El hombre de aspecto e indumentaria precaria se acercó al mostrador.
Parecía perdido o indeciso; tal vez las dos cosas. Esperó paciente a que un
dependiente se aproximara hacia donde él estaba situado.
- ¿Puedo ayudarle en algo,
caballero?- preguntó solícito el joven empleado.
- Si; es decir… estoy buscando
un regalo. Algo para mi sobrina.- titubeó aquel hombre.
- Dieciséis años recién
cumplidos, señor.- contestó.
El dependiente le preguntó de nuevo si prefería algo para el ocio o si
quería algo más funcional. El hombre dijo que no estaba seguro. Finalmente,
tras unos diez minutos de incertidumbre, aquel cliente encontró lo que buscaba.
Pagó al contado y se marchó con un paquete bajo el brazo. Sin más, abandonó los grandes
almacenes. El empleado le observó perderse entre la gente.
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- ¿Qué es esto?- preguntó Vanesa
mirando con una mueva mezcla de asombro y asco su regalo de cumpleaños. Se
trataba de una caja con pinturas al óleo, que hacían un total de cuarenta y
ocho colores. Incluía la paleta y cuatro pinceles de distintas medidas de pelo,
así como un frasco de aceite de linaza y esencia de trementina. Completaba el
regalo una tarjeta de felicitación con una letra cursiva elegante que rezaba
“De parte de tu tío, con mis mejores deseos. Sebastián.” Vanesa miró a sus
padres interrogativamente.
- Eso… es el regalo del tío
Sebastián, cariño.- dijo su madre.
- ¿Y para qué quiero yo esta
mierda?
- Vanesa…- murmuró su padre.
- ¿QUÉ?- casi chilló ella.- Por
mucho respeto que haya que tener, esto ni es regalo ni es nada. Es una
estupidez regalar cosas así. Aunque, viniendo de quien viene, no me extraña en
absoluto.
- Vanesa…- dijo de nuevo su
padre sin mucha convicción.- No deja de ser tu tío.
Su hija hizo una mueca de desprecio. Cerró la caja de pinturas y la
arrojó contra el suelo sin mucha fuerza. Se cruzó de brazos.
- Será lo primero que tire a la
basura, de eso podéis estar seguros.- sentenció la joven.
- No me parece apropiado, hija.
Guárdalo en tu cuarto, cuando venga tu tío algún día de estos le das las
gracias, cumples, como todos nosotros, y luego haces lo que quieras con tu
regalo. Para algo ahora es tuyo.
- Eso me parece razonable.-
añadió el padre.
- Pues vale.- contestó Vanesa.
Cogió las pinturas, sin acabar de abrir sus regalos, y subió al piso de arriba
donde se encontraba su cuarto. No se molestó en subirse a la silla del
escritorio; simplemente lo arrojó
a lo alto del armario, haciendo un ruido sordo. Bajó de nuevo al salón,
dispuesta, esta vez con una sonrisa, a deshacer regalos más en su línea.
Los regalos llegaron aquel día de miércoles, pues era el día de su
cumpleaños, aunque la celebración del mismo no sería hasta el sábado. Aquel
viernes ya estaba casi todo preparado para la mejor fiesta de cumpleaños que,
como cada año, venía siendo habitual en aquella casa. Vanesa invitaba a sus más
allegadas, que resultaban ser igual de repulsivas en comportamiento que ella
misma. Pero antes, a la hora de la comida, siempre venían sus familiares,
muchos de los cuales eran igual de pudientes o más que sus propios padres.
La hipocresía entonces vestía sus mejores galas y todo eran sonrisas
por doquier, conversaciones del todo banales y palmaditas en el hombro que
pesaban como puñaladas mortales. Todos estaban allá celebrando el cumpleaños
del miembro más joven de la familia. Vanesa lució una sonrisa espectacular
durante toda la mañana y media tarde, hablando fugazmente con algún pariente
que otro y paseándose por el salón como si fuera una diva.
Llamaron a la puerta.
El padre de Vanesa abrió y Sebastián, con un sombrero desgastado entre
las manos, sonrió tímidamente. Su indumentaria era algo, por decirlo de alguna
manera, más “barata” que la media de los allí presentes. Papá puso los ojos en
blancos casi imperceptiblemente y luego dirigió una mirada inquisitiva a su
primo.
- ¿Qué tal, Sebastián? Hace
mucho que no te veíamos por aquí. ¿Querías algo?- preguntó con desdén.
- Sé que su cumpleaños fue el
miércoles… así que le mandé su regalo el mismo día. ¿Le llegó bien?- dijo
Sebastián.
El padre asintió con la mirada. No parecía tener intención de dejarle
pasar a la celebración. Sin embargo, Sebastián insistió como mejor pudo.
- ¿Le gustó lo que le traje?¿Puedo
preguntarle?
- Supongo que no pasará nada por
intentarlo. Adelante…- contestó abriendo la puerta y situándose casi detrás de
ella.
Sebastián pasó con aire tímido mientras el sombrero daba vueltas en
sus manos. Atravesó el recibidor y fue directo al salón. La madre de Vanesa
apareció por otra puerta y se acercó a su marido sin dejar de observarle.
- ¿Por qué le has permitido el
paso?¿No sabes que tu hija no le quiere ni ver? Parece mentira que no la
conozcas.- dijo la señora de la casa.
- Espero que se lo diga ella y
deje de importunarnos con su presencia. Yo también estoy harto de que aparezca
por aquí y no haga más que regalarle tonterías sin sentido a nuestra pequeña.
- Tenías que habérselo dicho
desde el principio. Su sola presencia me repugna…
- Ya veremos lo diplomática que
es Vanesa.- contestó el padre.
Sebastián hizo acto de presencia en el salón. Abrió las puertas y
todas las cabezas se giraron para recibir al nuevo invitado. Cuando vieron de
quién se trataba, cruzaron miradas que más o menos venían a significar que
había un intruso entre ellos. Observando a los presentes, acertó a ver a Vanesa
y su rostro se iluminó. Desde siempre ella había sido su sobrina favorita,
aunque ese favoritismo era de un solo sentido, pues ella sentía un profundo
desafecto por aquel tío que, según parece, era la oveja negra de la familia.
En todos aquellos años no comprendía como alguien tan repugnante como
aquel ser que se hacía llamar pariente suyo compartía su sangre; era conocido
que sus padres y el resto de familiares más jóvenes que a Sebastián le
toleraban hasta cierto punto porque estaba podrido de dinero. De hecho, los que
más tenían que aguantarlo eran Vanesa y sus padres, pues se comentaba por ahí
que, de morirse este pariente, tal vez ellos fueran los beneficiarios de la
herencia.
- ¡Hola, pequeña princesa!-
exclamó en medio de aquel silencio.
Estupendo, pensó Vanesa; más bochorno de este desgraciado subnormal.
Le miró con las cejas levantadas y un gesto que quería significar una sonrisa.
Sebastián se acercó a ella agitando todavía su sombrero entre las manos.
- Realmente te has convertido en
una jovencita muy guapa. Parece que fue ayer cuando eras un bebé y te cogía en
brazos; en aquel momento sabía que serías mi favorita…
- Sí; realmente muy emotivo.-
contestó Vanesa.- ¿Me perdonáis un momento? Voy a hablar con mi tío a solas…
Cogió a Sebastián del brazo y una náusea pareció apoderarse de ella,
náusea que maquilló con una de sus sonrisas mientras salían de la habitación y
las charlas regresaron para avivar un salón que había quedado momentáneamente
en silencio. Pasaron a una salita más pequeña y Vanesa se desasió del brazo de
su tío para cerrar la puerta. El hombre estaba que no cabía en sí de gozo.
Esperaba que su regalo, como el de todos los años, le gustara. Pero la reacción
de su sobrina fue muy distinta.
Vanesa se volvió hacia él; pero ya no lucía la sonrisa que cautivaba a
todo aquel que hablaba con ella. Por el contrario, su ceño estaba fruncido y el
labio superior ligeramente levantado indicaba que se iba a producir brevemente
un ataque verbal.
- ¿Se puede saber a que juegas?-
preguntó Vanesa.- Esta es, por si no lo sabías, mi fiesta de cumpleaños. MI
fiesta. ¿Has recibido algún tipo de invitación?- preguntó desafiante.
- No…- contestó Sebastián.- Soy
tu tío; así que no creí que necesitara…
- Lo que necesitas ahora mismo
es largarte de aquí, estúpido gordo.- le interrumpió ella.- No sé ya cómo
decirte que no quiero verte, que nunca he querido verte y que, con solo
mirarte, me dan arcadas de asco. No sé que interés tienen todos en que te ponga
cara bonita y aguante tus tonterías y ñoñerías propios de un deficiente mental,
pero esto ya se acabó. Puedes meterte tus visitas por donde te quepan. Así que
ya estás saliendo de esta casa y no volver, ¿me entiendes? Como puedes ver, no
tengo que fingir ningún tipo de apariencia cuando estoy contigo; y esta te
aseguro que va a ser la última vez que te vea.
Sebastián no dijo ni palabra. Su rostro mudó del estupor a la tristeza
más profunda. Pero, dentro de su ser, no le iba a dar la satisfacción de
llorar. Las hirientes palabras de Vanesa perforaron su corazón, destruyeron su
alma y minaron su entereza. Se tambaleó a la vez que su querida sobrina abría
la puerta de la salita, sin siquiera mirarle, esperando a que la cruzara para
no volver a verle nunca más.
El pobre hombre atravesó la salita en dirección al recibidor para
marcharse. Cuando estaba a medio camino, Vanesa giró su cuello y le miró. No
contenta con aquella declaración anterior, siguió hurgando más en la herida.
- Por cierto: Tus regalos me los
paso por el mismísimo forro. ¿En qué mierda piensas cuando los compras? Si te
parece que voy a hacer mucho, por ejemplo, con una miserable caja de pinturas
de mierda, es que vas de cráneo. Para hacerme regalos de ese calibre, mejor
haberme dado la pasta, que ya le sacaría mejor partido que un miserable estuche
con tubos de colores…
Sebastián se detuvo, mas no giró su cabeza. Tras un tenso momento,
siguió andando. Abrió la puerta de entrada y salió dando un tímido portazo.
Vanesa inspiró profundamente.
- Bueno. Ahora vamos a ocuparnos
de lo que verdaderamente interesa.- murmuró mientras la sonrisa ensayada volvía
a su rostro.
La fiesta fue un éxito; por la tarde, uno a uno de los familiares se
fueron retirando. Era el momento de Vanesa y sus amistades. Los padres le
habían dado permiso para invitar a quien quisiera; ellos saldrían por la
ciudad. Vinieron sus amigas; también amigos. Hubo risas, bebidas, hierba y,
para acabar la noche como Dios manda, Vanesa subió con Roberto, quizás el chico
más popular del instituto, a su cuarto. Estuvieron quince minutos.
Unos tres días después de su fiesta, la familia se despertó con la
noticia de que Sebastián, de manera inesperada, había sido encontrado muerto en
su modesta vivienda. Sin pérdida de tiempo se llevó a cabo todo el papeleo
notarial, saliendo como beneficiarios principales Vanesa y sus padres..
La vida, desde luego, no podría ser más justa y feliz para ellos.
Sin embargo, algo empezó a torcerse al cabo de dos meses. Una noche,
Vanesa se despertó sobresaltada en su cuarto. Su cuerpo estaba bañado en sudor,
a pesar de que afuera refrescaba y llovía. El corazón latía violentamente en su
pecho. Para tranquilizarse, miró por la ventana. Un relámpago le cegó
momentáneamente. Esperó paciente al trueno mientras escuchaba su respiración.
En la lejanía retumbó uno. A veces eso le servía de relajación hasta que volvía
a dormirse de nuevo. Hasta tres relámpagos refulgieron contra su ventana
iluminando la estancia donde se encontraba. Y ya, en el cuarto, vio tras su
ventana a un hombre que parecía observarle y que, en sus manos, tenía un
sombrero que daba vueltas constantemente.
Vanesa saltó de la cama mientras gritaba y salía del cuarto a la
carrera. Sus padres oyeron aquel griterío y rápidamente encendieron las luces.
Vanesa apareció con los ojos abiertos de par en par, desencajada su mandíbula.
No paraba de decirles a sus padres, mientras le abrazaban, el tío, el tío…
Al día siguiente, luego de dormir con ellos, regresó a su cuarto. Para
ventilar su habitación, abrió la ventana. Su sorpresa fue mayúscula cuando
encontró un cartoncito mojado por efecto de la lluvia, en el alfeizar. Lo cogió
y lo abrió; estaba descolorido y, en su interior, había escritas un par de
frases que, increíblemente, había resistido al aguacero de la noche anterior.
Ponía “De parte de tu tío, con mis mejores deseos. Sebastián”.
El miedo que había experimentado la noche anterior se transformó en
odio; notó como ese sentimiento le inundaba la mente y el corazón mientras
arrugaba aquella tarjeta de felicitación. Acto seguido, se volvió hacia el
armario y, colocando la silla cerca del mueble, se subió a esta y escudriñó con
la mano las alturas, hasta que logró palpar la caja de pinturas. Una vez en su
poder, la miró con desprecio y bajó decidida al salón, más concretamente a la
chimenea.
Se encontraba sola, así que no habría problemas en prenderla con la
cajita dentro. Esperaba que ardiera por completo. Tiró la caja violentamente y
uno de los goznes cedió desparramando los tubos de pintura por la chimenea. Lo
roció con cuidado de combustible y, tras unos momentos pensativa, resolvió hacer
algo más.
Subió de nuevo a su cuarto y rebuscó por todos los lados donde se
encontraban guardados todos los regalos de su difunto tío. Le harían compañía a
la caja. Estaba furiosa con lo ocurrido por la noche y no quería saber nada más
de aquellos estúpidos presentes; por supuesto, quemaría junto a aquellos
objetos el recuerdo de su tío.
Una vez los reunió todos, bajó de nuevo al salón y, finalmente,
prendió fuego aquello. Contempló agachada como ardía y se retorcía aquel
amalgama de cosas que habían sido regalos y que ahora se transformaban en cosas
grotescas ennegrecidas. La casa se llenó de un olor acre a pintura al óleo,
pero desapareció casi al instante. Una media hora tardaron en consumirse todos
los regalos, nota incluida.
Vanesa suspiró tranquila, cerró los ojos y se masajeó las sienes. Se
acabó. Nunca más quería oír hablar del tío Sebastián. Baste con saber que ahora
eran ellos los nuevos ricos de la familia gracias a su “generosa contribución”.
Recogió las cenizas y subió a su cuarto, para tumbarse en la cama; quién sabe….
tal vez leer un poco.
Los padres de Vanesa llegaron una hora más tarde. Cuando entraron en
casa llamaron a su hija. No recibieron contestación inmediata. Las suaves
llamadas se convirtieron en gritos tras una peregrinación a la cocina para
beber agua. Pero seguía sin responder.
- ¿Dónde demonios está esta
chica?- preguntó a media voz el padre mientras subía las escaleras.
La madre de Vanesa iba por su segundo vaso de agua cuando oyó el grito
desgarrador de su marido. Soltó el vaso rápidamente y este se hizo añicos
contra el suelo. Corrió todo lo que sus tacones le permitían correr y subió
como pudo las escaleras. Vio a su marido en la entrada del cuarto de Vanesa
apoyado contra la pared del pasillo y las dos manos en la boca, con un
semblante más blanco que la nieve. El corazón de la mujer latía fuerte en su
pecho al imaginar que iba a encontrarse.
Dos segundos después de observar la escena se desmayó; Vanesa yacía en
la cama. Sus ojos, que ya no verían nada, estaban vueltos hacia arriba en una
mueca que parecía de plegaria al Altísimo. Sus manos habían sido perforadas con
los pinceles y las habían atravesado hasta el colchón; su mandíbula se hallaba
desgarrada y, en su boca, estaban los cuarenta y ocho tubos de colores que
conformaban la colección de la cajita de pintura. La habitación, así como el
cuerpo de Vanesa y su ropa, estaban llenas de trazos de colores repartidos al
azar; todo el mobiliario parecía haber sido también pintado de esa manera
caótica. En la mesita de noche, que ahora era de una mezcla de azul, gris y
bermellón, se encontraba la cajita de pinturas abierta y vacía, junto a una
nota de color blanco en la que había escrito un dedicatoria.
“De parte de tu tío, con mis mejores deseos. Sebastián.”
¡ Que castigo mas horror! Pero se lo merecía, por su corazón negro que no sabía apreciar las cosas y a la gente!
ResponderEliminarSupongo que podría decirse que es una especie de "justicia divina" XDDDDD
Eliminar:************************
¡Pero bueno! Yo esperando escarmiento por medio de experiencias vitales, descubrimientos trascendentales y alguna moñada varia, siempre de mano de Sebastián, y me plantas esa escena grotesca y tan increíblemente gráfica de Vanesa ensartada. Aún así aprovechando la ficción me voy a permitir lanzar un grito: ¡¡Vendettaaaaa!!
ResponderEliminarFelicidades por el relato, atrapa y quieres seguir leyendo a ver donde nos lleva. :)
¡Un abrazo!
Me estaba cansando ya de que los fantasmas atormentaran de manera "mental" a sus víctimas, así que me he permitido darme una pequeña licencia y hacer que pasara a la acción. Después de todo, ¿no es lo que se merece la niñata esa?
Eliminar¡Un beso muy grande!
Qué pasada, Pedro!!! Atisbo un poco de gore en tu relato?!! OMG!!!
ResponderEliminarHe de reconocerte, que se que te gustará, que me has tenido descolocada con la críaja y la historia en general, hasta los cuatro últimos párrafos... Buah!! Genial esa venganza. Y sobretodo la imagen que nos has dejado de ella. Muy bueno!! Guta, guta!!
Besooooos!
A veces, cuando lees algo de otras personas (sí, te puedes dar por aludida) y sientes un poco de envidia (las dos: la sana y la de decir: que cabrona; ¿por qué esto no se me ocurrirá a mi?) pues no puedes evitar que algo se te pegue y experimentes con ello... en este caso, el gore. Aunque no tan gráfico ni explícito como tus mejores relatos, al menos es efectista... con eso ya me doy con un canto en los dientes... Además, prefería hacer hincapié en la horrible personalidad de Vanesa.
Eliminar¡Un beso muy grandeeeee!
Muy bueno, sí señor... Solo que me choca la dulce personalidad de Sebastián cuando estaba vivo (¿qué pasa? ¿fingía?) con la que tiene de asesino-leviatán cuando está bien muerto. Por cierto: ¿de qué muere Sebastián? ¿De pena? Me hubiera gustado saberlo.... Cine gore a tope...
ResponderEliminarJajajaja.. ¡Me encanta eso de asesino-leviatán! Como dije antes, hay algo llamado "justicia divina"; y, además, tengo entendido que un alma no puede descansar si no cumple con sus objetivos. Y, efectivamente, Sebastián muere de algo así como de melancolía o depresión... no quise entrar en detalles para que el lector rellenara los huecos. De todas maneras, creo que la venganza de Sebastián está más que justificada: A la mierda con Vanesa... :P
EliminarOhhh dios que bueno!!..Siempre suelo decir que nunca hay que tratar mal a nadie nunca,solo porque sea diferente a los demás la vida da muchas vueltas,y nunca se sabe cual va ser el final de uno...Hay q ser humildes!!..uhhh..
ResponderEliminarPero no me choca para nada que le haya pasado eso a la prepotente de la niña!!..
Buenísimo...
Un saludo
¡Hola Elisa!
EliminarSi me llegas a decir además que la niña, aparte de prepotente, es odiosa, te hubieras unido al clamor de la mayoría que pedían su cabeza. Ese tal vez es uno de los puntos fuertes del relato: Hacer que Vanesa resultara tan asquerosa como buenamente pudiera. Y, por supuesto, el trato a los demás siempre tiene que ser correcto, evitando excluir a cualquiera por cualquier diferencia, de haberla. Si no... las cosas pueden ponerse muy feas :P.
¡Un abrazo y gracias por tu aporte!