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jueves, 1 de noviembre de 2012

MANO POR MANO (Agente Del Caos) Cap. III (Parte 2)



Llegué pronto con la bicicleta (nunca me ha gustado montar en bicicleta con traje) y la apoyé contra un árbol perdiéndola de vista para siempre. Fui a sentarme a una mesa de un bar del parque al lado de una floristería. Allá pedí un café que pagué con los cambios que sustraje de las demás mesas y esperé fijándome en todas las personas que por allá pasaban. El sitio donde había tenido lugar la pelea de hacía dos días estaba ya como si no hubiera pasado nada; Habían retirado las cintas de la policía y la gente campaba por allá a sus anchas.

Sé que esto suele ocurrir en las películas. Uno no se espera que por un golpe de suerte, estas cosas sucedan, pero así fue: Resulta que, al girar la cabeza para observar uno de los caminos de tierra que cruzan el parque, la vi. Línea y bingo. Inconfundible en toda su integridad. Porque, amigos y señores, tenía el pelo de la misma manera recogido, los mismos pendientes y, atención, la misma ropa. Lo único que la distinguía de nuestro encuentro fugaz la otra noche era que llevaba dos libros cruzados en su pecho. Y encima iba sonriente la muy perra. No quise hacer ademán de sorpresa, pero casi pierdo los papeles. Me quedé quieto y sentado, solamente siguiéndole con los ojos. Cuando vi que estaba a unos veinte metros de distancia de mi posición, salté literalmente de mi silla y fui tras ella.

Siguiéndola a una distancia prudente, adiviné casi de inmediato donde se dirigía. Iba a la Biblioteca Nacional. O sea que, encima, mi señorita enigmática era una empollona del tres al cuarto. La cosa se ponía cada vez más interesante. No tardó ni diez minutos en cruzar la puerta por la cual había apostado: La Biblioteca Nacional. Este edificio se alzaba como un monstruo gigantesco y tenía más libros que el Vaticano y Alejandría juntos. Crucé la puerta cuando vi que ella doblaba una esquina desde dentro y le seguí hasta el cuarto donde entró. Encima de la puerta, en letras que casi parecían orgullosas de estar allá, se leía SALA DE ESTUDIO. Consistía en una inmensa explanada cuyo cuerpo central constaba de dos hileras de mesas milimétricamente situadas y las paredes forradas de estanterías llenas del saber y conocimiento universal.

La dama se sentó en una mesa con dos espacios a su lado vacíos; yo le imité, pero sentándome en un sillón a la entrada de la sala. Vi como abría un libro y se enfrascaba en su lectura muy concentrada. Tras cinco minutos de reloj en la que por mi mente no pasaban mas que opciones de actuación, me decidí por lo más lógico. El azar, el dejarse llevar, a ver que pasa… Me levanté del sillón y fui hacia ella. No reparó en mí ni un solo momento. Seguía leyendo, pasando página tras página. Su vista correteaba por aquellas líneas devorándolas de manera sobria. Al estar a su altura, donde estaba uno de los asientos vacíos a su lado, me paré y le hablé.

- Disculpa: ¿Tienes un bolígrafo para prestarme?- pregunté con media voz.

Ella levantó la cara sonriente con una contestación en los labios, pero su respuesta murió allí mismo al verme de pie ante ella. Su sonrisa gradualmente se transformó  en una línea roja de seriedad mientras sus ojos se abrían de par en par. Tras un momento, que a ella debió de parecerle una eternidad, se recompuso y miró a un lado y a otro. Yo estaba apoyado en la mesa mirándola con una mezcla de gravedad y sarcasmo y, por supuesto, esperando a que me prestara su boli, claro.

- ¿Qué haces aquí?- preguntó conteniendo el tono de voz.

- Hacía un buen día para pasear, salir a tomar algo y luego, tras el paseo agotador, meterse en un sitio fresco y silencioso como este y disfrutar de un poco de lectura. ¿A ti que te parece que hago?- respondí mientras tomaba asiento a su lado.

- ¿Cómo me has encontrado?- me interrogó de nuevo, como si no hubiera oído lo que le dije anteriormente.

- Un poco de suerte, un poco de perseverancia y, por supuesto, la sensación de que me quitaste algo que me pertenecía.

- Te lo dije.- respondió ella sin alzar demasiado la voz.- Déjame en paz o atente a las consecuencias. Solo cogí lo que era mío y punto. Estás al límite de cruzar una línea muy peligrosa, así que deja de buscarme o la próxima vez tendrán que recogerte a ti de un parque.

- No pienso dejarte de lado hasta que no me devuelvas lo que me corresponde.- contesté un poco sofocado. Tal vez hablé en un tono algo fuerte, pues la gente de alrededor levantó la vista de manera disimulada.- Es más, seré tu sombra y me pienso pegar a ti como una lapa. Te encontré una vez, así que puedo hacerlo de nuevo.

Se levantó de la silla de manera tan audible que era imposible que nadie de la sala no lo oyese. Cerró el libro y, antes de cogerlos, me dio una bofetada en toda la cara. Su rostro era el espejo de la rabia. Tenía los ojos bien grandes mirándome mientras echaban fuego y su boca era una mueca de ira contenida. La hostia me dolió bastante; esa chica pegaba fuerte y encima sabía como hacerlo. Tras aquel intercambio de impresiones, abandonó la sala bastante rápida; yo me quedé sentado masajeándome la mejilla mientras los espectadores ya ni siquiera disimulaban que leían.

- Hija de puta…- mascullé mientras me levantaba e iba tras ella.

A la salida de la Biblioteca la busqué entre el pequeño río de gente que paseaba de arriba abajo por la calle. Le vi alejándose con paso vivo hacia el sur de la ciudad sin mirar ni una sola vez hacia atrás. Desde luego, no se podía negar bajo ningún concepto que no tenía miedo de nadie, eso está claro. Viéndola irse así, comprendí entonces que no tenía ninguna posibilidad de recuperar mi trofeo, así que la deje marcharse y que le dieran con viento fresco. Hasta el enfado que sentía por ella se había diluido en un mar de calma, así soy yo de polar. Y, justo en el momento en que desistía, no pude evitar fijarme en que un tipo gordo de rostro cubierto por un sudor grasiento, alejado de mi pero próximo a ella, le observaba con febril entusiasmo. Es como si el pobre hombre tuviera una indigestión tremenda y no encontrara un excusado, seré fino, para aliviar su pesarosa carga. Luego se puso a andar con paso extraño, casi mecánico, en pos de la joven de los años sesenta.

La gente se apartaba de él como las aguas del mar rojo de Moisés y, aunque no parecían darse cuenta, le evitaban con una mueca de disgusto y de asco. Al hombre aquel parecía no importarle, pues seguía con paso resuelto hacia donde estaba la ladrona. Y yo le seguía a él. La joven se metió por una callejuela que parecía ser la antesala de una tragedia, tal como se estaban poniendo las cosas. El hombre le siguió. Me escondí justo a la entrada de la callejuela, esperando a que se alejaran un poco más. Entonces aquel extraño pareció coger más velocidad y logró ponerse casi a la altura de ella. Fue justo al doblar una esquina y, por lo que pude ver en una fracción de segundo, le pilló completamente de sorpresa.

Me acerque raudo pero sigiloso para ver que demonios pasaba a la vuelta de esa estrecha calle. Oí la voz de ella diciendo que le soltase a aquel hombre, pero él pareció contestar con una especie de risa tan gutural que producía nauseas solo escucharla. Me acerqué despacio a la esquina y entonces un grito de sorpresa rebotó en ecos por las callejuelas de aquella zona. Me asomé subrepticiamente y vi que el hombre había mudado su cerdoso rostro por una probóscide y una docena de ojos sin orden ni concierto en su ya deformada cara. Las manos empezaban a transformarse en esa especie de tentáculos provistos de los aguijones y sujetaban con fuerza y determinación a la joven. La lengua de mariposa que tenía por faz se paseaba a un palmo escaso por las mejillas de la joven y esta trataba de liberarse de aquel repulsivo contacto por partida doble: Probóscide y tentáculos. 

Yo podría haber hecho algo en ese momento, como un caballero de reluciente armadura que acude en ayuda de la dama (aunque tengo que reconocer que también se lo merecía, por ladrona), pero entonces ella hizo algo que me dejó asombrado. A saber: Le dio una patada en todos los huevos; justo en el centro. Pero lo que mas me sorprendió fue que ese bicho se doblara de dolor, haciendo que la soltara inmediatamente y se llevara esa especie de brazos a las partes pudendas. Quizá no se había transformado del todo o tal vez también tenían pendientes reales… me daba igual. Vi como la chica corría mientras el bicho se agarraba y emitía un zumbido que querría significar, digo yo, que le había dolido. Acto seguido, mientras ella corría, el monstruo aquel tomó conciencia de que se le escapaba y entonces gritó… bueno; en realidad, chirrió, como si fuera una cigarra. Y se lanzó a la persecución de ella como alma que lleva el diablo.

Salí entonces de mi escondrijo y corrí calle arriba hasta llegar a otra esquina, por donde la chica había vuelto a meterse en otra calle que cruzaba la anterior. Los edificios medio grises medio marrones parecían ser el testigo mudo de aquella atroz carrera. Ni un alma se asomó por las ventanas, nadie oía los gritos y jadeos de la muchacha que corría para salvar su vida. El cielo se oscureció de tal manera que casi parecía irreal y enfermizo. Todo esto pude observar mientras iba detrás del cazador y su presa; finalmente aquella criatura dio alcance a la joven y la tiró al suelo; ella cayó de bruces y se dio un feo golpe en la cabeza. Pero la conmoción le duró poco, pues siguió arrastrándose por el suelo, casi a ciegas, como huyendo de algo que no comprendía, pero que sabía muy bien que era. La criatura de probóscide se deleitaba con placer de aquella mosca que había caído en su tela de araña; la rodeaba, le empujaba… jugaba con ella para después destruirla.

Y aquí fue donde entré en acción; fui corriendo como un suicida (menos mal que no era temerario) y a la vez empuñé el cuchillo de mi chaqueta. A escasos metros de él, grité. La criatura se dio la vuelta con sorpresa y yo salté como un Mario en las plataformas que eran una caja de plástico y, de allá, a un container metálico. El último salto fue, mal que lo diga yo, espectacular; pero los bichos no se suelen amilanar ante este tipo de acrobacias y lo que hizo fue alzarse para hacerme frente; intentó darme en el primer salto y falló. En el segundo logró rozarme pero no me desestabilizó y en el tercero, donde le iba a asestar el golpe de gracia, se alejó un poco de mi para contraatacar. Resultado: Solo alcancé para provocarle un corte bastante feo en aquella cosa que hacía de su brazo. Tras eso caí en el suelo al lado de la joven. Ella seguía arrastrándose como por inercia. El engendro aquel, al que ya reconocía como un zángano de no se qué plaga, se acercó con las patas o brazos o lo que sea en alto dispuesto a atacar. Entonces me lancé yo también a por él blandiendo el cuchillo hacia los aguijones que empezaban a asomarse por aquellos pliegues de tentáculos.

Corté uno limpiamente por encima de donde debía de estar en codo, y ya le iba a atravesar cuando con la otra extremidad me lanzó casi cinco metros más allá de donde estaba él. El impacto fue tan grande que me dejó sin respiración. Mientras luchaba por ponerme de pie (cosas curiosas: el cuchillo no lo había ni soltado), mi querida ladrona de manos ajenas se irguió con un grito salvaje, casi se diría que hasta los cimientos temblaron y sacó de Dios sabe donde, el látigo que le vi manejar la noche que nos conocimos. Lo lanzó restallando contra él y le alcanzó en el cuello o, mejor dicho la parte que unía su gomosa cara con el tórax. Tras un limpio y fuerte movimiento con el brazo, hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo todo lo largo y gordo y asqueroso que era. Desenroscó el látigo de su cuello, lo tomó de ambos extremos y se lanzó a por la bestia como si fuera un jinete intrépida que quiere domar a su caballo. Se sentó sobre él mientras pasaba el látigo por el cuello de nuevo y cruzó los brazos para hacer un bonito lazo para asfixiarlo o arrancarle la cabeza. Pero ni que decir tiene que aquella criatura era mas fuerte que ella, quizás incluso más fuerte que los dos a la vez; se levantó rápidamente y ella perdió el equilibrio y cayó al suelo. Puso su pierna-tentáculo encima de ella y empezó a pisar fuertemente, como si quisiera escacharla. Curioso dibujo en el que una especie de cucaracha quiere chafar a una persona. Justo cuando las fuerzas estaban a punto de fallarle, o al menos así lo creí yo, acercándome por detrás le salté a la espalda para que perdiera el equilibrio y lo conseguí a medias pues, aunque no cayó al suelo, por lo menos conseguí desestabilizarlo lo suficiente para que dejara de pisar a la chica. Empecé a apuñalarle ciegamente, aunque ninguna de las heridas que le abría le parecían provocar daños importantes; eso si, le hacían estar más furioso. Pero no logró que me bajara de su espalda por mucho que se moviera.

Un chasquido sonó en el aire, alcanzando las extremidades inferiores de la criatura y haciéndole besar el suelo, conmigo encima incluido. Me aparto ó de un movimiento convulso pero, antes de que se pusiera de pie, la chica fue a por ella y le asió de la cabeza mientras tiraba hacia arriba. En menos de cinco segundos, mientras un grito pugnaba por escapar de la garganta de la joven, le arrancó la cabeza de cuajo mientras la probóscide se agitaba espasmódicamente. La vida miserable de aquella cosa había llegado a su fin.

Tras eso, tiró la cabeza a cualquier parte y se alejó del cuerpo mientras se sentía desfallecer. Cayó de culo al suelo y se acercó a mi ayudada por sus piernas mientras jadeaba sonoramente. Luego me miró con ojos medio incrédula, como pensando que no podía haberse salvado ni de coña, medio agradecida, como dando loas al cielo de que estuviera por allá.

- Supongo…- empecé yo.- que este también es un zángano de esa mierda de plaga, ¿no?

- Creo que si…- contestó aún jadeando.- Pero no tengo ni idea de por qué me atacó. Tal vez por haber matado al otro. No tengo ni idea. Pero nada de nada.

- Bueno; la cosa esa está muerta ahí delante. ¿Crees que nos tendremos que preocupar de más represalias por parte de otras como este?

Ella negó con la cabeza. En esto parecía estar muy segura; algún día me lo explicaría, pero desde luego no iba a ser este. Tras un par de minutos ahí sentados mientras recuperábamos el aliento, fui al meollo del asunto.

- Sé que te vas a poner como una fiera, pero créeme que no tengo ganas de pelea. Quiero mi “trofeo”. Este lo has matado tú, tienes derecho a él, de acuerdo; pero el otro era mío. Así que podemos hacer un pequeño cambio, ¿te parece?

Ella me miró con cara de pocos amigos y se negó en redondo. Me dijo que para nada. En nuestro primer encuentro se lo había llevado de forma legítima y, este que lo había conseguido casi de la misma manera, también se lo iba a quedar. Se puso a cuatro patas y fue en dirección al cadáver en el que se había transformado esa cosa, un hombre gordo que había sido pasto de los gusanos hacía ya mucho tiempo y del que solo quedaban restos de descomposición seca. La joven cogió la mano de este cadáver para arrancarla igual que había hecho anteriormente con su cabeza, pero se quedó en el intento.

Sé que es muy feo y muy cobarde por mi parte y hay veces que hasta me avergüenzo, pero es solo un momento pasajero que luego da paso a un “de todas formas, era lo que se merecía”. El caso es que me acerqué a ella y le dí un puñetazo en la cara. Juro que no fue para nada fuerte, pero llevaba ya tantos golpes que creo que ese acabó por dejarla fuera de combate. Se desmayó con una rapidez asombrosa y, antes de que su ya maltrecha cabeza fuera a dar con el asfalto yo, como un perfecto caballero, la cogí suavemente y la dejé en el suelo. Tras ese cambio de opiniones, fui yo quien arranqué la mano de aquel cadáver y me la llevé.

No me siento nada orgulloso, ya lo he dicho, pero es que este es un mundo cruel y despiadado. Y también, por qué no decirlo, porque tenía ganas de devolverle la hostia que me dio en la biblioteca. Así que mano por mano, bofetada por bofetada; así estamos en paz.

Me alejé de allá dejando como única compañía un cadáver mutilado y con una sensación de justicia en todo el cuerpo. Tan solo esperaba que no me guardara rencor si alguna vez volvía a verla; Aunque resultó posteriormente que la vería más veces, en algunas ocasiones más de lo que me gustaría. A lo mejor eso motivó que me enamorara de ella, quien sabe; lo que seguro que es cierto es que en este primer encuentro ninguno de los dos quedó indiferente hacia el otro… aunque para ello se necesiten un par de hostias bien dadas.

3 comentarios:

  1. ¡Ala! Menos mal que recompusiste su corazoncito rebelde, me parece especialmente bueno cómo concluyes este capítulo con esas reflexiones en los dos últimos párrafos.
    Maldito sea el anonimato por cierto, que me muero de ganas de ponerle nombre a este chico. :P

    ¡Un beso! Espero que publiques más. :)

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    Respuestas
    1. ¡Hola de nuevo Candela!

      Va a ser que no va a tener nombre, así que eso te lo dejo a ti, a tu entera elección. :D
      Ya sabes lo que dijo al principio: Es esencial conservar el anonimato. Por otro lado, ya ves que espíritu más romantico tiene este mozo, enamorándose de la primera que encuentra...

      ¡Un beso muy grandeee!

      PD: A ver si dentro de nada ya sale el cuarto y a la vista está un quinto, que aún tengo pendiente al menos el primero para publicar...

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  2. Cada ves me estoy enfrascando mas con este muchacho! Super bien descrito por un momento pensé hasta que devolvería en el 1 cap.! Me encanto el momento de la ostia de la biblioteca,me los imagino, y como no los dos últimos párrafos bofetada por bofetada estamos en paz, pero muy caballero él!
    Hay el amor!
    Me ha encantado,creo que sabes que tus historias me llevan a un viaje sin fin!
    Menuda imaginación tengo,o es que lo describes también? Sea como sea sin palabras!
    Felicidades.
    Un fuerte saludo.

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