El Kuei apareció a mi
espalda de entre las sombras, con su eterno camisón y nubes vaporosas a su
alrededor. Su pose era erguida y se dirigía hacia mí sin mover ni un ápice sus
piernas. Levitaba a un palmo del suelo y, a un palmo de distancia de mi
espalda, se detuvo. Sus ojos lechosos y sus dientes de tiburón dibujaron una
sardónica sonrisa.
Me volví para recibirle, pero detrás de mi no había nadie. Si para eso
había aparecido, podría haberse ahorrado el espectáculo; nuevamente me equivoqué,
pues al mirar de nuevo al espejo me lo encontré cara a cara, sentado como un
buda enloquecido sobre la encimera de mármol.
- ¿Qué guardas en tu mente, qué
tan celosamente escondes a ojos mortales y mentes eternas?- preguntó.
- No tengo nada que ocultar, si
te refieres a eso.- respondí con cara de póker. Sus truquitos de aparecer aquí
o allá no lograron en el pasado sobresaltarme, mucho menos ahora.
- ¿Ignoras que uno de mis muchos
poderes es leer lo que tus ojos luchan por no mostrarme? Mi vínculo contigo es
fuerte, pues proviene de la muerte; solo tú puedes ayudarme a eludirla.
- Pensaba que ya estabas tieso y
enterrado.- contesté intentando mirar al espejo.
- Solo es un poco de suspensión
anímica.- contestó el Kuei sin dejar
de sonreír.- Mi deseo es renacer de nuevo; mi llave eres tú.
- ¿Y para cuando será eso,
pequeño monstruo?- pregunté rindiéndome ante la evidencia de que no iba a
conseguir observarme.
- Pronto…- fue suficiente
respuesta.
Cuando se ponía en plan Jedi me daba por el culo. Ignoraba realmente
cual era el alcance de su poder, pero no me sentía nada cómodo con esas
frasecitas soltadas en un momento tan cotidiano. Era muy irreal, casi absurdo.
Es para imaginar la escena: incapaz de decidir si me afeitaba ahora o no porque
un fantasma estaba sentado en el lavabo ocultando mi imagen.
- Estupendo. Entonces no te
puedo esconder nada, ¿es eso?
- Tus últimos actos son claros
para mí como el día.- contestó fijando sus acuosos ojos en los míos.- Ignoro lo
que puede pasar a partir de ahora, pero cada acción pasada tendrá una reacción.
Vigila.
Dicho esto vino hacia mi y me atravesó. No dejaba de resultar curioso
como un cuerpo etéreo como el suyo podía no dejarme verme en el espejo y, acto
seguido, como si se transformara en algo gaseoso, me atravesara; su acto me
provocó tal repulsión que incluso tuve una arcada. Me giré para ver como se
mezclaba con la oscuridad del pasillo y, agitando su mano a modo de despedida,
me dijo algo que me dejó confundido.
- Estaré esperando...
Así; sin más. En ese momento me rendí; que le dieran por el culo a la
cuchilla. Me iba a la cama. Mañana tenía cosas que hacer, una de las cuales
sería quedar con la chica retro. Me tumbé y apoyé mi cabeza en las manos,
mirando al techo, intentando concentrarme en dormir. Los segundos se me hacían
horas pero, en algún momento entre las once y las doce, finalmente me dormí. Y
dormí plácidamente sin sueños.
Desperté tardísimo; era mi segundo día de fiesta, así que traté de
aprovechar lo que me quedaba de mañana para salir, hacer unas compras y, como
no, desayunar en una terraza mientras pensaba en nada en concreto. Abrí mi
paquete de tabaco de liar y calculé que me quedaba para dos cigarrillos… si
apuraba, tal vez para tres. Así pues, me dispuse a liarme uno. Estuve allá, con
mis dos bolsas de compra, cerca de una hora.
Después de comer me duché de nuevo y empecé a prepararme para mi cita.
Entre afeitarme (por fin), vestirme y ver que en casa todo estaba en orden, las
cinco. Como tenía tiempo, fui andando hasta donde habíamos quedado. La calle
seguía siendo un hervidero de gente; tanta, que pensé que la Ciudad realmente
no dormía, como la New York de Sinatra.
Después de llegar a las cercanías, mirar un par de tiendas de ropa,
curiosear una librería e informarme acerca de los últimos discos de las más
influyentes bandas, las agujas del reloj se acercaban irremediablemente hacia
las ocho en punto, la hora H. Salí de la última tienda y me dirigí a nuestro
punto de encuentro. Y allá estaba ella; mas puntual que un suizo. Paciente,
apoyada en la pared con tanta seguridad en sí misma que podría decirse que el
edificio no se venía abajo gracias a su espalda.
- ¿Listo?- preguntó nada más
llegar hasta ella.- Entonces vamos.
No voy a decir que era el súmmum de la educación, porque eso ya
quedaba a la vista. Desde luego, la fuerza que tenían sus hostias eran
directamente proporcionales a su amabilidad. A pesar de ello, de su constante
desdén, no dejaba de caerme bien.
- Y, ¿dónde vamos, colega?- le
pregunté en un tono amigable.- Supongo que podrás darme esa información sin
riesgo de partirme la cara o, peor aún, lanzarme alguna mirada desafiante…
- ¿Siempre eres tan gracioso
cuando vas de caza?
- Se llama antiestrés.-
contesté.- Ahora, por supuesto, me dirás que no estás nerviosa para nada,
¿verdad?
- Algo. Pero no lo suficiente
como para decir… ¡cuidado!- exclamó de repente.
Fue entonces cuando me empujó hacia atrás. E, instantes antes donde
estábamos los dos, una salva de disparos rasgó el aire. Y aquello se transformó
en un pandemónium. La gente se volvió loca, chillando y corriendo a ninguna
dirección, parapetándose detrás de cualquier cosa que les diera refugio. Desde
el suelo pude ver finalmente quién había sido el autor, en este caso autora, de
los disparos. Se trataba de una mujer joven de pelo corto color caoba, vestida
del más sobrio color negro, que portaba dos pistolas a cada mano que casi
abultaban más que ella. Tras su primer intento de asesinato, mi compañera fue
rápida en extremo. En un momento me había tirado al suelo junto a ella, y acto
seguido blandía su látigo desarmando a la asesina de una de sus armas. El
restallar de su arma sonó por encima de los gritos de la gente, que aún seguía
corriendo. La asesina decidió retirarse a pastos más verdes.
Noté como la furia me invadía. Pasé de un estado de completa
indefensión a uno de verdadero odio. Era como si la presa se hubiera convertido
en el cazador. A la chica retro no le hizo ninguna falta decirme nada. Me
levanté como impulsado como un resorte y fui hacia la zorra que había atentado
contra nuestra vida. Mi compañera me siguió a toda carrera. Estaba preparado
para lo que viniera.
Doblé la esquina por donde había desaparecido aquella mujer y, a
quince metros, esperaba con la puerta de su coche abierta y el arma que le
quedaba apuntando, esperando a que saliéramos por ahí. Sin pensarlo, cogí mi
cuchillo del interior de mi chaqueta. Y ella disparó cuatro veces.
El entrenamiento de Jia Li, como pude comprobar entonces, dio sus
frutos. No me esquivé las balas en plan Matrix; no era Neo, por favor. Pero si
que es cierto que las desvié con mi arma. Si me preguntaran cómo coño se puede
desviar una bala con un cuchillo, probablemente mi respuesta hubiera sido una
hermosa alzada de hombros. Sin embargo, eso fue lo que hice. Tras desviarlas de
una trayectoria con toda probabilidad mortal, lo lancé hacia ella. Su cuerpo lo
esquivó y se clavó en la tapicería de la puerta. Montó en el asiento y atraje
el cuchillo de nuevo hacia mi mano. Le faltó tiempo para acelerar mientras me
acercaba. Mi compañera, que venía detrás de mi, se detuvo a mi lado.
- Hija de puta… ¿estás bien?-
preguntó. Era la primera muestra de preocupación que daba hacia mi persona.
- Sí, sí.- noté que la furia me
abandonaba.- Me.. me has salvado la vida…
- Te recuerdo que tu hiciste lo
propio conmigo. No solo te debía una hostia…- aquel momento podía haber sido
bonito. Pero había cosas que hacer. Ella más que nadie lo sabía.- Tenemos que llegar a nuestro destino
rápidamente; esa zorra era la asesina. ¡Vamos!
En la Ciudad, una de las cosas que abundan, son los vehículos; uno
levanta una piedra y puede encontrar un mar de posibilidades para viajar.
Encontramos una moto a punto de ser aparcada. De manera algo brusca, se la
agenciamos al sorprendido conductor que miraba desde el suelo tras recibir un
empujón de una joven algo… algo brusca. Como veía que tenía la sangre caliente
en aquellos momentos, dejé que fuera ella quien pilotara, faltaría más.
Condujo hasta nuestro destino: la iglesia se erigía como una
construcción imperecedera; una suerte de justicia poética me vino a la mente.
Un sacerdote nunca había muerto más cerca de Dios que aquel al que íbamos a
matar. Detuvimos la moto de cualquier manera en la plaza que presidía aquella
enorme construcción. De milagro no había ningún poli por los alrededores,
aunque seguramente estaban todos reunidos en la calle donde hacía unos minutos
se había producido un tiroteo.
Fuimos a buen hacia la entrada de la iglesia; el coche de aquella pava
no aparecía por ninguna parte. Habíamos llegado nosotros antes que ella. O eso
parecía. A unos escasos treinta metros de la puerta, salió una mujer de gafas
oscuras y pelo caoba. Una de sus manos reposaba en el interior de su chaqueta,
esperando el momento de disparar. Parece que nuestros contraataques no le
habían impresionado mucho.
Sin decirnos ni palabra, nos separamos cada uno hacia un lado, sin
dejar de caminar hacia ella. Esperó hasta que estuvimos lo suficiente a tiro
como para darnos sin ningún tipo de margen de error. Y sacó el arma que aún le
quedaba; empezamos a correr. Los disparos sonaron como truenos en medio de una
tempestad. Disparaba alternativamente pero con gran acierto. No tuve casi
tiempo de ver que hacía mi compañera; solo acerté a vislumbrar que saltaba de
un lado a otro templando su látigo y hasta me pareció ver que se permitía un
hermoso salto acrobático. Yo me limité a hacer lo propio como anteriormente
había hecho; era algo que salía por instinto.
Una vez cerca de ella, la chica retro fue la primera en atacar. El
látigo restalló y la asesina detuvo el golpe con su brazo, No entendía como no
le había dolido; llegué en aquel momento cerca de ella, dispuesto a atravesarla
con mi cuchillo. Me esquivó la estocada y me sacudió una patada en el plexo solar
que, gracias al cielo, no fue demasiado fuerte; aún así fue suficiente como
para dejarme sin aliento. Tras el golpe, estiró del látigo y derribó a mi
compañera con un golpe del brazo que tenía libre.
Cuando fue a rematar la faena con ella, la chica retro se levantó
rápida y desvió una patada que podría haber sido fatal. Retrocedió y, sin
soltar el látigo, lo blandió de nuevo ante ella. Medio recostado en el suelo,
pude ver que la asesina sonreía de nuevo ante tal pueril ataque. Mantuvo una
posición de guardia esperando el ataque de ella, pues yo era poco más que una
cosa retorciéndose en el suelo. Entonces noté el calor; en principio pensé que
se trataba de mi mano, que mi cuchillo quería ser empuñado para acabar la
faena. Pero el calor provenía de otro cuerpo. Alcé la vista y observé a mi
compañera. La mano parecía envuelta en llamas y se extendía desde la base del
látigo hasta la punta. La asesina pareció no amilanarse; mi compañera usó su
arma.
La mujer alzó el brazo para protegerse del ataque pero ocurrió algo
increíble; el látigo atravesó limpiamente ropa, carne y hueso. Y, a la vez que
aquello ocurría, cauterizaba la herida como si fuera pólvora. La mano de la
sorprendida asesina fue arrancada limpiamente casi a la altura del codo. La
sorpresa fue más grande que el dolor instantáneo; fue entonces cuando
reaccioné. Me erguí rápidamente y, un microsegundo antes de que ésta gritara,
hundí mi cuchillo en su garganta, de manera que soltó un gemido seguido de un
gorgoteo; la sangre empezó a manar por la herida en el cuello y por su boca,
mientras sus ojos se abrían sorprendidos intentando comprender qué era lo que
había pasado en esos últimos segundos. Saqué mi cuchillo del cuello de la
desafortunada mujer y cayó al suelo como un saco de tierra.
Ni siquiera miramos como el cuerpo sin vida de la asesina rodaba por
las escaleras que daban acceso a la entrada de la iglesia. Simplemente sabíamos
que habíamos eliminado el único obstáculo que se interponía entre nosotros y la
contrafuerza que se alojaba en el interior de aquel edificio. Entramos sin más
preámbulos, dispuestos a enfrentarnos a él.
En la iglesia no había nadie. La misa había acabado hacía al menos
veinte minutos. Nuestra querida pero difunta amiga de fuera ya habría informado
de su fracaso y probablemente el sacerdote nos esperaría en la sacristía armado
hasta los dientes. Pero la realidad fue muy diferente.
Entramos uno detrás de otro; primero ella y, tras mi compañera, yo.
Nuestro cura se preparaba para un precipitado viaje, parecía ser. Había una
maleta al lado de una mesa de despacho y, encima de la mesa, descansaba una
caja de metal portátil, seguramente con un buen pizco de dinero. Cuando nos vio
entrar fue como si las puertas del infierno se abrieran especialmente para él.
Y, como si fuera posible un atisbo de piedad en los ángeles exterminadores que
tenía enfrente, se arrodilló en espera de clemencia.
- Por favor… por favor… no
quise…- fue lo único que balbucía.
Por desgracia en nuestro trabajo, nos toca ser implacables. La chica
restalló el látigo una vez. Este se enroscó obediente alrededor del cuello del
sacerdote. El hombre, por instinto, se echó las manos al cuello. Y entonces el
espectáculo se tornó interesante. De nuevo el fuego invadió su arma y esta, al
instante, comenzó a horadar en la carne del desafortunado padre. Sus manos eran
incapaces de retirarse de su propio cuello y, en todo momento que duró aquel
suplicio, no apartó la mirada de su vengador.
Tras un instante que parecieron eones, apartó el látigo violentamente
y la cabeza del cura fue arrancada de cuajo. Todavía tenía esa mirada de pavor
mientras volaba brevemente por la sacristía. Aterrizó con un sonido carnoso que
hizo que se me pusieran los pelos de punta. Ella no pareció oírlo. El cuerpo
descabezado cayó posteriormente al darse cuenta de que no tenía mente capaz de
mantenerlo erguido ni un segundo más.
Los dos nos quedamos un momento allá como si hubieran congelado el
tiempo, mirando a ninguna parte en concreto, guardando nuestras armas
mecánicamente. Ese había sido todo el trabajo. No me había parecido tan
difícil, después de todo. Miré a mi compañera. ¿Para esto quería mi ayuda?
Había algo que no casaba. Ahora no solo no me había parecido difícil, sino que
me parecía demasiado fácil. No estaba para hacer preguntas. No en aquel
momento. Quería salir y tomar el aire. Escapar de aquel sitio antes de que
alguien nos relacionara con eso.
- Vámonos de aquí. Ya hemos
hecho lo que teníamos que hacer. – aconsejé a la chica retro.
Ella asintió. Seguía observando el cuerpo que yacía relajado en el
suelo. Algo pasaba por su cabeza y sospechaba que yo tenía que ver con ello. La
noche anterior se lo había notado, pero iba a salir por su boca, tarde o
temprano. Se dirigió al cuerpo del sacerdote y, aprovechando aún el calor del látigo
arrancó la mano del sacerdote. Me volví hacia la puerta de la sacristía y,
cuando la abrí, se puso en pie y me dijo algo que hizo detenerme.
- Jia Li lo sabe.- me dijo.-
Sabe lo que hiciste con la chica. Sabe lo que hiciste con Silvia.- dijo a mis espaldas.
La sangre se me heló en aquel momento. Ignoraba cómo se había
enterado, pero eso ya era un mal menor. De las cuatro chicas que tenía que
haber matado, maté a tres. Silvia, la última de ellas, probablemente la que
menos culpa tenía, me conmovió. De ahí que fuera compasivo con ella. Eso era,
sobre todo, lo que me corroía el alma. Porque era consciente que, de alguna
manera, un agente del caos había contribuido a desestabilizar el equilibrio. Y
ese agente era yo.
Me volví lentamente hacia ella. El látigo aún seguía en su mano. Sin
embargo, no parecía dispuesta a atacarme. Me miró como alguien que requiere de
un gran esfuerzo de voluntad para confesar algo inconfesable.
- Actuó antes de tiempo.- dijo.-
La muchacha atacada sobrevivió; contra todo pronóstico, se recuperó del coma.
Pero tú ya habías acabado con ellas… así que tomó una decisión: se encargó
personalmente de ella. Sin embargo, tu perdonaste a Silvia… Y… tenía que
traerte conmigo en mi misión para después acabar contigo. Pero… pero… no puedo…
- Sabía que tarde o temprano se
descubriría.- confesé.- He hecho mal; desequilibré el universo…
- No… ¡No! ¿No lo entiendes? La
muerte de las chicas fue suficiente para restaurar el equilibrio. La joven del
hospital despertó del coma poco después y, junto ella, tu compasión por la
última; Jia Li entonces no lo sabía: pensaba que habías acabado con todas. Sin
consultar a Madre Zhi, decidió actuar por su cuenta; mató a la muchacha
agredida y vició el equilibrio. Ahora piensa, para alejar cualquier responsabilidad
de su mano, que la culpa es tuya por apiadarte de Silvia. Por eso tu sacrificio
debe de ser suficiente para subsanar su error.
La miré sin comprender pero entendiendo a la vez todo lo que me
explicaba. De modo que la causa de todo lo que me corroía por dentro era por
algo ajeno a mi. De repente vi clara cual era mi situación. El agente del caos
que tenía ante mi, látigo en mano, no iba a matarme. Pero tampoco quería tentar
demasiado a la suerte. Debíamos irnos primero de allí y luego pensar con
detenimiento cual iba a ser mi próximo movimiento.
Le insistí que debíamos irnos. Ella obedeció guardando su arma y
salimos corriendo como alma que lleva el diablo. Tuvimos suerte. Nadie se fijó
en nosotros detenidamente. Anduvimos unas cinco calles más allá de la iglesia,
dejando atrás un panorama de muerte y destrucción. No nos dirigimos la palabra.
Cuando llegó el momento de separarnos, mi compañera me miró interrogante, pero
no atisbé malicia alguna en su mirada.
- ¿Qué piensas hacer?- preguntó.
No creía que me vendiera, pero toda precaución era poca.
- No estoy seguro… todavía. De
momento iré a casa… meditaré todo esto con más calma.- si alguien me esperaba
allá, iba a vender cara mi vida, eso lo tenía claro.
- Tendremos que vernos pronto.
Jia Li sabrá también que no te he matado; vendrá a por mi.
No le contesté. Simplemente fui yo el que le dio la espalda para
dejarla allá. Avancé unos pasos pero, tras un momento, me detuve; volví sobre
mis pasos y me planté de nuevo enfrente de ella.
- Gracias por contarme eso. No
te imaginas el peso que me has quitado de encima. Ahora sí que te debo una de
verdad.- le dije.
- Ahora somos los dos los que
estamos metidos en un lío, no te olvides.- me respondió. – Espero verte en
breve.
Asentí con una sonrisa. Y no; no hubo beso apasionado ni abrazo ni
nada de eso. Nos separamos como se separan dos desconocidos que acaban de tener
una primera cita algo fría. Cada uno se fue por su lado; yo tenía la cabeza
llena de interrogantes que necesitaban respuesta y, mientras daba vueltas a las
posibles contestaciones que, por supuesto, pediría a Jia Li antes de acabar con
ella, maquinaba uno por uno cuales iban a ser mis próximos movimientos.
De una cosa podría estar bien seguro: no me iba a quedar de brazos
cruzados.
¡La historia se complica! Cuando leí que el Kuei le dice: "vigila", casi me da un patatús, pensé que todos podían tomar ahora un papel importante, en contra del agente sin nombre (que me encanta el personaje cada vez más) incluso pensé que podría ser la chica retro, menos mal que no...
ResponderEliminar¡Un saludo!
Si te soy sincero, la historia toma el cauce al azar; es decir, puedo preparar dos capítulos por adelantado en forma de sinopsis, pero normalmente me suelo desviar muchísimo. El resultado a veces no es el que me apetece, como en el capítulo anterior pero... supongo que serán cosas del caos...
Eliminar¡Un saludo!
Uhh, me matas Dios! Cada ves estoy más enganchada,pero lo mejor de todo que el joven se esta enamorando de aquella chica retro que por cierto tiene un genio que vamos,olé! Me recuerda a alguien en particular ; )...
ResponderEliminarLo que no entiendo porque dejo viva a silvia,ya que tenía que haberla matado como se le ocurre desequilibrarlo todo,claro la muchacha despertó del coma y fue por ella es lógico, pero como en el periódico decía que había muerto uhh,ya me estoy montando una película en mi cabezita loca,jej!
Ves como no se puede ser tan bueno,se dejo llevar por esa mirada perdida en quien sabe que,el pensó que lo hizo bien,y ahora le toca luchar para no morir! Dios!!...
Felicidades como siempre
Un saludo en la distancia.