ETIQUETAS

miércoles, 26 de septiembre de 2012

LA ÚLTIMA GUERRA


Creo que puedo oírles.
Se que están detrás de todos aquellos escombros que he amontonado para impedirles el paso, pero ya no tengo escapatoria. Ni siquiera me dejarán morir en paz. De todas maneras, igual me da. Aquí tengo lo necesario para dejar, por decirlo de alguna manera, mis últimas voluntades: Un bolígrafo que casualmente aún escribe y un papel que parece más un amasijo de celulosa que una hoja. Quiero escribir, pero no paro de temblar. El pulso nos juega malas pasadas cuando más lo necesitamos. Sé que es tarde, pero tengo que escribir esto para aquellos que hayan sobrevivido a esta catástrofe se den cuenta de nuestra patética existencia sobre la tierra.

Dios, si pudiera dejar de temblar…

Todo empezó tres días antes de lo previsto. Por aquel entonces la ciudad ya era un caos absoluto. Mucha gente empezaba a irse de sus casas reuniendo todo lo que podían de sus pertenencias. Quizás no supieran siquiera donde iban. No lo recuerdo con nitidez, pero aquella ciudad parecía desmoronarse ante las alarmas. No eran extraterrestres venidos de otro planeta que pretendían invadirnos, ni una catástrofe espacial producida por un meteorito de dimensiones considerables, no. La realidad es mucho más sobrecogedora. Pero debo darme prisa. Ya los oigo subir las ruinosas escaleras.


Aquel día fui a la Facultad de Derecho como si no pasara nada. El panorama era desolador. La Facultad presentaba un aspecto lamentable, pues grupos de vándalos la habían saqueado casi por completo, llevándose el material que pudieron encontrar. No obstante, las sillas y las mesas aún seguían en su sitio, y allí empezó la última clase que tuve en mi vida; solo una hora de clase antes de que el profesor cogiera sus cosas y se marchara para siempre. No le volví a ver jamás, ni a mis compañeros tampoco. Quizá ya estén muertos por aquello. De todas maneras fueron afortunados… y por ello les maldigo.

Y sí; aquello ocurrió en tres días con esa mierda de guerra. De repente todo el mundo se volvió loco. La situación llegó a tales extremos que a algún hijo de puta le dio por amenazar al mundo con su arsenal, retando a todas las naciones a su juego personal de guerra. De repente todos los países quisieron formar parte del conflicto y las naciones se dividieron para crear pactos entre ellas. Los líderes hablaron mucho, pero se rompieron relaciones cordiales de décadas, incluso siglos, se rompieron pactos pacíficos; el mundo se comía al mundo y el hombre se autocondenaba.

En el segundo día hubo saqueos en todas las ciudades del mundo, con un número considerable de víctimas. La amenaza se cernía sobre todos nosotros como una sombra que atenaza las gargantas hasta hacerlas gritar. En ese mismo día la gente abandonó su hogar en busca de refugios. Los atascos fueron impresionantes en todas las carreteras. Hubo accidentes… y muertos, como no; pero esos tuvieron suerte. La gente ni siquiera se detenía a ayudar a aquellos que estaban discapacitados para correr y salvarse. Simplemente les chafaban y pasaban por encima de ellos, sin recapacitar en que esa gente moría bajo sus pies mientras corrían.


La noche del segundo día fue calurosa como la que más. Se oían por todas partes las sirenas de patrullas, gritos y disparos. No pude dormir. Los saqueos a los hogares comenzaban a sucederse de manera paulatina. Compré un arma para defenderme, si es que al robo a esas alturas se le puede llamar compra. No pegué ojo aquella noche y la pasé en vela, vigilando mi casa por si alguno intentaba introducirse en ella a la fuerza. Tiene gracia: Ahora incluso me da igual que hubieran entrado; incluso podrían haber acabado conmigo pero nadie entró. Nadie.

Y por fin llegó el tercer día.

La mañana fue tranquila, para mi asombro. Y era normal, puesto que no había casi nadie en las calles. Los que aún vagaban por ellas iban como ausentes, moribundos de un planeta que agonizaba. Ya habían dado el ultimátum y parecía que el ataque iba a producirse a escala mundial, pero por la televisión no dijeron nada. Emitían programación repetida de telenovelas y la radio emitía música clásica. Nadie nos dijo nada a los que estábamos fuera. La gente, y seguramente los poderosos también, ya estaban bien cubiertos. Éramos nosotros los que nos moriríamos. Y eso fue lo que sucedió.


La bomba estalló a las 12:47:21, una hora que no será fácil de olvidar, al menos para mí. Estalló a diez kilómetros, pero antes legó el resplandor, aquel resplandor cegador. Afortunadamente no miré, pero después entreabrí los ojos y pude ver su aspecto. El calor empezaba a llenar el aire. El terror me paralizó, pero no lo suficiente para echarme a correr y buscar un sitio donde esconderme de aquella monstruosidad. Alguien me tomó del brazo y me llevó con él a una especie de almacén bajo tierra, que supuse que sería un refugio antibombas.

Entré en aquel refugio conmocionado, pues nada sabía de mi familia. Quizás habían muerto ya. Durante unos días estuve desorientado en aquel refugio, pero luego me di cuenta que había más gente conmigo. Solo éramos veintiocho, contándome a mí. El que me había salvado era un hombre de unos cuarenta años, que me vio por casualidad. Allí estuvimos durante cuatro largos años.

Había muchos víveres, todo lo que cada uno de ellos había podido traer, más lo que había en el refugio. Allí conocí a mi mujer. Con tan solo diecinueve años nos casamos en secreto. Entonces llevaríamos allí diez meses, cerca de un año. La radioactividad empezó a dejar secuelas a las personas más propensas a sufrir alergias y los ancianos, los pocos que había, empezaron a padecer tumores cancerígenos. Yo tampoco me libré.

Cuando ya hacía dos años de la explosión, mi mujer dio a luz una niña, si a eso se le podía llamar niña, pero el bebé no sobrevivió debido a las deplorables condiciones en las que nos encontrábamos. Mi mujer tampoco sobrevivió; perdió mucha sangre en el parto y no se pudo hacer nada. Nadie pudo hacer nada. Después de aquello, me aislé de aquel grupo cada vez más reducido.

Pasaron cuatro años hasta que pude volver a mirar de nuevo el sol. Pero más me valió no haber salido de allí. De los veintiocho que éramos solo quedamos vivos cinco. Cada uno de nosotros partió en una dirección distinta, para morir en lo que fueron nuestros hogares.
Y fue precisamente, al poco tiempo de separarme de ellos cuando lo vi. No podía creerlo, pero así era. Y aquello también me miró, con aquellos ojos negros, semejantes a la gelatina. Corrí para esconderme y eso es lo que llevo haciendo desde entonces. Sabía que me perseguían y ahora están aquí, detrás de esa muralla improvisada con escombros y basura, viniendo a por mi, vestigio último de la humanidad, tal vez. Ya empezaban a derrumbar los escombros para matarme; no imaginaba que llegaría a ocurrir jamás, pero así fue.

El tiempo de los dinosaurios pasó, el tiempo de los hombres acaba ya y llega una nueva era. Están aporreando la muralla y ya veo sus extremidades escarbando agujeros. Recuerdo que se dijo que los insectos eran los que estaban mejor preparados para soportar las radiaciones, pero lo que nunca nadie supuso es que eran capaces de mutarse en un periodo corto de tiempo y alcanzar tamaños desproporcionados, igual de grandes que un dogo.

Y ahora empieza el dominio de los insectos sobre la faz de la tierra. La humanidad pone aquí punto y final dando su relevo a los insectos. Y yo también. Ya empiezo a verles con más claridad, pero no tiene importancia.

Dejo de temblar por fin. 

10 comentarios:

  1. ¡Qué horror! Me ha encantado esta historia, sobre todo el final. Es muy deprimente el pensar del protagonista pero en el fondo no le falta verdad, somos insignificantes en cuanto al ciclo del universo. Lo mismo da que estemos nosotros, o ellos.

    ¡Un saludo!

    ResponderEliminar
  2. ¡Hola Candela! Gracias por el comentario; es muy cierto lo que dices, pero si estamos aquí tal vez sea fruto de una casualidad y el permanecer todavía como "especie" dominante no está si no en nuestras manos, pero desde el respeto hacia los semejantes y hacia la tierra.
    Gracias de nuevo por comentar este relato; le tengo un cariño especial porque fue el primero que escribí con unos dieciséis años; es por eso que no solo está aquí con todos los demás, sino que además es el que abre el blog.

    ¡Un abrazo muy grande y nos leemos!

    ResponderEliminar
  3. Guau... transmite pesimismo, sí señor, supongo que eso era lo que buscabas. La atmósfera te envuelve y te arrastra... yo, prefiero ser más optimista. Sería incapaz de escribir algo así sin un mínimo de esperanza. Para tener 16 años estña muy bien, jejejeje...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Buenas Elena!
      Bueno... pesimista pesimista, no lo es tanto. Simplemente es un relevo de una especie a otra... jejejeje. Y, con respecto al mínimo de esperanza, poca esperanza podría caber en un mundo dominado por insectos de ese tamaño. Así que lo que hice fue sustituir la esperanza por lo que realmente es justo y plausible. De todas las maneras, me alegra un montón que te haya gustado. Ya sabes que le tengo mucha estima.

      ¡Un saludo!

      Eliminar
  4. Parece mentira que a los 16 años seamos tan inmaduros para ciertas cosas y, en cambio, podamos tener una visión tan clara del carácter del ser humano como la que reflejas en tu relato.
    Me encanta la sencillez con la que expones los hechos, como si ese fuese el final más obvio para nuestra raza pero sin emitir ningún juicio moral, dejándole esa tarea al lector.
    Curiosamente (u obviamente, según se mire :p) el final me ha llevado a recordar a Kafka... Por un momento temí la aparición de los zombies que tan de moda están ahora, así que puedes imaginarte la calurosa bienvenida que les he dado a los insectos en cuanto han entrado en escena. Sin duda una muchísimo mejor opción ;)
    Resumiendo: Qué orgullo poder decir que este fue tu primer relato! :D
    Un abrazo muy fuerte!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Desde siempre me ha fascinado el poder de la bomba atómica y el hecho de que los insectos serían los que probablemente hereden la tierra después de nuestro paso. Mezclando esto en la coctelera que es mi cabeza, el resultado salta a la vista.
      Cuando mencionas a Kafka, supongo que habrás pensado en la Metamorfosis; esto aún lo tengo pendiente de lectura, pero me imagino que será más "aterrador" que mi relato, por supuesto. Gracias por los piropos a mi texto y mil gracias más por pasarte por aquí e invertir algo de tiempo en leerme.
      PD: También te he reservado unas zapatillas para que te pasees cómoda por aquí, ni lo dudes ;)
      ¡Un abrazo muy grande!

      Eliminar
  5. Sí que pensaba en la Metamorfosis, al principio la relación resulta obvia, pero si te paras a pensar en el fondo de ambos relatos, tienen más en común que la simple aparición de insectos... pero menos mal que me mordí la lengua! jeje. Así que no diré más. Bueno, que disfruté como una enana La Metamorfosis cuando la leí, hace ya años :p
    Gracias por esas zapatillas, Pedro. No dudes que pienso utilizarlas para perderme por todos los rincones de tu blog. Que sepas que la envidia es mutua ;)
    Un abrazo enorme!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso, eso... Mejor muérdete la lengua que tengo que leerlo y, como en las películas, detesto que me lo chafen :P. Me apunto que será, eso sí, un texto muy sugerente el de Kafka para que suba unos cuantos puestos en mis lecturas pendientes porque lo tengo por ahí, criando algo de polvo.
      Y la envidia puede que sea mutua, pero yo la tuve anteeeeees ;).

      ¡Cuídate, muchísimos abrazos y nos vemos pronto!

      Eliminar
  6. Guao,que fuerte solo de pensar en los insectos y sobre todo las cucarachas gigantes me muero de terror!..
    Si algún día pasará esto no QUIERO estar viva,no soportaría las cucarachas dios!!
    Muy bueno,pero los insectos me matan,sobretodo una en concreto uhh!
    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Buenas Elisa!

      Es una posibilidad muy plausible que, en caso de que hubiera una guerra nuclear mundial, con el paso de tal vez más años de los que transcurren en el relato, las formas de vida como los insectos evolucionen de manera espectacular, pues son los más preparados para soportar la energía nuclear. Lo que sí que es seguro, es que desde luego no quedaría ni una sola persona viva para contarlo. Aún así, me apetecía que el último superviviente contara su historia.

      ¡Un saludo muy grande!

      Eliminar