Tras dos transbordos que
una amable mujer me pagó gracias a la chatarra que tenía guardada en un
pañuelo, llegué por fin a la calle en cuestión. Era más estrecha que una
frígida y allá los coches casi tenían que pasar de canto… Es más, si pasabas
con los brazos en cruz, casi podrías tocar las paredes de ambos lados de las
calles. Pero no estaba allí para loar alabanzas al penoso funcionario en
urbanismo que había diseñado esa calle, si no para “trabajar”. Fui un poco más
abajo, y bingo… Encontré la puerta de servicio de un taller, así que deduje que
la puerta donde meten los autos estaba en la calle paralela.
Hacia allá fui y me quedé
un rato contemplando la fisionomía del mecánico, o lo que se veía de él, mejor
dicho. Tenía un tatuaje en el antebrazo izquierdo medio tribal, medio raro y en
la muñeca derecha tenía un brazalete como de cuero y tachuelas de punta
cuadrada. No tardé mucho en localizarle, y me dirigí hacia donde él estaba.
Había como dos personas más en el taller, un gordo con una cara tan llena de
granos que parecía que tenía un avispero por cabeza y un chaval escuálido que
no tenía edad ni para afeitarse. El susodicho sospechoso estaba bajo un capó,
arreglando Dios sabe qué.
Carraspeé un poco para que
supiera que estaba a su espalda, y solo echó una ojeada tras su hombro. Vi que
estaba fumando una colilla a medio consumir y tenía la cara llena de grasa y
aceitosa, igual que sus manos. Se quedó allá apoyado mirándome con unos ojos
azules casi transparentes. Parecía un James Dean abocado al fracaso. Su mirada
me interrogó. Le dije que venía para saber si conocía a la asesinada, una
pregunta un poco estúpida por mi parte, pero parece ser que causó en el un
efecto bastante… molesto. Se irguió y se colocó justo enfrente de mi mientras
se limpiaba las manos con el mono. Me preguntó si era periodista o qué; le
contesté que no. Me dijo que entonces que coño quería si no era periodista, y
que me fuera a la mierda. Le dije que trataba de resolver un crucigrama en el
periódico, y que me encontré con la noticia del asesinato, así que vine a
husmear. Creo que eso le encendió mucho más de lo que imaginaba. Sus compañeros
desaparecieron por arte de magia detrás de un coche, en el otro extremo del
garaje pero no quitaron ojo de encima.
- Escúchame bien, hijo de puta. No sé quién eres, ni que quieres,
pero el tema de esa zorra con la que salí me está dando más problemas ahora que
está muerta. Así que ya te puedes ir por donde has venido y olvidar esta mierda
de tema, ¿vale, colega? No tengo nada que contar; ya le dije a la poli lo que
sabía y no se lo pienso decir a un mierdas que viene aquí a curiosear.
- Como quieras… colega; solo que hay un pequeño detalle que se te ha
escapado. No me pienso mover de aquí hasta que me contestes a unas preguntas,
si no te importa.
- Oye, oye, tío; me estás empezando a encender; no eres policía, eso
lo puedo ver por tu estúpido aspecto y mucho menos periodista, porque suelen
ser mas listos, así que déjate de hostias y desaparece antes de que te dé una
tunda.
- Aquí la espero.- le contesté de manera tranquila.
Eso fue la gota que colmó
el vaso. En un segundo saltó hacia mi para hacerme papilla. La verdad es que
era alto y fuerte, pero yo fui más rápido que él. Quiso cogerme de la chaqueta
pero antes de que se diera cuenta, le golpeé con los dos puños en la cara
simultáneamente. Uno, a la cara; el otro, a los hocicos. Inmediatamente me
soltó y se llevó las manos al rostro por el cual empezaba a manar sangre. Creía
que le había roto la nariz, pero solo fueron unas venillas sin importancia.
Empezó a gritar y a llamarme cosas horribles… hasta se acordó de mi familia y
todo. Luego le cogí del cuello de la sucia camisa y le lleve de paseo de un
extremo a otro del garaje. Sus compinches parecían petrificados ahí, detrás del
coche. Estrellé a su amigo contra la pared llena de chapas y cayeron unas
cuantas encima de el con estrépito. Le volví a coger mientras gemía y gritaba a
partes iguales y le empujé hacia una silla medio desvencijada que había por
esos lares. Cuando separó sus manos de su cara, donde se mezclaban sangre,
mocos y lagrimas a partes iguales, le cogí del cabello y le alce la barbilla;
en menos de un segundo, tenía el cuchillo a escasos milímetros de su garganta,
dispuesto a cortar.
- Supongo que esto nos convierte temporalmente en amigos, ¿no te
parece?- le pregunté. Y, aunque parezca increíble, empezó a sollozar y a hacer
pucheritos. Alucinaba con mi nueva amistad.- Ahora que ya estás más calmado, me
vas a hacer el favor de decirme todo lo que sabes y, a ser posible, que sea
rapidito, antes de que tus compañeros recuperen el movimiento y decidan hacer
algo de lo que luego se arrepientan como, por ejemplo, llamar a la policía,
¿estamos de acuerdo?- pregunté en voz alta, para que me oyeran. No se movieron
ni un milímetro.
Y entonces cantó como los
ruiseñores. No lo hizo muy alto y melodioso, pero sí claro, a pesar de su nariz
herida. Y la conclusión que saque es que no sabía nada de nada. Él trató de
olvidarla, porque era una chica demasiado… con mucho nivel para él, vamos a
dejarlo así. La chica se engañó con la virilidad de ese caballero, y vio que
más allá de su ahora estropeada nariz, nada crecía, tan solo polvo y telarañas.
Lo que sí que saqué en claro, fue la dirección donde ella vivía. Le di las
gracias y abandoné el garaje, no sin antes limpiarme un poco la mano de la
sangre de aquel desgraciado. Estaba de buen humor, así que me puse a silbar Sultans Of Swing mientras caminaba por
la calle.
Casi por la tarde, a eso
de las siete, llegué a mi destino. Me había dicho donde vivía pero no el
número, así que pregunté por las estudiantes que vivieron con la difunta. Me
indicaron el piso unas chicas muy simpáticas y llamé a la puerta. Me abrió una
joven de unos veintiséis años o por ahí y le expliqué quién era. En realidad,
le mentí… un poquito. Le dije que era una especie de investigador que trabajaba
para la policía, y picó en el anzuelo. Mi precioso traje negro, camisa roja a
juego y corbata igualmente negra, mi uniforme por excelencia, le debió de
convencer. Su otra compañera no estaba, pero no tardaría en llegar. Me hizo
pasar y me invitó a sentarme. La estancia era pequeña, pero acogedora, como
solo unas chicas estudiantes saben hacer. Había algún que otro mueble
prefabricado, pero aún así resultaba coqueto. Ella se sentó en el sillón
cruzando las piernas y cogió un cojín con forma de corazón que miraba con ojos
acaramelados hacia arriba mientras una boca estampada anunciaba que te quería
un montón, para situarlo entre los brazos y sus pechos.
El interrogatorio fue
breve, y casi no saqué nada en claro. Para ella no parecía existir nadie
sospechoso de matarla, y la gente con la que salía era conocida de sobras por
sus dos excompañeras. Me comentó que vivía con ellas desde hacía dos años, y
que había conocido a tres chicos en ese lapsus de tiempo, uno de ellos el
comunicativo mecánico con el que tuve una charla animada anteriormente. Le
pregunté acerca de los otros dos chicos o de alguien cercano a ella, de algo
insólito que se acordara, pero nada. Me explicó que de los otros dos chicos
solo fueron rollos fugaces y listo; un polvo, tal vez dos, y hasta luego
cocodrilo, no te olvides de escribir. Luego nos sumimos en un silencio de un
par de minutos. Ella me miraba mientras hacía rulos con su pelo y yo observaba
el vacío intentando pensar cual sería el siguiente paso a dar. Me invitó a un
café; acepté.
Cuando volvió con dos
tazas, le di las gracias; ella me dijo con una sonrisa que su otra compañera
estaría a punto de volver y que, si quería podría esperarla. Le dije que si no
le importaba, eso es justo lo que haría. Luego estuvimos hablando de su amiga
muerta, qué le gustaba, cómo era, cuál era la relación con su familia. Y
entonces comprendí que, cuanto mas me hablaban de ella, más deseaba encontrar a
ese cabronazo que la había matado; ya casi no me sentía como un agente del
caos, si no como un ser ávido de venganza, como alguien anónimo que pondría
punto y final a la vida y hechos de ese desgraciado. Eso tenía previsto hacer…
desde luego.
La otra compañera, la
universitaria, no tardó en llegar, en efecto; pero vino acompañada. Traía a su
novio, un joven bastante atractivo y jovial, que estudiaba en la misma facultad
que ella. Estaban saliendo desde hacía tres años, y parecía el amor de su vida.
Cuando la enfermera nos presentó, se sentaron en unas coloridas sillas y empecé
mi interrogatorio con ella… aunque a él también le hice partícipe.
- Era una chica increíble.- me dijo la universitaria.- Berta se ganó
el respeto y la simpatía de cuantos la rodeaban. Era una buena chica, de
verdad. A veces recuerdo que hasta me ayudaba en la preparación de mis exámenes.
- Incluso a mí me echaba una mano.- añadió el novio.
- Es difícil imaginarte que ya no está entre nosotros o que formaba
parte de nuestro día a día. – asentí con el ceño fruncido sin dejar de mirarla.
Estaba evitando las lágrimas.
- Y el modo en que la encontraron… casi da pavor pensar en que
exista alguien así.- dijo el novio.- ¿Cree que encontraran a quien hizo eso?
- En ello estamos, desde luego. De momento, poco se sabe, pero
esperamos poder tener nuevos indicios acerca del autor del asesinato. En fin,
todo se verá. Gracias por el tiempo que me han dedicado. Ahora debo irme.
- Ha sido muy amable; gracias a usted.- me dijo la enfermera.
Me levanté y fui hacia la
puerta; les insté a que no se levantaran, pero la enfermera quiso acompañarme hasta
la salida; en ese momento, cuando se levantó el short que llevaba se bajó un
poco dejando ver el tanga de encaje que llevaba debajo. Sí, sí; todos los
hombres son iguales. Y es gracias a eso que pude ver… algo más. Mi vista fue
del comienzo del tanga de la guapa enfermera y la mirada como atontada del
novio de la universitaria. Vi que también lo había visto, a pesar de que la
enfermera recolocó sus shorts casi con indiferencia; pero también vi esa mirada
vacua y ausente tras su mirada al tanga. Recordé que el asesino era, además, un
fetichista. Un fetichista de ropa interior… femenina. Toda la escena no duró
mas de tres segundos, cinco como mucho, pero fue tiempo suficiente como para
darme cuenta de todos los detalles, desde el encaje sexy del tanga de la
enfermera, pasando por los ojos del novio de la universitaria.
Fui hacia la puerta bien
acompañado y me despedí con un apretón de manos de aquella simpática señorita.
Bajé rápidamente las escaleras y me aposté justo enfrente de la fachada donde
vivían las dos, bajo un portal en semipenumbra, a la espera de que aquel
caballero bajara. Tardó aproximadamente tres cuartos de hora en bajar y, cuando
salió de la puerta y echó a andar calle abajo, le seguí a una distancia
prudente. Se metió en una cafetería y salió dos minutos después desliando un
paquete de tabaco. Aproveché para coger una lata de coca cola que un camarero
dejó en la barra de terraza para servir y me la bebí de un trago. En toda la
tarde no había bebido nada y tenía sed, que demonios…
Por fin, llegó a otro
piso, destinado a residencia de estudiantes. Entró y allá acabó mi persecución.
Pero no escatimé en detalles a la hora de memorizar el portal y la dirección.
Al menos, tenía algo de peso para poder descansar tranquilo y, de paso,
tranquilizar al Kuei.
Cogí transporte público
gracias a una tarjeta que encontré en el bolsillo de un hortera con chaqueta
grande y bolsillos aún mas grandes, y me planté en casa en menos de media hora.
Cansado como estaba, me
fui a mi dormitorio y me dispuse a dormir. Pero la noche era luminosa y me
costó cerrar los ojos. Me encendí mi remedio y, entre bocanada y bocanada, pude
notar como los parpados me pesaban más que antes. Me quedé dormido nada mas
apagar el porro.
Volví a soñar con Helena
igual que la noche anterior.
Pasaron un par de días más
o menos. Estaba disfrutando de lo lindo del retiro del trabajo; mi doppelganger
lo debía de estar haciendo perfectamente bien, ya que parecía que nadie me
echaba de menos. Vigilé a mi querido sospechoso desde bien cerca. La verdad es
que parecía un tío muy enrollado… salía con sus compañeros a tomar algo, se le
veía muy enamorado de su novia, la universitaria, se le veía estudiante, con un
montón de libros iba a la biblioteca a empaparse de conocimientos… menudo Pitágoras
estaba hecho el señor… Y entonces, en el tercer día de vigilancia, mas o menos
a las cinco de la tarde, vi algo que me dejó a cuadros. Helena estaba en su
grupo de amistades. Salió de la ciudad universitaria junto a Helena, su novia y
cinco o seis más. Empecé a pensar en mi sueño, y un nerviosismo me invadió tan
de repente, que no pude evitar un escalofrío.
Desde la distancia de
nuevo seguí al grupo. Primero fueron a residencias cercanas para dejar a dos o
tres. Luego, el novio se despidió de su chica, y quedaron solo él, Helena y dos
mas. Tras un corto paseo, el que se despidió fue él, y quedaron solos tres
estudiantes. Cerré los ojos y suspiré profundo. No obstante, decidí seguirles
por si acaso.
Pasados unos diez minutos,
cuando Helena se quedó sola e iba hacia su residencia, me adelanté hacia ella y
le silbé por detrás. Ella, como buena que estaba, se volvió al sonido del
silbido. Y entonces me vio. Paró
su camino y vino hacia mí sonriente.
- Vaya, vaya; el señor cocinero por este lugar… ¿Hoy también tienes
libre?- me preguntó mientras me dio dos besos de rigor.
- Pues sí; estaba paseando
como casi siempre hago y me dije.. vamos a buscar a mi querida psicóloga, a ver
si la encuentro por aquí dando una vuelta… et voilà… así ha sido.
- Ya, claro.- me contestó torciendo el gesto en un intento de
parecer disconforme.
- En serio.- le supliqué yo.
- Está bien; me lo creo, me lo creo. En ese caso, ¿te apetece tomar
algo conmigo? Hay un bar aquí en esta calle que está bastante bien.
- ¿Tengo que pagar yo?
- Esta vez seré yo quien te invite, especie de rata. Venga, vamos.
Fuimos para allá y
hablamos durante casi una hora de cosas banales, después de cosas mas
interesantes y después la conversación decayó en tópicos como la música,
política y a religión no llegamos porque me excusé diciendo que tenía cosas que
hacer mañana y quería despertarme temprano. Ella me sonrió con esos labios
capaces de derretir toda la Antártida y me despidió no sin antes darme su
número para que la llamara.. cuanto más pronto mejor. Casi no pude salir del
bar por el temblor de piernas que tenía encima…
Hacía a tres horas por lo
menos que me había dormido, cuando me desperté sobresaltado. El sueño era
confuso, pero cuando desperté saboreé la sangre en mi boca… Me había mordido el
labio en sueños. Fui al baño para limpiarme y, al darme la vuelta, en medio de
las sombras, vi de nuevo al Kuei.
- Los malos sueños que turban el descanso anuncian que lo peor está
por llegar.- dijo con su sonrisa de tiburón.- No deberías de dejar las cosas
tan a la ligera. Tu momento llegará.
- Si con mi momento te refieres a una especie de bautismo de fuego
como agente del todopoderoso caos, me parece que vas de cráneo.
- Yo solo suplico por las almas que me traigas. Es el precio que he
de pagar por mi salvación. El modo de procurarlas, sea cruel o no, es cosa del
que empuña el arma.
- Cometiendo asesinatos en tu nombre, ¿no es así?- pregunté.
- No es un asesinato. Míralo más bien como… un bien al resto de los
mortales; y uno más grande a mi alma inmortal, por supuesto.
- ¿Qué más quieres esta vez?- pregunté mientras me secaba los labios
del agua.
- Vengo a prevenirte. Algo está pasando y los ojos vigilantes no
quieren ver. Tal vez ya sea demasiado tarde. Su fuerza ataca de nuevo, porque
su debilidad se ha apoderado de él. Lleva tiempo viéndose con ella, y ha
pensado que es momento de actuar.
- ¿Crees que ese tío está suelto a estas horas?- pregunté.
El Kuei desapareció y apareció ante mi sin darme tiempo a reaccionar.
Puso su mano sobre mis ojos y la otra sobre mi nuca y… Dios mío… nunca sentí
tal horror ante aquel tacto.. y ante lo que vi. Estaba en un viejo almacén,
como en mi sueño. Veía como alguien, pero no era yo. Parecía mirar de un lado a
otro, como si estuviera nervioso y luego miró hacia abajo. Y lo que observé en
ese momento me detuvo un grito en la garganta. Porque había una chica en el
suelo; y esa chica tenía la cabeza abierta, y los sesos desparramados, y la
boca abierta con un pañuelo dentro de ella, y un vestido que yo había visto esa
tarde rasgado hasta el pecho y esos ojos se llevaban a su altura un tanga y vi
que se la acercaba hasta su olfato y vi que las manos que sostenían el tanga
temblaban incontroladamente… y esa chica que vi era Helena.
El Kuei se separo de mi y me miró con gravedad. Estaba como agachado,
con las palmas de las manos apoyadas en sus rodillas, observando alguna
reacción en mi. Pero lo cierto es que estaba como fulminado.
- Ese dolor que has sentido, ese terror tan puro y horrible… Eso
sentirás antes de que la ira te domine. Porque sabes quien es él, y no has
hecho nada por impedirlo.
Me di la vuelta y vomité
la cena. Los ojos se me llenaron de lágrimas y la náusea no pasaba, no pasaba;
como si estuviera alejando un mal interminable, una pesadilla que se supone que
es un mal sueño, pero que sabes en tu fuero interno que es muy real. Y entonces
noté una claridad, como un haz de luz que te atraviesa la mente… Iba a matar a
ese hijo de puta…
- Conoces el sitio. Ve a por él, cumple tu promesa para conmigo. Véngate.
El caos está cerca de él. Deja que le azote con toda su fuerza y, tras el
sacrificio, tráeme su mano. Ahora ha trastornado tu equilibrio; debes inclinar
la balanza a favor de nuevo.
Así era; sabía donde
estaba. Fui a por él.
Ricardo, el encantador
novio de la universitaria, estaba en su habitación, deleitándose con su
reciente tesoro. Sus compañeros habían salido de fiesta, pues empezaba el fin
de semana. Pero el tenía que estudiar. Si señor, mucho que estudiar; así que,
entre la cama y el armario, estaba oliscando su trofeo y meneándosela con
entusiasmo febril. Fue justo ahí donde le encontré. Abrí la puerta de su
apartamento con suavidad, ayudándome de una tarjeta, y entré. Me dirigí
sigilosamente hacia donde vi luz, suponiendo que allí estaría él. La lámpara de
noche iluminaba tenuemente la estancia donde Ricardo estaba atento a sus
placeres. Golpeé la puerta con el pie y se abrió de golpe. Ricardo se
sobresaltó y se puso en pie a la vez que tiraba su tesoro al suelo.
Entonces entré y me puse enfrente
de él. Solo la cama me apartaba de matarle directamente. En mi mano sostenía el
cuchillo, y la marca del caos brillaba en la palma de manera intermitente. Mis
ojos se fijaron en él con aumentada rabia y en mi frente perlada de gotas de
sudor latía de manera sorda una vena al mismo compás que mi corazón.
- Túuuuuu, hijo de puta…- acerté a decir con contenida furia,
apretando los dientes.
Él me miró medio
sorprendido, medio cagado de miedo. Tenía un cuchillo en mi mano, eso ya lo
había visto, y su serpiente de un ojo era ahora una lombriz que pretendía
escabullirse en la tierra. En ese momento se le debieron de encoger las
pelotas. Entonces empezó a tartamudear.
- Yo… yo… es… es que… t… t… t… tengo una enf… enfer… fermedad… Y…
y.. incluso he ido a m… m… doctores… y…
- Ahórratelo, hijo de puta.- le dije de nuevo.- Supe que eras tu
cuando te vi mirar de esa manera a la compañera de tu novia. Después de
aquello, no pudiste resistirlo, ¿verdad?
- Es… es una enf… enfermed…
- ¡Cállate de una vez,
carbón de mierda!- le espeté.- Ahora voy a ir a por ti. Y voy a joderte tanto,
corazón, que ni el grito más potente va a librarte del dolor que estás a punto
de padecer.
Se acobardó de tal manera
que prometo que su pajarito retrocedió como avergonzado tras los pliegues de
sus calzoncillos. Pero podéis jurar que yo no me acobardé. Y que él no gritó.
No tuvo tiempo.
Aquella misma noche, sus
compañeros encontraron un espectáculo atroz. Le dejé como al día siguiente más
o menos encontraron a Helena en un almacén abandonado. La cara de Ricardo, la
que le quedaba después de cortarle las orejas y reventar sus ojos, estaba
transformada en un rictus tan profundo de dolor y sufrimiento que, según decían
los periódicos, uno de los compañeros se desmayó. Encontraron en su habitación
todos los “trofeos “ que recolectó de sus víctimas, mientras iban metiendo sus
restos en varias bolsas, ya que me ensañé con él con furia viva. Solo faltó una
parte de su cuerpo que no encontraron… y que me llevé conmigo.
Traje al Kuei la mano que me había pedido. Me
ordenó ponerla en una bandeja y rodear dicha bandeja de seis velas, que tenía
que prender convenientemente. El Kuei,
una vez realizado lo que me pidió, murmuró unos cánticos mientras se acercaba a
la mano cortada. Entonces, una especie de humo entre azulado y verdoso surgió
de la mano; acercó su infame boca a ese humo y empezó a aspirarlo; al mismo
tiempo, la mano empezaba a descomponerse y, de manera increíble, las llamas de
las velas crecieron y se inclinaron hacia la mano para quemarla mientras se iba
pudriendo. El Kuei no se detuvo hasta
aspirar aquellos vapores, vapores que desaparecieron cuando la mano desapareció
y en su lugar solo quedaron cenizas. Entonces el fantasma se volvió hacia mí
con aquellos ojos espantosos fijos en los míos y su horrible sonrisa.
- Devoré su alma; devoré su alma… Una más para mi propia salvación.-
exclamó risueño.
Genial e intenso este segundo capítulo. Cada vez me gusta más el personaje, esperaba que algo ocurriera pero no me imaginaba que lo ibas a hacer sufrir tanto tan pronto. ¿Cómo se enfrentará a partir de ahora ante su misión?
ResponderEliminarAdemás me ha encantado la escena en la que pilla a Ricardo y cómo describes sus intimidades.
A ver con qué sorprendes en el tercer capítulo. ¡Un abrazo! :)
¡Jelou Cande!
EliminarEste es probablemente el capítulo, hasta el momento, con el que más contento estoy. Te espero nuevamente por aqui para que me cuentes a ver qué tal los demás.
¡Un besooooo!
Este capitulo es buenísimo el momento en que sale silbando Sultans Of Swing,cuando descubre a Ricardo,pero como bien dijo él,se dio cuenta de como miraba a la chica,me lo imagino!..
ResponderEliminarSiempre hay una canción,una frase,o algo que pienso y zas! ahí esta me atrapa leerla,jej!...Dios que bueno
Felicidades.
Un saludo en la distancia
¡Hola Elisa!
EliminarMe alegra muchísimo que sigas las andanzas de este caballero que, verdaderamente, da mucho juego a la hora de ponerlo en acción. Voy a tener que darme prisa en preparar los dos siguientes capítulos porque si no ahí vas a estar tu exigiéndome que siga ;)
Muchísimas gracias por pasarte y, por supuesto, por leer lo que escribo.
¡Un abrazo muy grande!