El sol hace una hora que ha pasado de su punto más álgido en el cielo
mientras sus rayos rozan suavemente el pavimento de una solitaria carretera por
la que el tráfico es prácticamente inexistente. Un murmullo crece en la
lejanía, acercándose cada vez más. El murmullo se transforma en el sonido
amortiguado de un motor y, tras unos instantes más, un coche rojo brillante
pasa rugiendo como si de un furioso felino se tratara.
María, la conductora, lleva horas tras el volante. Mientras conduce,
observa que algo más adelante cúmulos de nubes empiezan a formarse amenazando
tormenta. De reojo, echa un vistazo al reloj del salpicadero: la una y cuarto.
Todavía hace calor, pero la brisa que le acaricia el rostro no es tan cálida
como al punto de la mañana. Toma nota mental de poner la capota en cuanto vea
un apeadero. Por fin, diez kilómetros más allá, ve aparecer un pequeño descanso
y gira reduciendo para aparcar y hacer lo que había pensado.
En el extremo opuesto de la carretera, en una pequeña explanada, se
encuentra sentado en un banco desvencijado un muchacho de unos catorce años. Se
trata de un joven con el rostro salpicado de pecas, ojos curiosos y amables
pero de gesto algo huraño para su edad, como si en realidad fuera un hombre de
cuarenta años en el cuerpo de un niño. María baja del coche, se echa las manos
a la cintura, y se dobla hasta que oye crujir la espalda. Un gemido de
satisfacción escapa de su garganta; en ese momento, el muchacho se levanta de
su asiento y va hacia ella, mirando a un lado y a otro de la carretera.
- Es un bonito coche, señora.
¿Va muy lejos con él?- preguntó el muchacho curioso.
- Depende…- dijo María sonriendo
a la vez que quitaba las gafas y la gorra de su cabeza.
- ¿De qué depende, señora?
- Depende de lo larga que sea la
carretera.- contestó agachándose.- ¿Vives por aquí cerca, chico?
El muchacho bajó la mirada y frunció el ceño. María, por su parte,
levantó la ceja esperando respuesta. Esta no llegó. Sin embargo, no se dio por
vencida y siguió interrogando al joven.
- Si quieres, puedo llevarte
allá. Pero, a cambio, tienes que ayudarme a hacer una cosa, ¿te parece?-
preguntó afable.
- ¿Qué cosa?- inquirió el
muchacho.
- Ayúdame a poner la capota al
coche. Por allá- dijo señalando hacia la carretera.- se acercan nubes que
seguro llevan una buena carga de agua y… es difícil conducir si tu coche se
transforma en una bañera, ¿no crees?
- Sí, señora.- dijo el joven
mientras extendían el techo. Hacerlo les llevó un par de minutos. Luego se
subieron al coche.
- Si vamos a viajar juntos hasta
tu pueblo, necesito que me hagas dos favores…- manifestó María mientras anclaba
su cinturón de seguridad.
El muchacho la miró de reojo en su asiento. Estaba tan quieto que casi
podría decirse que no respiraba. Seguía con un gesto reacio a ser amable y aún
se hizo más profundamente amargado esperando las condiciones de aquella
desconocida. No articuló ni una sola palabra, así que fue ella de nuevo quien
rompió el silencio.
- El primer favor es que dejes
de llamarme señora. Aún tengo edad como para no llevar un chal y un pañuelo
atado a la cabeza. Mi nombre es María. Y el segundo, quiero que cambies de cara
y empieces a sonreír, ¿vale? Este será un buen paseo, ya lo verás. ¿Estamos de
acuerdo?- preguntó María extendiendo la mano hacia el chico.
- Yo… mi nombre es Lorenzo….-
dijo a su vez correspondiendo al saludo sin mirarla.
- Ahora regálame una sonrisa; te
contaría chistes, pero me sé pocos y son bastante malos. Nunca he tenido gracia
para ellos…
Lorenzo empezó a esbozar una mueca que afloró finalmente en una amplia
sonrisa, mostrando todos los dientes. Agitó la mano de ella, esta vez
vivamente, y asintió con la cabeza. Algo le decían los ojos de aquella chica
joven que, efectivamente, iba a ser un buen paseo.
- Bueno; veo que estamos de
acuerdo. Entonces, pongámonos en marcha.- dijo María encendiendo el contacto.
El coche reanudó su ruta por el grisáceo asfalto; mientras conducía,
trató de darle conversación a su nuevo ocupante. Era algo que, normalmente, se
le daba bastante bien en un primer contacto. Romper el hielo era para ella tan
innato como el respirar.
- Bueno, Lorenzo. ¿No me
contarás que hacías en ese banco solo? No parece una carretera por donde pasen
autobuses…
- Es algo complicado de explicar,
señorita…
- ¡Ey! Acuérdate de ese favor
que me debes.- dijo ella interrumpiendo al muchacho.
- Perdón… María; pues… el caso
es que me iba a ir de mi pueblo. No me gusta para nada vivir allá.
- ¿Qué haces allí para que te
disguste tanto, Lorenzo?- preguntó sin apartar la vista de la carretera con una
sonrisa de complicidad.
El chico alzó los hombros queriendo restar importancia a lo que hacía
allá. Sin embargo, tras unos instantes, recapacitó y retomó el hilo de su
propia conversación.
- Mi padre tiene allá una tienda
para todo; allí la gente va a comprarle todo lo que necesita. Es como un
supermercado en las ciudades, pero en un pueblo, claro. Es muy buena persona y,
cuando alguien del pueblo no puede pagarle, él acepta como pago alguna cosa que
tenga valor para ellos y la guarda hasta que se lo pagan. Nunca cobra intereses
ni nada de eso. Es muy honrado con esas cosas y le gusta que la gente se tome
su tiempo para recapacitar y volver a por las cosas que le son importantes.
- Vaya, Lorenzo. No me parece
una situación muy desagradable; ¿dónde está el problema?- interrogó de nuevo
María.
- El problema es que allá todo
el mundo siempre está de mala leche, señorita… perdón: María. O bueno; no
siempre. Pero si que están hechos cisco. Parecen más tristes que otra cosa.
- ¿Es muy grande tu pueblo?
- No mucho. Solo tiene un par de
calles y gracias. Es como un pueblo de paso, de esos de las pelis americanas.
Lo más gracioso es el nombre. Se llama Cenizas.
¿No te parece gracioso?- contestó el muchacho con una amarga sonrisa.
- Vaya… suena interesante. Me
parece, si no te importa, que haré una paradita. Estoy algo cansada y necesito
parar con urgencia.
- ¿Estás herida?- preguntó
Lorenzo preocupado.
- No, no me refiero a algo
médico.- dijo María riendo entre dientes.- Quiero decir una urgencia física… se
me cierran los ojos, para que me entiendas. Estar muchas horas con el trasero
pegado al coche cansa mucho y de vez en cuando necesitas una pausa.
- Comprendo…- fue toda respuesta
de Lorenzo.
Quedaban seis kilómetros para el pueblo del muchacho fugitivo.
Conforme avanzaban, los cielos se cubrieron de nubes amenazantes que ocultaron
al sol; la tierra quedó a merced de las tinieblas y la lluvia comenzó a caer.
No fue un aguacero que hace historia, desde luego; sin embargo, era lo
suficientemente copiosa para reducir la marcha y conducir con más precaución.
En mitad de aquel aguacero, arribaron al pueblo. Lorenzo le indicó con el dedo
cuál era el despacho de su padre. Realmente, el muchacho no había mentido. El
pueblo era una calle con dos hileras de casas, una a cada lado de la carretera.
María calculó que allá deberían de vivir, como poco, veinte personas tal vez.
Detuvo el automóvil en las proximidades de la tienda y bajaron raudos
para cubrirse bajo el alero. Allá se secaron como buenamente
pudieron y, tras unos instantes observando que la lluvia no daba tregua,
entraron en el local del padre de Lorenzo.
Era un sitio algo polvoriento y los juegos de luces y sombras gracias
a la luminosidad del exterior daba al establecimiento un color grisáceo, sin
que resaltara ciertamente ningún color de todo lo que allá había. Frente a
ellos, había un mostrador y, tras el mostrador, unas estanterías que se erguían
hasta el techo llenas de innumerables objetos. La pared situada a la derecha de
los visitantes estaba repleta de cajas apiladas casi de cualquier manera. Entre
el mostrador y las estanterías estaba el padre de Lorenzo que, en cuanto vio a
su hijo, salió de su habitáculo preocupado. Había una segunda persona en el
establecimiento, sentado en el lado más alejado del mostrador, cerca de la
entrada; ni María ni Lorenzo repararon en él.
- ¡Por Dios, hijo! ¿Dónde has
estado?¿No me digas que has salido de nuevo del pueblo?- preguntó el padre.
- Lo encontré en un banco a unos
seis kilómetros de aquí. Debió de andar a buen paso, sin duda.- dijo María.
- ¿Usted le trajo hasta aquí?-
preguntó de nuevo el hombre.
- Así es; me venía de paso, así
que me indicó donde estaba su pueblo y aquí estamos.
- No sabe como se lo agradezco,
señorita. En estos días es difícil encontrar gente que ayude a su semejante.
Máxime si se trata de un niño…- contestó el padre de Lorenzo. Posteriormente se
dirigió a él.- Luego hablaremos de esto más tranquilamente. Ve a cambiarte y
luego bajas con nosotros, ¿de acuerdo?
- Lo siento, papá…- dijo Lorenzo
con la voz entrecortada.
- No va a haber bronca, hijo.-
advirtió el hombre pasándole la cabeza por el desordenado pelo.- Vamos; haz lo
que te he dicho y vuelve.
El muchacho asintió aguantando las lágrimas y se marchó por una puerta
que, supuestamente, daba a las dependencias privadas de la familia. Luego, el
amable caballero invitó a María a sentarse en un taburete a la altura del
mostrador. Él lo rodeó y pasó de nuevo al cubículo, situándose frente a ella.
- Mi nombre es Lorenzo, como
él.- dijo extendiendo su mano.- De verdad, le agradezco de corazón lo que ha
hecho con el muchacho. Pensé que se había quedado en casa de Alberto, que vive
al final del pueblo. Sin embargo, hace dos minutos que acabo de telefonear y no
tenían conocimiento de él.
- No tiene importancia; verlo
allá solo fue pensar que había salido de alguna parte; le interrogué un poco y
soltó todo. Por cierto: mi nombre es María.- contestó estrechando su mano con
la de él.
- ¿Le dijo algo de por qué
quería salir del pueblo?- preguntó Lorenzo padre.
- No mucho.- contestó María.-
Supongo que ya lo hablarán entre los dos…
- Me imagino que me dirá; que el
pueblo es pequeño, que aquí no hay mucha vida… no es la primera vez que intenta
fugarse. Dice que lo ve… demasiado gris para su gusto…
- Si yo fuera tu, un azote le
daría; así se le quitaría tanta tontería de la cabeza.- dijo una voz a la
izquierda de María. Se trataba de la persona que acompañaba a Lorenzo padre
cuando María y el chico entraron en la tienda. Era un anciano de unos setenta
años y apuraba una copa de vino, que agarraba con sus nudosas manos.
- Vamos, Fabián. Sabes que sería
incapaz de hacer eso. No le puedo quitar al chaval la razón de eso que dice. El
pueblo no es suficiente para él y hay que comprenderle.
- Yo lo único que comprendo es
lo que veo: un crío descarriado que vaga por la carretera a expensas de ser
atropellado como un perro abandonado.
- Está bien, Fabián. Creo que ya
es suficiente. Esto es asunto familiar y lo resolveré como me convenga.
- Ahá...- fue toda respuesta del
anciano mientras apuraba su tinto.
María no quiso tomar parte en la discusión y se alejó algo de la zona
de guerra. Empezó a curiosear sin moverse mucho, solo con sus ojos, lo que le
rodeaba. Era, sin duda, un almacén donde había de todo. Incluso había algunas
piezas de Dios sabes qué que valdrían Dios sabe cuánto. En resumen, el almacén
de Lorenzo padre era una suerte de supermercado con departamento de
antigüedades. Toda una atracción en el pueblo de Ceniza. Cuando el silencio pesó sobre los dos hombres, fue cuando
se paseó despacio por entre aquellos tesoros.
Mientras examinaba un objeto que no se decidía a catalogar, un rayo de
sol incidió en la ventana y penetró en la estancia, iluminándola y dándole algo
de color borrando esa tonalidad grisácea que tenía en un principio. Fue en ese
momento cuando el muchacho, cambiado de indumentaria, hizo acto de presencia.
- Eché mi ropa al cesto para
lavar, papá. Supongo que ya conoces a mi nueva amiga.- dijo Lorenzo.
- Sí, señor. Nos conocemos ya.
Hemos hablado un rato de ti.- contestó María.- No deberías de ser tan
aventurero. Algún día eso te puede pasar factura y sería malo para ti y tu
padre, ¿no te parece?
- Supongo que tengo que quedarme
aquí eternamente.- dijo Lorenzo bajando la mirada apesadumbrado.
- Nada de eso. Llegará el día en
que vueles si quieres, chico. Mírame a mí. Hoy es el primer día del resto de mi
vida, parafraseando a no sé quién. Hoy he comenzado mi viaje.- dijo María
sonriente.
- ¿Dónde piensa ir?- preguntó el
padre.
- No tengo ni idea; eso creo
que, en mi situación es lo de menos. Solo me tengo a mí y a mi coche. Iré donde
la carretera y el auto decidan llevarme. Una vez llegue a no sé dónde, ahí me
detendré.
- Habla como si no tuviera
pasado…- aventuró Lorenzo padre.
- En ocasiones, importa más lo
que podemos hacer a partir de ahora sin obsesionarnos con lo que dejamos atrás.
- ¿Qué ocurrió para que tomaras
esa decisión?- preguntó el chico esta vez.
María pensó un poco frunciendo en labio y mirando cavilosa hacía
arriba. La pose que adoptó pareció divertir al muchacho, así que María bajó de
los cielos y sonrió a ambos.
- Solo sé que voy hacia delante.
Y tengo el firme convencimiento de que algo me espera al final de mi camino. Mi
vida hasta hoy no ha sido mía. Hoy he tomado las riendas de ella y es por eso
que me lanzo a la búsqueda de mí misma. Creo que es un viaje que todos hacemos,
tarde o temprano.- contestó sin dar más detalles.- Es posible que a ti te
toque, Lorenzo, pero no es este tu momento. Llegará más adelante. Además,
tienes a tu padre. El casi seguro que piensa lo mismo que yo…
- Completamente de acuerdo.-
asintió.
- He oído idioteces en mi vida,
pero estas se llevan la palma. Porque una jovenzuela decida salir a recorrer
mundo en un coche por una carretera de mala muerte llamando a la aventura no la
convierte, precisamente, en una adelantada en materia de la vida. Que
tontería…- dijo Fabián desde su rincón moviendo la cabeza.
- Fabián…- dijo Lorenzo padre.
- Si lo que quiere el chico es
hacer lo que le salga del mismísimo forro, es que hasta tú mismo has fracasado,
Lorenzo. Y sabes que tengo razón, joder. Al chaval lo que le hace falta es
disciplina, no las comidas de tarro de una hippie que viene a decir lo hermoso
que es ir por ahí sin saber a donde vas. Vamos, hombre…
- Cada cual tiene su sitio,
señor.- dijo María respetuosamente.- Yo aún estoy buscando el mío.
- Pues desde luego te has
equivocado de lugar, guapa.- contestó el anciano.- Ea, me marcho a casa. Paró
de llover y es hora de la siesta. Así os quedáis tranquilos sin las tonterías
de un viejo loco que no sabe ni lo que dice. Hasta luego.
Fabián se levantó de su asiento y se dirigió tambaleándose ligeramente
hacia la puerta. No respondió a las despedidas de los demás. Simplemente,
abandonó el almacén y se encaminó hacia su morada. Lorenzo padre suspiró
alicaído, intentando formular una disculpa.
- Lo siento, María. No sabe
cuanto siento que le haya dicho eso.- aventuró.
María no respondió. Las nubes se disipaban lentamente, dejando que
aquel rayo de sol que entró por la ventana ampliara su extensión, iluminando
casi totalmente la habitación. Con luz, todo parecía cobrar más vida de la que
realmente había.
- ¿Qué le pasó, si es que le
pasó algo para decir todo lo que ha dicho? ¡Ups! No debí preguntar eso… A veces
tengo la lengua demasiado larga…- dijo María tapándose la boca.
- Te dije que eran unos
amargados…- contestó Lorenzo.
- En realidad, es una buena
persona. Hace tiempo vino a pedirme ayuda y se la presté. Era algo relacionado
con unas deudas. Pagó con lo que le presté pero él imagina que su mujer, que se
enteró poco después, no se lo ha perdonado. Hace mucho tiempo de aquello. Desde
entonces casi son como desconocidos.
- Lorenzo me dijo que usted
suele hacer intercambios con algo que tiene valor, tipo usurero…- el padre rió
ante la comparación.
- Ese intercambio es algo
simbólico. Cuando me devuelven el dinero sin intereses (aquí puede decir que no
soy usurero) entonces les doy lo que me han dado como garantía. Ellos vienen a
comprar aquí; saben lo que me dan como pago y lo coloco a su vista para que
sepan que es algo que tienen que recuperar, porque forma parte de su felicidad.
Yo solo lo guardo.
- En este caso, ¿qué le dio
Fabián?- preguntó María.
- Le dio esto.- dijo Lorenzo
señalando una caja de madera.- Una caja de música.
Lorenzo padre la cogió y la puso en el mostrador para que María la
contemplara mejor. A la luz del rayo de sol la madera despedía destellos
dorados. El padre la abrió e inmediatamente sonó una melodía. Era Crazy, de Patsy Cline. Mientras
escuchaban la deliciosa melodía, empezó a formarse una idea en la cabeza de
María.
- Oiga… don Lorenzo… ¿Cuánto
está dispuesto a obtener por ella?
- Solo la cambio a su
propietario; no está en venta. Creí que me había entendido.- dijo Lorenzo padre
cerrando la tapa de la cajita de música.
- No es mi intención comprarla,
sino regalarla. Se la quiero dar al señor Fabián y a su esposa. Supongo que
para ellos puede que signifique algo, ¿me equivoco?
- Es posible; a Delia, su mujer,
creo que le gustaba Patsy Cline…- respondió pensativo Lorenzo.
- Entonces dígame cuanto es lo
que “vale” la cajita de música y déjeme el resto a mi.
Lorenzo padre le dijo el precio. María salió al coche. Ya no llovía y
las nubes comenzaban a despejarse rápidamente. Cogió su monedero y entró de
nuevo.
Llegaron a un precio más simbólico que justo. Aún estuvo veinte
minutos dentro de la tienda explicando lo que iba a hacer. Padre e hijo se
mostraron de acuerdo y permitieron que María hiciera lo que iba a hacer. Se
despidieron amablemente en un mar de agradecimientos y de buenos deseos para
ambas partes. Tras aquel momento, montó en su coche y puso la cajita de música
en el asiento del copiloto. Condujo casi hasta la salida del pueblo. Una vez
allá bajó y se encaminó hacia la casa que Lorenzo padre le había señalado como
la de Fabián y su mujer, Delia. Dio cuerda a la cajita de música mientras
andaba hacia aquella casita y la situó a dos palmos de la puerta.
Las nubes dejaron paso al sol; este empezó a llenar de color todo lo
que rodeaba a María. Ella alzó la mirada hacia el astro rey y guiñó los ojos
para no dañarse la vista, mientras una sonrisa de pícara le rondaba en el
rostro. Se levantó, llamó a la puerta ruidosamente y, antes de marcharse rápida
pero sigilosamente, levantó la tapa de la cajita dejando que sonara la canción.
Veloz como una gacela llegó al coche, dio al contacto y arrancó segundos antes
de que Fabián y Delia abrieran la puerta y se encontraran con aquella inesperada
sorpresa.
La tormenta había pasado y María seguía su trayecto, llevara donde le
llevara, siempre hacia delante, siempre por aquella carretera gris.
¡Esta historia de Maria es preciosa!Me gusto mucho el gesto que hizo para aquella pareja. De echo en toda su trayectoria, que por cierto, estoy curiosa ¿por que empezó este camino?, ¿por que dice que su vida hasta entonces no fue la suya?, la chica fue como un ángel. Ayudo a la gente y le salio de una forma muy natural. ¿Será que es un ángel principiante? Un besito :*
ResponderEliminar¡Hola Sandra!
EliminarBueno; realmente no hace falta ser un ángel para hacer algo alturista por los demás sin que te cueste más esfuerzo que la voluntad. A estas alturas del relato, aún no tengo muy claro que o quién es María. Prefiero dejarla viajar por esa carretera y, mientras tanto, acompañarla en su trayecto.
¡Un besazo muy grande, peque! :*
¡Ay! Esta María...¡Me encantaaaa! Cuando he empezado a comprender que hablabas de un Fabián y una Delia que yo ya conocía me he salido de mi cuerpo, jajaja. Es un honor que los hayas elegido a ellos para ser benefactores de los actos de María, que no sé si es un ángel como dice Sandra, pero si sé que todos podemos convertirnos un poco en ella, a veces solo interesándonos, o mejor dicho, atreviéndonos a preguntar, nos damos cuenta que con un gesto altruista podemos ayudar mucho a los demás.
ResponderEliminarMe ha gustado también que aun sin desvelar nada, la hagas objeto de las preguntas acerca de su camino que todos nos hacemos.
¡Un abrazo!
¡Hola Candela!
EliminarEn realidad, a pesar de que tanto Fabián como Delia son personajes tuyos 100%, no pude evitar el que fuera María la que les diera la caja de música con aquella canción, ampliando más si cabe el fantástico relato que tienes tu en tu blog.
Aprovecho, por cierto, a quien interese y lea los comentarios, que se lea Moviendo Montañas de mi compañera Candela para que pueda unir piezas. Puedo asegurar que es de lo mejorcico que tiene aunque, como siempre digo, es difícil decidirse por uno. Para ir a su blog http://palpitandoletras.com/.
¡Un abrazo!
Qué buena idea esta de los personajes cruzados, o tomados prestados, al estilo de los "crossover" entre series. ;)
ResponderEliminarEsta historia de María ya va cogiendo forma y a mí no me importa demasiado quién sea o de dónde venga, me interesa más hacia dónde va. En mi opinión, eso es algo muy positivo.
Un abrazo.
¡Buenas Patricia!
EliminarLa historia de Candela de Moviendo Montañas me pareció perfecta desde todos los putos de vista; sin embargo, me he quedado siempre con el gusanillo de saber quién era la persona que les pone la cajita de música en la puerta. Y bueno: en este caso, María me ha venido de perlas para introducir la pareja protagonista de su relato y también para meterme yo a modo de intrusión en el suyo. Así mato a dos pájaros de un tiro: por un lado, le doy un merecido homenaje a su relato y, por otro, me quito la espina de saber por fin quién les deja la cajita de música.
Y, a modo de conclusión, ciertamente creo que a estas alturas de la historia importa más hacia dónde va María que quién es, qué ha hecho o qué a dejado de hacer. Muchas gracias por tu comentario y espero verte pronto.
¡Un abrazo muy grande!
¡Ya tenía ganas de leer la tercera parte!
ResponderEliminarAhora me he quedado con las ganas de saber más sobre el pasado de María...
¿en la cuarta parte quizá? ;)
¡Buenas Iracunda!
EliminarEste mes me has privado de leerte a ti pero, como no podría ser menos, es un placer recibirte por aquí de nuevo; el pasado de María es complicado que se muestre en todo su esplendor. De todas maneras, a medida que la historia vaya avanzando, meteré más referencias a su pasado aunque algo veladas, para no dejarte con un sabor agridulce. De todas maneras, me he hecho a mí mismo la promesa de procurar sacar una parte por mes, lo mismo que el Agente del Caos. Y por cierto: esta historia de María es una especie de spin-off de Moviendo Montañas de Candela, otra compañera de Literautas. Te recomiendo que le eches un vistazo porque vale muchísimo la pena.
¡Un saludo y me alegro de verte!
Genial,María siempre me deja pensando! Es una tía tan buena que te ayuda sin importarle nada,solo saber que hace bien con eso a ella le basta! Me mola..
ResponderEliminarEspero que al final del camino encuentre eso que ella busca,porque en el trayecto de la esa carretera gris,con cada experiencia que vive uhh,sin palabras! y ese detalle que tubo con Fabián y su esposa vamos me imagino la cara del matrimonio,Dios!! Muy bueno
Felicidades!
Un saludo en la distancia
¡Buenas Elisa!
EliminarTe digo lo mismo que en anteriores comentarios. Conviene, para entender un poquito mejor el relato, leerte Moviendo Montañas de una compañera mía en su blog http://palpitandoletras.com/. De todas maneras, me pone muy contento que María tenga una serie de adeptos y que no decaiga en ningún momento. Así que ahora me toca correspondeos y empezar la cuarta parte... veremos que pasa.
¡Un saludo!
Ohh me he pasado por el sitio que me has recomendado,lo he leído y una lágrima he derramado!! mientras leía el relato de tu compañera,me imagine a María tocando la puerta! Uhh sin palabras!
EliminarGracias.
Un saludo
Es que no es por nada, pero el relato de Candela es oro puro y duro. Creí que se merecía un spin-off como el de esta parte de María. A ver si me pongo ya a trabajar en la cuarta y la quinta, que llevo algo de retraso...
Eliminar¡Un saludo!