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miércoles, 26 de septiembre de 2012

EL NIMBO DE LA VIRGEN SANGRANTE


No recuerdo la era, ni el tiempo, ni la duración de tan majestuoso hecho. Imágenes pobladas del color rancio de una mente vieja y cansada pueblan mi vista, apenas inútil, y estremecen mi corazón. Los olores, los viejos olores y sabores que el aire traía en aquellos momentos vuelan diáfanos por los oscuros rincones de mi testa. Aún puedo oír, también, las risas de los comensales mientras comían y eructaban, mientras sonreían y vomitaban, mientras conversaban y gritaban. ¡Pero qué época más remota y ambigua, tan poco visionaria de su propio fin, tan poco consciente de su existencia efímera y corrupta!

Los altares y portadas que antaño iluminaban y decoraban las Iglesias Universales eran ahora adornos triviales, encrucijadas sin fin de divinos personajes mostrando su belleza espiritual, su cáliz rebosante del vino más dulce: Su propia sangre. Manchados entonces con sangre virginal y flujos sexuales, menester de absurda épica burla a la Sacra Gens, sin el menor respeto ni aceptación por aquellos ya mancillados frescos, desgastados por el tiempo.

Recuerdo que me sentaba muy cerca de nuestro rey, que por aquel entonces se llamaba Herogialdo. Era un rey totalmente entregado a los placeres, entregado a un hedonismo tan profundo, que diríase que era él el verdadero pensador de esa materia dentro de la filosofía. Ahora recuerdo con más claridad, a medida que escribo este relato: Me sentaba casi enfrente de él, de no ser porque dos de sus comensales me apartaban del monarca. Estaba rodeado de mujeres, algunas hermosas, otras no tanto; unas jóvenes y otras más maduras; unas putas y otras doncellas ya comprometidas con algún invitado. Caí en fortuna de que no pertenecía mi corazón a alguna de aquellas mujeres, pues dentro de mí se gestaría un sentimiento de odio hacia mi rey, por tocar los pechos de mi esposa, por manosear debajo de las telas e intentar llegar al sexo femenino. Pero parecía que a ninguno de ellos les importaba, así que yo tampoco denoté ganas de intervenir.

Mi pensamiento se truncó de inmediato, puesto que mi rey me hablaba mientras la música sonaba, una música que resultaba curiosa, dentro de la increíble gama de sonidos que se podían lograr de tan solo una especie de tabla alargada de un material negro con botones de este color y blancos, con otros botones más pequeños recorriendo la parte superior de aquel aparato, mientras el cantante repetía en la Segunda Lengua things must change y otros le coreaban tarareando la letra de aquella canción casi etéreamente, como un susurro. El soberano, abrazando a dos de aquellas mujeres mientras las otras recorrían con sus labios todo su cuerpo, me preguntó algo que correspondió con lo que justamente había pensado momentos antes de que éste me despertara de mi breve cavilación.

- ¿Sabes por qué me gusta tanto celebrar innumerables fiestas, Cerdes?- me interrogó con una sonrisa entre bobalicona y brillante, como si fuera el único que conociera la respuesta.
- La duda me delata, señor.- contesté lo más educadamente que pude.
- No hace falta ser un hombre instintivo para darse cuenta de lo que tengo en este momento entre manos, mi buen consejero.- dijo mientras presionaba con su mano izquierda el seno de una de sus doncellas.- Las mujeres, como puedes ver, siempre están entregadas a los placeres que solo un hombre puede darles. Pero, ¿crees que basta con un solo hombre para dejarlas verdaderamente satisfechas?

Negué con la cabeza. Imaginaba lo que vendría después. Los hombres que tenía al lado se apartaron de mi presencia para irse a comer a otra parte. Las conversaciones les aburrían, al parecer, notablemente, de modo que quedamos encarados el monarca y yo. Las mujeres me miraban, presas de una lujuria incontenible en la mayoría de los casos, pese a que no era muy agraciado: Era un hombre de aproximadamente treinta y cinco años, gordo y calvo. Sin embargo, siempre he aparentado tener más edad de la que realmente tengo.

- Pues no, porque su rey también sabe complacerlas, quizás mejor que sus esposos.- dijo con aire altivo mirando por encima del hombro a todos los nobles que comían distraídamente dentro de un clima que parecía repetirse, como la canción que sonaba. Seguían tocando todavía la misma. Pero en ese momento ya había conseguido acostumbrarme.

No contesté a mi rey por temor a que le pudiera ofender, de modo que sellé mi boca. El soberano besaba con los labios abiertos a una de las mujeres que invadía su sitio mientras otra de ellas descendía hacia los pantalones de su majestad. No quise ver más y me levanté de mi sitio. Herogialdo pareció darse cuenta y susurró algo que oí a distancia, pero que no me irritó, a pesar de su contenido ofensivo hacia mi persona.

- No os preocupéis; él tiene otras preferencias debido a su escasa participación con las hembras. Quizá por eso se ha quedado calvo… e incluso puede que repercuta en su miembro.- dijo mientras reía intentando que no lo oyera.

Las putas que iban con él hicieron lo mismo mientras controlaba mis impulsos de volverme, para no cometer ninguna locura. “Things must change”, susurré dando la razón al estribillo de la melodía que sonaba. Ciertamente, las cosas deben cambiar. Por fortuna para los trovadores, el rey no sabía ni una palabra de la Segunda Lengua, pero para su desgracia los traductores reales sí. Sin embargo, estaban demasiado ebrios como para prestar atención al cántico y mucho menos para su traducción. No obstante, como venganza, no le dije el significado del estribillo al rey, de hecho porque principalmente podría dar pena de muerte a los cantantes y estos salmodiaban algo que era cierto desde el punto de vista del reinado de tan descuidado monarca. Deseé con todas mis fuerzas que la lírica de la melodía se cumpliera. Y parece que Dos oyó mis peticiones, porque lo que ocurrió a continuación marcó una etapa de mi vida que dura hasta estos momentos. De hecho, creí nacer allí mismo, como un profeta entre incrédulos, como un creyente en tierra de infieles, gracias a la llegada de un inesperado invitado, al que nadie conocía, ni siquiera el rey, pero del que todos habían oído hablar vagamente.

Iba vestido con una armadura plateada, con motivos alados, sin yelmo, ni brazaletes; tan solo cubría el torso con aquella indumentaria de plata. Portaba unos pantalones hechos con algún material basto de un color negruzco, casi con tonalidades grises. En la cabeza llevaba un sombrero de ala estrecha marrón. No tenía calzado y sus pies presentaban un aspecto perfecto a pesar de haber andado descalzo. Sus cabellos eran oscuros como el carbón y los ojos eran de un azul tan intenso que parecía llevar consigo el cielo en tan pequeño espacio. Su piel era morena y parecía relucir (Acaso una visión, tal vez intencionada) en aquel salón. Cuando el chambelán dijo el nombre de aquel joven, el corazón, extrañamente, saltó bajo mi pecho, pero no me atrevía a mirar hasta que no me habló.

Su nombre era Gabriel.
Bajó las escaleras despacio mientras los nobles, el rey y sus doncellas le miraban de reojo. Gabriel no retrocedió ante aquel recibimiento tan descortés. Se acercó al monarca y le hizo una reverencia. A Herogialdo pareció agradarle, porque sonrió e invitó a que se sentara, aunque creo que lo hizo presentando sus dudas, puesto que no le había visto nunca y no le conocía. Sin embargo, aquel sujeto decidió prescindir de ese asiento en tan calurosa compañía. Añadió que buscaba a alguien con quien quisiera hablar, a lo que el rey le deseó feliz búsqueda. Creo que la respuesta la esperaba, así que, tras otra reverencia, vino hacia mí, que estaba apoyado en las rejillas que daban entrada a las terrazas reales. Había oído su conversación mientras todos aquellos cerdos gruñían bajo los manjares que parecían no acabarse nunca.

El joven se acercó despacio y se quedó a mi lado mirando hacia el horizonte, que se apagaba para dar paso a una noche sin duda estrellada. Reaccioné mirándole de reojo y observé que era de hermosas proporciones. Me volví hacia las doncellas del rey, pero ninguna le miraba a pesar de que, como ya he dicho, era un hombre bello.

- ¿Tanto te sorprende que no me miren, Cerdes?- me preguntó mientras seguía mirando a través de las rejas. Me sobresalté de repente y, sin saber cómo, le contesté.
- En verdad os digo que sí.
- La belleza que tú aprecias no es tal en campos físicos, mi buen amigo. Todos ellos son incapaces de ver la hermosura que emana de la divinidad. Por eso se masturban delante de esas hermosas pinturas.- contestó señalando a los frescos que al principio de mi relato mencioné.
- ¿Quién eres?- pregunté intrigado.
- Mi nombre es Gabriel. Digamos que soy como un recadero y te traigo un mensaje. Un mensaje para ti.
- ¿Quién te envía?
- Lo sabrás a su tiempo, cuando llegue tu momento. Ahora es demasiado pronto. Quiero que me sigas. Tengo que hablar de cosas que más bien no atañen a ninguno de los que están aquí presentes.

Gabriel anduvo a mi lado hacia un rincón alejado de todo bullicio. Herogialdo nos vio y preguntó que qué ocurría. Mi ingenio discurrió pronto una excusa que bastó para contentar al rey.

- Nuestro joven invitado quiere conocer el palacio, majestad, así como algunas doncellas para satisfacer su apetito sexual.

Y nos dejó ir mientras prestaba más atención a sus concubinas que a nosotros mismos. Mientras paseábamos hacia aquella esquina aislada, no pude evitar que mi mirada se dirigiera a todos los asistentes a la sala, simplemente para tener la seguridad de que ninguno de ellos se había fijado en nosotros. Tenía la certeza de que lo que iba a decir aquel joven Gabriel era de suma importancia… no solo para mí, si no para el mundo entero; sin embargo, no entendí el motivo por qué yo habría de hacer aquello. Por supuesto, más tarde supe encontrar respuesta a mis dudas.

- Bien; ahora que estamos separados de todos aquellos que turbaban tus pensamientos e impedían que tus palabras aflorasen en los labios, puedes comenzar. Yo, Cerdes, escucho.
- ¿Por qué piensas que estoy aquí?- preguntó Gabriel.
- Quizás porque quieres algo que yo tengo.
- No lo has dicho muy convencido.- señaló Gabriel, y la verdad es que estaba en lo cierto. Luego, prosiguió.- Vengo para confiarte algo; algo de suma importancia. Hay alguien interesado en cierta persona de aquí. Una joven prostituta, una joven que recientemente ha entrado en el palacio y que ya se ha ganado su primer castigo por revelarse a que no de los señores le poseyera violentamente. ¿La conoces?
- No; hay tantas putas en el palacio que…
- Pues esa joven lleva la señal dentro de su ser. Tienes que sacarla de aquí sin que nadie se dé cuenta, pues jugará un papel muy importante en un futuro próximo.
- ¿Por qué tanto interés en alguien así? ¿Quién eres?- pregunté ya sumamente intrigado.

Gabriel miró alrededor y, al ver que todos seguían concentrados en tan importantes quehaceres, me contó, de una vez por todas, la verdad. Una verdad que, en caliente, resultó excesiva pero que, una vez pensado más tarde, crees que ciertamente se justifica a sí misma.

Así pues, habló Gabriel.

- Mi nombre es Gabriel. La joven muchacha a la que tienes que sacar del palacio está detrás de ti. No tiene sitio en esta construcción de piedra, y su futuro ya está escrito. Está escrito que dará a luz a un hijo que será un hombre que arrastre masas en contra del sistema, que promoverá un nuevo más justo para el hombre, en armonía con todos sus semejantes. Derrotará al poder de los soberanos y se sentará sobre los restos de todos los tronos de aquellos a los que ha derrocado con infalible fuerza. Esa mujer necesita protección en su meta y tú vas a procurar que no le pase nada mientras está en estado. En cuanto a mí, vengo de un poder que no puedes ni siquiera imaginar, puesto que no está presente en tus limitaciones mentales, aunque sí en tu infinita espiritualidad. Mi mensaje viene de la misma esencia de aquel al que llamáis Dios, aquel que mandó infinidad de profetas para que luego sirvan de adornos en unos frescos y la gente cometa lujuriosas acciones delante de ellos e incluso con ellos, olvidado ya su mensaje. Ve con ella, entonces, y tráela aquí.

Obedecí a su voz como si me hubiera hipnotizado y, de hecho, pensé que así era. Dejé que mi instinto me guiara y, en efecto, parece que acerté con lo que Gabriel me había dicho.

 Allí estaba ella, de rodillas, con un collarín, encadenada a un palo. Yacía medio desnuda, con sus cabellos cubriéndole el rostro y el torso. El andrajoso vestido que portaba no era sino una maraña de despojos que apenas lograba cubrir su frágil y marfileño cuerpo. Sus manos se apoyaban contra el suelo mientras sostenía en su cabeza una pesada corona que le había sido impuesta por su rebeldía como castigo. Se parecía vagamente a una de esas coronas que llevan los santos
(nimbos)
pero ésta le brillaba con un fulgor especial, casi cegador, y comprobé que era el único que podía verlo. Levantó su cabeza y me miró con un rostro que era el de la misma tristeza. Era hermosa, muy hermosa, y ese resplandor que nacía de la corona le resaltaba todavía más la belleza. Los hierros de sujeción se le hundieron en la frente y le provocaron una hemorragia de la que no tardó en manar sangre. Sus heridas, como un corte no muy profundo en el puente de la nariz y algunos en su faz, así como también en el cuello, dejaron de manar de súbito. Su cabello caía en cascada por sus esbeltos hombros y dejaron entrever la prenda rasgada que cubría sus jóvenes pechos. Era, quizás, la única muchacha virgen de aquel lugar, sin pecado alguno. Extendió sus manos hacia mí en actitud de súplica mientras Gabriel observaba, creo yo, con gran interés.

La tomé de sus manos y su contacto me pareció frío, pero vivo. Abrió la boca y sus ojos, manchados por la sangre y el maquillaje, manchados de rojo y de sombras negras que la materia cosmética le dejó, empezaron a llorar. De repente, la ternura me invadió; la ternura y el amor por aquella muchacha se concentraron en mi ser hasta estallar en miles de pedazos. Por primera vez me di cuenta de lo mucho que detestaba todo aquello que me rodeaba, como lo odiaba hasta niveles insospechados. Como aquella mirada de la joven me abrió a mí los ojos y vi que todo lo que me rodeaba era falso, una nada que se sumergía e un sinsentido propio de nuestra increíble debilidad. Tal vez fue por eso por lo que decidí que aquella criatura de Dios, que quizás aún seguía entre unos pocos de nosotros, viniera conmigo, saliera lo antes posible de aquel palacio infestado de hombres débiles entregados a pasiones puramente terrenales. La cogí entre mis brazos y el grillete que la aprisionaba se abrió solo, acaso por una fuerza inherente a algo fuera de lo común, un deseo de Dios. Le pasé un brazo por los hombros para sostenerla y me di cuenta de que su nimbo había desaparecido de la cabeza.

Gabriel se acercó a nosotros en actitud de que pasáramos desapercibidos, pero el rey se dio perfecta cuenta de lo que hacíamos. Liberar a una puta en su castigo era, para el que la liberaba, un castigo semejante o peor. Eso le enfureció sobremanera y gritó mi nombre entre la multitud, con un grito que hizo que mi corazón se estremeciera. Gabriel se situó delante de nosotros y le señaló con el dedo.

- Tú, soberbio monarca, que te eriges sobre las ruinas de tu reino para intentar recuperar lo que una vez perdiste. Contempla ahora como tu fin llega de la mano de otro hombre; su venida está cerca. Quitará la vergüenza de tu reino y le suplicarás perdón, pero sucumbirás bajo su poder divino, puesto que la divinidad es la que te ha otorgado lo que ahora tienes.

Esto le llenó de temor y ordenó que nos apresaran. Gabriel me ordenó que saliera del palacio, que se ocuparía de aquellos que nos perseguían. Fue lo que acerté ver. Mientras corríamos hacia la puerta, como muchos otros lo hacían dejando a tras a las doncellas para huir a sus casas, quizá lugares más seguros, aprovechamos para mezclarnos con la multitud. Gabriel sacó su espada y luchó contra los guardias pero, cosa curiosa, no mató a ninguno. Solo los apartaba y corría hacia espacios más abiertos para luchar. Subió por una escalera de caracol, por las mismas donde otros guardias a su vez bajaban. Gabriel luchó con estos mientras los de abajo iniciaban su ascenso y, accidentalmente, al apartar a uno de ellos para seguir subiendo, el guardia resbaló y se precipitó al vacío, tal era la distancia que había subido Gabriel, que la caída fue brutal. Murió al instante mientras Gabriel miraba y extendía los brazos hacia abajo, como para intentar salvar al hombre que yacía muerto abajo. Los guardias ya subían y se preparaban no para apresarlo, sino para matarlo. Gabriel gritaba que ahora su condena estaba cerca, pues había dado muerte a un mortal. Y varias espadas le atravesaron el cuerpo mientras su sangre las empapaba. Un destello emergió del cuerpo de Gabriel y subió a los cielos junto a pequeñas luces que lo envolvían, mucho más brillantes. Fue entonces cuando pensé en el estribillo de la canción que cantaban monótonamente los músicos del reino. Pero esa voz había callado para siempre, puesto que las cosas ya habían cambiado. El rey subía las escaleras de caracol para ver al muerto y fui yo quien no quiso ver más. Salí junto a la joven muchacha, aprovechando la confusión.

Eso fue lo que pasó en el momento de conocer a Gabriel. Ya no volví a tener más visiones con respecto a lo divino, pero vi a aquel niño que echaría a los soberanos déspotas de la tierra, como predijo Gabriel, puesto que yo fui su padre… aunque no de sangre. Si contara el nacimiento, sería algo casi inexplicable, puesto que la joven era virgen. Me detendré aquí para explicar nuestra huída por los angostos senderos que unían mi reino con el vecino. Robamos un pequeño carromato donde recosté con cuidado a la joven, que todavía no había dicho palabra. Le hablé y le dije que todo saldría bien, aunque no lo decía muy convencido. La muchacha, sin embargo, sonrió y su sonrisa me pareció la más dulce que había visto en mi vida. Acarició mi rostro y me besó en la frente. La primera palabra que saló de su boca dirigida a mí sería difícil de olvidar, puesto que lo dijo de verdad:

- Gracias.- dijo ella. Sé que parece simple, pero me bastó para comprender que ciertamente me lo agradecía.

Me situé en la parte delantera del carromato y azucé a los animales para que empezaran a trotar, mientras aquella joven intentaba dormir, a pesar de los continuos baches que encontrábamos en el camino. Tras una marcha sin pausas, llegamos a un claro en el que nos detuvimos para comer algo. Asamos la poca carne que llevábamos con nosotros y comimos el uno enfrente de la otra. La chica me miró mientras masticaba. Aún estaba sucia y las heridas empezaban a cicatrizar. El surco en el puente de la nariz me producía verdadero dolor, aunque ella parecía no sentirlo ya. Aún así aquellas heridas no eran obstáculo para disimular su belleza.

- ¿Quién te hizo esas heridas?- pregunté, a modo de iniciar una conversación.
- Los verdugos de tu rey.
- Pero, ¿qué hiciste para merecer tal cosa?- volví a preguntar.
- ¿Cómo te llamas?- respondió ella.- Aún no nos hemos presentado y quiero saber con quién hablo antes de responder.
- Cerdes. Era consejero del rey… o algo parecido, pero digamos que mis consejos apenas servían de algo a ese inútil vejestorio.
- Me hicieron esto por no servir a los propósitos que el rey creía adecuados para mí. Quería que cometiera actos salvajes, ya que no sexuales, con otro hombre y, por supuesto, me negué. Así fue como recibí este castigo. Pasé miedo, mucho miedo. Durante los azotes, pensé que me matarían si caía al suelo tendida; luego vi. a aquel hombre con otra mujer, ajeno a lo que estaba sufriendo aquella que le rechazó. Me sentí morir. Por cierto; mi nombre es Ailys.
- ¿Sabes quién era aquel joven que me acompañaba?- pregunté esperando encontrar una respuesta satisfactoria.
- No, pero sé a qué ha venido. Al menos lo imagino.
- ¿En serio?
- Yo también recibí una visita. Era él pero… estaba cambiado; me dijo que era la elegida para dar a luz a un enviado que derrocaría la tiranía del mundo. Que debía esperar a que alguien me sacara de allí, pero que debía de seguir siendo como era. No lo entendí muy bien, pero sé que tú eras ese alguien que me sacó de allí y mereces ser el padre.
- Te equivocas.- dijo inseguro.- Yo solo he recibido el mensaje de sacarte de allí, o de dejarte embarazada. Esperaremos hasta que encontremos una señal. Por el momento nos quedaremos quietos.
- Pero no aquí. Aquel hombre al que servías nos puede estar buscando. Tenemos que encontrar tierras más pacíficas. Podemos huir hacia el sur. Allí nos recibirán bien.- contestó Ailys.
- ¿Puedo hacerte otra pregunta?- dije de súbito a Ailys.
- ¿Cuál?
- ¿Cómo fuiste capaz de… tan joven?
- No hay edad para la prostitución. Y, si quieres saber la verdad, no me metí por curiosidad, sino que lo hice por necesidad. Nací pobre, y he pertenecido durante mi corta vida a la calle. Me metí en el palacio porque me compraron los guardias. Siempre he estado apartada de las demás mujeres; no me gustaba su compañía. Y nos avisaban constantemente de que romper las reglas o negarse a hacer algo que nos ordenaran llevaba consigo un castigo, que era llevar esa corona. Duele mucho, porque hay conductos de hierro que se introducen en la cabeza, en la frente, entre el pelo… y se hace insoportable; y, mientras hacen eso, te azotan hasta que se cansan o caes al suelo. Solo he recibido ese castigo una vez y fue la última, puesto que tú me salvaste después. Gracias por hacerlo.

Fue lo último que dijo en ese reino. Nos levantamos y perseguimos nuestro camino hacia el sur. Se tumbó en la carreta y yo volví de nuevo a coger las riendas para que los animales nos llevaran a tierras más hospitalarias.

Al cabo de nueve meses, Ailys dio a luz, sin intervención de ningún hombre. Ella lo aseguró; aseguró que ningún varón la había tomado, pero dio a luz como Gabriel hubo predicho. Sin embargo, no fue un enviado, son una enviada, a la que llamamos Emmanuelle. Y así fue. Emmanuelle creció convirtiéndose en una muchacha de extraordinaria belleza, con unos ojos verdes claros, límpidos como el mar y unos cabellos negros como el basalto. No sé si fue gracias a mis consejos y a mis advertencias, así como algunas anécdotas que le narré, pero aquella niña creció y se transformó en una mujer llena de sabiduría.

Su madre advirtió con orgullo como su hija participaba en todas las labores que le eran encomendadas y cómo prestaba grandes servicios a todos los necesitados que encontraba por su camino. En una sociedad en que la mujer era vista como un objeto más que adornaba la casa de un hombre, empezaron a gestarse rechazos contra ella. Pero Emmanuelle supo enfrentarse a ellos.

Y cierto fue lo que predijo Gabriel, porque destronó a los más poderosos empezando por aquellos que reclamaban su derecho absoluto sobre todas las cosas y sobre su cónyuge. Y esta lucha llegó hasta mi reino natal, y traspasó sus fronteras. Hombres y mujeres, niños y niñas, se unieron para combatir aquella tiranía. Y aún hoy se lucha contra los últimos reductos de ese antiguo poder.

Mi mano empieza a cansarse. El cielo ya ha oscurecido, el sol ha dejado de brillar. Emmanuelle está fuera, no sé donde, rezando a Dios con unos amigos. Ailys duerme. Parecer que tiene pesadillas. No creo que Emmanuelle tarde a venir; está con esos doce chicos y chicas. No me fío de Yusad, uno de ellos. Parecía muy nervioso últimamente. Creo que, algún día de estos, traicionará a mi hija. La vela se agota; la apagaré para siempre.

6 comentarios:

  1. ¡Me ha sorprendido este relato! Sé que con él te habrás ganado varios enemigos, aunque no tantos como a mi me hubiese gustado, te engancha desde el principio. Tu Emmanuelle virgen y prostituta y esa reivindicación de la mujer es genial, quizá por eso has querido que tenga un final tan optimista o por que tu mismo eres católico pero me quedé con las ganas de un poquito más de perversión religiosa, sobre todo al final. Aún con eso me encanta, enhorabuena. ¿Ves cuando te digo que me deprimo? Jamás se me hubieran ocurrido estas cosas, pero bueno, deprimamonos todos los nóveles juntos porque parece que viene en el lote, jajaja.

    Saludos!!

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    1. ¡Hola Candela! Muchas gracias por el comentario, y sobre todo dejame agradecerte el que te pases por aquí y eches un vistazo a lo que por aquí se escribe. Para contestarte, te diré que no soy exactamente católico y que estoy bastante alejado de la religión "normativizada", pero me eduqué en un colegio religioso y algún poso te queda. La historia que leíste se trata de una alegoría de la Anunciación, pero visto desde un punto de vista muy diferente. Y bueno, enemigos no me gané, pero sí muchas miradas extrañas... jejejejeje.

      ¡Muchas gracias de nuevo por dejarte caer por aquí y espero que disfrutes tanto como yo lo hago con tu blog!
      ¡Un saludo muy gordo!

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  2. Respuestas
    1. Jajajaja... Imaginación no nos falta a ninguno de los que escribimos; eso, por supuesto es extensible a ti y, si no, a las pruebas me remito. Gracias mil de nuevo por pasarte.

      ¡Un saludo muy grande!

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  3. Pedazo de relato joo!! casi nada muy bueno!
    Felicidades.
    un saludo

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    1. ¡Hola de nuevo!

      Este es uno también de los que más cariño tengo, pues también lo escribí a edad temprana y me surgió en medio de un pequeño conflicto personal. A pesar de ello, le tengo en mucha estima... quizás por recordarme aquellos momentos. En definitiva, me alegra un montón que te haya gustado sobremanera.

      ¡Un saludo muy grande!

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