Escuché un ruido y me escondí en el armario; era el único mueble
que había por allí, así que fui corriendo adentro antes de que supieran que
estaba aquí. A César y su pandilla no les caía demasiado bien; además, no era
la primera vez que se metían conmigo, y ya estaba harto. No me iba a enfrentar
a ellos, porque sería yo solo contra cuatro, pero quería ser invisible el mayor
tiempo posible.
Debieron de verme entrando en esta casa, o simplemente era su
cuartel general… no lo sé. Pero el caso es que ellos entraron también cinco
minutos después de mi. Y, sabiendo que estaría en peligro si me pillaban, mejor
haría escondiéndome en el armario. Lo abrí sin pensar si habría algo o no, y me
metí lo mas sigilosamente que pude. Era un mueble inmenso, de esos
antiguos con tres puertas en el que cabe un adulto entero. Tenía un espejo en
una puerta que estaba descascarillado y roto por algunos sitios; no había
ninguna ropa ni nada de eso, y las estanterías del interior habían
desaparecido. Allá fui mientras oía a los intrusos abajo riéndose y golpeando
algo con las botas.
Aguanté la respiración y me forcé a relajarme, pues si me ponía nervioso, era posible que me escucharan por los jadeos. Así que me situé lo más atrás que pude. Una pequeña rendija de luz me permitía ver el exterior, que trataba de una porción de la puerta de entrada a aquella habitación y el pasillo, por donde llegaban las voces de los salvajes que siempre me pegaban en el colegio.
Al mirar hacia la izquierda, dentro del armario, atisbé algo.
Casi me meé del susto, pues una forma como de hombre también estaba allá
escondida. Pero… no parecía un hombre; era algo… algo como una persona pero
parecía que se había quemado la piel y a la vez estaba recubierto como de una
sustancia viscosa por todo el cuerpo. Su color era, por la poca luz que entraba
en el armario, como grisáceo y azulado, con algunas motas verdes. Estaba con
los brazos cruzados y agachado; sus dedos acababan en unas uñas melladas y sus
ojos… sus ojos redondos de un color ambarino me miraban directamente a mi,
como sorprendido de que estuviera allá. En menos de un segundo me percaté de
que aquella cosa estaba viva y, al ir a gritar, se adelantó como un rayo y me
tapó la boca. Olía como a limo y cosas muertas del mar… o de la tierra; acercó
su cara a la mía y, aunque pareciera increíble, me chistó. Pude ver dos hileras
de dientes afilados como un cuchillo mientras se llevaba un dedo a sus labios
tumefactos.
- No temasssssss.- dijo
con un siseo en voz baja.- No voy a hacerte daño.- Solo que sonó como
dañooooooohhh.
La forma de hablar era chistosa, por cómo alargaba las silabas
finales, pero en esos momentos no tenía muchas ganas de
reír. Su mano en mi boca me estaban dando náuseas por el olor de aquel ser en su
conjunto y me encontré pensando en cómo no había detectado ese asqueroso hedor justo al meterme en el armario. Aquella “persona” me retiró la mano de mi boca
despacio, alerta por si daba el menor síntoma de gritar de nuevo. Pero no
grité.
El nerviosismo y el terror dio paso en mí a una especie de
tranquilidad como solo los niños ante cosas extremas parecen poseer.
- Y tú, ¿quién eres?- le
pregunté como si estuviéramos en el patio del recreo en vez de un armario en
una casa abandonada.- ¿Por qué estás escondido aquí?
Al principio no contestó; solo se limitó a pasar una lengua, que
parecía de víbora, por los labios. Era como si se estuviera relamiendo ante lo
que tenía a la vista. Después se abrazó las rodillas y me respondió con aquella
peculiar entonación.
- Tengo muchos nombres en
realidad.- Realidaaaaaaaaad dijo.- Pero aquí se me conocía por el nombre de El
Coco.
Me quedé como si me hubiera dicho que se llamaba Alberto
Castaños Ruiz. Ese nombre no significaba nada para mi. Luego recordé una
película que había visto cuando era más pequeño que se llamaba Monstruos SA, y
entonces establecí una relación.
- ¿Quieres decir que eres
como el monstruo del armario?- pregunté muy bajito.
El asintió ansiosamente abriendo mucho los ojos y sonriendo
mostrando aquellos dientes. Yo, a su vez (no sé ni por qué lo hice), también le
devolví la sonrisa. Le extendí la mano, como me enseñaron que se saluda a
alguien más mayor que tú con respeto.
- Yo soy Jesús Palomas.
Encantado de conocerte.- dije.
Aquella cosa se mostró extrañada de aquel gesto; tal vez no
había saludado a nadie en su vida… Aún así, imitó mis movimientos y me estrechó
la mano. En aquel momento olvidé lo repulsivo que era y hasta me pareció buen
tipo. Le sonreí mientras agitábamos las manos.
- ¿Qué… qué haces aquí
escondidoooooooo?- susurró el Coco.
- Unos chicos… la tienen
tomada conmigo.
- ¿Son esssssos que
hacennnn ruido abajooooooh?- preguntó de nuevo el Coco.
- Sí; son mala gente,
¿sabes? No solo se meten conmigo; el otro día, a una compañera de clase la
tiraron al suelo y le robaron lo que tenía en la mochila. Los libros no, claro.
Pero su madre le había dado dinero para que después de salir se comprara la
merienda y se lo quitaron. Y luego a otro, que se llama Pablo, le jodieron las
gafas… perdón; quise decir le rompieron las gafas. El pobre chico fue a sus
padres diciendo que se había caído en el recreo.
- ¿Y queeeeeee hay de
tiiiiii?
- Bueno… yo no voy mucho
con los chicos del colegio, porque soy nuevo aquí en el barrio. Y además, me
cuesta mucho hacer amigos. Y claro, al ser el nuevo… pues me echaron el ojo y
no me dejan en paz.
- Y, ¿pooooor queeeeeeee
no te defiendessssssssss?- aquello parecía un interrogatorio en toda regla;
mientras iba preguntando, El Coco no se movía de su sitio ni abandonaba su
postura. Todo lo que recibió por respuesta fue mis hombros encogidos.- Nooooo
está bieeeeeen que algunosssssss chicosssssssss vayan porrrrrrrr ahí haciendo
dañoooooo a otrrrros que se comporrrrrrtan biennnnnn.
Mientras hablábamos, abajo aún había movimiento y risas de los
cuatro. Luego oí mi nombre. Lo decía César, el autoerigido líder del grupo, un
chico gordo y grande cuyos ojos brillaban con odio día sí, día también. Le oí al
pie de la escalera, pues la casa tenía dos plantas. Podía imaginarme a sus
amigos allá abajo detrás de él, con sonrisitas maliciosas y mirándose con
colegueo.
- Jesús Palominooooo.-
odiaba que me cambiara el apellido.- ¿Dónde está el guapito de claseeeee?
Sabemos que estás arriba… A no ser que te hayas tirado por una ventana y te
hayas ido a casita a llorarle a la puta de tu mamá.
A punto estuve de salir y jugarme el tipo para darle un puñetazo
en esa boca sucia que tenía, pero me contuve, porque tenía las de perder.
Entonces, como había dicho eso de mi madre, empecé a llorar desconsolado. Al
gemir un poco, la pandilla de César me oyó. Sabían que estaba allí, por
supuesto.
- Vamos a subir, marica de
mierda.- gritó César.- Prepárate a recibir por haber invadido NUESTRO territorio.
Yo estaba asustado, hasta me había olvidado de mi nuevo amigo en
el armario. Y quise salir de allá corriendo, pero el brazo del Coco me detuvo y,
mirando con ojos chispeantes y ansiosos por la ranura del armario hacia la
puerta de la entrada, me dijo algo en un susurro que me heló la sangre.
- Noooooo te muevas. Deja
que subannnnnnn.
Subieron al segundo piso y entraron al cuarto; lo primero que
sus ojos vieron fue el armario; y, sonriendo, dieron por sentado que estaba
allá. El primero que se acercó fue César, por supuesto, mientras canturreaba
que me iba a abrir la cabeza o yo que sé. Y, cuando estaban los cuatro a dos
escasos metros del armario, el Coco salió como una exhalación y se enfrentó a
ellos con un grito escalofriante. A su vez, César y su grupito gritaron de puro
terror, pero parecían clavados en el suelo, pues ninguno salió en estampida del
cuarto. Y yo, tuve suerte de que no pude ver nada pues, tan pronto como el Coco
salió del armario, las puertas se cerraron completamente, dejándome en la más absoluta oscuridad.
Fueron los dos minutos más horribles de mi vida, pues fuera oía
una especie de ruido de succión y de masticación y un gorgoteo que parecía
venir de alguno de los chicos, así como de gritos que se iban apagando y que se
volvían gemidos para luego acallarse por completo. Tras aquel par de minutos,
el Coco abrió la puerta del armario y me invitó a salir, pues quería descansar.
Yo salí con mucho miedo, pero allá en el cuarto no había ni rastro de César ni de sus tres compinches. El Coco se metió acurrucado en aquel mueble y me miró con ojos satisfechos.
- Ahora no crrrrrrreo que
hagannnnnnnn dañooooooo a nadie masssssss.- concluyó.- Veteeeee;
necessssssssito desssssssscansar.
Cerré el armario con él dentro y me fui andando mientras sentía
mis piernas como flanes. Al salir de la casa, era consciente de que ninguno
tendríamos que soportar más las palizas y humillaciones de César y su pandilla.
Mientras este pensamiento me rondaba la cabeza, una sonrisa se
dibujo en mi cara, y emprendí el camino de regreso a casa silbando una melodía
que escuché en la radio esta mañana.
Bueno, me he pasado por aquí a ver si encontraba el relato del animalillo, y vaya pedazo de historia gore que te has montado con el monstruo del armario. No quiero ni pensar qué habrías podido hacer con el hombre del saco o el lobo...
ResponderEliminarConsigues crear la tensión muy bien, aumenta poco a poco y te engancha, pero tendrías que repasar la puntuación: a veces te han quedado frases confusas y eso le quita efecto. Aún así, chulo chulo. Y además los malos pierden :)
Un saludo
¡Hola Carme! Bienvenida por estos lares. Muchísimas gracias por tu comentario y, sobre todo, por tu crítica. La verdad es que éste lo he publicado aquí sin pasarle una corrección, porque me moría de ganas de verlo en el blog, pero tomo nota mental de revisarlo bien, bien y hacer las correcciones que se necesiten. Espero verte más por aquí y que sigas dando vida a este blog.
ResponderEliminar¡Un saludo muy grande!
Olé! Vaya momentazo ese encuentro con El Coco en el armario! Casi me meo toda, yo también, con el crío, jajaha!! Muy aterrador, genial.
ResponderEliminarSabes? Yo suprimiría esas dos palabras que se dirigen a nosotros, los lectores: "...como comprenderéis..." Para mí, resultan una distracción en la historia porque es el único momento en el que te diriges a nosotros, y queda como muy aislado, no? No se, es mi perspectiva. Pero el relato me ha encantado!! Angustia total!
Saludos!
¡Hola de nuevo Tania!
EliminarEste es un relato que escribí hace poco, pero ya lo tengo como un tesoro personal. En cuanto a lo que dices de la corrección, no me detuve a pensar si eso cuadraba o no. Siempre viene bien una vista desde fuera para pulir los textos y en esta ocasión, la verdad es que llevas razón. Te debo una.
¡Un saludo!
Oh! Genial increíble,gran momento en que sale el coco César y su pandilla salieron disparados! Buenísimo
ResponderEliminarFelicidades me ha encantado como siempre.
Un saludo
¡Buenas Elisa!
EliminarEn realidad el coco, más que hacer huir a César y compañía, lo que hace es... digámoslo suavemente, acabar con ellos. Por si acaso no quedó claro, apunto hacerle una pequeña revisión porque a lo mejor omití o dije algo que hizo pensar que salieron corriendo. Por lo demás, muchísimas gracias por pasarte y un placer que te haya gustado este concretamente: Es uno de los tesoros que tengo publicado aquí.
¡Un saludo!