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lunes, 4 de febrero de 2013

AMIGAS PARA SIEMPRE (Agente Del Caos) Cap. IV Parte 2



Encontré una maravillosa furgoneta de amplio espacio en la parte trasera que me servía para acomodar a cada una de ellas. Abrí la puerta gracias a mis amplios conocimientos de cerrajería e hice un empalme con los cables del arranque. Miré a ambos lados, asegurándome de no ser visto, y arranqué hasta llegar a mi destino.

Tardé aproximadamente unos diez minutos en aparcar; lo hice en el sitio menos iluminado posible de la casa de la esquina. Y allá esperé hasta que fuera de noche. Pasadas un par de horas, en las que me baje en tres ocasiones a fumar, pues no quería joder la tapicería de la furgona, manías que uno tiene, el reloj marcó las nueve y media. Supongo que las nenas habrían hasta cenado, así que empezaría por la casa que estaba en la esquina.

Salté la pequeña valla con agilidad felina y atravesé el césped medio agachado. Había luces en la casa, tanto en la planta de arriba como en la baja. Posiblemente ella estaría a punto de irse a dormir. Aún no sabía de quien se trataba, pero cariño, vas a ser la primera afortunada de esta noche. Fui hacia el muro y, juro que aunque parezca una casualidad increíble, me encontré, mientras buscaba algún asidero para subir, una escalera de metal apoyada contra la fachada contigua. No perdí más tiempo del necesario y subí por esa escalera hacia la segunda planta; hice pie en el tejado para comprobar si era sólido. Como me pareció bastante estable, procedí a avanzar a cuatro patas lo más agachado que pude hacia la ventana.


Cuando llegué allá miré despacio hacia el interior. Sentada en un escritorio, de espaldas a la ventana, se veía una cabellera morena y un tipo de infarto para tratarse solo de una chica de dieciséis años. Así pues, esa casa era de Claudia. No me extrañaba nada que al Esteban ese le pusiera burro. Estaba con un portátil, poniendo un video. Se trataba de una película; apagó la luz del cuarto, volvió a sentarse, cogió unos cascos y se los colocó en los oídos. Si existía un dios, no podría haber sido más atento con mi misión.

Entré con el modo silencio en ON y me acerqué lentamente a ella. Y de verdad que fue coser y cantar. Jia Li me enseñó que hay un punto en el cuello que te hace perder el conocimiento; cuando estaba a un metro escaso de ella, y con un rápido movimiento presioné en aquel punto y solo acertó a emitir un pequeño gemido. Su cabeza cayó como una saca de tierra. Frené su caída con la otra mano y la cogí, inconsciente como estaba, para llevarla a la furgoneta.

Capturé de la misma manera a las otras tres sin ningún tipo de problema digno de mención. Cada una de ellas iba a la parte trasera de la furgoneta, recostadas suavemente , pensando que aquello sería la antesala de lo que les iba a ocurrir posteriormente.

Y me las llevé. Recorrí una distancia bastante respetable; diría que alrededor de unos diez kilómetros. Llegamos a una especie de silo abandonado, muy pequeño, pero ideal para mis planes. Bajé de la furgoneta y encendí de nuevo otro cigarro. Esa noche estaba fumando como un loco, pensé. Luego se me ocurrió que tal vez era una manera de posponer lo inevitable. Eché un vistazo alrededor. Al oeste, campos y más campos; el este, empezaba un bosque. El sitio, como dije antes, era perfecto. Expulsé el humo de los pulmones y me apresté a sacarlas de la furgoneta.
Eran casi la una cuando volvieron en sí. Y lo hicieron casi una a una, en perfecta sincronización. Estaban apoyadas en la pared, atadas de manos y con una mordaza en la boca, cortesía de un servidor. Claudia, la adolescente despampanante, y Silvia, eran las únicas que llevaban el pijama. Valeria y Tamara iban aún vestidas. Niñas malas, que no saben que a esa hora tendrían que estar durmiendo…

Los rostros de cada una de ellas pasaron de la inconsciencia y la sorpresa y de ahí al llanto, máxime cuando me vieron a mi delante de ellas, sentado con las piernas cruzadas y mirándolas fijamente. Todavía no había sacado el cuchillo para impresionarlas más. Cuando las cuatro ya estaban más o menos recuperadas, fue casi la peor parte, pues empezaron a gritar tras la mordaza que les cubría la boca. Así que, para hacerles callar, pues no paraban tampoco de mirarme, me puse un dedo sobre los labios y les hice la señal universal de que, por el amor de dios y de todos los santos, se callaran de una jodida vez.

Las chicas parecieron entenderlo así que callaron emitiendo de vez en cuando algún que otro sollozo ahogado. En eso estaban cuando me levanté y empecé a andar de un lado a otro mirándoles a los ojos a cada una de ellas. Luego, les hablé como si no hablara a nadie en particular.

- Bueno muchachitas. Aquí estamos, una noche calurosa, apacible y luminosa como pocas hemos tenido esta estación, ¿verdad? Supongo que, viéndoos en ese estado, atadas, sin poder gritar, apenas respirar, os estarán pasando por la cabeza un montón de preguntas. Y creedme cuando os digo que no necesitan respuesta. Si sois lo suficientemente sagaces os daréis cuenta de que estáis aquí casualmente vosotras cuatro. Y eso ya creo que es suficiente para atar cabos, ¿me explico?

Las chicas gimieron e incluso alguna, no recuerdo cuál de ellas fue, se permitió el lujo de llorar. Seguro que lloró mucho también cuando su compañera era humillada de aquella manera por su mano.

- Así que, llegados a este punto, vamos a jugar a un juego muy divertido. Seguro que os encanta; tenéis kilómetros y kilómetros de campos a un lado y en el otro, sorpresa, un bosque entero solo para vosotras. No hay ni un alma en muchísima distancia. Y vais a tener el privilegio de correr para salvar vuestra vida. Ya veis; os estoy dando la oportunidad que vosotras no concedisteis a ya sabéis quién. Pero eso sí; no dudéis ni un instante de que os voy a perseguir de manera implacable, porque este juego solo acaba de una manera: Yo dándoos caza a las cuatro. ¿Ha quedado suficientemente claro el objetivo del juego?

Las cuatro, a estas alturas del panorama, lo único que hacían era retorcerse, llorar a moco tendido y gritar como cerdos en el matadero lo cual, viendo el símil, era casi hasta gracioso. Parecía sin embargo que Tamara me miraba fijamente y era su voluntad decir algo. Me acerqué a ella interrogante y entonces sí que saqué el cuchillo.

- Voy a quitarte la mordaza, pequeña. Espero que no hagas nada raro porque entonces me encargaré de que lo pagues caro antes de hora; ¿has entendido?- Asintió con la cabeza y accedí a retirarle la ligadura de la boca.

- Por favor, por favor, por favor…- y así hasta la extenuación.- Fue un accidente lo que sucedió; nos dejamos llevar, solo eso, pero ya estaba muerta entonces.

Oído su argumento, parecía que lo estaba empeorando mucho más de lo necesario. Y, viendo que no cejaba en mi empeño de soltarlas a que corrieran un poco, cambio de táctica.

- No diremos nada a nadie si nos deja vivir, por favor. Sabemos que hicimos mal pero no nos haga daño. Si me deja viva, le juro que no diré nada. Me largaré de aquí, haré lo que usted diga, pero suélteme… ¡¡¡¡suéltemeeeeee!!!!- gritaba histérica. Y, tras una negativa con la cabeza y mi clásica media sonrisa, fue ya cuando estalló toda su furia.- ¡Maldito hijo de puta pervertido! Cerdo cabrón, ¡¡¡que me sueltes te digo!!! Te voy a patear tu puta cara y los huevos, hijo de la grandísima puta. ¡¡¡Espero que te pudras en el jodido infierno porque irás allá con la cara inflada de hostias, cacho de mierda!!!

Llegados a ese punto, la hice callar. Desde una distancia de aproximadamente cuatro metros, lancé el cuchillo directamente al centro de su pecho. El cuchillo se hundió hasta mitad de la hoja. Tamara abrió los ojos como platos. La mano empezó a cosquillearme, y en la palma se dibujó mi signo, el signo del caos, mientras la hoja de mi arma empezaba a refulgir con igual intensidad. Abrí la mano y empujé mentalmente el cuchillo. Este entró hasta el mango y un chorro de sangre, como un geiser salió del profundo corte. No contento con ello, moví mi mano hacia abajo y el cuchillo, obediente, siguió mi movimiento y le acabó de abrir el esternón con un crujido similar a cuando se trincha un pollo, llegándole el corte hasta el vientre. Fue entonces cuando su camiseta se cubrió por completo de sangre y sus tripas empezaron a pelearse por ver que porción salía antes. Tras ese espectáculo gratuito para los ojos de las demás damas, que no duró más de cinco segundos, retiré el cuchillo con la mente y este volvió a mi mano como si fuera un boomerang.

Tamara se quedó con el gesto de sorpresa grabado para siempre en su altivo rostro. La cabeza miraba ahora sin ver el tajo, como preguntándose si realmente eso estaba ocurriendo. Las demás chicas ahora se alejaban de ella como si fuera el diablo en persona en un paroxismo de lagrimas, mocos, saliva y gritos amortiguados por el paño que llevaban en la boca.

- Una menos, quedan tres.- dije con voz calma. Aunque, he de reconocer que, en aquellos momentos, me temblaban las piernas..- Y ahora, mis hermosas asesinas, más vale que cuando os desate corráis, porque no habrá nadie en la tierra que os proteja.

Les desaté una a una y se alejaron de mi corriendo, sin preocuparles ni lo más mínimo de la suerte de las amigas que dejaban atrás. La última a la que liberé fue Silvia, que me miró con gesto casi como en shock, pero tuvo voluntad, no sé de donde la sacó, para ponerse en pie y salir de allí. Me quedé solo. Era hora de salir de caza.

Al salir, me encontré con Silvia en la entrada; como mencioné anteriormente, estaba en estado de shock. Se limitó a sentarse cerca de los campos y quedarse allá con la mirada perdida, mirando hacia ningún sitio en particular. Así pues, no se iba a mover del sitio en un largo periodo, tal vez para siempre. Preferí salir en busca de las otras dos, tanto de Valeria como de Claudia, las cuales habían preferido el bosque. Salí tras ellas, cuchillo en mano, corriendo pero sin excesiva prisa.

Un par de minutos al trote dí con Claudia. Había tropezado, con tan mala suerte que el pie fue a parar a un hueco entre dos piedras y se rompió el tobillo. Aullaba de dolor y se agarraba de la pierna de forma escalofriante, como si quisiera sacar el pie de allá para seguir corriendo. Cuando me vio llegar, gritó con todo el aire que le permitieron sus pulmones. Pero podía gritar lo que quisiera, pues tenía algo que cumplir y ella era un objetivo. Cuando me agaché para acabar con ella, pude ver que sus ojos se desviaban hacia mi espalda e, instintivamente me aparté girando mi cuerpo hacia atrás.

Valeria asía una piedra del tamaño de su cabeza y pretendía incrustármela entre los hombros. Sin embargo, al retirarme, la piedra fue a caer directa a la cara de Claudia, destrozando así sus posibles aspiraciones a la chica más popular del instituto, por no mencionar que también acabó con su vida. A la vez que Valeria arrojaba su piedra, mi giro contribuyó a que el cuchillo le penetrara en el costado. Lanzó un pequeño gemido y cargó contra mi. A pesar de ser una joven esbelta, tenía una fuerza de mil demonios.

Quiso morderme en el cuello para desangrarme, ya que sabía donde iba a morder: nada menos que a la yugular. Y casi lo consigue. Yo, por mi parte, logré sacar el cuchillo de sus costillas, echarla al suelo conmigo encima, levantarle la cabeza y hacerle un afeitado apurado a la altura del cuello. Murió desangrándose como un cerdo, sin apartar sus ojos de los míos, hasta que finalmente los cerró para siempre.

Silvia aún estaba sentada en el campo, seguía con su mirada perdida en la lejanía. Empezaba a creer que en su mente ya no había nadie. Silvia se había ido para siempre de aquel cuerpo, había desaparecido en esa mirada infinita al vacío. Me agaché junto a ella y la observé detenidamente. Ni una sola lágrima brotó de sus ojos, ni siquiera me echó un vistazo.

Acto seguido levanté del suelo y apoyé la mano sobre su hombro. Tal vez era la que menos culpa tenía de las cuatro, tal vez en realidad fue la que urdió todo esto porque sí, para demostrar su valía de cara al grupo. Es algo que no me detuve a tener en cuenta. No escuché ni una sola respuesta a la pregunta de quién había sido la verdadera autora de aquella aberración. Y ahora, probablemente, no lo sepa nadie nunca. Solo sabía que tenía que acabar con ellas para restablecer el equilibrio. Esa era la máxima que tenía que cumplir y era algo incuestionable. Bajé de nuevo los ojos para mirar a Silvia.

Fui compasivo con ella, lo juro.

Tres o cuatro días más tarde volví de nuevo a la cafetería, esta vez para tomar un café. El calor había desaparecido y ahora quedaba una especie de humedad pegajosa con alguna que otra racha de brisa. Mientras esperaba, vi que se acercaba una mujer a la que yo conocía muy bien. Pasó cerca de mi mesa, se detuvo unos instantes, y me dejó en la mesa un periódico de hoy. Tras su breve aparición, siguió su camino.

No la miré ni a la cara. Cuando pasó el tiempo suficiente como para pensar que ya estaba lejos, cogí el periódico y lo abrí. En la portada, en primera plana, estaba la noticia.

LA JOVEN AGREDIDA DEL INSTITUTO S___ MUERE TRAS DOS SEMANAS EN COMA.
La acusadas del hecho, en paradero desconocido.

1 comentario:

  1. Me imagino ese momento en que lanza su cuchillo y la traspasa,el crujido es más lo escuche,jej!
    Cada ves me esta gustando este muchacho,y lo mejor lo voy entendiendo! Ahh, ya falta poco para terminarlo.
    Como siempre sin palabras.
    Un saludo y buen verano.

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