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domingo, 18 de noviembre de 2012

LA LLUVIA



- Parece que va a llover.- dijo su hijo.

El padre miró hacia el cielo y vio inmensos nubarrones que se acercaban por los cuatro puntos cardinales. No tardaron en ocultar el sol tras su plomizo velo. El padre hizo una mueca de disgusto y conformismo a la vez, mientras se mesaba la poblada barba blanca. Calculó que, como poco, le quedaban unas cuatro horas antes de que los cielos descargaran el líquido elemento.

- Padre, ¿qué haremos si no acabamos a tiempo?- preguntó su segundo vástago.

- Procuremos que eso no pase, hijos.- respondió sin dejar ni un instante de mirar al cielo.- Acabaremos a tiempo, sí. Id con vuestras mujeres y apresuraos a volver deprisa. No me gustaría estar aquí cuando comience la lluvia.

Dejaron de trabajar la madera obedientes y acudieron a sus casas a por las respectivas parejas. El padre bajó la vista y sus ojos enfocaron a la polvorienta tierra con un brillo de tristeza.


Hacía ya varios meses que trabajaba en una construcción de madera de proporciones gigantescas; nunca se había visto nada así en la faz de la tierra. Los vecinos le preguntaban curiosos que a qué se debía aquello, pero él solo contestaba con un encogimiento de hombros y una mueca de conformismo, como si dijera: “Es lo que toca hacer”. Pronto sus convecinos pasaron del asombro y la curiosidad a la burla, asintiendo con vehemencia que se había vuelto loco y que esa construcción enojaría a los dioses; aun así, siguió empecinado en acabar cuanto antes, pues en su fuero interno sabía que el tiempo llegaba a su fin.

Cuando estaba ya casi acabada, y solo faltaba una cubierta, hizo lo inesperado. Empezó a meter animales dentro de ella. Los vecinos estaban que no cabían en su asombro. ¿Qué esperaba, con aquel zoológico? ¿Acaso era esa la función de semejante cosa? Todos los paisanos del anciano padre miraban como, por parejas, animales de todas especies desconocidas eran introducidos a la construcción de madera que cada vez se asemejaba más a una barca de dimensiones gigantescas. No intervinieron para impedir aquello, pero no dejaban por ello de insultar a Noé, que así se llamaba el viejo padre, y decirle que era un estúpido.

En eso, sus pensamientos volvieron al cauce de la realidad, dejando de rememorar acontecimientos anteriores, y volvió de nuevo al trabajo. Quedaba muy poco; muy, muy poco para acabar la obra que tenía entre manos. Aquel arca debía de terminarse a lo sumo en un par de horas. No había que perder tiempo en nada más que en eso, pues el cielo había anegado a la tierra en una oscuridad casi semejante a la noche sin estrellas y sin el brillo de la luna.

Los hijos de Noé llegaron con sus mujeres, portando estrictamente lo necesario y Noé les exhortó que subieran a la barcaza las mujeres y que sus hijos atendieran las pequeñas reformas que restaban para que todo quedara terminado. Pasó una hora de trabajo en el que ultimaron los preparativos.
Mientras los hombres se afanaban en el acabado del arca, las mujeres se ocultaban en la cubierta bajo los velámenes e izaban su vista temerosas de que la lluvia comenzara de un momento a otro.

Al cabo de unos minutos, tras rematar la faena, la primera gota cayó en tierra, a los pies de Noé. Enseguida gritó a sus hijos que subieran a bordo y que recogieran la pasarela. Al acabar su orden, un estruendoso trueno se oyó en toda la llanura. Parecía que el cielo se rompía en mil pedazos. Y entonces la lluvia comenzó a caer; despacio primero, a cántaros después. A dos metros de donde se hallaba cualquiera, no se veía nada; Era como vivir debajo de una catarata. Los vecinos se encerraron en sus casas temerosos de que los dioses les hacían pagar por los pecados de megalomanía de Noé. Otros, los más valientes, si es que a eso se puede llamar valentía. Acudían corriendo hacia el arca para gritar y blasfemar contra el viejo padre y su prole, que estaban dentro y, en teoría, a salvo. Estos fueron los primeros en ahogarse.

Tras diez minutos de una intensa lluvia como no se ha visto jamás sobre el planeta, la tierra no podía verse en varias leguas a la redonda. Las casas se desmoronaban como si estuvieran hechas de mantequilla y la gente luchaba para salir a la superficie. Pero tarde o temprano sucumbían a la inmensa fuerza del agua que arrastraba todo lo que encontraba con implacable poder. Noé y su familia lo contemplaban todo desde la cubierta con creciente horror; sin embargo, este pensamiento dejó aflorar otro de alivio, al saberse salvados de tal tragedia. El cielo bramaba con el sonido de mil tambores y el agua que caía a raudales hacía desaparecer cualquier atisbo de existencia, ya fuera animal o vegetal.

Noé, junto a su familia, no pudo menos que alegrarse de que todo aquello estuviera ocurriendo en aquel momento y que, a pesar de las burlas de sus vecinos y paisanos, se había cumplido lo que los dioses habían mandado. Rió fuerte junto a su familia mientras miles se ahogaban y la vida daba paso a una desolación líquida hasta donde alcanzaba la vista. Rió por todos aquellos estúpidos que le habían desafiado; por aquellos que, aun viendo lo que se aproximaba, no mostraban ni un atisbo de comprensión por su obra. Rió porque los dioses le habían elegido a él, de entre todos los hombres, para salvarse.

Se rió de todos los pobres desgraciados que yacían en las profundidades de los nuevos mares que ahora se abrían ante ellos como un manto azul interminable. Rió hasta que le saltaron las lágrimas… y su familia reía con él en plena comunión con los pensamientos que Noé tenía.

 De repente, un rayo más brillante que el más brillante de los soles cayó desde el cielo e iluminó aquella vastedad. Noé, a pesar de ello, siguió riendo junto a su familia en la cubierta del arca. Un nuevo rayo refulgió entre las plomizas nubes y dio de lleno en aquella inmensa embarcación, reduciendo a ceniza casi instantáneamente a sus tripulantes, tanto a los hombres como a los animales; aquel rayo hizo estallar el arca en millones de astillas que se desperdigaron por doquier. Y entonces la vida dejó de existir para siempre en aquella tierra.

Mientras las cenizas de los últimos supervivientes reposaban en el fondo de los recién formados mares, la lluvia seguía cayendo en la superficie. Y no hubo más rayos. Y los truenos se apaciguaron en las alturas.

Tal vez los dioses consideraban, una vez borrada la existencia vanidosa de los hombres, volver a comenzar de nuevo.

4 comentarios:

  1. Hola Pedro, aquí estoy.
    Este relato ya lo había leído en Literautas, allí no suelo comentar los textos no se por qué. Como más vale tarde que nunca...

    Me gusta mucho tu idea, coges un pasaje universalmente conocido y lo haces tuyo. Mientras lo leía me dije "Anda es Noé" y pensaba "bueno ya sé cómo va a acabar esto", pero de repente... (spoiler) ¡¡Pero si se los ha cargado a todos!!

    Genial, genial, genial. Un final de diez, enhorabuena.

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    1. ¡Buenas Patricia!

      Primero decirte que muchas gracias por pasarte por aquí y que, por supuesto, puedes hacerlo cuando te dé la gana. Con respecto a comentar o no en literautas, eso cada cual con su opinión. Yo cada texto que tengo allá lo pongo en el blog y así hay más libertad de que los comentarios queden entre quien comenta y el que lo recibe. Aún así, mil gracias por tomarte tu también parte de tu tiempo y dejarme tu opinión.

      Estoy contento de que te haya gustado pues, aunque la historia ya sea de sobras conocida, lo que en ocasiones me gusta hacer con ellas es un "que pasaría si...", como una especie de opción B... El resultado con este es justo lo que acabas de leer.

      Muchísimas gracias y, repito, espero verte infinidad de veces por aquí; yo, desde luego, es lo que pienso hacer con tu blog.

      ¡Un abrazo muy fuerte y hasta pronto!

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  2. GUAO!! no tengo palabras es más lo he compartido! todos sabemos la historia pero de la manera que lo cuentas y lo mejor lo llevas a tú terreno Buenísimo..FELICIDADES!
    Un saludo

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    1. ¡Hola Elisa!

      ¿Viste? No doy tregua a ningún protagonista de mis relatos... ni siquiera a Noé, aunque ya sabemos todos de sobra que acaba bien, por supuesto.

      ¡Gracias y un saludo enorme!

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