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sábado, 1 de diciembre de 2012

LA VISITA


La pequeña Inés mueve su cabeza hacia la izquierda. Todavía no abre los ojos; primero se concentra en respirar. Nota algo en sus fosas nasales, algo que le molesta; se lleva su manita al arco de cupido y descubre un tubo que, conectado a su pequeña nariz, le suministra oxígeno. Incluso aquel movimiento de la mano le duele. Y un destello cruza su mente, haciendo que recuerde todo: Un accidente de coche; su papá conduciendo mientras cantaban los dos una canción que sonaba por la radio; una noche de niebla densa por la carretera; un coche delante de ellos y en dirección contraria que pierde el control; y recuerda el frenazo, recuerda el choque, pero ya nada más aparece en su mente. A partir de ese momento, todo es oscuridad.

Iban a ver a unos amigos para pasar la navidad. Ellos dos solos, unas vacaciones auténticas como nunca habían tenido. Quería mucho a su papá y esperaba que estuviera bien. En cuanto alguien viniera, le preguntaría por él, pues era consciente, por el tubito de la nariz y por aquella cosa que le dolía en el antebrazo y que iba conectada a una bolsa de un líquido transparente que estaba en el hospital. Era una niña lista y espabilada, a pesar de sus siete años.

Sus ojos permanecían cerrados todavía. Dejó caer su brazo lentamente, para intentar evitar el dolor que le atenazaba e intentó concentrarse en respirar, mientras oía sonidos de fondo de personas, seguramente enfermeras, yendo de un lado a otro sin hacer mucho ruido y un pitido intermitente que le resultaba sedante. Siguió respirando al compás del pitido y se sumergió casi al instante en un sueño tranquilo.

Notó que le tocaban la frente. Se removió en la camilla y abrió, esta vez sí, los verdes ojos, herencia de su mamá. El brillo de la luz le cegó momentáneamente y después se acostumbró al destello blanco y  aséptico de las lámparas de neón del techo. Entonces centró su mirada en quien le había tocado, y vio a su papa junto a ella, sonriente. Se fijó en que una banda le cruzaba el pecho y mantenía su brazo en cabestrillo y tenía algunos cortes y arañazos en la cara y en los brazos, pero aparte de eso estaba bien.

- Hola, cariño mío.- susurró su padre sin dejar de acariciar su frente y luego su carita.- Te has quedado dormida…

No contestó enseguida. Se limitó a encoger su rostro contra la palma de su padre, devolviéndole así su afecto. Después las lágrimas pugnaron por salir de sus ojitos y su rostro se contrajo como quien espera llorar. Su papá se sentó junto a ella en la camilla y se aproximó a ella para darle un besito en su blanca frente.

- No llores, pequeña.- le dijo amablemente.- Lo malo ya pasó. Por suerte, eso ya es otra historia y estamos juntos y bien, ¿verdad?

Inés asintió y se rindió a sus lágrimas. No le gustaba ver a su papá con ese aspecto y ese brazo así doblado y vendado, pero al menos estaba allá y eso era el mejor de los remedios. Miró a su padre e intentó hablar, intentó preguntarle qué había pasado y como habían llegado hasta aquel hospital.

- No recuerdo nada…- dijo Inés con voz queda.

- Un coche se salió de su carril y se estrelló contra nosotros de frente, cariño. Los daños fueron importantes, pero por suerte los servicios de urgencia llegaron rápidos y nos trasladaron al hospital más cercano, que es este.

- ¿Cuánto tiempo llevamos así?- preguntó. Tenía la boca pastosa y le costaba hablar, como si tuviera pegamento entre la lengua y el paladar.

- Nos trajeron por la noche, y ahora ya casi está amaneciendo. Mira por la ventana.- y señaló hacia fuera.

Inés vio que el cielo empezaba a clarear en el horizonte. No había mucha niebla, como si el nuevo día que daba paso fuera de primavera y no del triste invierno en el que se encontraban. Siendo consciente de que una lagrima resbalaba por su mejilla, sonrió dando la bienvenida a aquel amanecer. Luego devolvió la mirada a su padre, que también fijaba su vista en la ventana.

- Es muy bonito, ¿verdad, papá?- le preguntó más animada.

- Claro que sí, peque.- le dijo bajando sus ojos a ella y acariciándole el pelo.- Muchos amaneceres nos quedan por ver y disfrutar.

Inés se sentía más que feliz de repente por el hecho de estar allá junto a la persona que más quería en el mundo. Sabía que con él no le podría pasar nada malo… sí; su papá era lo mejor.

- Ahora Inés, tienes que hacer una cosita.- dijo su papá sin dejar de sonreír.

Ella le miró interrogante con una ceja medio arqueada, con ese gesto que tanto le encantaba a él. Sonrió enseñando sus dientes y ella le devolvió la sonrisa. Estaba expectante de la petición de su padre. Este siguió hablando.

- Debes levantarte, cielín. Tienes que caminar.

Inés se quedó aturdida. En su estado y con todos aquellos aparatos a su alrededor, el tubito de la nariz, el tensiómetro en el dedo, la aguja de suero en su antebrazo… no podría siquiera incorporarse. Pero, al bajar la vista hacia su cuerpecito, vio que estaba cubierta con una sábana hasta el pecho y sus brazos estaban desnudos, desprovistos de agujas, sondas y Dios sabe que más. Miró a su padre con sorpresa.

- ¡Me han quitado las cosas, papá!- exclamó sorprendida y contenta.

- Claro que sí. Por eso te dije que debes levantarte y caminar.- contestó él mientras Inés exploraba sus brazos con curiosidad.

No parecía haber ninguna marca de agujas ni nada por el estilo; su padre muchas veces le decía que era una niña fuerte, sana y con la misma facilidad para regenerar heridas que él. Cuando le dijo eso a Inés la primera vez, con cuatro años, la pequeña le preguntó si era porque eran superhéroes y su padre estuvo riendo un buen rato con su ocurrencia.

Pero lo realmente extraño no era que no tenia marcas en los brazos; lo raro era que no parecía sentir ningún tipo de dolor en el resto de su cuerpo. Entonces pensó que se estaba curando rápidamente.

- ¿Has visto, papá? Puedo moverme bien, sin dolor ni nada…- dijo aun sorprendida.

- Pues venga, Inés.- contestó su padre levantándose de la cama y retirando la sábana.- Vamos a dar un pequeño paseo.

Inés comprobó que iba en camisón de hospital, de esos que se abren por detrás y un rubor empezó a cubrirle las mejillas. Su papá fue hasta el armario, lo abrió y sacó una bata rosa, con animales bordados de forma desordenada por todas partes. Era su bata favorita.

- ¿Cómo han traído mi batita?- preguntó Inés abriendo mucho los ojos y la boca.

- No la han traído, cielo. Ya estaba aquí.- dijo mientras la descolgaba de la percha con una sola mano. Luego se dirigió hacia ella.

Inés se levantó, pues no quería que su padre trabajase tanto con un brazo así; al poner los pies en el suelo lo notó frío; descubrió unas zapatillas finas de color azul celeste al lado de la cama y se las puso. Al instante los pequeños pies de la niña se llenaron de un calor agradable que le hizo estremecerse de gusto. Le cogió a su padre la bata y se la puso, abrochándosela hasta el cuello.

- ¿Cómo te encuentras, Inés?- preguntó su padre.

- Estoy bien. Seguro que no me gusto cuando me vea en el espejo porque tendré heridas feas, pero mira: puedo moverme.- y era cierto, pues empezó a bracear y pasear contenta en la habitación.

- Entonces, si puedes andar, estás lista para dar el siguiente paso, pequeña.

- ¿Qué paso?- preguntó deteniéndose.

Se acercó a ella y se agacho hasta ponerse a su altura. La cogió suavemente de un bracito a la vez que Inés le miraba con una mezcla de extrañeza y felicidad. Luego su papa bajó hasta su manita y se la oprimió. Se puso de nuevo de pie y fueron hasta la puerta del cuarto. Allá se detuvieron de nuevo y su papa le puso su mano sana en los ojos.

- Ahora tienes que relajarte y concentrarte en tus latidos, en tu respiración. Lo que vas a ver a lo mejor te choca un poco, pero te preparará para lo que venga después. Yo no te dejaré de la mano en ningún momento, ¿vale?- Inés asintió algo asustada.

Ella hizo lo que le dijo. Se concentró en su respiración, en los latidos de su propio corazón. Y, pasado un rato, escuchó algo más. Era como una especie de pitido muy tenue, como de la máquina que le controlaba las pulsaciones. Ahora funcionaba sola. Pensó entonces que a quién estaba midiendo el pulso. En ese instante, su padre le retiró la mano de sus ojos y ella observó de verdad.

Inés estaba junto a su papá, pero a la vez estaba en la cama del hospital. Estaba entubada y había máquinas a su alrededor que medían diferentes valores de sus constantes vitales. Tenía la cabeza vendada y un collarín le impedía mover el cuello. Bajo la sábana se adivinaba su cuerpecito laxo, casi inanimado. El movimiento de su pecho respirando era la única señal de vida que mostraba.

Vio desde la puerta de la habitación la dificultad que tenía para respirar. Se alzó de nuevo el pecho para tomar aire, volvió a contraerse y ya nunca más se movió. El pip intermitente de la máquina empezó a ser un pitido constante, casi como el heraldo de una nueva muerte. Inés se dio cuenta de que su cuerpo yacía muerto en la camilla. A su lado, la puerta se abrió y entró una enfermera que revisó la máquina rápidamente y luego a ella misma. Después salió corriendo de la habitación hacia el mostrador. Llamó al doctor para que acudiera cuanto antes.

Inés no podía dejar de mirarse a sí misma en aquella camilla. Luego levantó la vista hacia su padre, que también observaba con una mueca de dolor y disgusto, pero también con alivio y entereza. Los dos cruzaron la puerta que la enfermera dejó abierta y, al salir al pasillo, vieron que el médico y dos enfermeras más aparte de la que dio el aviso se dirigían a la habitación apresuradamente.

- Tal vez no te guste ver eso, Inés.- sugirió él.- Ahora que ya has visto lo que quería enseñarte, no es necesario que veas más.

Ella cogió a su papá de la mano mientras atisbaba con el ceño fruncido el cuarto donde intentaban, en vano, reanimarla. Negó con la cabeza y le dio un pequeño tirón en el brazo a su padre.

- No quiero ver más, papa. Vámonos de aquí. Quiero que me lleves a otro sitio. Este no me gusta.- dijo mientras sacaba morros.

- ¿Recuerdas el amanecer que hemos visto por la ventana, tesoro?- preguntó su padre sonriendo de nuevo.- Pues podemos ir hacia allá si quieres. Seguro que es lo más bonito que podemos ver jamás.

El brillo de los ojos de la niña le indicó que, fueran donde fueran, siempre que fueran juntos, sería el lugar mas bonito del mundo. Cogió su mano, esta vez más fuerte, para que viera que era una chica valiente, y empezaron a andar por el pasillo del hospital.

Mientras caminaban, los rayos de sol que empezaban a filtrarse por las ventanas incidieron en su recorrido, iluminando la senda que todos alguna vez hemos de recorrer en busca de mundos extraños y nunca vistos en esta vida.

8 comentarios:

  1. ¡Exquisito! Me ha encantado, pensé que no iba a poder andar o algo así pero no este final.
    Felicidades :)

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    1. ¡Buenas noches, Candela! Este principio de mes ha sido como una explosión de creatividad. Espero que me dure. Te estoy muy agradecido por tus comentarios y tus paseos por el blog. Ahora te voy a devolver la visita y seré yo quien me pase por allá, que he visto algo publicado que me ha llamado la atención.

      ¡Nos vemos pronto!¡Un saludo muy grande!

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  2. Un relato muy emotivo.
    Lo que más me ha gustado ha sido el momento en el que el padre ve morir a su hija, y cómo, aunque la tiene allí mismo, cogida de la mano, siente pena por aquel cuerpecillo que ha sido el de su hija. Muy bonito :)

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    1. ¡Buenos días Carme!
      Como siempre, bienvenida por estos lares. Me agrada que te haya gustado, aunque en principio pensé que se trataba de un texto muy apresurado y que por lo tanto necesitaba de algo más de reposo para releerlo de nuevo. Pero bueno; vistas las dos críticas vertidas sobre él, me haré el sueco y lo dejare como está:D

      ¡Un saludo muy grande y hasta la próxima!

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  3. ohh sin palabras,lo bueno que al final terminaron juntos!.En el momento en que Inés pregunta como es que su batita esta ahí,y su padre le dice que ya estaba,uhh increíble!!..
    Me has sacado las lágrimas,muy emotivo!!.. felicidades..
    Un saludo

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    1. ¡Buenas Elisa!

      Me gusta que especialmente con este hayas disfrutado, pues es uno de los relatos más "tranquilos" que puedes encontrar en el blog y, aparte, tal vez más íntimamente ligado a dos personas familiares que, desgraciadamente, han perdido la vida. Como bien bien no se sabe que hay detrás de la vida, me aventuré a exponer aquí una de las opiniones que todos, de vez en cuando, nos planteamos.
      Gracias por tu visita y, como siempre, te espero por aquí.

      ¡Un saludo!

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  4. Me has hecho llorar, precioso,pero muy muy triste. Me ha llegado al alma. Saludos!

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    1. ¡Hola de nuevo, Sonsoles!

      Ciertamente, es muy triste encontrarse con una situación así pero vale la pena si estás bien acompañado como es el caso y, como no, si eres consciente de que tu actuación en la vida se ha acabado y se cierra el telón a la espera de algo tras ella.

      ¡Un saludo!

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