Inspirado en Hartseer,
de Bart Claessen
Encerrada en su habitación, en un rincón donde las sombras lamían las
paredes, se encontraba ella, sentada, con las manos en los oídos, escuchando
los latidos de su corazón, rítmicos en su esencia más que el vaivén de sus
pensamientos. Se tapó más fuerte los oídos, ejerciendo una presión casi de
autolesión, y escuchó un pitido lejano, acompasado con su órgano vital. Cerró
los ojos y se contrajo más en aquel rincón, deseando no existir, ni ser,
fundirse en la nada. Era un no parar.
De repente, cuando el eco sordo de sus latidos y el pitido se hacía más intenso y su cabeza parecía estallar, un canto como de sirena que oyó dentro de ella, le hizo abrir de nuevo los ojos ante el nuevo panorama que se le presentaba. Ya no estaba en su rincón; ya no había sombras allá donde estaba sentada; ya no era algo conocido.
Atrás veíanse unas puertas que subían hasta arriba, más allá de donde
alcanzaba la vista; eran unos portones de madera maciza, casi como roca, pero
de alguna manera parecían más orgánicos que la madera, al igual que las paredes
de aquella construcción donde se hallaba. Miró alrededor con pena, con dolor,
al no saber dónde se encontraba, mirando hacia todas direcciones, intentando
encontrar algo familiar, algo a lo que acercarse y quedarse allá.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que estaba vestida, no ya con esos pantalones cortos y la camiseta de tirantes que él le había regalado, si no con un vestido violeta vaporoso, que parecía mecerse con la atmósfera, como si estuviera sumergida en agua y los pliegues del vestido obedecieran a corrientes subterráneas. Se miró de arriba abajo, pero incluso sus movimientos resultaban lentos en aquel espacio tan abierto, parecido a una catedral.
Sus pies descalzos sintieron poco a poco el suelo marmóreo, frío al
primer contacto; y cuando echó a andar, parecía que miles de agujas se clavaban
en las plantas, como un hormigueo al principio, con sufrimiento posteriormente.
Pero ella prefirió seguir adelante, y alejarse de aquellas colosales puertas
hacia donde suponía que estaba el centro de aquel enorme palacio. Era
consciente de su propio movimiento como narcotizada, muy despacio, viendo como
hasta las finas partículas de polvo flotaban a su alrededor, mientras los
extensos ventanales, a veinte metros de altura al menos, proyectaban una luz
que se concentraba en el pasillo central de aquella nave ciclópea.
Cada paso que daba le provocaba un dolor que le azotaba hasta muy
dentro de ella, pero sabía que tenía que seguir. Y entonces fue cuando
descubrió que podía elevarse poco más de un metro del suelo y, con solo su
voluntad, dirigirse sin dolor hacia donde quería ir. Pero su avance era lento
y, mientras iba flotando hacia el centro, observó con detenimiento donde estaba.
Las paredes eran de piedra, parecida a la arenisca, y en algunos
tramos aparecían decoradas con tejido que parecía terciopelo, de la tonalidad
del vino; pero aquellas paredes parecían rezumar vida, y no eran del todo lisas
y talladas; al contrario, tenían oquedades distribuidas de forma desigual y de
diferentes tamaños.
La parte lateral se separaba de la nave central por unas columnas que
parecían ramas de árboles retorciéndose sobre sí mismas y cuyo resultado final
era una grotesca parodia de un tronco de drago. Estas columnas también estaban
decoradas con tapices púrpuras y filigranas doradas en los bordes sin ningún
dibujo concreto. La luz y las sombras dibujaban en los tapices extrañas formas,
como si el aire jugara con ellos.
En la nave central se encontraban las bancadas diseminadas de
cualquier forma, pero dejando siempre el pasillo que conducía al altar
transitable. Aquellos asientos poseían el polvo de los siglos y la
desesperación de los rezos sin contestación. Allá se sentaba la desesperanza.
Trató, al observar aquellos tristes bancos, de ir más deprisa, pero no
pudo. Miró entonces al suelo y vio que aquellas baldosas frías dibujaban
mosaicos que le resultaban familiares. Eran episodios de su vida desde el
primer aliento en el mundo hasta casi el momento presente, pero la realidad que
se iba a encontrar más adelante sería mucho más cruda.
Durante lo que le pareció una eternidad, mientras el silencio de la
nave era ocupado progresivamente por ese pitido de sus oídos y de vez en cuando
aquel canto de desasosiego, siguió avanzando en levitación. Y llegó al cuerpo
central de la catedral. Y vio que el altar estaba justo en el crucero, no en el
ábside. Allá los asientos estaban ordenados, bordeando lo que se encontraba en
el altar. Bajó al suelo y allá se encaminó hacia aquel objeto tan familiar y
tan odiado por ella. Lo acarició con gesto apesadumbrado, con un dolor en el
pecho tan increíble que no se podía describir; cerró los puños sobre la
superficie que acababa de tocar y descargó un golpe sobre el ataúd.
Echó la cabeza hacia arriba y gritó; pero fue un grito amortiguado,
como si se escuchara desde una habitación acolchada. Y, tras ese desgarrador
aullido, mientras las lágrimas corrían por su rostro y le quemaban como fuego,
el ataúd se abrió y cientos de miles de mariposas salieron de él en una espiral
de color turquesa, mientras la luz que entraba por las ventanas daba paso a una
oscuridad progresiva que daba brillo a las alas de aquellos infinitos insectos.
Y, cuando llegaron al punto más alto que podían llegar, se
precipitaron hacia ella y la rodearon, elevándola de nuevo del suelo, mientras
los portones se abrían lentamente hacia dentro dejando paso hacia un terreno
incierto. Las mariposas la condujeron hacia el exterior de aquella catedral,
lejos del daño que había sentido por su ser querido.
El corazón le seguía latiendo; los oídos ya no le pitaban; pero notaba
las lágrimas caer sobre su mano, apoyada en la rodilla. Y entonces se percató
de que volvía a estar de nuevo en el rincón, recogida en sí misma y llorando
por la pérdida de su marido, cuatro días atrás. Seguía envuelta en las sombras
como si estas fueran un sudario.
Una mariposa flotaba ante ella en la semioscura estancia, pero no la
veía. Todavía no.
Me encanta. Es precioso y triste a la vez. Describiste en una manera especial lo que se siente y como nos duele cada parte de nuestro cuerpo, pero en especial cada parte de nuestro alma cuando sufrimos una perdida.
ResponderEliminar¡Hola peque!
EliminarMe alegra un montón que te haya gustado.
¡Un besote!
Guao!Simplemente mágico,en el primer párrafo me he sentido identificada! Eres muy bueno!
ResponderEliminarUn saludo
¡Hola Elisa!
EliminarA estas alturas ya eres especialista en ponerme colorado de arriba abajo
¡Un saludo muy gordo y gracias!