Había un viejo almacén de alimentación que había sido saqueado
probablemente hacía doscientos años o más; solo recuerdo que, cuando yo era
chico, aquello ya se estaba cayendo a pedazos. Pasé con ella de nuevo en
brazos, pues no quería que pisara Dios sabe qué y me dirigí hacia la pared que
tenía enfrente. En ella ascendía una escalera que daba a un pequeño habitáculo
donde estaríamos a salvo.
Abrí la puerta de una patada y la única persona que allí se encontraba
se sobresaltó y giró sobre sus pies a tal velocidad que Mercurio habría sentido
envidia. Al ver que era yo relajó su mano, que ya buscaba un arma y asintió con
vehemencia.
- Lo sabía, chico. No sé por
qué, pero sabía que al final acabarías con el agua al cuello… qué coño al
cuello: el agua te llega a la frente, joder…- dijo el con la voz pastosa de
siempre. YA daba igual que estuviera sobrio o borracho. Aquel timbre
desagradable hacía que me imaginara a una persona haciendo gárgaras con sebo de
cerdo caliente. Sin embargo, Ojos de la ciudad me permitió quedarme.
- Necesito ayuda y creo que eres
la mejor baza que tengo. No sé de lado de quién estarás en estos momentos, pero
mi lista de amigos o conocidos se reduce. Supongo que no necesitarás que te
cuente todo, ¿verdad?- le explique lo más brevemente que pude.
- Maldita sea… Jia Li; o sea… a
ella no le va a gustar nada esto. Viniendo aquí me has puesto contra las
cuerdas, joder.- masculló en un léxico que me costó entender. Iba de un lado a
otro como si hablara con las paredes. Definitivamente, estaba borracho.
- Déjate de juramentos; ahora
necesito ropa para ella, ¿de acuerdo? Solo nos quedaremos hasta que amanezca.
Cuando el sol despunte, nos largamos de aquí; necesito pensar sobre el próximo
paso.
Ojos de la ciudad revolvió entre un montón de ropa que, si fuera yo
Silvia, no me pondría ni harto de vino. Finalmente se dio cuenta de que su montaña
de prendas iban de lo inadecuado hasta lo francamente asqueroso para una joven
como ella. Me dijo que saldría de allá y buscaría algo para ella. Le echó un
vistazo rápido, como averiguando sus medidas, y salió de allá. Y, por increíble
que pareciese, me dijo que no abriera a nadie. Sin comentarios…
Salió tropezando con un montón de escombros del almacén hasta que se
perdió de vista; me volví hacia Silvia. Estaba sentada sobre sus piernas; los
brazos le caían casi inertes por delante; el camisón se le desabrochó por
detrás y vi cada vértebra de su espalda. No era muy proclive a ser emocional,
pero en aquel momento se me cayó el alma a los pies. El cabello le cubría la
cara y, por un momento, no encontré diferencia entre ella y el Kuei. Se me erizó el vello de la nuca.
Y hablaba. La oía a la corta distancia que estaba de ella. Casi se
podría decir que decía algo para sí misma, aunque no estaba seguro. Me acerqué
a su lado y le posé la mano en el hombro, tal como había hecho dos meses antes
de perdonarle la vida. Es increíble como vuelven con amargura los recuerdos. De
las cuatro que maté, era la única que despertó en mi ser compasión; era por esa
razón, la única razón que veía plausible, que sentía un deber de protección
hacia ella. Finalmente, tras escuchar su letanía, supe qué decía.
- No puedo morir… no puedo
morir… no puedo morir… morir no…- y así hasta la extenuación.
- Silvia…- le dije en un tono de
voz suave.
Levantó de nuevo su mirada; ya no era una mirada neblinosa de demente;
los ojos brillaban con un fulgor nuevo; estaba cuerda, sin duda. Pero había
algo más en ellos que me hizo observarla con extrañeza.
- No puedo morir.- repitió sin
apartar sus ojos de los míos.- Lo intenté de mil maneras; por eso me encerraron
allí. ¿Qué hiciste conmigo? ¿Qué me has hecho para que llegue hasta aquí?
Masculló esto último entre dientes; su vista escupía fuego, pero no vi
rencor en ella. No supe qué decirle; no supe decirle por qué mi impulso
primigenio fue preservar su vida. Seguí mudo y apreté mi mano contra su hombro
a modo de respuesta. Ella pareció encogerse un poco ante la presión.
. Siento el fuego de tu mano
sobre mi; es el fuego que me traspasa todas las noches, contra el que lucho.
¿Qué has hecho conmigo?- volvió a preguntar.
- ¿Qué quieres decir con el
fuego?
Me mostró su mano; en la palma, a modo de jeroglífico, brillaba un
signo bañado en fuego. Tras un instante, la retiró y miró bruscamente hacia el
montón de ropa que minutos antes había revuelto Ojos de la ciudad. Allá echó
una prenda tras otra de manera desordenada hasta que dejó de hacerlo. Me
acerqué de nuevo a su lado. Enfrente de Silvia, se veía una daga. Era negra
desde la empuñadura hasta la hoja. Su mano volvía a brillar de nuevo con ese
fantasmagórico fulgor y ella trató de tapárselo con la otra. A su vez, la daga
brilló. Silvia exhaló todo el aire que le quedaba y, tras unos instantes de
vacilación, cogió la daga.
La alzó a la altura de sus vista y vio (notó) que los signos se
fundían en uno solo. La daga había reconocido a su dueña. Luego me miró de
nuevo, con lágrimas que habían brotado de sus ojos y se provocó cortes en los
antebrazos de manera salvaje mientras me chillaba.
- ¿Te das cuenta?¡No puedo
morir!¡NO PUEDO MORIR!- dijo mientras hendía la daga en su propia carne. Clavó
la daga tan profunda entre la muñeca y el codo, que la piel del lado contrario
se abombó. La hoja iba a salir por el otro extremo y ella no parecía sentir el
dolor.
Saco su daga y esperó a que viera lo que pasaba a continuación. Para
asombro mío (últimamente no ganaba para sorpresas), las heridas le cicatrizaron
casi a los segundos de manar la sangre. No desaparecieron al instante, pero sí
que cicatrizaron. Era como si se replegara su piel. No tenía ni idea de cómo
era posible que aquel fenómeno se hiciera presente en Silvia, pero era
auténtico y enseguida comprendí lo mal que lo debía de haber pasado todo este
tiempo. Por vez primera me pregunté si no estaría mejor muerta.
- La vieja viene en sueños; la
vieja me dice que he sido tocada. Me llamó Huanlan…-
mencionar eso fue para mi como una descarga eléctrica.- Me dijo que debía
servir a propósitos mayores; quise acabar conmigo en casa, pero mis padres no
entendieron. Me llevaron a aquel lugar de locos, pero yo… yo no estoy loca. Y,
por mucho que me corte, por mucho que lo intente, no puedo quitarme la vida.
Dejó caer la daga y se echó las manos a la cara. Empezó a llorar con
unos sollozos que me destrozaban el corazón. Fui hacia ella y me agaché a su
lado; entonces se me echó encima y me abrazó. Su verdugo acabó abrazándola. Me
sentí como la peor de las criaturas del universo. Por un lado quise hacer algo
por ella en el pasado, pero viendo su presente, me pregunté si no hubiera sido
más piadoso el otro camino.
- Necesitas descansar, Silvia. Y
yo también. Ahora que no estás en ese sitio horrible, vas a dormir bien. Yo
estaré aquí esperando a que llegue Ojos de la ciudad con ropa para ti y después
nos iremos una pequeña temporada. Tenemos que alejarnos de la Ciudad; Jia Li
tiene ojos por todas partes.
- ¿Quién?
- No importa; es alguien muy
peligrosa. No debemos de acercarnos a ella por nada en el mundo hasta no estar
preparados.
Una voz sonó a mis espaldas. Había llegado mi hora.
- Preparado estabas para
perdonarle la vida a tu pequeña amiga.- dijo Jia Li.- Así pues, presumo que
estarás preparado para intentar quitarme la mía.
Me di la vuelta lentamente y allá estaba, con su traje rojo de corte
oriental, empuñando su sable con la mano derecha y, en la izquierda, llevando
casi en vilo a Ojos de la ciudad, cuya mirada me revelaba que había sido
sorprendido e intimidado hasta confesar nuestro paradero. Las numerosas heridas
por las que sangraba solo eran una muestra de hasta qué punto había sido
tratado con crueldad.
Le tiró al suelo como un despojo y este cayó con un sonido carnoso.
Una vez se vio libre, se arrastró como pudo lo más lejos posible de la
influencia de esa mujer. Pero Jia Li no apartó ni una sola vez la mirada de mi.
Una sonrisa comenzó a brotar en sus labios y su mano armada tanteaba la empuñadura
de su sable.
- He sido desterrada del Domus
Animae hasta deshacer este pequeño incidente. Debo enfrentarme a ti y matar
a esa.- llamarla esa me sentó como una patada en los mismísimos.- Es cuestión
de equilibrio, tu lo sabes bien.
- La cuestión es que tú forzaste
la situación para justificar la muerte de las cuatro. Pero, al saber que la
víctima sobreviviría a la paliza, te entró el pánico y decidiste actuar por tu
cuenta. Yo seguí el patrón establecido. Algo me decía que había que perdonar la
vida a una de las cuatro. Tu actuaste sin tener en cuenta esa consideración.
Pasaste por encima de todo… y fallaste. ¿Y ahora pretendes hacer cargar sobre
mí tu error?
- No, te equivocas.- dijo
situando su sable tras la espalda pero sin abandonar su pose de guardia.- Lo
que pretendo es enmendar el error. No importa si fallé o no. Lo que importa es
que puedo devolver el equilibrio. Y si para ello tengo que destruir dos vidas,
supongo que sabrás cuál es la elección.
- Tal vez tu muerte sea
suficiente, Jia Li…- aventuré.
- Eso no entra dentro de mis
asuntos pendientes. Si borrándoos de la ecuación logro de nuevo gozar del favor
de la anciana Zhi, no cabe duda de que eso es lo que voy a hacer.
Me puse en pie. Ella no se movió en absoluto; Silvia tampoco. Hurgué
en el interior de la chaqueta de mi traje y extraje de su funda mi cuchillo.
Jia Li ni pestañeó. Nuestras miradas seguían fijas en las pupilas del otro. No
tenía ni idea de cómo iba a enfrentarme a la que, antaño, me había enseñado
todo cuanto debía de aprender con respecto al caos; y recordé las palabras del Kuei. Para bien o para mal, esperaría.
Y, por supuesto, estaría presente. Me hubiera gustado que realmente estuviera a
mi lado en aquellos angustiosos momentos.
- ¿Prefieres luchar aquí o quieres
ir abajo?- me preguntó; y, cuando iba a contestar, cargó.
Casi me rebana la cabeza de un certero tajo. Por el contrario, fui lo
suficientemente rápido como para echar el cuerpo atrás y el sable cortó el aire
donde segundos antes estaba mi cuello. Caí al suelo cuan largo era y le lancé
el cuchillo directamente al pecho; su defensa con su arma hizo que el cuchillo
se desviara y, a escasos centímetros de clavarse en una pared, volvió a mi mano
guiado por mi mente.
Volvió a cargar contra mi y luché por ponerme en pie de nuevo y en
guardia. Poco se podría hacer en mi situación contra un sable. Mientras
esquivaba iba tirando todo aquello que encontraba a mi paso. Silvia se apartó
junto a Ojos de la ciudad, que miraba aquella escena aterrado. Cuando llegué al
montón de ropa, empecé a tirarle todas las prendas habidas y por haber para
distraerla.
Finalmente, cuando llegué a arrojarle todo lo que tenía a mano, me
lancé con la intención de embestirle. Un brillo de victoria refulgió en sus
ojos y levantó el sable para dar la estocada definitiva. Pero, a escasos
centímetros de mi espalda, levanté el cuchillo a la altura del cuello y detuve
el golpe fatal. Con el otro brazo rodeé sus piernas y la alcé del suelo como si
fuera un jugador de rugby que placa a su adversario.
Jia Li perdió el equilibrio y soltó su arma, que cayó al suelo.
Atravesamos la fina pared de material prefabricado y caímos al estrecho pasillo
que daba a la escalera de metal.
Me puse de pie rápidamente; yo iba armado, ella no. Hasta cuatro veces
intenté perforarla con el cuchillo, pero lo esquivó limpiamente y recibía como
premio puñetazos muy bien localizados. El último intento para clavar mi
cuchillo en su vientre le pasó rozando por el costado y le hice una herida
superficial. Chilló de manera horrible y me hizo una llave que me dejó sin
aire. No podía mover mi brazo, pero tampoco podía deshacerme de ella. Me soltó
y, mientras intentaba inspirar, una patada suya me cruzó la cara y di de bruces
contra la pared. Aturdido como estaba, traté de levantarme buscando ciegamente
el cuchillo que había dejado caer.
Jia Li me cogió fuertemente de la chaqueta y, con una fuerza
equivalente a diez hombres me empujó por encima de la valla de protección y caí
desde una altura de seis metros. Tuve el tiempo justo para intentar caer
razonablemente bien, pero solo sirvió para eso. Me desestabilicé en mi intento
por no darme un golpe feo y di varias vueltas sobre mi mismo. Decenas de
astillas de vidrio, de cerámica y de acero horadaron mi cuerpo y me hicieron sangrar
por mil heridas.
Jia Li desvió la mirada hacia su espada y la atrajo a su mano con la
mente. Las tornas habían cambiado y ahora era ella la que estaba armada. Bajó
las escaleras sin ninguna prisa. Cuando llegó al piso, iba haciendo oscilar el
sable en su mano. Intentaba levantarme, pero me resultaba imposible. Me
concentré en encontrar mi cuchillo. No debía de haber caído lejos de nuestro
último encontronazo. Ella se acercaba implacable, con un paso lento pero
decidido. Sin embargo, decidí jugar mi última carta.
Mi mente encontró el cuchillo. Lo atraje hacia mi con toda la fuerza
que fui capaz. Este salió volando a mi encuentro con la hoja por delante. Antes
de venir a mi, atravesaría a Jia Li. Sin embargo, la muy zorra se dio cuenta de
aquella treta y esquivó con un movimiento de cintura en cuchillo. Lo agarré por
el mango y se lo lancé de nuevo. Lo desvió hacia arriba con el sable, clavó su
arma en el duro suelo e intentó controlar mi arma con su mente. Ella era más
fuerte que yo, no me cabía duda, y logró que el Devorador de almas se volviera
en mi contra. Me hice a un lado como pude pero su hoja se hundió en mi brazo
atravesándolo. Un grito de dolor se expandió por todo el recinto. Jia Li asió
de nuevo la empuñadura de su arma lista para ejecutarme.
- Te has portado bien y, aunque
ha sido un combate cortito, quiero que sepas que vas a morir casi con todos los
honores de un héroe. Gracias a ti, volveré a la cúspide. Te estoy agradecida.-
dijo mientras alzaba el sable.
Justo cuando eso ocurría, un mano se cerró en torno de uno de los
brazos de Jia Li y esta, miró sorprendida a su lado. Era Silvia. Empujó casi se
diría que sin fuerza, pero salió volando como si hubiera sido impulsada por un
muelle gigante. Cayó diez metros más allá, cerca de la pared. Se levantó
sorprendida por la muestra de fuerza de su supuesta víctima. Tambaleándose, fue
hacia ella de nuevo y un gesto de ira cruzó su rostro. Empezó la pelea entre
las dos; señores, eso fue digno de verse. Ya lo creo que sí.
Jia Li repartía estopa a diestro y siniestro. Algunos golpes eran
bloqueados por Silvia y otros impactaban en su cuerpo, mandíbula o donde fuera;
pero eso parecía no afectarle en grado sumo. Al contrario, cuanto más recibía,
más exactos eran sus bloqueos. Hasta que finalmente, fue ella la que comenzó a
atacar. Jia Li se vio abrumada hasta que finalmente perdió el control de su
defensa y Silvia le dio una tumba que le hizo retroceder hasta caer de nuevo.
Silvia entonces fue hacia donde estaba yo y se agachó para ver como
estaba. Me extrajo el cuchillo con gran dolor por mi parte y me hizo presionar
en la herida. La sangre caliente manaba abundantemente.
- Debes matarla, Silvia. Yo no
puedo ayudarte. Utiliza todo lo que esté a tu alcance. – le dije. Tras eso,
casi al borde del desmayo, vi la parte final del combate.
Jia Li se levantó por enésima vez, cubierta de moratones y sangrando
por varios puntos en su rostro y alzó su sable con ánimo de cargar. Corrió casi
al limite de su esfuerzo. Silvia, que iba armada con mi cuchillo se lo lanzó
sin ningún tipo de control mental y Jia Li respondió con un nuevo desvío del
cuchillo y su avance. Fue entonces cuando no sé muy bien como ocurrió lo que a
continuación narro.
Silvia sacó su daga y la lanzó tan rápidamente que juro que antes de
que saliera de su mano ya estaba clavada en el pecho de Jia Li. Esta recibió el
impacto con un jadeo de sorpresa. Se detuvo a escasos metros de nosotros y
contempló el mango negro que sobresalía del centro de su pecho. Su sable cayó a
tierra y sus manos se cerraron alrededor de la empuñadura de la daga.
Una corriente de aire frío inundó mis sentidos y girando mi cabeza
hacia el lado contrario de donde estaba Silvia, vi al Kuei. Estaba tan sonriente como siempre, mostrando aquellos dientes
afilados con aquella mirada inerte de tiburón. Parecía entre alegre, impaciente
y ávido del alma de Jia Li.
- La última de todas ellas… por
fin…- dijo en un tono perfectamente audible.
Acto seguido, apareció enfrente de Jia Li. Esta se dio cuenta mientras
intentaba respirar y luchaba por cada latido de su corazón que era su fin. El Kuei la cogió del cuello y abrió la
boca. Su lengua asquerosamente bífida se introdujo en la boca de una
sorprendida Jia Li y, de alguna manera que se me hace casi insoportable
recordar, le absorbió el alma. Y mientras hacía eso, el cuerpo de Jia Li empezó
a corromperse a marchas aceleradas… Para cuando el Kuei hubo acabado con la última ánima que le quedaba para ser
libre, un esqueleto cubierto de pellejo amarillento y apergaminado envuelto en
un vestido oriental rojo cayó al suelo casi desmenuzándose al contacto con el
aire.
El Kuei se retorció como si
algo le corroyera las tripas y lanzó un grito a las alturas que hizo temblar
todo el almacén abandonado y, me atrevería a decir, que toda la zona
industrial. De su cuerpo inmaterial empezaron a brotar rayos de luz cegadores
que hicieron que los tres que quedábamos nos tapáramos los ojos ante aquella
nueva maravilla.
Cuando pudimos abrir de nuevo los párpados, enfrente nuestro había una
niña de unos diez años, de tamaño y constitución igual que el Kuei; era como si la nueva aparición
fuera el negativo de la aparición. La niña se levantó y nos miró; después sus
ojos se fijaron en su cuerpo y una sonrisa nació en su rostro.
- ¡Soy libre!¡Soy libre por
fin!- exclamó con voz de niña. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser sabía
que aquella voz tenía cientos de años de experiencia.
Ojos de la ciudad bajó como pudo las escaleras y se acercó a nosotros,
no sabía si con paso de borracho o de tullido. La niña mientras tanto no paraba
de saltar y de maravillarse ante su nueva apariencia. Todo me parecía tan
surrealista como una pintura de un Magritte hasta arriba de LSD.
Finalmente, la niña fue la que vino hacia nosotros y pareció
interesarse por mi aspecto. Hizo que el resto se alejara un poco y tocó mi
herida con su palma. Sentí un cosquilleo tan desagradable que recuerdo haber
gemido como un perro. Cuando alzó su manita, mi herida estaba sana, sin
cicatriz, como si allí no hubiera habido una laceración. Posteriormente me miró
y sonriente, con esa sonrisa que conocía bien, aunque sin los dientes de
tiburón, me habló.
- En pago por mi salvación, curo tus heridas.- después se
irguió y nos habló a todos.- Debo irme ahora; y Silvia debe de acompañarme. El
daño ha sido reemplazado por el equilibrio. El universo no ha sido dañado. Id
pues donde debáis y no temáis, pues Jia Li no está ya entre nosotros. Ahora yo
seré el baluarte de la anciana madre Zhi. Vuelvo a Domus Animae.
El Kuei, o lo que antes había
sido, cogió de la mano a Silvia y se la llevó con ella. Esta última giró la
cabeza una sola vez para mirarme. Ignoraba cual sería su destino, mas sabía que
volvería a encontrármela de nuevo. De una cosa, no obstante sí que estaba
seguro: El Kuei, como tal, no volvería
a importunarme. Y eso dio alivio a mi corazón a la vez que un extraño vacío,
como aquel que ha perdido un amigo y que no lo volverá a ver jamás en su
existencia.
¡Que final tal inesperado! Lo que me pareció raro fue que el Kuei haya tomado forma de una niña y que eligió a Silvia para que haga parte de su equipo... a ver cuando volverán a verse y en que circunstancias. ¡Un abrazo!
ResponderEliminar¡Hola de nuevo, peque!
EliminarAunque la serie del Agente del caos sea un constante quebradero de cabeza, pues las ideas vienen y van conforme escribo, lo cierto es que para todo ello siempre cabe (o cabrá) una explicación. Veremos que pasa en los siguientes capítulos.
¡Un abrazo!
Se acabaron los dientes de tiburón! Oooooh :( Me da penita, como al agente. Pero me ha gustado mucho el capítulo, acabo con muchas preguntas nuevas, que ha sido mientras tanto de la chica retro, cómo afectará a la historia el nuevo papel del Kuei y la aparición de Silvia como agente, en fin, que quiero el próximo...¡ya!
ResponderEliminar¡Un besote!
¡Hola Cande!
EliminarAdelanto que a la chica retro no le ha pasado absolutamente nada de nada; en este capítulo era prescindible que no saliera, así que en breve supongo que la veremos junto al protagonista. Con respecto al Kuei, a Silvia y demás fauna del caos... solo ellos los saben. En breve les pondré a jugar en mi cabeza a ver qué sacamos de todo ello.
¡Besoteeeeees!