

- No lo sé. No creo. Pero, si vuelvo a pasar por esta carretera, te aseguro que haré un alto aquí de nuevo, ¿sí? Es lo menos que podría hacer por alguien que me ha lavado el coche sin pedírselo.- contestó María sonriendo.

En ese momento, Salva metió la mano en el bolsillo y le entregó en las manos a María una gorra. Tras darle aquel inesperado regalo se retiró de su lado y fue al de su tío.

- ¿Un regalo?- inquirió Enrique sorprendido.- Vaya; hoy es un día de sorpresas…

- Gracias, Salva. Me vendrá bien por si acaso.- María abrió la puerta y se metió en el coche. Se abrochó el cinturón y se dio la vuelta hacia su derecha para fijar su mirada en los dos hombres. Enrique le miraba sonriente y Salva seguía cabizbajo.- Me alegro de haberos conocido. Espero que nos volvamos a ver, de verdad.

Dio contacto al coche, que arrancó sin problemas. El motor rugía bajo el capó y las ruedas empezaron a girar. Cuando el vehículo alcanzó la línea del STOP y se disponía de nuevo a incorporarse a la carretera, María pulsó el claxon y saludó hacia atrás. Enrique levantó la mano y Salva, mirando por fin hacia donde partía María, hizo lo propio igualmente. Los dos siguieron con la vista aquel coche rojo que iba disminuyendo de tamaño conforme aumentaba la distancia hasta transformarse en un punto que no tardó en desaparecer en la lejanía.

María conduce. Sigue su ruta de la misma manera que empezó. Con el depósito casi lleno de combustible, el sol cada vez más arriba en el azul cielo y la brisa azotando suavemente su rostro, se siente una persona dichosa. Lleva puesta la gorra que Salva le ha dado; sus gafas de sol cubren de nuevo su mirada gris. Una sonrisa de plenitud le llena el rostro, mientras no piensa en nada y a la vez cavila en qué más cosas le deben de estar aguardando allá adelante, kilómetro tras kilómetro.

4 comentarios:

  1. Me encanta la atmósfera y el tono que le has dado a este relato. Removiste esa sensación de querer caminar sin saber por qué ni a dónde, solo disfrutando. Aunque no puedo dejar de preguntarme a dónde la llevaran sus ruedas ahora, ¿seguirá tan optimista cuando el sol se vaya del todo?¿Qué sorpresas encontrará? :D

    ¡Un abrazo!

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    1. Hace un tiempo que ideé esto a la manera de una "novela por entregas", pero la verdad es que ni va a ser tan larga, ni va a ser por tantas entregas. Tenía ganas de escribir algo atípico de lo que suelo publicar y el resultado es, de momento, esta señorita y su coche. Esperemos que todo vaya bien y no se tuerza, ni su optimismo, como bien dices, ni su trayecto. Lo cierto es que yo también se poco de qué le deparará el futuro, pero ya le he cogido cariño al personaje como para hacerle algo realmente feo. A ver, a ver...

      ¡Un beso muy grande y gracias por tu visita!

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  2. Veo que escribes de todo jejejeje.... que guay. Solo decirte que en vez de "gris mirada", yo pondría "mirada gris"... Por lo demás, espero un nuevo capitulo pronto. Un abrazo.

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    1. Bueno... de todo lo que no se aleje de la fantasía y, como no, del suspense más rayano en el terror. Y vale... es algo de lo que ahora mismo me voy a ocupar. Cambiaré el orden. Gracias por dedicar tu tiempo a leer por aquí. Un saludo y un abrazo muy grande. :)

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