No puedo decir mi nombre,
pero podéis haceros a la idea de que, en una sociedad como la que impera, el no
ser alguien te da… cierta libertad de movimiento. El anonimato es infinitamente
mejor que el ir por ahí, que te señalen y que te reconozcan. Y, a pesar de
ello, soy una de las personas más relevantes que existen sobre la faz de la
tierra; no me refiero a ser influyente, al dinero o al poder… estoy por encima
de esos términos, pero si relevante; y, como yo, debe de haber algunas más, tal
vez una veintena en todo el mundo.
Si me vierais por la
calle, sería como tú o como otro, un habitante mas de la Ciudad, un habitante
que paga sus impuestos, hace la compra, va a su trabajo, tiene relaciones
cordiales con la gente de su entorno, sale de viaje, disfruta de las
vacaciones… hasta aquí todo bien, muy rutinario. Pero a veces, algo ocurre
mientras una persona normal hace su vida normal en su entorno normal. Esto es
lo que se suele llamar invocación.
Tuve mi bautismo de fuego
mientras me levantaba de la cama después de un sueño intranquilo del que no
recuerdo casi nada para, atención, ir al baño a beber agua. Esa noche estaba
solo, había salido tarde del trabajo y me acosté aun más tarde si cabe. Pues
vale; el turno que tengo laboral me da la facilidad de dormir hasta las tantas,
si me parece. Y eso pensaba hacer el día siguiente.
Así pues, me levante con
una sequedad increíble en la boca, fui al baño, bebí agua, la vejiga me
imploraba que fuera hasta el váter, eché la meada de rigor de madrugada, larga
y en estado de suspensión y me apresté, tras acabar, a ir de nuevo a mi cama, a
caer en los brazos de Morfeo. Al lado del baño tengo una habitación que es,
como si dijéramos, para invitados,
aunque rara vez recibo visitas de esa índole por una parte y, por otra, cuando
las visitas son prolongadas, en este caso de un par de días o tres, las invitadas se suelen acostar conmigo en
la cama, por decirlo de un modo agradable.
En esta ocasión, mientras
iba por el pasillo, había alguien reclinado en la cama. Recorrí media distancia
antes de llegar a mi dormitorio antes de que mi cerebro procesara la
información; volví sobre mis pasos y allá estaba. No me había equivocado.
Era una niña de unos ocho
años, como mucho diez. Mi mano se acercó al interruptor, pero la luz no se
encendió. La niña, a su vez, sonrió. Creo que si en ese momento hubiera tenido
las tripas llenas, me habría cagado vivo… porque esa sonrisa mostraba una
hilera de dientes muy bien afilados, como un tiburón… por no mencionar la
fantasmagórica figura en su totalidad, embutida en un camisón blanco
inmaculado. Sus pies parecían mas oscuros en relación con el resto de la piel
visible de su cuerpo, y preferí pensar que era tierra seca en vez de sangre.
Al quedarme como mudo,
ella empezó a hablar. Y, aunque parezca increíble, esto fue lo que me preguntó:
- ¿Qué pasa?¿De qué te extrañas?
En principio, no supe que
contestar. Ni que estuviéramos de charla en una cafetería. Mi cabeza pasó del
miedo al absurdo y, entre nosotros, no sé que es peor. Con el miedo, sabes que
lo que ves supera toda cordura; es decir, eres consciente de que está pasando.
Con el absurdo, puedes llegar a creer que tu mente ha hecho crack y te has
vuelto loco.
- Puedes contestar. No te he comido la lengua.- prosiguió sonriente.
Y luego, encima, para dar énfasis a lo que dijo, chasqueó los dientes a modo de
mordisco.
Yo solo pude emitir un
gruñido. Después empecé a balbucear de manera inconexa.
- Tú… ¿quién?... y, cómo has hecho… ¿qué haces en mi casa?
Volvió a sonreír, con esos
dientes como cepos y se sentó de manera ceremoniosa en la cama, como si fuera
un Buda.
- Muchas preguntas, muchas preguntas… ¿De qué crees que te servirá
obtener las respuestas?
Ahí no supe qué decir. Me
quede in albis. No obstante, el miedo
volvió a mi de forma clara, no tanto por el ser que tenía ante mi, sino porque
tenía la certeza de que aquello no era un sueño.
- Ha habido una muerte esta noche, ¿y no te has dado cuenta?- me
interrogó con gesto inquisitivo.
- Yo… estaba durmiendo…- dije como excusándome.
- ¿Y qué?- dijo en tono molesto.- ¿Acaso no muere la gente mientras duermes, incluso en sueños?
- Pero, ¿qué estás diciendo?
- Has matado y no lo sabes. ¿Sabes lo que has hecho?¿Sabes que has desequilibrado la balanza?¿Sabe el daño que has causado al equilibrio universal?
- Pero, ¿qué diablos…? He salido del trabajo, he venido a casa, me he echado a las mil a la cama… ¿y me dices que he matado a alguien… mientras dormía? Flipo… tengo que dejar la maría pero ya…
En ese momento debí de
cabrearla. No sé como lo hizo, pero al instante desapareció de la cama, noté un
golpe en el pecho y me encontré en el suelo envuelto en una nube y, para cuando
quise darme cuenta, de esa nube salio su rostro. Estaba encima de mi encorvada
hacia mí, cara a cara, a no menos de un palmo y… Dios mío, sus ojos; tenían un
iris anormalmente grande, de un color amarillo verdoso y la pupila no era
redonda; era más bien informe, como si se estuviera derritiendo dentro del ojo.
- Deja de decir idioteces. Esto no es un sueño. ¿Crees que puedes
deliberadamente alterar el equilibrio?¿Crees que puedes salir indemne y
condenar al universo a la destrucción? Eso no es posible, no es posible para
nadie. Tienes que pagar.
¿Dije antes que tenía
miedo? Así era, pero también yo empecé a enfadarme sobremanera. ¿Quién era esa
niña salida del infierno para decirme toda esa mierda que desconocía y, encima,
acusarme de algo que no tenía ni idea de cómo o qué o cuándo había hecho?
- ¿Y entonces qué pasa?¿Vas a comerme o algo parecido?¿Me alcanzará con mi
jodido sueldo a pagar el destrozo? En serio, no sé quién dice más idioteces...-
le espeté en la cara. Ella primero me miró severamente; luego sonrió de nuevo.
- Los designios del equilibrio me han llamado para acudir a ti. No
soy más que un peón en este plan… igual que tú ahora. La fuerza ha vertido su
poder en ti; y este poder ha de ser correspondido con tus actos. No puedes
negarte.
Se levanto de encima mío y
me tendió la mano, invitándome a levantarme. Se la di, y me incorporé, pero no
me soltó la mano. Notaba como una corriente débil en la palma y el tacto de su
piel era frío y caliente a la vez, suave y áspera, viva y muerta.
- Ahora debes de servir al equilibrio, como agente de éste. Has
matado a uno de los nuestros, a uno de todos nosotros, y por ello debes ocupar
su lugar. No te queda otro camino. Pero un semejante nunca mata a otro
semejante; partes opuestas solo. El orden contra el caos, Y tú, amigo, has sido
tocado por el azar.
- ¿Qué…?- no me enteré de absolutamente nada.
- No importa; aprenderás poco a poco, a grandes rasgos… eso no me
está permitido ni verlo ni decírtelo. Debes recorrer tu camino. Encontrarás a
otros como tú, encontrarás a otros opuestos; encontrarás a quien te ayude, a
quien te niegue esa ayuda; pero, ante todo, nunca digas quién eres. Nunca
menciones la naturaleza de tu cometido. El equilibrio a quien representas, a
quien sirves, te destruirá en menos que nada. Recuerda lo que te he dicho.- se
alejaba de mi, su mano dejaba de presionarme la mía y miles de preguntas se
agitaban en mi cabeza.
Retrocedió hasta el baño y
su perfil se perdió en las sombras. Solamente podía ver en las tinieblas
aquellos ojos brillantes. Luego los cerró y formó parte de la
negritud del baño. No obstante, no me atreví ni a ir hacia ella, ni a encender
la luz y mucho menos a darle la espalda, así que reculé sin apartar la mirada
del baño. Llegué a mi cuarto de espaldas y, con la mano que ella me cogió,
pulsé en interruptor de la luz y una corriente de puro fuego azul me sacudió
como un zarpazo de león, como una manada de bisontes por una pradera… la fuerza
de la corriente atravesó mi cuerpo y me arrojo a la cama entre convulsiones y
eso fue lo único que recuerdo tras una noche de sombras y sueños, de sueños
velados por pesadillas, de pesadillas sumidas en agonías y en el caos.
Ocho y media. Pero tal
cual. Marcaba las 8:30 cuando abrí los ojos. Eso fue lo primero que vi en el
cuarto. Después, observe que había un objeto al lado del reloj. Se trataba de
un cuchillo. Era un cuchillo de hoja afilada, tan afilada que cortaba el aire,
pero tremendamente llena de óxido. El mango, muy antiguo y astillado, era de
gruesa madera y, a pesar de su lamentable estado, parecía muy resistente.
Mi mano fue hacia el
cuchillo, pero me detuve a medio camino; en la palma donde me toco tenia
grabado un signo refulgente, como si mi mano fuera una fragua. Parecía una
mezcla de letras, y era como muchas a la vez y como ninguna. Después de eso, a
falta de una palabra mejor, se fusionó en la piel y dejó de ser visible. Pasé
el dedo índice por la palma de mi mano izquierda, pero no notaba nada raro.
Todo estaba normal, como siempre… Lo achaqué a mi imaginación; ese día
primaveral el sol pegaba con fuerza. Tal vez un reflejo acertó en mi mano y el
destello me jugó una mala pasada. Pero lo que no podía negar era el cuchillo,
aquella cosa salida de la nada que reposaba alegremente en mi mesilla.
Eso sí que no era, desde
luego, producto de mi imaginación. Pero, como hacía siempre cuando pasaba algo
inusual (aunque en este caso la palabra inusual se queda bien corta), dejé que
mi mente lo pospusiera para otro momento… más tarde le daría cancha. Ahora
tocaba ducharse, arreglarse y después bajaría a tomar un café a la cafetería de
mi calle; eso, al menos, pondría las cosas en su sitio. Tardé en hacer todo eso
alrededor de cuarenta minutos y bajé más despejado y, por supuesto, más
tranquilo.
Me senté en una mesita
metálica de la pequeña terraza que poblaba la calzada y me lié un cigarrillo
(de momento, no me apetecía fumar maría). El camarero no tardó en aparecer: Un
sujeto cetrino, de aspecto pulcro y muy sonriente. A las claras no era ni de
lejos de la Ciudad. Pedí un cortado y, dos minutos después, apareció con el
café y la cuenta. Me lo tomé de manera calma mientras fumaba y, apurando el
cigarrillo y sacando la chatarra para pagar, me fije en el ticket. Por detrás
había algo escrito; se notaba por la presión sobre el papel. Le di la vuelta y,
allá escrito figuraba el nombre de una tienda: DOMUS ANIMAE, y una dirección.
Ni nombres ni teléfonos ni nada más. La colilla casi me quema los dedos; la
tiré, apuré el poso de café que tenía en el vaso y fui a la barra con el ticket
y la pasta. Allá encontré al camarero que me sirvió. Me dirigí hacia él y le di
el dinero en el platillo del ticket.
- Perdone: ¿qué es esto?- pregunté. El camarero retiró el dinero y
me entregó el cambio con el trozo de papel.
- No olvide su ticket, señor, gracias.- Fue lo único que me dijo… y se quedó tan ancho…
Salí del bar mirando el
ticket mientras me metía el resto de monedas al bolsillo. No tenía ni puta idea
de:
a) Qué era DOMUS ANIMAE.
b) Dónde estaba la calle.
c) Qué tenía que hacer con
aquello.
Obviamente, debería de
buscar ese sitio, pero esto precisamente y las perspectivas que se ofrecían me
echaban para atrás.
En fin, tenía toda la
mañana, así que dediqué mi tiempo matutino a buscar la calle. En una ciudad
como esta, casi se podría decir que las calles cambiaban, no solamente de
nombre sino también hasta de aspecto. Si no eras una persona que saliera
mínimamente con espíritu emprendedor a recorrerte la Ciudad de arriba abajo,
muchas veces no tienes ni idea de donde te encuentras o donde te has metido.
Finalmente, tras dos horas investigando el paradero de la calle (odio ir en transporte
publico, prefiero ir caminando a los sitios) y tras unos cuatro cafés más en
tres bares distintos, encontré la dirección. La dirección sí, claro, pero eso
de DOMUS ANIMAE, ni hostias. En su lugar, donde debería de estar, probablemente
anunciado con letras grandes y a todo color, había, a un lado, un portal de un
edificio de seis pisos de altura cuya fachada, de antiguo color crema, ahora
tenía un gris indescriptible; al otro lado, se situaba un establecimiento de
chinos, los señores revientamercados… Entré, en contra de mi voluntad, a la
tienda para preguntar. Un caballero oriental muy sonriente (al parecer todo el
mundo me sonreía hoy; alegría primaveral, quizás) me saludó y preguntó si
quería algo.
Le pregunté que buscaba
DOMUS ANIMAE. Su sonrisa mudo gradualmente a un gesto inequívocamente serio,
como si le hubiera dicho algún improperio de dudoso gusto. Me preguntó que qué
era lo que quería por segunda vez, y le contesté que me dieron un ticket en una
cafetería que tenía apuntado el nombre y la dirección. Se lo mostré y me lo
quitó de las manos, analizándolo detenidamente. La sonrisa afloró en su rostro
y me invitó a pasar a la trastienda.
Le acompañé mientras
guardaba el ticket y, nada más entrar, tres amarillos más surgidos de Dios sabe
donde, me echaron el guante y me tumbaron contra una vitrina de cristal
resistente. Yo gritaba y forcejeaba, pero no llegaban mis gritos más allá de
las paredes. Me inmovilizaron y, cuando estaba bien sujeto y sin poder apenas
moverme, salió de una habitación, cubierto el dintel por cortinas de paño
semitransparente púrpura, una anciana china más vieja que el Egipto de los
faraones y se acercó a mi. No tenía ni idea de qué tramaban pero, por si acaso,
no me moví ni un milímetro. La mujer entonces cogió mi mano y tuvo un
estremecimiento de pies a cabeza. Alzando la cabeza, pude ver asombrado en sus
ojos ciegos un destello del signo que se fusionó esta mañana en la palma de mi
mano.
Tras ese momento, la vieja
oriental soltó mi mano y les dijo a los demás algo así como Hunluan, hunluan. Tras esas palabras,
despareció de nuevo por las cortinas. Los tres chinos que me sujetaban me
soltaron, pero dos de ellos se pusieron detrás de mi, el otro a un lado por si
intentaba algo raro y el dependiente justo enfrente, a unos dos pasos. Tras él,
estaba la puerta por donde la anciana hizo mutis. En el espacio de un minuto
más o menos, nadie dijo nada. Yo me frotaba las muñecas y el cuello. Después,
me vi en la obligación de romper el silencio.
- Bueno; ¿nadie va a explicarme qué pasa aquí?- pregunté jadeante.
- La anciana madre explicó que tu autentico.- respondió el dependiente. Si la noche pasada entendía poco, lo que ocurría ahora…
- Oye; ya está bien de rollos macabeos. ¿Por qué ese maldito moro me ha dado este jodido ticket con una empresa que no existe?¿Por qué entro a preguntar aquí y me asaltan cuatro amarillos y sale una mujer que tiene más años que arrugas y empieza a decir algo que no entiendo?¿Por qué me habéis traído aquí y ahora me dices que soy autentico?¿Es que ha pasado algo esta noche y nadie me ha invitado a la jodida fiesta o qué?
- No, no.- cabeceó el dependiente.- Tú eres compañero de hunluan. Uno de los hombres de hunluan.
- Pero… ¿pero qué mierda es eso?- pregunte intentando contenerme.
- Caos, hermano; caos.- contestó una voz anónima.
Bueno, ayer me pasé por aquí y dejé un comentario la mar de entusiasta, que veo que no ha quedado, no sé por qué.
ResponderEliminarResumiendo, te contaba que aunque creo que el texto necesita una revisión con respecto a gramática, vocabulario (ya sabes que soy una maniática), etc. me parece un texto buenísimo. Hay intriga, pero también momentos que te hacen sonreír, un inicio intrigante... La trama promete mucho. ¡Me ha encantado! A ver si encuentro tiempo para seguir leyendo.
Un saludo
¡Hola Carme!
EliminarEl comentario me llegó automáticamente a mi mail pero es cierto que aquí no se publicó, no sé por qué. Lo leí desde el correo y me puse manos a la obra un poco por encima para pulir algunos aspectos que me decías. Aún así, como no me fío mucho de mí, por si acaso me adelantaré al resto de partes y capítulos para echar un vistazo más detenido y corregirlo en busca de posibles fallos.
Por otra parte, me alegro mucho de que te haya gustado ya que es una serie de textos que partieron de una idea y los fui desarrollando a medida que escribía.
¡Un saludo muy gordo y ya sabes que aquí siempre te espero con los brazos abiertos!
PJGA me encanta tu personaje! Has conseguido que viva con él, actual y desenfadado en esta historia macabra y sin duda me hago muchísimas preguntas que espero ir resolviendo. :)
ResponderEliminarLo mejor el momento en que la criaturita adorable chasquea los dientes :P
¡Un abrazo!
¡Hola Candela!
EliminarEsperaba, como a Carme, que el comentario no apareciera, pero afortunadamente me volvió a escribir y ese si que apareció, como el tuyo. Me parece genial que te haya gustado y, aunque no he perfilado del todo el mundo que rodea a este "personaje", espero hacer muchísimos más capítulos de él y de sus andanzas. A mí también me encanta la forma que tiene de desenvolverse en las historias, por cierto.
¡Un beso muy grande!
Bueno empezamos el agente del caos! Interesante e intrigante...
ResponderEliminarUn saludo
¡Hola Elisa!
EliminarYa te prevengo que todos los Capítulos del Agente son bastante extensos, pero espero que te gusten, porque es un personaje que tiene mucho enchufe y garra... y, si no, que se lo pregunten a Candela :D
¡Un saludo!