Una de las cosas que disfruto a placer es el cine; casi puedo afirmar
con rotundidad que me trago cualquier cosa (sigo hablando de cine, para el que
ande despistado) y, la mayoría de las veces, voy solo. En muy contadas
ocasiones he ido con alguna muchacha con la que tonteaba y rarísima vez en
grupo. Aparte, la nueva e interesante actividad que comencé a desarrollar hace
un tiempo me ha transformado en alguien más taciturno y reservado de lo que ya
era antes. No obstante, aún creo tener vida en mi interior y guardar algo de
benevolencia en mi corazoncito a pesar de que esa “actividad” me haya llevado a
cometer actos que ni por el forro antes de su conocimiento hubiera creído
posible.
Así que ahora acudía al cine casi como terapia. Algunas veces
conseguía aislar mis pensamientos durante una hora y media o dos y abstraerme
en lo que estaba viendo en la pantalla. Pero otras no lo lograba; en esos
momentos, abandonaba la butaca y salía de allá como alma que lleva el diablo,
con paso ligero, intentando no parecer nervioso. Porque lo que sí era cierto es
que ser un agente del caos empezaba a consumirme.
Un día fui a la sesión de tarde al cine con más salas de la Ciudad. No
me apetecía hablar con nadie, mucho menos con un taquillero, así que un amable
caballero que había por ahí me cedió su entrada. Bueno: la suya, la de su mujer
y la de tres chavalines que corrían por ahí para desesperación del personal.
Por supuesto, a mí me bastaba con una, así que las otras cuatro fueron a parar
a la papelera. Pasé a ver una de dibujos animados. Y no sé si fue la algarabía
que reinaba en la sala con tanto mocoso o, simplemente, que la película era
mala de solemnidad; lo que sí que sé es que, después de mandar callar por tres
veces casi consecutivas a los jodidos enanos que gritaban a sus padres que qué
estaba pasando en la peli, decidí levantarme como quien va al baño y abandoné
la sala dejando a todo Dios a su suerte.
El reloj daba las ocho y cuarto cuando me metí en una cafetería
cercana. Pedí un cortado y empecé mi laborioso trabajo de liar tabaco (esta vez
sí). El jodido paquete de cigarros se había puesto por las nubes y, ahora que
todo el mundo compraba para liar, porque salía más barato, resulta que habían
subido el precio de este último también. Menuda cagada. Y, para colmo, ni
siquiera se podía fumar en los bares; este último parecía que no respetaba la
sagrada regla de oro; mejor para mí. Además, estaba intentando dejarlo; pero no
sería ese día.
En fin, cortemos el rollo. Ya he dicho que últimamente parecía
condenado a divagar… pero mucho. La cafetería estaba casi vacía y el camarero
parecía contento en extremo de tener un cliente para ganarse el pan y, por
ende, quería darme conversación. ¿Por qué, justo cuanto más tranquilo quieres
estar sumido en tus pensamientos, todo el mundo tiene algo que decirte, joder?
Le respondí cortésmente con monosílabos y, cuando vio que no daba cuartel a más
se largó, entre decepcionado y confundido. Volvía a la rutina del aburrimiento.
No habían pasado ni cinco minutos contados de reloj cuando un tintineo
anunció la irrupción de otro cliente. Yo estaba en Babia y, para más inri, de
espaldas a la puerta. Si no hubiera sido así, puede que mi reacción a lo que me
esperaba en aquellos instantes habría tomado otros derroteros.
Cuando llegó a mi mesa cogió una silla y se sentó con el respaldo por
delante. Cruzó los brazos y los apoyó en su asiento. Mis ojos empezaron a subir
desde el café hasta aquella molesta persona que se había sentado junto a mi.
Enseguida vislumbré aquella cazadora roja con mangas blancas y, antes de que
subiera más arriba para verle su interrogante jeta, ya sabía de quién se
trataba. Apoyé las dos manos en la mesa y acabé de darle un repaso. Jeans
azules y sus converse eternas. Ella me miraba con el mentón apoyado en sus
brazos cruzados, su mirada brillante y una media sonrisa que parecía forzada.
- ¿Es que nunca te cambias de
ropa?- le pregunté a modo de saludo. No hacía falta ser Sherlock para descubrir
que no me apetecía compañía. Mucho menos una disculpa por desavenencias pasadas
con ella.
- Nunca he llegado al punto en
el que las bragas se me pegan a la piel, por si te interesa.- me contestó sin
borrar aquel gesto que empezaba a incomodarme.
- Gracias por joderme el café.-
dije apartando aquel engrudo. No me apetecía más.- Supongo que no has venido
para ver qué tal estoy…
- En realidad, estoy haciendo un
verdadero esfuerzo de voluntad para no devolvértela. ¿Recuerdas de qué hablo,
verdad?
Asentí; igual me hubiera dado que hablara del eterno conflicto de
Israel y Palestina; incluso hoy estaba generoso y le dejaría devolvérmela hasta
mil veces. Realmente, me sentía insensibilizado. Al ver que no decía ni
palabra, se levantó y fue a la barra a pedirle al camarero, que escrutaba con
el rabillo del ojo aquella escena aburrida de supuestos enamorados. Esta vez su
sonrisa debió de ser radiante, porque puedo jurar que al cabrón le salían
corazones por las orejas cuando fue a cargar la cafetera. Por supuesto, cuando
mi querida amiga volvió a su sitio, aquel atisbo soleado en sus mejillas se
nubló instantáneamente.
- Puedes poner toda la cara
triste o de pesar que quieras.- dijo sentándose de nuevo.- pero hay que seguir
con lo nuestro, ¿no te parece? Es ley de vida…
- Llevas mucho en esto…- no era
una pregunta. Pero quería saber cuánto tiempo ha de pasar para que una
monstruosa indiferencia te nublara por completo. Al acabar con las amigas esa
apatía fue lo que se apoderó de mi. Pero luego los remordimientos, acaso un
atisbo de conciencia que chillaba desde su oscuro rincón, me golpeaba
continuamente.
- El suficiente para pensar que
lo que hago es por una causa mayor de la cual no vale la pena hacer preguntas.
Yo ya me he preparado para lo peor; siempre lo hago. A veces no luchamos solo
contra personas; a veces lo hacemos contra seres que no puedes ni imaginar,
seres que corrompen el equilibrio como aquel que nos atacó… No puedes, con todo
lo que sabes ahora, o lo que podrías llegar a saber, abandonar.
- ¿Te manda Jia Li para
sermonearme?- pregunté.
El camarero se acercó para traer el café de la dama. Ella le sonrió
fugazmente y éste se retiró como si le hubieran ofrecido el cielo. Sin decir
nada, cogió el azucarillo y lo apartó. Se bebió el café de un solo trago como
quien se toma un chupito de whisky. Ya me imaginaba que tenía poco de dulce…
- No vengo por Jia Li.- dijo
casi con desdén.- A estas alturas, puedo ir de un lado para otro sin recibir
ningún tipo de instrucciones. A la Madre si que la voy a ver más de vez en
cuando. Vengo porque he querido. Te he estado buscando estos últimos días.
- ¿Qué ocurre conmigo?¿Al final
me la vas a devolver?- pregunté socarrón. Empezaba a tocarme las narices tanto
halo misterioso.
- Para nada; de momento, no.
Necesito que me ayudes.
A esta chica no le iban las sutilezas; me lo había demostrado
bebiéndose el café de aquella manera. Prefería ser directa e ir al grano sin
más. Por mi parte estábamos en paz en cuanto a acontecimientos pretéritos. Ella
tenía otra cosa en mente. Pero, al margen de aquello, quería que le echara una
mano. No tardé en averiguar para qué y, por supuesto, no tardaría en
arrepentirme.
- Vámonos de aquí. Te iré
diciendo por el camino en qué consiste. En sitios cerrados las paredes siempre
oyen.- sentenció.
Se levantó y la seguí; pasamos por la barra, pero el camarero no
estaba. No quiero imaginarme la cara que se le quedaría al comprobar a su
vuelta que no estábamos sentados. En fin; que otro pagara los cafés.
La luna ya despuntaba en el cielo y había escasas estrellas brillando
en la lejanía del universo. Hacía una noche de película, pero mi ánimo estaba
sombrío; en el cine no lo había pasado bien y, por supuesto, la aparición de
esta moza no contribuía a inclinar la balanza a mi favor. Metí mis manos en los
bolsillos del pantalón (el traje ya formaba parte de mí casi como el vestuario
de mi “compañera”) y ella, sin pedir permiso, me cogió del brazo.
Nuestras miradas se cruzaron, pero comprendí por la suya que era un
mero compromiso, una especie de tapadera por así decirlo. Y confesaré, para mi
pesar, que por un segundo volví a enamorarme. Ella, por supuesto, o no lo vio o
simplemente no le dio importancia. Me condujo hacia unas calles poco
transitadas, alejados del tráfico y de la multitud y empezó a sacar a pasear la
lengua.
- Hace nada un contacto nuestro
me dio cierta información que puede que te resulte familiar. ¿Recuerdas el caso
de una chavala de unos quince años que apareció quemada en extrañas
circunstancias?
Me parecía vagamente haber oído algo parecido. Tras estrujarme un poco
los sesos, convine que posiblemente se trataba de aquella joven que fue
asesinada sin móvil aparente.
- Aquello no tenía que haber
ocurrido.- continuó sin esperar respuesta.- Madre Zhi me comunicó que de su
vientre nacería una persona influyente, con peso específico en los planes
universales. Pero alguien truncó su destino y decidió quebrarlo. Debemos
subsanar este hecho.
- Déjame adivinar… seguro que en
medio hay sangre…- contesté sarcástico.
- No seas idiota; sabes que
siempre hay sangre. Pero ese es, precisamente, el problema. No estamos hablando
de un cualquiera que, por accidente, ha desequilibrado la balanza. Estamos
hablando de una contrafuerza poderosa.
- Te recuerdo que aquí la única
que hablas eres tú. Yo aún no tengo ni idea de qué debemos de hacer.
Se detuvo y dejó de asirse de mi brazo. Me miró exasperada, casi
furiosa y, acto seguido, una sonora bofetada me cruzó la cara. Esta chica, ya
sin ningún tipo de duda, sabía atizar. Me atrevería a afirmar que no me hubiera
dolido más si me hubiera dado un puñetazo. No me lo esperaba, así que la cogí
de las solapas de su cazadora y la llevé a rastras hasta un muro en un
callejón. Al contactar su espalda con la solidez de la pared, dejó escapar un
gemido, pero su mirada asesina seguía perenne. Relajé un poco las manos.
- Ya no me debes ninguna, te lo
aviso. Espero que esta te haya servido para zanjar las cuentas.- le dije entre
dientes.
- No me jodas; aún te la debo.
Esa era por no saber escuchar, gilipollas.- contestó.
La solté como quien descubre que tiene entre manos una serpiente;
incluso hasta creo que me sacudí las manos contra mi chaqueta. Ella se arregló
la ropa y me miró desafiante. Luego me señaló con el dedo directamente a la
cara; podría habérselo mordido si quisiera.
- No vuelvas a hacer eso.- me
dijo autoritaria.- Vengo a pedir tu ayuda; si lo único que haces es
ningunearme, ya puedes irte a donde te salga de los huevos.
No le contesté; simplemente asentí de manera mecánica. Era increíble
ver lo parco en palabras que me había vuelto desde la última vez que… tampoco
prefería recordar. No se acaba con la vida de cuatro chicas, por muy hijas de
puta que pudieran ser, todos los días; pero tampoco quería acabar presa de los
remordimientos y que algún día me encontraran ahorcado o que, simplemente,
decidiera practicar la caída libre desde mi casa contra el coche de algún pobre
desgraciado que eligió mal el sitio de aparcamiento. Le miré de nuevo al
rostro.
- Está bien; me la merecía, de
acuerdo. Perdona por el empujón de antes. No me encuentro nada a gusto, eso es
todo. ¿Quieres explicarme de que va todo esto, por favor?- pregunté
educadamente.
Ella escudriñó durante unos instantes en mis ojos; quería saber si
decía la verdad o le iba a tocar de nuevo lo que le sobraba de monja. Pareció
advertir cierta curiosidad y resignación por mi parte. Yo realmente estaba
dispuesto a escucharla. Seguimos caminando un rato en silencio hasta que lo
quebró.
- El asesino es un sacerdote.-
me espetó sin ningún tipo de ceremonia.- Bueno; directamente no. Contrató a
alguien para que la matara; ese hijo puta dejó a la chica embarazada. Llamó a
una asesina para que le hiciera el trabajo sucio. La mató sin piedad y la quemó
en un bidón a las afueras de la ciudad. Casi no quedaron ni los huesos. Por
supuesto la pasma no conoce ni de lejos el móvil del crimen, pero Madre Zhi ha
percibido un desequilibrio universal aterrador.
- Y me imagino que aquí es donde
nosotros entramos en el juego, ¿no?
- Imaginas bastante bien.- me
contestó.- Tenemos que eliminar al sacerdote, pues se ha convertido en un
contrapoder muy importante. Por supuesto, no estará solo. Ese cabrón, no sé
como, sabe de nuestra existencia. En concreto, de la mía. Sabe que voy a por
él.
- ¿Es por eso que necesitas mi
ayuda?- pregunté.- Pensaba que te las apañabas muy bien con el látigo.
- Desde luego que sí, pero una
mano más puede ser de gran utilidad. Después de todo, ya nos conocemos.
Anduvimos diez minutos más sin dirigirnos la palabra. A cada paso que
daba, notaba su tensión. Estaba tentada a decirme algo; en este caso, la
voluntad era mutua. Yo también tenía cosas que decir, pero tal vez ella no era
la persona más apropiada. Tenía un secreto que me corroía las entrañas y,
aunque dentro de mi una parte luchaba por alzarse y gritar que lo que había
hecho era lo correcto, otra me prevenía e incluso me amenazaba con que tenía
las horas contadas. Finalmente, no abrí la boca. Ella pareció pensarlo también
mejor y no dijo tampoco nada.
- Aquí tengo que dejarte. Fíjate
bien en este sitio, pues aquí es donde nos veremos mañana al anochecer, sobre
las ocho. Estate preparado. Mañana será el día.
Se largó sin más ceremonias. Como buen hombre que soy, para no romper
la tradición que nos ha hecho merecedores de ser buenos observadores, posé mis
ojos en lo bien que le quedaban los vaqueros, dicho con finura. Para los más
bizarros en el tema, diré que tenía el culo más perfecto que he visto en la
vida y, para los palilleros sin remedio, añadiré que las piernas debían de
haber salido del patrón de la mismísima Venus. Dobló una esquina y ni siquiera
giró su cabeza para un último vistazo, ni un saludo, ni un beso de despedida…
supongo que, aparte de deprimido, también estaba falto de cariño; que bonito…
Llegué a casa unos veinte minutos después. A pesar de ser día laboral
mañana, era increíble lo llenas que estaban las calles de gente. Sin ningún
preámbulo me fui directo al baño; quería ducharme; de hecho, necesitaba una
ducha. Tras diez minutos bajo el agua, salí para secarme. Preguntándome delante
del espejo si dejaba el afeitado para mañana, recibí una visita que, por
supuesto, no esperaba.
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