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miércoles, 3 de julio de 2013

MUÑECA ROTA


Inspirado en Sundown, de Mike Foyle

Asistí, como había hecho multiplicidad de veces, al evento que se celebraba en mi antiguo instituto. Hacía casi veinte años que acabé mis años mozos en sus aulas pero al vivir próximo, siempre que tenía ocasión, me acercaba a hablar con los monjes que me habían dado clases; allá charlábamos de cosas triviales como el devenir de los tiempos, los nuevos alumnos, mi profesión y mi familia, a la que recordaban aún con alegría por los que aún vivían y con añoranza por los que ya no estaban allí.

Al último miembro que enterramos fue a mi abuela; no creo que haya habido un ser más encantador sobre la tierra. No queda bien que lo diga yo, pero era su ojito derecho para todo. Y una de las pasiones que me inculcó cuando era un crío, en su pequeña casa a las afueras, en compañía de mi abuelo, era el amor por el baile. De hecho, por su culpa, empecé a bailar a la tierna edad de siete años en un centro de enseñanza de Kuragis, una danza del lejano reino de Fereb. Era un baile parecido al ballet clásico, pero dotado de una plasticidad y elegancia que dejaba al ballet en un resignado segundo puesto.

De allí pasé al instituto y seguí, no obstante, con las clases de baile. Practicábamos en el polideportivo cubierto y, a pesar de ser el único varón que bailaba esta danza, no fui objeto de burla por los demás muchachos; tal vez me trataban con algo de condescendencia, pero acaso fuera una apreciación mía. El profesorado en bloque sabía de mí precisamente por aquella actividad que desarrollaba a la par que mis estudios y, de manera indirecta, fui el orgullo de la clase de Kuragis.
 
Pero ya han pasado casi veinte años; atrás quedaron las clases, los recreos, los juegos, los recuerdos que ya no volverán salvo en el reflejo de nuestros propios hijos. Por mi parte, no me casé nunca y dediqué el tiempo que tenía en cuerpo y alma al trabajo. Esporádicamente hacía alguna escapada interesante con amigos o con alguna conocida, pero casi siempre volvía de aquellos momentos con una profunda desazón.

Aquel año los muchachos acabaron los estudios a mediados de junio y el festival que siempre se hacía en el instituto era apoteósico. Las infinitas actividades cuyo propósito no era si no entretener tanto al alumnado como a padres y profesores, unidos en la diversión y olvidando los roles de jerarquía impuestos en una escuela como esa, hacían de aquella fiesta de tres días algo inolvidable.

Asistí, pues, con mucho ánimo, casi expectante, de lo novedoso de aquel festival. El primer día lo pasé francamente bien, yendo al mercado benéfico donde los chavales y sus padres vendían algo obsoleto pero en buen estado por un módico precio. Había también una exposición semejante al mercado de las bestias que se hacía en la ciudad y que mostraban criaturas de toda condición; incluso había, en una de las pistas exteriores, un grupo de gigantes de las colinas en pleno concierto de percusión. Era francamente espectacular; la gente alrededor se dedicaba a bailar solos, en pareja o en grupos, al son de los tambores.

Pero el verdadero espectáculo que quería (más bien deseaba) observar era el festival de baile del segundo día. Me acerqué al enorme polideportivo de las instalaciones del instituto, donde habían montado una tarima justo en el centro una hora antes de los previsto. Por aquel entonces, la mayor parte de la superficie ya estaba abotargada de los grupos que iban a participar en aquel festival: los había de todas clases y bailes. Y, como hacía tanto tiempo, el sexo predominante de los bailarines era el femenino. Un montón de muchachas se adecentaban y se daban los últimos retoques de maquillaje, dependiendo del rol que les tocara desempeñar. Los pocos muchachos que bailaban esperaban con una especie de resignación divertida, esperando no destacar mucho pese a ser los más llamativos, sobre todo debido a su escasez.

Visto desde la entrada del polideportivo, que eran unas escaleras que coronaban desde las alturas aquella gigantesca sala, aquello parecía un mar de color esperando explotar en aquella tarima de madera con forma circular donde, uno tras otro, todos los grupos pasarían el trance del baile.

Me acomodé tranquilamente desde el descansillo de la escalera y esperé con ansia a que comenzara la función. Así con firmeza la barandilla y noté que la piel se me erizaba de emoción para ver quién sería en esta ocasión la bailarina de Kuragis. Sin desmerecer en absoluto los sucesivos bailes que fui visionando, aplaudiendo en cada uno de ellos al final y fijándome casi obsesivamente en los movimientos de aquellos prodigiosos bailarines sin importar ni un solo ápice su edad, notaba como el momento se acercaba.

Por fin el maestro de ceremonias anunció el turno de la danza de Kuragis. Al contrario que otras ediciones anteriores del festival de baile, la danza propuesta iba a ser ejecutada por una sola bailarina. El maestro informó a todos los espectadores que se trataba de una antigua alumna que había vuelto a escena después de una pausa relativamente larga, pero cuya actuación no iba a dejar indiferente a nadie. Tras la pequeña introducción, dijo su nombre; y mi corazón saltó en el pecho en una mezcla de asombro y curiosidad.

Con todos ustedes, Raquel.”
Ese fue el epílogo que acompañó posteriormente una salva de aplausos; tras unos segundos de ruidoso batir de palmas y algún que otro ocasional silbido y vítores, se hizo un silencio sepulcral y empezó a sonar los timbales que indicaban que el show estaba a punto de comenzar.

Las cortinas que cubrían el escenario por completo se abrieron para dejar a la vista un segundo juego de cortinas de gasa de color negro. Estas, a su vez, se abrieron mostrando en medio a una mujer sentada con una pierna estirada hacia delante y la otra flexionada de modo que el talón tocaba su glúteo. El cabello caía en su rostro como la cortina azabache que hacía un momento la ocultaba del público; sin embargo, a pesar de ocultar su faz, conocía muy bien a aquella bailarina subida en la tarima, aguardando a que los primeros compases del Kuragis sonaran.

La música fue in crescendo; empezó a sonar la percusión, seguido de unas cuerdas levísimas, casi etéreas; Raquel se levantó del suelo lentamente y empezó su baile; cuando los arpegios del sintetizador comenzaron a ser audibles, sus movimientos cobraron una viveza imposible de superar. El bajo tomó fuerza junto a la batería y ella se movió por la pista cual si flotara; los saltos, movimiento de los brazos, las posiciones del pie en todo momento fueron fruto de una pasión que nacía de su propia alma para ir a morir a los ojos de los espectadores, que observaban con verdadero embelesamiento como la danza de la increíble Raquel acompañaba a la música y no al revés. Era el poder de sus movimientos lo que se fundía con aquella melodía.

El baile duró casi nueve minutos; nueve minutos de puro virtuosismo y, cuando la música se fue suavizando en última instancia aquel fuego, aquella orgía de movimiento se fue apagando paulatinamente hasta volver a adoptar la misma postura con la que había comenzado. Cuando acabó la actuación y el cortinaje de gasa negro ocultó a Raquel, la gente empezó a aplaudir con un entusiasmo como nunca había visto. Algunos lloraban henchidos de emoción; entre ellos, yo mismo. Aplaudí fuerte aquel día; muy fuerte. Y en mi interior empezó a crecer una alegría inmensa por ver la que hace mucho tiempo, cuando era bailarín de aquella danza, había sido mi ocasional pareja.

El festival de baile acabó poco después y el maestro de ceremonias saludó a los presentes y les despidió con un mar de buenos deseos, que fue respondido como no podía ser de otra manera, con una salva de aplausos. Todo el mundo subía las escaleras encantados por el espectáculo y los comentarios no podían ser más positivos y, en ocasiones, llenos de elogios.

Sin embargo, yo no tenía suficiente. Después de veinte años, Raquel había hecho lo que yo no  había sido capaz de hacer: había vuelto al escenario, había llenado aquella tarima de madera de la magia del baile y había dejado a los espectadores mudos de asombro ante tamaña danza. Quería verla y hacerle saber que estaba allí y que, después de todo aquel tiempo, era impresionante y digno de la más alta admiración su pasión por el Kuragis.

Esperé en el pasillo, que ya se empezaba a llenar de todos los participantes, padres, profesores y amigos; alrededor de mi persona todo eran sonrisas, gritos, besos, saludos y alegría. Por fin divisé a mi expareja de baile. Raquel se movía presurosa, acompañada de un hombre que, por su constitución, parecía un guardaespaldas. Iba con el pelo recogido pulcramente en una cola de caballo y su rostro maquillado exhibía una tímida sonrisa a todo aquel que le felicitaba e intentaba estrecharle la mano. Sin embargo, no hizo el menor ademán de responder al saludo excepto por un leve movimiento de cabeza. Su cuerpo iba cubierto por una enorme capa que le cubría casi hasta los pies y, cuando se acercó a mi, nuestras miradas se cruzaron. Le sonreí tímidamente y en sus enormes ojos grises, vi una chispa de reconocimiento; se acercó a mi mientras sus labios se abrían en un gesto de franca alegría. Cuando estuvimos cara a cara, vi en su rostro la voluntad de abrazarme, la predisposición a intercambiar las primeras palabras de saludo que desembocarían en un torrente de preguntas acerca de nuestras respectivas vidas. No obstante, fui yo el que empecé a hablar, puesto que ella parecía luchar contra una incomodidad fugaz que yo no acababa de comprender.

- Hola Raquel.- dije a modo de presentación.- Esperaba verte después del baile. Ha sido algo… como en los viejos tiempos.

Ella no me dijo nada, pero seguía sonriendo. Envuelta en aquella capa, podía adivinar el cuerpo que se ocultaba tras ella, esculpido bellamente a base de ensayos y baile; su mutis hizo que volviera de nuevo al ataque.

- No pensaba que aún bailabas… has sido la verdadera sorpresa del festival.

Una pareja pasó a su lado y le felicitó asiéndole levemente del brazo. Ella contestó con un tímido “gracias” y de nuevo volvió a fijar toda su atención en mí. Sabía que estaba enormemente contenta de volver a verme pero, ¿por qué esa falta de arrojo para abrazarme o para saludarme efusivamente? Aquel carácter risueño de nuestros años jóvenes, cuando todavía éramos noveles en el arte de la danza, solo parecía existir en la actualidad en sus ojos.

- A mí también me alegra muchísimo verte. No esperaba encontrarte aquí, en el festival de nuestro instituto.- me dijo con voz suave.

- Debo decir lo mismo. Pero veo que tu técnica ha mejorado mucho con la edad, a pesar de que han pasado veinte años.

- No hemos llegado a cuarenta, querido.- me respondió riendo.- Creo que aún tengo energía para unos cuantos años más.

- ¿Por qué has venido aquí?- pregunté curioso.

- Este año hace veinte que dejamos el instituto. Creí oportuno darle un merecido homenaje a la escuela que me vio crecer como bailarina. Me apetecía mucho bailar de nuevo aquí.

- Pues me ha encantado. Tienes que pasarte más a menudo. Y, ya que estás aquí, ¿te apetece que salgamos al patio exterior un rato? Tantos años dan mucho tema para hablar…

- Bueno… yo…- miró a su alrededor. Aquel monstruo humano que le acompañaba fue hacia ella de manera implacable.- Me temo que no me puedo quedar mucho tiempo… ya sabes… la agenda que tengo no es muy… amplia.

El hombre llegó hasta ella. Vestía con un sobrio traje negro, camisa blanca y lazo negro. Posó su mano en el hombro y tiró de ella suavemente. No habló en ningún momento; no podía vislumbrar sus ojos, pues estaban ocultos tras unas gafas redondas de espejo.

- Lo siento…- dijo ella.- Tengo que irme para cambiarme… ya nos veremos.

Dicho esto, dieron los dos media vuelta y se dirigieron hacia los vestuarios, cruzando un pasillo inmenso iluminado por ventanales. Me quedé apoyado contra la pared, con una mezcla de sentimientos bullendo en mi interior. Sentía extrañeza por aquel insólito diálogo, pero también enfado por aquel gigantón que parecía dominar su voluntad y, por supuesto, curiosidad por saber qué raro vínculo les mantenía unidos. Aún podía ver el enorme cuerpo de aquel tipo moviéndose por el abarrotado pasillo y, a su lado, como una pobre rehén, la que había sido mi compañera de baile durante tantos y tantos años.

Tomé una decisión algo descabellada: me puse en movimiento en pos de Raquel y su misterioso acompañante. Pasé como pude entre el maremágnum de personas que poblaban el pasillo sin perder de vista nunca mi objetivo. Por fin, doblaron una esquina. Como bien supuse, se dirigían a los vestuarios. Tardé un minuto en abrirme paso entre tanta gente y, cuando llegué a la esquina, tan solo un pequeño grupo de personas estaban apostadas en pequeños grupos hablando entre ellos de temas absolutamente banales para mi.

Vi las puertas del vestuario a escasos metros de donde yo me encontraba. Anduve con decisión hacia la puerta y, cuando mi mano iba a coger el picaporte para girarlo, tuve una sensación extraña. Tal vez lo que hubiera tras aquella puerta no fuera a gustarme; tal vez no tendría que comportarme como un príncipe estúpido y ciego que va en pos de su amada de manera inconsciente… pero aposté todo en aquel momento y giré suavemente para abrir la puerta.

Oí voces al fondo de aquella habitación. Las paredes de mi izquierda estaban forradas de taquillas y en la mitad de la sala había una doble hilera de bancos para cambiarse. Las duchas estaban al fondo a la derecha, donde los vestuarios se bifurcaban. Me introduje lentamente en los vestuarios mientras las voces llegaban a mis oídos en forma de susurros ininteligibles. Una voz ronca hablaba primero y una más suave completamente reconocible para mí le contestaba.

Me acerqué sigilosamente hacia la bifurcación. Obvio era que no se estaba duchando, pues las voces procedían de la izquierda, donde había más taquillas y bancos. Cuando llegué a la esquina, me asomé sucintamente esperando que estuvieran de espaldas a mí. Y lo que vi en aquel momento, me dejó petrificado.

Raquel estaba sentada en un banco vestida con su uniforme de baile y aquel corpulento hombre que le acompañaba estaba de rodillas ante ella. La postura en sí no era para nada del otro mundo… pero el detalle de que Raquel se estaba despellejando con sus propias manos fue lo que me heló la sangre. Sin embargo, tras un primer vistazo más que fugaz, me dí cuenta de que no estaba exactamente quitándose su propia piel. Todo lo que estaba arrancándose de su cuerpo parecían prótesis que imitaban perfectamente la carne. Bajo aquellas prótesis aparecía su verdadera piel. Ya se había despojado de todas las de las piernas y vi con un asombro, no falto de una pizca de repugnancia, que sus piernas estaban surcadas de profundas cicatrices y suturas.

El tobillo, por ejemplo, presentaba una sutura completa a su alrededor. Una cicatriz enorme le subía por el gemelo hasta casi medio muslo, donde había sido de nuevo cosida. Cuando empezó a  desprenderse de la falsa piel de sus brazos y, para mi horror, de parte de su rostro, un gemido de incredulidad hizo que volvieran sus rostros hacia mí. Entonces observé que dos cicatrices que nacían en el puente de la nariz le horadaban la carne: una por debajo del ojo y la otra entre el párpado y la ceja.
El hombre, que había estado examinando las cicatrices minuciosamente, se levantó como un rayo y yo, que estaba paralizado por el terror, no hice ni el menor ademán para correr.

- ¡No!¡Déjale! Déjanos; tarde o temprano sabíamos que iba a ocurrir… y mejor que haya sido con él. Déjanos a los dos, por favor. Quiero hablarle.- dijo Raquel aún en su sitio.

El hombre, que ya me había echado la mano encima, aflojó a su presa y fue en dirección a la puerta. Una vez allí se apostó como un centinela sin mirar a donde me había dejado. Raquel permanecía sentada; cuando la miré sus ojos reflejaban toda la tristeza que una persona puede concentrar en una mirada y me invitó a quedarme junto a ella.

- Supongo… que te debo una explicación…- me dijo con aquel tono suave mientras cruzaba los dedos.

Mi vista recorría todo su cuerpo visible. Brazos y piernas estaban mellados; una sutura negra le recorría desde la unión de los dedos corazón y anular hasta la muñeca. En la otra mano había tres dedos con costuras. Ella levantó sus ojos hacia mí. Aguanté su mirada y, de alguna manera, hizo que me relajara. Tal vez era la viveza de su mirada gris.

- Aquel hombre de allá es mi salvador; él me ha cuidado desde que tuve un desafortunado incidente. Él fue quien, debido a las artes de la cirugía y la magia, ha logrado que esté viva.

- No… no me digas que eres un no-muerto…- me atrevía sugerir. Ella me miró y levantó una ceja; después rió mientras su manos se posaban en sus rodillas. Negó con la cabeza mientras reía.

- No, compañero. Me temo que no. Estoy igual de viva que tú. Al principio, cuando sucedió lo que sucedió, pensé que de esa no salía. Y que mi camino acabaría pronto. Pero Paulus me ayudó.

- Pero… ¿cómo…?

- Hace casi quince años acabé mis estudios de danza. Era, como mucho, la bailarina más prometedora del Kuragis. Es una pena que no hubieras recorrido conmigo ese camino. Ahora seríamos más famosos que Jelys y Arcadia, los legendarios bailarines de Fereb. Sin embargo, una noche, tras un ensayo, el autobús que llevaba a toda la compañía en pleno cayó por un barranco. Dimos vueltas  y vueltas; el techo se hundió aplastando a muchos de nosotros y los cristales reventaron provocando la muerte en algunos casos y en otros cortes casi irreparables… como lo que me ocurrió a mi. Cuando llegamos al fondo de aquel barranco, mis heridas eran de tal magnitud, que ni siquiera sentía el dolor. Era consciente de que era la única persona viva de aquel desastre; y, en medio de aquel horror, comencé a gritar. La fortuna quiso, si es que en aquellos extremos se puede hablar de fortuna, que tras nosotros viniera un turismo. El conductor presenció el accidente y llamó rápidamente a los servicios de urgencias. Se apresuraron porque, según me contaron, el conductor oyó mis propios gritos. Tras dos horas que se me antojaron eones, por fin sacaron mi cuerpo de aquel infierno de hierros retorcidos, estelas de cristales y sangre y destrucción por todas partes.

- Dios santo…- fue el único comentario que salió de mi boca. Raquel prosiguió tras una breve pausa.

- Tras mi rescate tuve periodos de lucidez y otros de inconsciencia total. Entré una vez en coma y estuve trece horas en ese estado. Los médicos pensaron que no me pasaría de aquella noche. A saber: tenía un pie cercenado, unido tan solo por un trozo de carne y piel. Las piernas presentaban cortes, algunos superficiales y otros profundos, con un gran sangrado. El torso afortunadamente casi no había sufrido lesiones a simple vista, pero tenía heridas internas muy serias; la mano la tenía abierta en canal y de la otra, tres falanges habían sido cortadas limpiamente. Casi pierdo mi ojo y el pómulo era un cúmulo de fragmentos de hueso hundido. Cuando me contaron toda aquella lista de traumas, ya recuperada, me eche a llorar. Realmente, imposible sobrevivir algo así. Pero, donde la ciencia no llega… llegó algo más. Los doctores, viendo mi estado, se reunieron con la máxima urgencia. Y Paulus fue la solución. Me llevaron rápidamente a su presencia. Fue justo antes de entrar en coma. Nunca olvidaré su expresión. Me miró con el ceño fruncido y me acarició la frente; me susurró “saldrás de esta, pequeña…” e inmediatamente me desmayé. Como dije, estuve trece horas en coma y otras tantas horas más inconsciente. La reposición de mis miembros dañados fueron a base de la cirugía de los doctores y de los conocimientos arcanos de magia de Paulus. Esta combinación resultó efectiva al cien por cien. Volvería a hacer vida normal, volvería a moverme, a andar, a correr… a bailar. Sin embargo había un pequeño “pero”… mi aspecto no era ni mucho menos el más idóneo para presentarme en público. Pasé años en rehabilitación hasta que volví de nuevo a coordinar mis movimientos. Paulus me llevó a su vivienda, una mansión perdida en los bosques de Zingallion. No se separó de mi ni por un momento. Y allí comencé de nuevo a vivir; mi aspecto era casi tal como ves ahora. Para suplir este pequeño inconveniente, ideamos un plan. Una vez que hubiera recuperado el movimiento, fabricaríamos unas prótesis que ocultarían mis cicatrices; solo de esa manera la gente me vería plenamente recuperada. El plan ha ido bien hasta ahora, que ha sido cuando tú, precisamente tú, has descubierto este pequeño secreto. Paulus, siempre que acabo una actuación, revisa que todo mi cuerpo está en perfectas condiciones y que el tratamiento científico y mágico ha dado resultado.

No pude decir palabra tras la breve historia de Raquel. Había resurgido cual Ave Fénix de sus cenizas. Su vuelta al escenario no pudo ser a la vez tan patética y tan magistral. Pero sin embargo, a pesar de sus profundas cicatrices y heridas, empecé a verla como siempre la había visto.

- A pesar de mi tristeza por los hechos pasados, sigo siendo una bailarina; hace quince años alguien me recogió como si de una muñeca rota se tratara; y esa persona me insufló de nuevo la vida necesaria para volver a realizar mi sueño, que no es otro que la danza. Deseo, no obstante, que este secreto quede sellado en tu mente y no salga de tus labios. Te lo imploro en recuerdo a cuando éramos pareja de Kuragis, pues el baile no es solo una mera sucesión de pasos, sino también de confianza en el compañero, de saber que va a acompañarte en tus pasos… ¿lo harás por mí?- me suplicó.

- Puedes quedarte tranquila.- le dije cogiéndole de la mano.- Tu secreto jamás será desvelado. Nunca he dejado de ser tu pareja de baile, también ahora lo seré en tu confidencia.
Raquel sonrió y se agachó para darme un beso en la frente. Acto seguido, nos fundimos en un abrazo en el que saltaron las lágrimas de ambos. Estuvimos un largo rato así, en aquel vestuario, sin más mundo que el nuestro propio. Tras aquel abrazo, prometí verla a menudo.

Y así fue como, tras aquel afortunado encuentro, asiduamente asisto a cada función en la que Raquel baila. Y, aunque mis visitas a su residencia son escasas, al igual que nuestras salidas por las calles de la ciudad, nunca jamás hemos sacado a relucir su historia contada en los vestuarios ni ha habido nunca voluntad de rememorar su trágico accidente.

Lo único que tengo en el recuerdo de todos aquellos recuerdos fue del vivo deseo de rememorar aquellos instantes en que bailábamos el Kuragis en el instituto como pareja, creyéndonos la reencarnación de los legendarios bailarines Jelys y Arcadia… cuando todavía éramos jóvenes.






16 comentarios:

  1. Que bonito, el momento en que empieza a bailar espectacular!EL accidente sin palabras! Guao..
    Felicidades me encantan sus relatos!
    Un saludo

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    1. Tal vez haya sido un poco sacar el as de la manga el mezclar, como ya he hecho anteriormente con otros relatos, fantasía con realidad y, en este caso, medicina con magia. Pero, si la cosa funciona, entonces no voy a ser yo quien ponga peros a mi propia historia...

      ¡Un saludo!

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  2. Muy bueno Pedro. Coincido con Elisa, toda la escena del baile te ha quedado genial.

    Llevaba todo el relato esperando ver a la "muñeca rota" pero no imaginé que fuese rota en el sentido más literal y me ha sorprendido y gustado mucho. Eso sí, aunque el final me ha parecido de lo más nostálgico, cosa que me encanta, me quedo con ganas de verlos bailar juntos. :)

    ¡Un besote!

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    1. El tema del baile y su descripción la he robado completamente de mi pasado como bailarín. Sé perfectamente lo que se siente cuando estás sobre el escenario y, aunque es difícil expresarlo con palabras, es una pequeña aproximación lo que trato de explicar. Por lo demás, he querido de nuevo volver al extraño mundo al que ya di rienda suelta con Jennifer y Una corta historia del rey Nelik, entre otros.
      Sigo encontrando muy interesante el mezclar géneros dispares. :)

      ¡Un besazo!

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  3. Bonita historia de superación... Quizás algo friki para mi gusto, pero las descripciones son preciosas y ayudan a vivir las escenas. Dominas muy bien el lenguaje, eso se nota.

    Aprovecho para darte las gracias por pasarte por mi blog. Yo tengo que retomar la lectura de los blogs de los compañeros, incluído el tuyo. El curro me inunda antes de las vacaciones y no tengo tanto tiempo como quisiera. Prometo volver!!

    Espero que te unas a lo del libro de Literautas!!! Es una idea genial y hemos de aprovecharla!!!

    Felices vacaciones!!!

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    1. ¡Hola Elena!

      Jolines, espero que la etiqueta de friki no sea en el sentido más peyorativo de la expresión; si no, vaya chasco... :P

      Yo también quería aprovechar primero para disculparme por el retraso de pasarme por el tuyo, cosa que espero no se repita y, por supuesto, gracias a ti por volver por estos terrenos extraños y, más aún, con el poco tiempo que tienes.

      Con respecto al libro de literautas a ver que se cuece, que me parece algo realmente interesante. Espero que tu también lo tengas en cuenta.

      ¡Feliz verano y espero verte pronto por aquí de nuevo!

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  4. Hola Pedro,

    una historia muy bonita la que nos traes, de superación y de lucha. Me ha gustado mucho la idea de la muñeca rota, con todas sus costuras.
    Ahora bien, te diría que revises bien el texto, porque la puntuación es un poco rara a veces. También revisa repeticiones de palabras: "hace casi veinte años que acabé mis años mozos" es quizá la más llamativa y está ya en el primer párrafo. Y hay algunas incoherencias, como que el protagonista mencione en algún momento que Raquel era su "ex-pareja de baile ocasional" y luego diga que fueron pareja de baile años y años (lo cual concuerda más con lo que narras).
    Por otra parte, la introducción resulta un poco larga, tardas muchísimo en llegar al meollo.
    Dicho sea todo esto con el mayor de los respetos. Los últimos relatos que leí tuyos me parecieron mejores. Este tiene una idea muy buena, pero creo que está poco trabajado. Púlelo, púlelo.

    ¡A disfrutar del domingo!

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    1. ¡Hola Carme!

      En realidad lo que te voy a decir es más una disculpa que una excusa, aunque pueda sonar como excusa. Cuando acabo un texto así, en bruto, lo suelo colgar inmediatamente y, pasados unos días, corregirlo. Hago esto por la sencilla razón de que la gente que lo visita, cuando lo lea, pueda ser susceptible de fallos que se me han pasado por alto a la vez que yo también voy corrigiendo. Lamento mucho que tengas que ver algunos tan garrafales como la repetición de palabras, pero bueno... escribo no solo para que los demás lo lean, sino también para aprender de mis propios errores y vicios.

      No espero menos de los habituales que me visitan el blog, donde hay opiniones de todo tipo y, por supuesto, me resaltan las erratas que surgen tras la publicación. Gracias de corazón por pasarte por aquí y por el comentario tan constructivo. Por supuesto, pienso pulirlo, no te quepa duda ;)

      ¡Feliz domingo a ti también y un abrazo!

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    2. ¡Aaaaaahhh! Que está sin revisar. Entonces, vale. Eso es otra cosa.
      Tijera, tijera, tijera :)

      Por cierto, por lo de que los demás te ayuden con las correcciones: yo llevo un tiempo buscando precisamente esto. En Literautas no está mal, pero sólo obtienes críticas por un texto al mes. Probé a publicar en Falsaria, donde hay buen ambiente y la gente es maja; pero es tan maja la gente que no se atreve nadie a criticar nada. Pero a través de un usuario de Falsaria encontré un enlace a Borradores (www.borradores.es). Es una página estupenda. Apenas llevo un par de días, pero te puedo hablar maravillas. Es un círculo pequeño de gente, de unas 30 personas, que se dedican a colgar textos suyos para que el resto del grupo los destripe. Son críticas constructivas pero justas y que dan en el clavo. Yo he colgado un texto mío allí y en dos días ya me han hecho un par de revisiones: palabras repetidas, verbos imprecisos, expresiones confusas o poco vívidas... Creo que se puede aprender mucho con esta gente. Y, por supuesto, tú también contribuyes leyendo sus textos y ayudándoles a mejorarlos. Para mí ha sido toda una revelación.

      Se me ha quedado antes en el tintero una cosilla: he leído en algún comentario que fuiste bailarín, ¿de qué? Siento curiosidad. Yo, claquista (pero no profesional, ¿eh?).

      Aprovecho para agradecerte de nuevo los estupendos comentarios que me dejaste en el blog, me hicieron mucha ilusión.

      Un besico

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    3. ¡Hola de nuevo Carme!

      Muy interesante esa página que me dices; exploraré un poquito por ahí a ver de qué va esto y así de paso lo que te digo... aprendo a como corregir mis errores y también a ver los de los demás, que en eso estoy un poco verde, ya que muchas veces me dejo llevar más por la subjetividad que por lo puramente escrito.

      Y sí, efectivamente fui bailarín. Bailé la Jota, el baile de Aragón durante casi trece años. Me faltó una puntilla para ser profesional, pero por los estudios lo fui dejando de lado. Por un lado me pena, porque aún tengo el gusanillo del baile pero por otro... c'est la vie... Lo de que tú eras claquista algo me imaginaba, sobre todo a raíz del comentario en mi relato de Conversaciones con la muerte.

      Seguiremos viéndonos, que además he visto que hay ya séptima parte de la odisea de Andrea y otro relato más que tengo que leer. Eso para no perder la costumbre.

      ¡Un besote muy gordo y feliz fin de semana (al menos, lo que queda de él)!

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  5. Hola Pedro!
    Qué ilusión que sigas explorando ese mundo que navega entre fantasía y realidad! Lo cierto es que cada vez me gusta más. Y si para colmo usas la danza para darnos a conocer más aspectos y peculiaridades de ese mundo pues… ya no puedo pedir más!
    Aparte de la descripción del baile, me ha gustado especialmente toda la descripción del festival escolar, tanto de las actividades, los asistentes o las sensaciones que provocaban esos concurridos pasillos en los que se respiraban prisas, nervios y hasta disfraces. Realmente me has hecho retraerme a mi época de infancia (y no tan infancia :p) y revivir esas emociones que sólo dan esos minutos previos a salir “a escena”.
    Una vez más, es una delicia leerte. ;)
    Un abrazo enorme!

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    1. Hombreeeee... ya era hora de que la señorita Andrómeda se pasara por aquí... casi se apolillan las zapatillas que te tenía reservadas... :P

      Me parece genial que te haya gustado el relato, texto que escribí casi de una sentada y del que me siento bastante orgulloso. Si bien es cierto que puede pecar un poco de lento en la introducción, ya que realmente en la trama no sucede casi nada, es verdad que me he desvivido mucho a la hora de intentar llegar al lector a través de las descripciones de los festivales y, como no, el baile.

      Con respecto a tu época de infancia y no tan infancia... no me digas que también has sido bailarina... porque, de ser así, ya hay dos personas que frecuentan el blog con facetas que desconocía. De ser así, ya imaginas lo difícil que me ha resultado el expresar con palabras lo que pasaba en el escenario.

      ¡Un besote muy grande!

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  6. Pido mil perdones por mi ausencia!! Últimamente he andado algo escasa de tiempo para poder pasearme a mis anchas y tomarme mi tiempo para leer y releer nuevos relatos.
    Ahora que lo dices, a primera vista, sí que es cierto que la introducción puede parecer larga y algo ajena al resto del relato, pero al releerla me doy cuenta de que cumple muy bien la función de llevar al lector (o al menos a mí) a esa parte emocional en la que dominan los recuerdos, predisponiéndolo para evocar todas esas sensaciones que, tan bien, describes después.
    Hace poco descubrí que a veces no es tan importante lo que se cuenta como el cómo se cuenta.
    Creo que el término bailarina me queda muy grande, pero sí que hice ballet clásico cuando era niña y hace un par de años intenté retomarlo, hasta que las lesiones dijeron "y hasta aquí has llegado" :p Siempre he tenido inquietudes artísticas, así que cuando dejé la pluma me metí en el patinaje artístico, y al dejar el patinaje (confío que no definitivamente) he vuelto a la pluma :p
    El caso es que sí, creo que has hecho un gran trabajo descriptivo porque no es nada fácil expresar lo que se siente en esos momentos tan intensos.
    En fin, no me enrollo más :p Un beso enorme y una bolsita de naftalina para que ninguna polilla se acerque a esas zapatillas! ;)

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    1. ¡Hola de nuevo, Andrómeda!

      Supuse que tu ausencia era debida a algo personal; por supuesto que cada uno es libre de pasarse cuando quiera y donde le dejen, está claro. Yo mismo, sin ir más lejos, estoy dejando de lado todos los blogs que me propuse leer y me parece bastante imperdonable. Confío también en retomarlos en breve. Gracias por tus palabras con respecto al relato una vez más; no me he puesto aún a corregir el relato seriamente, pero sí que tendré en cuenta lo que me han dicho algunos comentaristas para ir puliéndolo.

      Y, como colofón, me ha encantado que me contaras lo de las inquietudes artísticas. El ballet a mí, ciertamente, me queda (creo yo) grande; sin embargo, sí que hice mis pinitos en baile y, aunque ya no soy todo lo joven que pudiera ser (tampoco un vejestorio), siempre ha quedado dentro de mí una parte que lo añora... y mucho. Y lo del patinaje artístico... pues oye: siempre se puede patinar y escribir a la vez...

      ¡Un beso grande grande y gracias de nuevo por dejar huellas de tu paso por aquí!

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  7. Hola,
    ¡Lo siento!, hacía un montón que no me pasaba por aquí...
    La historia es muy bonita. La descripción de la bailarina me hizo recordar a la novia de Jack, el de "Pesadilla antes de Navidad" (soy muy macabra :P). Me hubiese gustado que profundizases un poco más en el tema fantástico, pero no se puede tener contento a todo el mundo... jajaja

    Un saludo y nos vemos en septiembre en Literautas.
    ¡A comprar estuches para la vuelta al cole XP!

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  8. ¡Hola Pedro!

    Te he hecho una mención en mi blog, cuando puedas pásate.

    Un saludo.

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