Llegué pronto
con la bicicleta (nunca me ha gustado montar en bicicleta con traje) y la apoyé
contra un árbol perdiéndola de vista para siempre. Fui a sentarme a una mesa de
un bar del parque al lado de una floristería. Allá pedí un café que pagué con
los cambios que sustraje de las demás mesas y esperé fijándome en todas las
personas que por allá pasaban. El sitio donde había tenido lugar la pelea de
hacía dos días estaba ya como si no hubiera pasado nada; Habían retirado las
cintas de la policía y la gente campaba por allá a sus anchas.
Sé que esto
suele ocurrir en las películas. Uno no se espera que por un golpe de suerte,
estas cosas sucedan, pero así fue: Resulta que, al girar la cabeza para
observar uno de los caminos de tierra que cruzan el parque, la vi. Línea y
bingo. Inconfundible en toda su integridad. Porque, amigos y señores, tenía el
pelo de la misma manera recogido, los mismos pendientes y, atención, la misma
ropa. Lo único que la distinguía de nuestro encuentro fugaz la otra noche era
que llevaba dos libros cruzados en su pecho. Y encima iba sonriente la muy
perra. No quise hacer ademán de sorpresa, pero casi pierdo los papeles. Me quedé
quieto y sentado, solamente siguiéndole con los ojos. Cuando vi que estaba a
unos veinte metros de distancia de mi posición, salté literalmente de mi silla
y fui tras ella.
Siguiéndola a
una distancia prudente, adiviné casi de inmediato donde se dirigía. Iba a la
Biblioteca Nacional. O sea que, encima, mi señorita enigmática era una
empollona del tres al cuarto. La cosa se ponía cada vez más interesante. No
tardó ni diez minutos en cruzar la puerta por la cual había apostado: La
Biblioteca Nacional. Este edificio se alzaba como un monstruo gigantesco y tenía
más libros que el Vaticano y Alejandría juntos. Crucé la puerta cuando vi que
ella doblaba una esquina desde dentro y le seguí hasta el cuarto donde entró.
Encima de la puerta, en letras que casi parecían orgullosas de estar allá, se
leía SALA DE ESTUDIO. Consistía en una inmensa explanada cuyo cuerpo central
constaba de dos hileras de mesas milimétricamente situadas y las paredes
forradas de estanterías llenas del saber y conocimiento universal.
La dama se sentó
en una mesa con dos espacios a su lado vacíos; yo le imité, pero sentándome en
un sillón a la entrada de la sala. Vi como abría un libro y se enfrascaba en su
lectura muy concentrada. Tras cinco minutos de reloj en la que por mi mente no
pasaban mas que opciones de actuación, me decidí por lo más lógico. El azar, el
dejarse llevar, a ver que pasa… Me levanté del sillón y fui hacia ella. No
reparó en mí ni un solo momento. Seguía leyendo, pasando página tras página. Su
vista correteaba por aquellas líneas devorándolas de manera sobria. Al estar a
su altura, donde estaba uno de los asientos vacíos a su lado, me paré y le hablé.
- Disculpa: ¿Tienes un bolígrafo para
prestarme?- pregunté con media voz.
Ella levantó la
cara sonriente con una contestación en los labios, pero su respuesta murió allí
mismo al verme de pie ante ella. Su sonrisa gradualmente se transformó en una línea roja de seriedad mientras
sus ojos se abrían de par en par. Tras un momento, que a ella debió de
parecerle una eternidad, se recompuso y miró a un lado y a otro. Yo estaba
apoyado en la mesa mirándola con una mezcla de gravedad y sarcasmo y, por
supuesto, esperando a que me prestara su boli, claro.
- ¿Qué haces aquí?- preguntó conteniendo el
tono de voz.
- Hacía un buen día para pasear, salir a tomar
algo y luego, tras el paseo agotador, meterse en un sitio fresco y silencioso
como este y disfrutar de un poco de lectura. ¿A ti que te parece que hago?-
respondí mientras tomaba asiento a su lado.
- ¿Cómo me has encontrado?- me interrogó de
nuevo, como si no hubiera oído lo que le dije anteriormente.
- Un poco de suerte, un poco de perseverancia
y, por supuesto, la sensación de que me quitaste algo que me pertenecía.
- Te lo dije.- respondió ella sin alzar
demasiado la voz.- Déjame en paz o atente a las consecuencias. Solo cogí lo que
era mío y punto. Estás al límite de cruzar una línea muy peligrosa, así que
deja de buscarme o la próxima vez tendrán que recogerte a ti de un parque.
- No pienso dejarte de lado hasta que no me
devuelvas lo que me corresponde.- contesté un poco sofocado. Tal vez hablé en
un tono algo fuerte, pues la gente de alrededor levantó la vista de manera
disimulada.- Es más, seré tu sombra y me pienso pegar a ti como una lapa. Te
encontré una vez, así que puedo hacerlo de nuevo.
Se levantó de
la silla de manera tan audible que era imposible que nadie de la sala no lo
oyese. Cerró el libro y, antes de cogerlos, me dio una bofetada en toda la
cara. Su rostro era el espejo de la rabia. Tenía los ojos bien grandes mirándome
mientras echaban fuego y su boca era una mueca de ira contenida. La hostia me
dolió bastante; esa chica pegaba fuerte y encima sabía como hacerlo. Tras aquel
intercambio de impresiones, abandonó la sala bastante rápida; yo me quedé
sentado masajeándome la mejilla mientras los espectadores ya ni siquiera
disimulaban que leían.
- Hija de puta…- mascullé mientras me levantaba
e iba tras ella.
A la salida de
la Biblioteca la busqué entre el pequeño río de gente que paseaba de arriba
abajo por la calle. Le vi alejándose con paso vivo hacia el sur de la ciudad
sin mirar ni una sola vez hacia atrás. Desde luego, no se podía negar bajo ningún
concepto que no tenía miedo de nadie, eso está claro. Viéndola irse así,
comprendí entonces que no tenía ninguna posibilidad de recuperar mi trofeo, así
que la deje marcharse y que le dieran con viento fresco. Hasta el enfado que
sentía por ella se había diluido en un mar de calma, así soy yo de polar. Y,
justo en el momento en que desistía, no pude evitar fijarme en que un tipo
gordo de rostro cubierto por un sudor grasiento, alejado de mi pero próximo a
ella, le observaba con febril entusiasmo. Es como si el pobre hombre tuviera
una indigestión tremenda y no encontrara un excusado, seré fino, para aliviar
su pesarosa carga. Luego se puso a andar con paso extraño, casi mecánico, en
pos de la joven de los años sesenta.
La gente se
apartaba de él como las aguas del mar rojo de Moisés y, aunque no parecían
darse cuenta, le evitaban con una mueca de disgusto y de asco. Al hombre aquel
parecía no importarle, pues seguía con paso resuelto hacia donde estaba la
ladrona. Y yo le seguía a él. La joven se metió por una callejuela que parecía
ser la antesala de una tragedia, tal como se estaban poniendo las cosas. El
hombre le siguió. Me escondí justo a la entrada de la callejuela, esperando a
que se alejaran un poco más. Entonces aquel extraño pareció coger más velocidad
y logró ponerse casi a la altura de ella. Fue justo al doblar una esquina y,
por lo que pude ver en una fracción de segundo, le pilló completamente de sorpresa.
Me acerque
raudo pero sigiloso para ver que demonios pasaba a la vuelta de esa estrecha
calle. Oí la voz de ella diciendo que le soltase a aquel hombre, pero él pareció
contestar con una especie de risa tan gutural que producía nauseas solo
escucharla. Me acerqué despacio a la esquina y entonces un grito de sorpresa
rebotó en ecos por las callejuelas de aquella zona. Me asomé subrepticiamente y
vi que el hombre había mudado su cerdoso rostro por una probóscide y una docena
de ojos sin orden ni concierto en su ya deformada cara. Las manos empezaban a
transformarse en esa especie de tentáculos provistos de los aguijones y
sujetaban con fuerza y determinación a la joven. La lengua de mariposa que tenía
por faz se paseaba a un palmo escaso por las mejillas de la joven y esta
trataba de liberarse de aquel repulsivo contacto por partida doble: Probóscide
y tentáculos.
Yo podría haber hecho algo en ese momento, como un caballero de
reluciente armadura que acude en ayuda de la dama (aunque tengo que reconocer que
también se lo merecía, por ladrona), pero entonces ella hizo algo que me dejó
asombrado. A saber: Le dio una patada en todos los huevos; justo en el centro.
Pero lo que mas me sorprendió fue que ese bicho se doblara de dolor, haciendo
que la soltara inmediatamente y se llevara esa especie de brazos a las partes
pudendas. Quizá no se había transformado del todo o tal vez también tenían
pendientes reales… me daba igual. Vi como la chica corría mientras el bicho se
agarraba y emitía un zumbido que querría significar, digo yo, que le había
dolido. Acto seguido, mientras ella corría, el monstruo aquel tomó conciencia
de que se le escapaba y entonces gritó… bueno; en realidad, chirrió, como si
fuera una cigarra. Y se lanzó a la persecución de ella como alma que lleva el
diablo.
Salí entonces
de mi escondrijo y corrí calle arriba hasta llegar a otra esquina, por donde la
chica había vuelto a meterse en otra calle que cruzaba la anterior. Los
edificios medio grises medio marrones parecían ser el testigo mudo de aquella
atroz carrera. Ni un alma se asomó por las ventanas, nadie oía los gritos y
jadeos de la muchacha que corría para salvar su vida. El cielo se oscureció de
tal manera que casi parecía irreal y enfermizo. Todo esto pude observar
mientras iba detrás del cazador y su presa; finalmente aquella criatura dio
alcance a la joven y la tiró al suelo; ella cayó de bruces y se dio un feo
golpe en la cabeza. Pero la conmoción le duró poco, pues siguió arrastrándose
por el suelo, casi a ciegas, como huyendo de algo que no comprendía, pero que
sabía muy bien que era. La criatura de probóscide se deleitaba con placer de
aquella mosca que había caído en su tela de araña; la rodeaba, le empujaba…
jugaba con ella para después destruirla.
Y aquí fue
donde entré en acción; fui corriendo como un suicida (menos mal que no era
temerario) y a la vez empuñé el cuchillo de mi chaqueta. A escasos metros de él,
grité. La criatura se dio la vuelta con sorpresa y yo salté como un Mario en
las plataformas que eran una caja de plástico y, de allá, a un container metálico.
El último salto fue, mal que lo diga yo, espectacular; pero los bichos no se
suelen amilanar ante este tipo de acrobacias y lo que hizo fue alzarse para
hacerme frente; intentó darme en el primer salto y falló. En el segundo logró
rozarme pero no me desestabilizó y en el tercero, donde le iba a asestar el
golpe de gracia, se alejó un poco de mi para contraatacar. Resultado: Solo
alcancé para provocarle un corte bastante feo en aquella cosa que hacía de su
brazo. Tras eso caí en el suelo al lado de la joven. Ella seguía arrastrándose
como por inercia. El engendro aquel, al que ya reconocía como un zángano de no
se qué plaga, se acercó con las patas o brazos o lo que sea en alto dispuesto a
atacar. Entonces me lancé yo también a por él blandiendo el cuchillo hacia los
aguijones que empezaban a asomarse por aquellos pliegues de tentáculos.
Corté uno
limpiamente por encima de donde debía de estar en codo, y ya le iba a atravesar
cuando con la otra extremidad me lanzó casi cinco metros más allá de donde
estaba él. El impacto fue tan grande que me dejó sin respiración. Mientras
luchaba por ponerme de pie (cosas curiosas: el cuchillo no lo había ni
soltado), mi querida ladrona de manos ajenas se irguió con un grito salvaje, casi
se diría que hasta los cimientos temblaron y sacó de Dios sabe donde, el látigo
que le vi manejar la noche que nos conocimos. Lo lanzó restallando contra él y
le alcanzó en el cuello o, mejor dicho la parte que unía su gomosa cara con el
tórax. Tras un limpio y fuerte movimiento con el brazo, hizo que perdiera el
equilibrio y cayera al suelo todo lo largo y gordo y asqueroso que era.
Desenroscó el látigo de su cuello, lo tomó de ambos extremos y se lanzó a por
la bestia como si fuera un jinete intrépida que quiere domar a su caballo. Se
sentó sobre él mientras pasaba el látigo por el cuello de nuevo y cruzó los
brazos para hacer un bonito lazo para asfixiarlo o arrancarle la cabeza. Pero
ni que decir tiene que aquella criatura era mas fuerte que ella, quizás incluso
más fuerte que los dos a la vez; se levantó rápidamente y ella perdió el
equilibrio y cayó al suelo. Puso su pierna-tentáculo encima de ella y empezó a
pisar fuertemente, como si quisiera escacharla. Curioso dibujo en el que una
especie de cucaracha quiere chafar a una persona. Justo cuando las fuerzas
estaban a punto de fallarle, o al menos así lo creí yo, acercándome por detrás
le salté a la espalda para que perdiera el equilibrio y lo conseguí a medias
pues, aunque no cayó al suelo, por lo menos conseguí desestabilizarlo lo
suficiente para que dejara de pisar a la chica. Empecé a apuñalarle ciegamente,
aunque ninguna de las heridas que le abría le parecían provocar daños
importantes; eso si, le hacían estar más furioso. Pero no logró que me bajara
de su espalda por mucho que se moviera.
Un chasquido
sonó en el aire, alcanzando las extremidades inferiores de la criatura y haciéndole
besar el suelo, conmigo encima incluido. Me aparto ó de un movimiento convulso
pero, antes de que se pusiera de pie, la chica fue a por ella y le asió de la
cabeza mientras tiraba hacia arriba. En menos de cinco segundos, mientras un
grito pugnaba por escapar de la garganta de la joven, le arrancó la cabeza de
cuajo mientras la probóscide se agitaba espasmódicamente. La vida miserable de
aquella cosa había llegado a su fin.
Tras eso, tiró
la cabeza a cualquier parte y se alejó del cuerpo mientras se sentía
desfallecer. Cayó de culo al suelo y se acercó a mi ayudada por sus piernas
mientras jadeaba sonoramente. Luego me miró con ojos medio incrédula, como
pensando que no podía haberse salvado ni de coña, medio agradecida, como dando
loas al cielo de que estuviera por allá.
- Supongo…- empecé yo.- que este también es un
zángano de esa mierda de plaga, ¿no?
- Creo que si…- contestó aún jadeando.- Pero no
tengo ni idea de por qué me atacó. Tal vez por haber matado al otro. No tengo
ni idea. Pero nada de nada.
- Bueno; la cosa esa está muerta ahí delante. ¿Crees
que nos tendremos que preocupar de más represalias por parte de otras como
este?
Ella negó con
la cabeza. En esto parecía estar muy segura; algún día me lo explicaría, pero
desde luego no iba a ser este. Tras un par de minutos ahí sentados mientras
recuperábamos el aliento, fui al meollo del asunto.
- Sé que te vas a poner como una fiera, pero créeme
que no tengo ganas de pelea. Quiero mi “trofeo”. Este lo has matado tú, tienes
derecho a él, de acuerdo; pero el otro era mío. Así que podemos hacer un pequeño
cambio, ¿te parece?
Ella me miró
con cara de pocos amigos y se negó en redondo. Me dijo que para nada. En
nuestro primer encuentro se lo había llevado de forma legítima y, este que lo
había conseguido casi de la misma manera, también se lo iba a quedar. Se puso a
cuatro patas y fue en dirección al cadáver en el que se había transformado esa
cosa, un hombre gordo que había sido pasto de los gusanos hacía ya mucho tiempo
y del que solo quedaban restos de descomposición seca. La joven cogió la mano
de este cadáver para arrancarla igual que había hecho anteriormente con su
cabeza, pero se quedó en el intento.
Sé que es muy
feo y muy cobarde por mi parte y hay veces que hasta me avergüenzo, pero es
solo un momento pasajero que luego da paso a un “de todas formas, era lo que se
merecía”. El caso es que me acerqué a ella y le dí un puñetazo en la cara. Juro
que no fue para nada fuerte, pero llevaba ya tantos golpes que creo que ese
acabó por dejarla fuera de combate. Se desmayó con una rapidez asombrosa y,
antes de que su ya maltrecha cabeza fuera a dar con el asfalto yo, como un
perfecto caballero, la cogí suavemente y la dejé en el suelo. Tras ese cambio
de opiniones, fui yo quien arranqué la mano de aquel cadáver y me la llevé.
No me siento
nada orgulloso, ya lo he dicho, pero es que este es un mundo cruel y despiadado.
Y también, por qué no decirlo, porque tenía ganas de devolverle la hostia que
me dio en la biblioteca. Así que mano por mano, bofetada por bofetada; así
estamos en paz.
Me alejé de allá
dejando como única compañía un cadáver mutilado y con una sensación de justicia
en todo el cuerpo. Tan solo esperaba que no me guardara rencor si alguna vez
volvía a verla; Aunque resultó posteriormente que la vería más veces, en
algunas ocasiones más de lo que me gustaría. A lo mejor eso motivó que me
enamorara de ella, quien sabe; lo que seguro que es cierto es que en este
primer encuentro ninguno de los dos quedó indiferente hacia el otro… aunque
para ello se necesiten un par de hostias bien dadas.
¡Ala! Menos mal que recompusiste su corazoncito rebelde, me parece especialmente bueno cómo concluyes este capítulo con esas reflexiones en los dos últimos párrafos.
ResponderEliminarMaldito sea el anonimato por cierto, que me muero de ganas de ponerle nombre a este chico. :P
¡Un beso! Espero que publiques más. :)
¡Hola de nuevo Candela!
EliminarVa a ser que no va a tener nombre, así que eso te lo dejo a ti, a tu entera elección. :D
Ya sabes lo que dijo al principio: Es esencial conservar el anonimato. Por otro lado, ya ves que espíritu más romantico tiene este mozo, enamorándose de la primera que encuentra...
¡Un beso muy grandeee!
PD: A ver si dentro de nada ya sale el cuarto y a la vista está un quinto, que aún tengo pendiente al menos el primero para publicar...
Cada ves me estoy enfrascando mas con este muchacho! Super bien descrito por un momento pensé hasta que devolvería en el 1 cap.! Me encanto el momento de la ostia de la biblioteca,me los imagino, y como no los dos últimos párrafos bofetada por bofetada estamos en paz, pero muy caballero él!
ResponderEliminarHay el amor!
Me ha encantado,creo que sabes que tus historias me llevan a un viaje sin fin!
Menuda imaginación tengo,o es que lo describes también? Sea como sea sin palabras!
Felicidades.
Un fuerte saludo.