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sábado, 1 de diciembre de 2012

INSIDIOSO


Iba a hacerlo esa misma noche. Bob Germain entraría a robar en la casa de los nuevos vecinos. No hacía ni dos meses que se habían mudado, así que seguramente ya habrían ubicado todos los muebles y enseres personales en su lugar correspondiente dentro de aquella maravillosa vivienda.

Hacía mucho tiempo que el viejo hogar de la anciana Tabitha Axanthi (vaya apellido para aquella mala bruja) se erguía decrépito entre las nuevas casas que iban apareciendo casi como setas en el nuevo plan de urbanización. En líneas generales, había quedado un barrio monísimo, con sus casas de pintorescos tonos pastel, sus agradables vecinos y sus aceras pavimentadas de una baldosa gris tan pulida, que casi brillaba a la luz del sol. Pero aquella casa, la antigua residencia de la señora Axanthi, ni tocarla.

Nadie había osado, ni por todo el oro del mundo, derribarla; mucho menos de habitar en ella. Hay incluso una historia (que Bob creía que era una leyenda negra que pasaría a engrosar la ya mala reputación de la casa) de un chico que, para entrar en una pandilla, fue desafiado a pasar una hora en la casa. Y eso hizo en pleno día. El joven entró pero no salió nunca más. Los otros chicos se impacientaron y entraron, convencidos de que había huido por la parte trasera de la casa o permanecía en ella para darles un buen susto. Sin embargo, lo que encontraron fue bien distinto: El muchacho estaba colgado de una viga en el centro del salón con el pelo completamente blanco y los ojos casi salidos de sus órbitas.

Pasó algún tiempo desde aquel incidente (pura leyenda, seguía mascullando Bob) y la casa seguía sin venderse, derribarse o cualquier otra acción que fuera eliminarla del mapa. Hasta que finalmente, un buen día se colgó el cartel de VENDIDA en el terreno estéril que pretendía ser el jardín de aquel inmueble.

Los nuevos vecinos eran una pareja de extranjeros, de muy buen porte y excelentes modales. Hablaban sorprendentemente bien el inglés para ser foráneos y se les notaba muy solícitos con los vecinos cercanos a su recién adquirida casa y bastante comunicativos. Hacía ya un año que habían comprado la casa pero, en cuanto tenían un momento, siempre iban a supervisar las tareas de reconstrucción y remodelación, tanto del exterior como del interior. Durante aquel tiempo, sin embargo, no hubo ningún incidente digno de mencionarse. Nada de nada.

Y la casa acabó de remodelarse en un tiempo razonablemente rápido. Tras aquello empezó la mudanza de aquellos agradables forasteros, trayendo los muebles y enseres para la casa. Y allá vivían desde hacía dos meses. Bob empezó a mostrar interés por aquella casa nada más verla por fuera. Efectivamente, habían hecho un gran trabajo para restaurarla, y se figuraba que alguien que tiene medios para restaurar una casa y amueblarla posteriormente, tiene por fuerza que ser algo más que un simple asalariado. Cuanto más pensaba en ello, más fuerte era el impulso de entrar en la vivienda.

Bob siempre había sido un ladrón metódico, alguien que trabajaba solo y que se llevaba lo necesario de una casa y nada más. Tenía buen ojo para aquello que robaba y después lo vendía a un precio asequible en el mercado negro. Así todos salían ganando. Y él el que más.

Esas dos últimas semanas se las pasó encerrado en su casa planeando un asalto a sus nuevos vecinos en toda regla. Había seguido sus movimientos de manera metódica, casi se diría que obsesiva; pero para que un trabajo salga bien, hay que cuidar todos los detalles hasta las últimas consecuencias. Sabía cuando entraban, cuando salían y los más importante: Cuando se ausentaban durante un largo periodo. Había calculado un par de horas todos los días en las cuales la mansión quedaba a su entera disposición para entrar y sustraer lo que quisiera. Hasta se podría tomar más tiempo del debido.

Y allá estaba: Esperando con su furgoneta tres viviendas más abajo de la de la antigua casa Axanthi, muy calmo, a que salieran los nuevos propietarios. Miró su reloj. Las siete y veinte. Faltaban al menos cinco minutos para que la puerta se abriera y se fueran a donde Dios sabía dónde, durante dos preciosas horas que pensaba aprovechar al máximo.

Los dos hicieron acto de presencia en el porche siete minutos después; él cerraba la puerta (¿sin llave?) mientras ella aguardaba en los escalones con los brazos cruzados mirando hacia delante. Por si acaso, Bob se encogió en el asiento aliándose con las sombras de la temprana noche. El matrimonio bajó los escalones de la entrada al porche, cruzaron el jardín, que empezaba a florecer, y anduvieron calle arriba, separados por apenas un palmo. Caminaban como si fueran amigos, más que una pareja.

Pero Bob no estaba allá para hacer esas observaciones. Había cosas más importantes. Dio al contacto de la furgoneta y se acercó lentamente a la casa. Aparcó lo más cerca que pudo y salió de su vehículo armado tan solo con un saco y una palanca; se palpó la cadera derecha y tocó las ganzúas que llevaba en su cinturón. Muy bien; todo en orden. Se aproximó a la casa con calma pero apresurado. Quería realmente comprobar que aquellos dos no habían cerrado con llaves. Si así fuera, se ahorraría el trabajo de las ganzúas, acaso de usar la palanca también.

Tocó el pomo de la puerta y giró. Cedió sin ningún tipo de problema. Abrió despacio, mirando por la rendija de menos de diez centímetros para intentar vislumbrar algún tipo de alarma desde dentro, pues afuera no vio nada. Tras un corto espacio de tiempo, abrió del todo, entró y cerró la puerta. Metió la mano en el saco y sacó una linterna de potente foco . La encendió y dirigió un haz por toda la estancia. El recibidor se abría directamente al salón. Había dos puertas en la pared de enfrente, una a cada lado. Una permanecía abierta, pero la otra estaba cerrada. Respiró hondo y caminó hacia el centro del salón.

“¿Qué clase de familia viene a un barrio de gente bien y no pone alarmas a su casa? Se nota que no son de aquí”, pensaba Bob con media sonrisa dibujada en su cara. “Veamos que maravillas guardan en su hermosa casita.”

Cruzó el salón sin ver nada importante que llevarse a su saca. Enfocó la linterna hacia la puerta abierta y observó que llevaba a la cocina; si había una habitación en una casa inútil hasta decir basta para robar, esa era la cocina… a no ser que tuvieras hambre, obviamente.

Pasó entonces a la otra puerta; observó entonces que no estaba cerrada, sino entornada. La abrió y observó: Era un pasillo. En la pared de la izquierda había dos puertas. En la de la derecha, al finalizar el pasillo, había una. Tal vez una de esas puertas llevaba al cuarto de la parejita. Fue a averiguarlo.

La primera puerta a la izquierda era un cuarto de pequeño tamaño que guardaba objetos tapados con sabanas. Entró en la estancia y levantó algunas lonas. Eran más muebles, algunos enteros y otros que solo eran tablas y cajones sueltos, probablemente armarios sin montar. Salió de aquel cuarto y miró en la segunda puerta. Era un baño común… o no tan común. Un vistazo más detenido hizo que Bob se percatara de que la bañera tenía en la mayor parte de su superficie unas manchas de un óxido tan viejo como las edades del hombre. No había un WC y el lavabo pendía de tres pernos que habían conocido tiempos mejores. Además, el suelo presentaba grietas y daños importantes.

“¿Y llevan sin baño dos meses? Joder… quizás salgan afuera para abonar el jardín.” Pensó mientras sonreía.

Por lo tanto, por eliminación, solo le restaba la habitación de la pared de la derecha. Se encaminó hacia ella e intentó abrir la puerta. Cerrada. El colmo del absurdo. Cierran esta con llave y la de la entrada no. Si han puesto empeño en cerrar aquella puerta, tal vez ahí dentro hay algo de suma importancia. Mientras su rostro exhibía una mueca que quería ser de satisfacción, echó mano a las ganzúas y se agachó para abrir la puerta. Era de cerradura sencilla, algo grande, que permitía ver dentro de la habitación. Eligió la ganzúa que mejor le iba para aquel trabajo y miró por el ojo de la cerradura. Et voilà. Esa era la habitación. Podía ver la cama en la pared que daba a su izquierda y un armario a la derecha. En la pared de enfrente vio asimismo un mueble que presumiblemente se parecía a una caja fuerte.

Mientras atisbaba por la abertura, una sombra pasó justo enfrente de él en la habitación. Bob se estremeció y se cayó hacia atrás. Las ganzúas se le cayeron de la mano. Mierda, se había dado un buen susto. Había creído ver a alguien paseando de un lado a otro en la habitación. Miró al suelo para coger de nuevo las ganzúas y ponerse manos a la obra, amonestándose por haber sido tan estúpido. Tal vez había sido un juego de luces y sombras de la luz que entraba por la ventana. (¿Por qué ventana?). Introdujo el alambre y empezó a moverlo dentro de la cerradura. Finalmente, la puerta de abrió.

Ante él vio la habitación completa. La cama a la izquierda, el armario a la derecha y aquella especie de mueble que parecía una caja fuerte, enfrente de él. La ventana estaba encima de la cama, y unas cortinas opacas se desparramaban a los lados de la ventana, cayendo justo por ambos lados de la cabecera de la cama. Eso había visto, seguramente. Sacudió la cabeza y fue hacia su presunta caja fuerte.

Enfocó con la linterna hacia el mueble y vio que no era exactamente un mueble. Era una caja. Pero una caja de madera, como de transporte de mercancías. Frunció el ceño y se agachó para examinarla mejor. Estaba cerrada a cal y canto por la parte superior con clavos largos. Suspiró y echó mano esta vez de la palanca.

Uno a uno, no sin trabajo, fue sacando los clavos de su sitio y empezó a ver el interior de la caja. Tras retirar la tapa cuidadosamente, encontró una especie de paño que envolvía algo cuadrangular; por el tamaño parecía un libro. Retiró el libro y bajo él descubrió una caja con motivos en relieve. Por el brillo de la madera parecía una caja de ébano. Pero lo primero era lo primero. Quería ver qué clase de secreto ocultaba el paño.

Retiró la tela y entonces observó un libro cuya cubierta estaba cuarteada, como cuero viejo. Abrió el libro pero la visión de aquellos caracteres y dibujos era demasiado para su comprensión. Con un horror creciente, retiró el libro de sí mismo violentamente. Enfocó entonces la caja, notando como su mano temblaba ligeramente y le pareció, luego de un rato observando, que los relieves parecían cobrar vida. De hecho, se movían como si de una película se tratara. Y oyó sonidos que parecían provenir primero de aquellos seres que aparentemente pugnaban por salir de su forma de relieve y después en toda la habitación, como si estuvieran alrededor. Bob dejó caer la linterna al suelo y se llevó las manos a los oídos. 

Pero los seguía oyendo como si estuvieran dentro de su cabeza. Y fue entonces cuando la tapa de la caja interior se levantó y él retrocedió espantado. Tropezó con la pata de la cama y cayó al suelo; pero sus ojos no dejaban de observar la caja. Tras unos segundos, en los que las voces callaron y solo se oía una respiración como de cien almas en pena, una mano cubierta tan solo de piel ajada salió de la caja y se aferró al borde.

Bob no quiso seguir mirando más. Se acabó. Había perdido por completo el interés de lo que pudiese haber de valor en aquella casa. Rápidamente se puso en pie y salió al pasillo. Y entonces vio que el pasillo había crecido de longitud. Ya no tenía la puerta que daba al salón a unos pasos de él. Parecía extenderse cada vez más, alejarse de su alcance, como si no quisiera que nadie le cruzara. Pero el instinto de supervivencia de Bob era más fuerte que todo aquello. No se amilanó y corrió, con un grito casi pugnando por salir de su abotargada garganta. Y entonces el pasillo, a mitad de recorrido se tornó gomoso, y cada paso le parecía un mundo. Notaba, para su espanto, que las paredes se combaban como formando un arco deforme que solo un arquitecto lunático se atrevería a diseñar. Con el corazón en un puño, al borde del desmayo, intentó correr de cualquier manera, sin apartar ya la mirada de la puerta que se alejaba desafiante.

Pero la alcanzó; y la cruzó. Apareció en el salón, pero no quiso detenerse a mirar atrás. Corrió hacia la puerta de la entrada mientras notaba que una sombra inmensa crecía detrás de él. Y junto a esa sombra parecían seguirle notas disonantes de un piano… aunque tal vez fuera su imaginación. Atravesó como una centella la puerta de la entrada y llegó al jardín. Y miró hacia atrás, esta vez sí.

La casa estaba como  había entrado, orgullosa y restaurada. Miró con extrañeza a las puertas, intentando ver algo anómalo, mas no observó nada digno de mención. Suspiró entrecortadamente y retrocedió hacia su camioneta, aparcada justo en esa acera.

Pero algo pasó mientras caminaba hacia ella. La noche se hacía más oscura, y la calle, junto a su furgoneta, empezaban a perder definición, como si se derritieran y desparecieran hacia adentro. Y la furgoneta, mientras se desdoblaba y perdía su forma primigenia, se transformó en algo completamente distinto. El jardín, a su vez, parecía crecer a su lado y se elevaba hasta una altura tres veces la suya. Y entonces comprendió dónde estaba. Seguía en aquel pasillo, y la furgoneta se transformó en aquella puerta y el verde jardín era las palpitantes paredes. Y se dio cuenta de que las paredes se hacían cada vez más estrechas, combándose hacia dentro. Y volvió a correr de nuevo desesperado hacia la puerta, gritando tan fuerte que en algún momento perdió para siempre la capacidad de hablar. Solo cuando las paredes se estrechaban tanto que aprisionaron su cuerpo impidiéndole el avance y la respiración, fue cuando cayó en la cuenta de por qué no tenían alarma, ni cerraban con llave, y la casa permanecía abierta: La casa era su propio guardián.

Y Bob Germain, en cuestión de segundos, se transformó en una masa sanguinolenta pared contra pared. Aún se preguntaba si despertaría de aquella pesadilla cuando ocurrió.

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La pareja regresó a la casa después de su paseo nocturno. Encontraron la puerta de la entrada abierta, pero pareció no causarles sorpresa. Cuando cruzaron el salón y llegaron al pasillo, observaron aquella pulpa que había sido Bob Germain. Sin mediar palabra y, pasando por encima de el charco sanguinolento, entraron en el cuarto y sacaron la caja de ébano como si no pesara más que una de cerillas y la situaron justo encima de la sangre. Juntos miraron como el denso líquido rojo era absorbido por la caja. Un sonido monstruoso pareció retumbar por toda la casa y hasta la última astilla de madera pareció satisfecha por el sacrificio.

Volvieron a llevar aquella especie de féretro a su sitio y salieron al salón. Sonreían satisfechos. En poco tiempo, el retorno de la bruja Axanthi sería ya una realidad. Se prepararon para el ritual que les llevaría toda la noche para asegurar el portal de venida de Axanthi y preparar de nuevo la casa para el desafortunado que la cruzara, para mayor gloria de la Magna Malefica.

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Clarissa Hetheridge, la vecina encargada del comité de vecinos, paseaba con su impoluto vestido fresco de verano. Iba a hacer una vista a los nuevos vecinos que, aunque llevaban afincados casi dos meses, no había tenido tiempo de darles la bienvenida por los numeroso compromisos como presidenta del comité. Pero de aquel día no pasaba. Llevaba con ella un maravilloso pastel de arándanos que la amable Dorothy, madre de Bonnie, amiga de Clarissa desde el colegio, se había molestado en preparar como regalo.

Era una mujer solterona, de cuarenta y muchos años y le encantaba dar acto de presencia en nombre de aquella comunidad. Estaba segura de que aquel pastel y su cordial invitación a participar en las actividades de la vecindad darían una imagen positiva a aquellos dos simpáticos extranjeros. Sin embargo, al llegar a casa, llamó al timbre de la puerta, mas nadie contestó. Llamó entonces suavemente con los nudillos esperando respuesta y, tras recibir la misma silenciosa respuesta, asió el pomo de la puerta y lo giró suavemente. La cerradura cedió y la puerta se abrió. Intrigada a la vez que curiosa, penetró en la casa mientras saludaba a nadie en particular. Luego cerró la puerta tras de sí.

La casa se la tragó.

8 comentarios:

  1. Intrigante desde el principio, muy buena forma de describir todo. Realmente disfruté esta historia!

    Saludos!

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    1. ¡Hola Orlando!

      Gracias por pasarte en la que espero no sea tu última incursión en el blog y dejar tan amable comentario. Me alegra mucho que te haya gustado, puesto que al acabarlo no me dejó muy satisfecho. Aún así, gracias por la visita y por el comentario tan positivo.

      ¡Un saludo!

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  2. Sensación de agobio total, desde el principio hasta el peculiar final... dos atragantamientos de la casa en un solo relato. Las descripciones están muy conseguidas. Quizás me hubiera gustado saber más sobre quiénes eran y qué se traían entre manos los dos "brujos", además de la vuelta de la Magna Maléfica. Oye, Pedro J, a lo mejor este relato se te puede convertir en una novela, ¿no?

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    1. ¡Buenas Elena!
      Una de las cosas, como creo que te dije en alguna ocasión, con las que juego con el lector es dejar que éste recree el escenario, el antes y el después. Son cabos que dejo sin atar pero que más o menos anudan bien en la historia. En esta en concreto, me centro más en el ladrón que en las circunstancias que han hecho que estos dos brujos vivan allá e intenten cierto rito para despertar a la Magna Maléfica. Y en cuanto a que se pudiera convertir en una novela... ¡madre mía! Eso para mi son palabras algo mayores... pero nunca hay que dar la espalda a nada, ni siquiera a un consejo como este...

      ¡Mil abrazos y nos leemos!

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  3. Buenas tardes,muy buena la historia desde el principio!! habido un momento que hasta las manos me sudaban dios jej...me encanta leer historias así,aunque me he quedado con la duda de los brujos,pero bueno veo a los dos riéndose de los pobre desgraciad@,que fueron por lana y salieron trasquilado..
    me he metido en la historia,la he disfrutado!!!..
    Un Saludo

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    1. ¡Hola de nuevo, Elisa!

      Una de las cosas que me gusta oír es que he conseguido que la gente que lee lo que escribo se meta de lleno en el relato. Comentarios como los tuyos animan y mucho a seguir escribiendo y a intentar cada día aprender de ellos para mejorar en todo lo que se pueda. Muchas gracias por ello y ya sabes, eres bienvenida cuando quieras pasarte.

      ¡Saludos!

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  4. Buenas noches,muchas gracias por darme la bienvenida en tu blog,pero con historias como las tuyas, la que te da las gracias soy YO, por permitirme leerte aunque no sean reales,YO me meto en el papel!!!.... por eso te sigo y te leo,un placer poder leerte!!!...
    un saludo en la distancia

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    1. ¡Holas Elisa!
      Como te he dicho anteriormente, millones de gracias por leerme y, sobre todo, por ver que te gusta lo que escribo. Tus palabras son muy amables y hace que todo lo que haga lo haga mucho más a gusto de lo que normalmente lo hago. Espero poder verte siempre que se pueda y ya sabes que siempre siempre serás bienvenida por aquí.

      ¡Un abrazo!

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