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viernes, 28 de septiembre de 2012

SOUVENIR


Guardó la foto y se despidió de aquel pintoresco hombre tras haberle pagado dos euros. Tal vez era una estupidez que anduviera un fotógrafo callejero haciendo fotos por dos euros cada una, pero era algo que le resultaba encantador, como muy vintage. Mientras esperaba a su cita, miró su reloj de pulsera; todavía era pronto para empezar a impacientarse. Ella siempre era puntual, siempre estaba allá mucho antes de que su acompañante llegara generalmente con un cuarto de hora de retraso, ocasionalmente con solo cinco minutos y muy de vez en cuando puntual. Por supuesto, llegar antes de la hora era casi una quimera.

Como iba muy sobrada, según marcaba su minutero, se dispuso a contemplar la foto que aquel hombre (poco agraciado por cierto) le había sacado. Registró su bolso con cuidado y la extrajo con un cuidado casi ceremonioso. Era una foto polaroid. Resultaba bastante increíble que a estas alturas una persona echara fotos con una polaroid e inmediatamente se acordó de cuando era más pequeña, casi sin contar los cuatro años, cuando papá le retrataba para el día de su cumpleaños o, simplemente, porque era su princesa.

La foto en sí no era nada del otro mundo; ella se veía elegante, vestida de manera cosmopolita pero sin ser extravagante. Un foulard verde le ocultaba el largo cuello blanco y sus ojos, casi del mismo verde que el pañuelo, miraban al frente acompañados de una sonrisa que más bien era una mueca sardónica muy natural, para nada forzada. El cuerpo reposaba sobre la pierna izquierda mientras la mano derecha con el brazo arqueado aferraba su cadera. La blusa blanca marfileña destacaba una figura esbelta, que no descarnada, para ir a morir a unos pantalones vaqueros algo desteñidos de color añil. La polaroid había captado en sus ojos, en su sonrisa y en su pose todo el esplendor de su personalidad. Era una mujer joven segura de sí misma y con todo el futuro por delante.

El paisaje era la plaza donde estaba esperando, ni más ni menos; Se trataba de una ancha extensión de adoquines de piedra y en el centro de semejante plaza se erguía una fontana  que distraía al gentío con sus juegos de luces y saltos de agua. Las palomas surgían por detrás de ella en la foto alzando el vuelo, como si les urgiera alcanzar el cielo, de manera que solo se podría averiguar que eran palomas por la silueta borrosa de las mismas.

Lo que más curioso le pareció fue que, a pesar de que la plaza era un lugar frecuentado y en exceso transitable a cualquier hora, solamente aparecía ella como elemento humano; absolutamente nadie más, ni siquiera cerca de la fuente. Su mirada fue hacia abajo y detectó un pequeño fallo que podría haber pasado inadvertido para una persona que la observara por un instante. Los zapatos con los que se calzaba  estaban como cortados a medio pie. En la polaroid se presentaba como si no tuviera dedos de los pies.

Una cámara de ese tipo es bastante vieja; normal que haya tenido un fallo de impresión. Aún así, la fotografía es preciosa” pensó mientras la repasaba una y otra vez con su atenta mirada, en busca de alguna otra tara.

A veces es increíble lo rápido que pasa el tiempo cuando concentramos nuestros esfuerzos en algo; una mano le tocó suavemente en el hombro y ella se dio la vuelta con gesto interrogante. Allá estaba su cita, sonriente y llegando, casi contra todo pronóstico, puntual. Los dos besos de rigor invitaron a acomodarse en unos asientos de mimbre y acero de una terraza bastante acogedora. Se sentó con el bolso en el regazo y asido al brazo. Ella pidió un café con hielo; él, un carajillo de J&B. La conversación fue al comienzo algo trivial; ella le enseñó la foto y le dijo cómo la había conseguido. Él le escuchó con atención y se la devolvió, notando que realmente le faltaba más de medio pie. Solamente se alcanzaba a ver los tacones de ambos zapatos. Ella observó la foto y pareció turbarse momentáneamente, pero luego razonó que pudo deberse a que la luz no enfocaba bien en la foto como para darse cuenta de ese detalle anteriormente. Tras hablar del tiempo y de la semana que les esperaba todavía de temperatura agradable antes de dar paso al otoño, sacaron a colación el trabajo que desarrollaban cada uno en la empresa donde trabajaban y cuales eran las expectativas de ambos para dentro de unos años. Por supuesto también hablaron, de manera algo más sucinta, de ellos dos, pues llevaban casi dos meses saliendo formalmente.

A las dos horas de estar juntos en la terraza, es cuando empezó a sentirse verdaderamente mal. Quizá se debiera a los dos cafés con hielo que se tomó o tal vez al Martini seco a modo de vermouth de después. O tal vez se tratara de todo esto combinado con el calor que todavía hacía, a pesar de estar anocheciendo. Se llevó la mano derecha a la sien y se la masajeó disimuladamente mientras centraba la mirada en su interlocutor concentrándose en lo que le estaba diciendo. No quería que se diera cuenta de que estaba pasando por un mal momento en esos instantes, pero al cabo de un par de minutos fue imposible seguir disimulando y le comunicó a su pareja, mientras cerraba los ojos, que se encontraba terriblemente mal. El hombre, preocupado, le preguntó si era por algo que había comido o bebido, pero no le pareció que el estómago le estuviera jugando una mala pasada.

Abrió los ojos y trató de enfocarle bien y le dijo con una voz que le sonó extracorpórea que posiblemente fuera por el calor. Suspiró de mala gana expulsando el aire a intervalos temblorosos y pareció relajarse. Su pareja no le quitaba los ojos de encima. La conversación llegó a punto muerto y él pidió un vaso de agua. Se lo trajeron inmediatamente e invitó a que se lo tomara. Ella le hizo caso y se bebió el agua a sorbos irregulares. Dejó el vaso en la mesa y trató de reanudar el diálogo que había entre los dos antes de esa inoportuna interrupción. El hombre volvió al hilo, algo más cauto, sin perder de vista a su compañera por si acaso mostraba de nuevo signos de malestar.

Ella pareció sobrellevarlo bien; incluso se irguió en la silla tranquilamente mientras se apoyaba en los reposabrazos del asiento y le miraba fijamente. Ella hablaba más pausado, de forma casi mecánica, como si estuviera soportando un gran dolor; de hecho, lo que en esos momentos sentía era semejante a como si le arrancaran algo desde dentro, algún órgano vital, acaso el corazón.

Mientras el dialogó volvía de nuevo hacia él, ella asió gradualmente con fuerza el apoyabrazos y su respiración se hizo más jadeante.


Y entonces ocurrió lo inexplicable: De repente, se levantó de la silla como si hubiera recibido una descarga eléctrica y un grito agudo y penetrante que heló la sangre de su acompañante salió de su garganta mientras las manos, transformadas en dos garras le tapaban el rostro. La gente a su alrededor se volvió atónita al espectáculo que aquella mujer daba en medio de la terraza. Tras ese grito que dejó literalmente clavados a todo el mundo en sus asientos o en el paseo, ella se echó a correr, junto con el bolso, hacia el interior del local sin dejar de chillar como si le estuvieran extirpando el alma.

El hombre, tras un momento de vacilación, se aprestó a seguirla dentro del café. Y ella, de algún modo, había encontrado los baños de mujeres yendo como iba a ciegas. Los camareros y algún que otro pinche de la cocina iban secundándole a una distancia prudente, como que eso no iba con ellos pero querían cerciorarse del desenlace. Él se acercó a la puerta y oyó que ella parecía ahogarse con sus gritos hasta que finalmente escuchó como un maullido, como si alguien en sueños hiciera un sonido inarticulado seguido de un sonido seco. Llamó a la puerta, mas no contestó nadie. Probó a decir su nombre, pero fue también en vano. Finalmente, tras unos segundo de vacilación, entró en el baño de mujeres.

El escenario que se encontró no podía ser más extraño. Ella no estaba, a pesar de que había indicios de que así había sido hacía un momento. El foulard descansaba casi a punto de caerse al suelo sobre el lavabo y el bolso estaba en el suelo, abierto, de costado y dejando que todo lo que tenía dentro se esparciera por el baño. Había entre todas las cosas diseminadas un pintalabios, un pequeño set de maquillaje, un espejito de mano que se rompió, el monedero donde guardaba el dinero y la documentación, un paquete de pañuelos y un objeto cuadrado negro. El hombre miró sin saber que estaba mirando y de pronto cayó en la cuenta. Era la polaroid que le mostró hacía un par de horas. Se agachó para cogerla, pues estaba del revés y le dio la vuelta mientras los camareros y algunos curiosos se acercaban con cautela a la escena.

En el rostro del hombre se dibujó una mueca de extrañeza e incomprensión al observar la foto: Pues en ella solo se veía la plaza con la fontana y las palomas levantar el vuelo, como una sombra borrosa que se yergue hacia el cielo; pero su acompañante, la mujer, había desaparecido.

6 comentarios:

  1. Pluf! Desaparecida!
    Genial, muy gráfico todo. Se ha podido "ver" la transformación, y sobretodo "sentir" la angustia de ella y la extrañeza, un poco lejana por cierto, de su acompañante que no entiende nada.
    Besos!

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    1. Gracias por pasearte por aquí; no podía esperar menos. Me alegra, como siempre, de que te haya gustado. Espero verte pronto por el blog y que los demás textos sean de tu agrado.

      ¡Un beso muy grande y nos leemos!

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  2. ¡Me ha encantado! Lo que no me esperaba para nada era que también desapareciese de la fotografía... muy interesante. :D

    ¡Un abrazo!

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    1. ¡Hola Candela! Perdón por el retraso a la hora de escribirte la respuesta, pero ya sabes que días son estos tan señalados... Muchas gracias por pasarte por aquí antes de finalizar el 2012y, por supuesto, estoy más que encantado de que te haya gustado, pues este fue casi el primero que escribí después de una larga sequía.

      ¡Un abrazo muy gordo!

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  3. OHH!nunca pensé que ella fuera a desaparecer,y su compañero atónito ante todo aquello,gran momento cuando empieza a sentir dolor y a transformarse..
    Me ha encantado.
    Un saludo

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    1. ¡Buenas Elisa!

      El volver a retomar de nuevo la escritura con este relato después de tanto tiempo de sequía fue como un bálsamo para mi. Tanto es así, que desde que lo escribí no he parado... Una lástima lo que le pasa a la protagonista, pero por alguna razón que desconozco ( o no :P) los protagonistas de mis textos no suelen durar mucho...

      ¡Un beso!

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