El asfalto caliente brilla por acción del sol. Las nubes recorren el
cielo parsimoniosamente. Corrientes suaves de aire mecen la vegetación salvaje
que crece a duras penas en el borde de la carretera. La vía es de dos carriles,
cada uno en un sentido. Se trata de una carretera secundaria, poco transitada y
con las líneas blancas casi borradas de su superficie. A lo lejos, los montes
que se divisan por el horizonte parecen inalcanzables.
Un coche pasa corriendo; respeta el límite de velocidad, sobre unos
ochenta kilómetros por hora. El ruido del motor, un ronroneo suave y continuado
llena de sonido el paisaje por el que corre. El sol manda sus rayos sobre la
carrocería del coche, la cual despide un fulgor rojizo que se mezcla con el
dorado de los campos de trigo a ambos lados de la carretera. Las malas hierbas
al borde de la vía se inclinan ante su paso como si fuera un heredero al trono
de algún exótico país.
María conduce ese coche. Es una hermosa joven de no más de veinticinco
años. La velocidad juega con su largo, moreno y rizado pelo, pero no consigue
deshacerle ni uno solo de aquellos tirabuzones que la herencia de su difunto
padre le dio. En su rostro se ha dibujado una sonrisa plena, llena de
esperanzas ante su recorrido y vacía de inquietudes.
Una de las manos de María reposa en el volante y la otra simplemente
lo roza mientras el brazo permanece apoyado en la puerta del conductor. La
camiseta que lleva, con un dibujo que remotamente se puede identificar con
alguna cosa, ondea al aire y le lleva la corta manga hacia atrás a la altura
del hombro. Lleva también pantalones cortos verdes que enseñan unas piernas
bien torneadas, aunque algo rellenitas, que acaban en unos pies enfundados en
unas deportivas con los cordones atados detrás de unas lengüetas que sobresalen
exageradamente.
Las gafas de sol impiden vislumbrar unos ojos grises claros, muy vivos
y curiosos y atentos a la carretera; su cabeza encadena pensamientos banales
con reflexiones superficiales y, de vez en cuando, se permite no pensar en nada
más que en la carretera y lo que tiene por delante.
María huye, pero no es una huida desesperada. No se va a otra ciudad
por razones laborales, ni se va porque no entiende a su familia y ellos a ella
tampoco. Tampoco huye de la justicia (el único crimen que ha cometido, valga la
aclaración, es haber nacido tan hermosa como es), ni de un novio celoso o de un
marido violento. María huye de su propia vida, y quiere empezar a recorrer su
propio camino… aunque, en este caso, ha comenzado de una manera algo literal.
Tal vez la velocidad no sea la adecuada, pues debería ir más despacio.
Pero ella tiene claro que va a encontrar su destino más tarde o más temprano.
Mientras tanto se dedicara a su búsqueda en cuerpo y alma. No le falta dinero,
pues ahorró todo lo que pudo; tampoco le faltan recursos, pues tiene su
precioso coche rojo que le lleva a donde ella le diga.
La carretera es monótona, sin apenas señales ni carteles indicadores.
Pero ella sigue adelante convencida de que muchas veces el camino pequeño
siempre depara grandes sorpresas. Además, cuenta con el plus de que, para
buscar su meta, quiere saborear el camino.
Corre rápida como el viento a través de la carretera. De pronto, a
medio kilómetro, vislumbra el techado de lo que puede ser una gasolinera. Y,
efectivamente, pertenece a una. María decelera el coche y mete tercera. Su
automóvil tiene sed de gasolina, y ella también quiere hacer un pequeño alto;
después de todo, tiene todo el tiempo por delante.
Se desvía hacia su parada y finalmente detiene el coche al lado de los
surtidores de gasolina súper. Mira la aguja que marca el depósito y ve que tan
solo le queda una franja. Se quita el cinturón de seguridad y sale mientras el
dependiente va hacia ella. Le saluda muy cortésmente, algo a lo que María no se
puede negar.
- Hola.- le dice sin borrar su
sonrisa.- ¿Podrías, por favor, llenarlo hasta cuarenta euros? Vengo enseguida.
El muchacho le mira de reojo mientras avanza hacia los baños. Se gira
completamente y le dice que los baños están cerrados. Tiene que pedir la llave
en el mostrador. Su jefe se la dará. María se detiene como si le hubieran
clavado los pies en el suelo y gira sobre sus talones. Mira al empleado
bajándose las gafas con una ceja levantada y media sonrisa. Masculla un “de
acuerdo” y va hacia el mostrador.
El joven de la gasolinera empieza a repostar mientras ella entra y
pide amablemente la llave. El jefe, un tipo gordo de mejillas sonrosadas por el
sol y gesto pétreo, le presta un llavero con un smiley desgastado de color
anaranjado, tal vez por efecto del calor, y María le da las gracias y sale en
busca, esta vez sí, de los baños.
Se encierra en ellos y hace sus necesidades; luego, mientras se
observa en el espejo, presta atención a los sonidos que vienen de fuera. Oye el
runrún de la gasolina bombear en su
coche mientras la brisa sopla meciendo con un sonido coral las copas de los
cercanos árboles; un silbido distraído de alguna melodía desconocida nace de
los labios del joven empleado mientras retira la manguera.
Sale del baño con las llaves en la diestra, las gafas de sol en el
nacimiento de su frente y sus ojos grises y alegres mirando de frente al
muchacho. Abre la puerta del copiloto, deja en el asiento el bolso y busca
dentro de él el monedero.
- Casi me da vergüenza pedírtelo
pero… ¿podrías limpiarme el cristal delantero? Tengo el coche un poco
asqueroso, pero lo que más reparo me da es el cristal. ¿No te importa darle un
repaso?- inquirió María sonriendo tímidamente.
- Se llama luna, señorita.- dijo
el joven en voz bajita.- Se llama luna…
María hace como que no le oye y se dirige de nuevo al mostrador del
interior para dar las llaves y, de paso, mientras espera a que el empleado
acabe, piensa en tomarse algo refrescante. Se acerca al dueño de la gasolinera
y, mientras le devolvía las llaves, saludó con naturalidad.
- ¡Hola!- saluda alegremente.-
¿Por casualidad no tendrán granizados? Ahí afuera hace un calor agotador.
- Y aquí dentro, señorita. Se
estropeó hace dos semanas el aire acondicionado y aún estamos esperando a que
vengan del servicio de mantenimiento para repararlo… un auténtico robo, si
señor.
Se produjo un silencio que duró unos cuantos segundos. María esperaba
a que le contestara a su pregunta. El hombre no pareció darse cuenta de que,
con sus divagaciones, no respondió. Inmediatamente corrigió su despiste.
- Perdone; claro, claro.
Granizados, ¿verdad? Pues no, lo siento mucho; no vendemos de eso. Pero si
quiere puede buscar algo en la nevera. El chico siempre la repone por la
mañana, así que supongo que habrá hecho su faena.- María fue hacia donde le
señaló el dueño y, mientras cogía un refresco, el dueño seguía parlamentando.-
Es buen chaval, pero muy lento de reflejos, se lo aseguro. Trabaja como el que
más, y es cierto que se esmera… aunque aquí realmente no hay mucho trabajo
desde que cortaron el tramo de la carretera unos diez kilómetros más arriba y
lo desviaron hacia la autovía. Ni siquiera este puesto de servicio aparece en
los carteles de desvío.
Ella le escuchaba mientras abría la botella, se acercó al mostrador,
cogió una pajita envuelta en celofán y la metió en el recipiente para sorber el
refrescante líquido. Escuchaba atenta mientras bebía, con sus ojos fijos en él
y una mirada de concentración. Dejó de beber para replicar.
- Antes le dije que me limpiara
los cristales y me dijo que se llamaban lunas…
- ¿Eso dijo? Ay, Dios… es
incorregible. Es un inútil para todo lo demás, pero para llamar a las cosas por
su nombre, es el más indicado. El médico del pueblo, un chico joven recién
salido de la facultad, dijo que tenía autismo o algo así. Era hijo de un primo
mío; tanto la mujer como él se conoce que abandonaron al chico nada más nacer y
se largaron. Aun hoy en día, se sigue sin saber por donde andan.
- Pues parece avispado para
tener autismo…- dijo María entre sorbo y sorbo mientras miraba hacia fuera como
el empleado limpiaba sus cristales.
- ¿Cómo? Ya se lo dije,
señorita. Es un verdadero cerebro cuando quiere, aunque esto ya lo dijo el
médico. Decía algo parecido a que podría, en su caso, aprender miles de
palabras de miles de libros, pero no asimilar ni un solo argumento ni dar
respuesta a alguna pregunta del libro en cuestión. ¿Se imagina?
- Oh, oh… del cristal ha pasado
al capó… ¡Me va a lavar el coche entero!- exclamó María dejando su refresco y
saliendo sonriendo. El dueño miró por la ventana y lanzó un juramento por lo
bajo. Salió detrás de ella dispuesto a abroncar al muchacho.
El chico, efectivamente, estaba concentrado en frotar la esponja
enjabonada por la carrocería del coche, empezando por el capó y siguiendo por
las puertas. El dueño de la gasolinera salió resoplando, en parte por el
movimiento, en parte por el calor y llamó al chico casi gritando y conteniendo
una mezcla entre enfado y vergüenza.
- ¡Salva! ¡SALVAAAA! Me cago en
tu vida, Salva.- empezó a gritar el hombre.
María se volvió y le instó a que se tranquilizara mediante un gesto
con la mano. El chico miró al dueño como si se despertara de un sueño y María
se acercó a él con paso lento y las manos a la espalda. Luego se paró cerca
mientras el chico volvía a su tarea y ella cruzó los brazos.
- Tiene un coche muy bonito,
señorita.- dijo de nuevo en voz baja.
- Y tú tienes buena mano para
limpiarlo.- contestó María.- Si quieres, te ayudo. Pero no me parece que esté
bien limpiarlo aquí, al lado de los surtidores. Allá, que están las mangueras
del agua, podemos darle un buen repaso, ¿qué te parece?
El dueño se acercó donde estaban los dos mientras se disculpaba de la
actitud de su pupilo y de lo que le haría como reprimenda. Ella contestó que no
hacía falta y que, ya que había empezado, entonces lo lavarían entero. Para
ello moverían el coche hasta la manguera de agua y listo. María subió al coche
y lo arrancó para situarlo en la zona de lavado. Salió del coche y luego le
hizo un gesto para que fuera y le ayudara a lavarlo.
El muchacho permaneció unos instantes al lado de su tío pero,
finalmente, acudió a la llamada. El dueño fue tras su sobrino. No estaba muy
conforme con lo que había pasado e insistió en disculparse y que el servicio de
limpieza sería gratuito.
- Para nada, señor.- contestó
María.- Como le he dicho al chico, a mi es a la que me da vergüenza ir con el
coche así de guarro por la carretera. No soy sucia en absoluto y mi coche tiene
que dar impresión de que su dueña es alguien limpia. Así que me parece que su
sobrino ha acertado en comenzar a limpiármelo. ¿Verdad que sí, Salva?
- Sí, señorita.- masculló el
chico.
- Es increíble… nunca habla con
nadie en la gasolinera. Solo le he oído alguna vez decir adiós a algún cliente,
pero solo cuando el coche ya enfila la carretera.- dijo el dueño asombrado.
- Bueno;- contestó María.-
siempre hay una primera vez para todo.
Salva cogió la esponja y frotó con energía las puertas. María le llevó
el cubo de agua y jabón y le pidió al dueño otra esponja. El dueño se negó a
ello y le dijo que, puesto que su sobrino estaba en aquella faena, él traería
otra esponja pero para ayudarle; además, que demonios, le vendría bien algo de
distracción para comenzar bien el día.
María se apartó un poco de los dos trabajadores y observó como el
jabón y el agua limpiaban la carrocería y la porquería goteaba hasta el
asfalto, que se bebió aquel mejunje agradecido. Salva no exhalaba demasiado, pero por la frente del dueño caían
goterones de sudor que pacientemente iba apartando con su brazo antes de que le
llegaran a los ojos. Cuando el coche estuvo bien enjabonado, María cogió la
manguera y abrió el grifo. Empezó a aclarar la carrocería que lucía con brillantes
destellos bajo un sol de justicia. Esta vez los dos hombres fueron los que
presenciaban a la joven limpiar el coche. Si se dejaba algo, le indicaban por
donde quedaban todavía restos de jabón. Salva sonreía y el dueño había sacado
una gorra con manchas de grasa en la visera y se la caló casi hasta las cejas.
- ¡Tachaaaaaan!- dijo María cuando acabó con los
tapacubos de su coche, que parecía recién salido de fábrica; alzó uno de los
brazos al cielo mientras que con el otro señalaba el coche.- ¿Qué tal ha
quedado?
- Parece nuevo, señorita. Es un
coche precioso.- dijo el dueño.
- ¿Y tú, Salva?¿Qué opinas?-
preguntó María.
- Es precioso.- repitió como su
tío.- un coche muy bonito y muy limpio. Y muy brillante.
- Muy bien, señores. Como han
ayudado a esta dama en apuros, tanto en el hecho de poner gasolina como en el
de limpiarle el coche, dejen que les invite a algo en su propio garito,
¿quieren?- preguntó María amistosamente. Ninguno de los dos puso objeción. Tan solo el tío de Salva dijo que,
en lo que a él respectaba, lo que tomarían sería a cuenta de la casa. María no
quiso discutir ese punto.
Pasó una hora más con ellos, hablando tranquilamente acerca de los
sinsabores de la vida y de lo que realmente, algunas veces, la hace brillante
como la carrocería de su recién lavado coche. Era un tete-a-tete entre el dueño
de la gasolinera y María, pues Salva escuchaba atento, embelesado, como
prisionero de su propio autismo, notando como las palabras iban a morir en su
garganta sin llegar a florecer ni una de ellas. Así que solo prestaba oídos a
aquellas conversaciones, diálogos en los que rara vez había sido partícipe y,
entonces, observó a María.
Ella hablaba con su tío acerca de el viaje que tenía programado hacer
mientras en su mano sostenía una botella (otra más) de Coca-cola adornada con
una pajita. Miró su rostro con detenimiento y, en su confuso pensamiento, la
vislumbró casi como alguien divino, casi como un ángel, que había venido a
llevarse la oscuridad de aquel sitio para traer algo de luz . Mientras ella
hablaba y su tío escuchaba echando un trago a su bebida, ella giró sus ojos y
sus miradas se cruzaron; María, sin dejar de hablar, le guiñó un ojo y le
sonrió, como si supiera exactamente lo que Salva estaba pensando. Después
desvió sus pupilas de nuevo hacia el tío. Para Salva, aquel momento confirmó de sobra lo que había pensado.
Cuando hubieron acabado una segunda ronda, María les comunicó que ya
era el momento de partir. El dueño, que se presentó como Enrique, tuvo muy
buena impresión de aquella joven extrovertida. No quiso cobrarle, como dijo
desde un principio, lo que se habían tomado en aquella hora de manera tan
amistosa. Así que solo se hizo cargo de la gasolina, el lavado del coche y el
refresco que bebió mientras esperaba a que Salva le hiciera las lunas.
- Una última cosita más. Para
esto soy más torpe que un arado… ¿Podrían ayudarme a quitar la capota? Sigue
haciendo sol, pero la brisa que sopla es bastante fresca.
- Faltaría más.- contestó
Enrique.- Hay que hacer buenos servicios a buenos clientes, ¿no?
- Menudo don Juan…- contestó
María riendo.
Salva y Enrique retiraron cuidadosamente la capota. María se despidió
con un apretón de manos de Enrique; luego fue a saludar a Salva de la misma
manera. Este permanecía con la cabeza gacha y movía su cuerpo ligeramente hacia
delante y atrás.
- Hay que tener cuidado con el
sol, señorita.- dijo el joven.
- No te preocupes, Salva. Aún no
está tan alto. Además, supongo que iré haciendo paradas.
- ¿Va a volver por aquí cuando
vaya a su casa?- preguntó el muchacho.
- No lo sé. No creo. Pero, si
vuelvo a pasar por esta carretera, te aseguro que haré un alto aquí de nuevo,
¿sí? Es lo menos que podría hacer por alguien que me ha lavado el coche sin
pedírselo.- contestó María sonriendo.
En ese momento, Salva metió la mano en el bolsillo y le entregó en las
manos a María una gorra. Tras darle aquel inesperado regalo se retiró de su
lado y fue al de su tío.
- ¿Un regalo?- inquirió Enrique
sorprendido.- Vaya; hoy es un día de sorpresas…
- Gracias, Salva. Me vendrá bien
por si acaso.- María abrió la puerta y se metió en el coche. Se abrochó el
cinturón y se dio la vuelta hacia su derecha para fijar su mirada en los dos
hombres. Enrique le miraba sonriente y Salva seguía cabizbajo.- Me alegro de
haberos conocido. Espero que nos volvamos a ver, de verdad.
Dio contacto al coche, que arrancó sin problemas. El motor rugía bajo
el capó y las ruedas empezaron a girar. Cuando el vehículo alcanzó la línea del
STOP y se disponía de nuevo a incorporarse a la carretera, María pulsó el
claxon y saludó hacia atrás. Enrique levantó la mano y Salva, mirando por fin
hacia donde partía María, hizo lo propio igualmente. Los dos siguieron con la vista aquel coche rojo que iba disminuyendo
de tamaño conforme aumentaba la distancia hasta transformarse en un punto que
no tardó en desaparecer en la lejanía.
María conduce. Sigue su ruta de la misma manera que empezó. Con el
depósito casi lleno de combustible, el sol cada vez más arriba en el azul cielo
y la brisa azotando suavemente su rostro, se siente una persona dichosa. Lleva
puesta la gorra que Salva le ha dado; sus gafas de sol cubren de nuevo su mirada gris. Una sonrisa de plenitud le llena el rostro, mientras no piensa en nada
y a la vez cavila en qué más cosas le deben de estar aguardando allá adelante,
kilómetro tras kilómetro.
Me encanta la atmósfera y el tono que le has dado a este relato. Removiste esa sensación de querer caminar sin saber por qué ni a dónde, solo disfrutando. Aunque no puedo dejar de preguntarme a dónde la llevaran sus ruedas ahora, ¿seguirá tan optimista cuando el sol se vaya del todo?¿Qué sorpresas encontrará? :D
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Hace un tiempo que ideé esto a la manera de una "novela por entregas", pero la verdad es que ni va a ser tan larga, ni va a ser por tantas entregas. Tenía ganas de escribir algo atípico de lo que suelo publicar y el resultado es, de momento, esta señorita y su coche. Esperemos que todo vaya bien y no se tuerza, ni su optimismo, como bien dices, ni su trayecto. Lo cierto es que yo también se poco de qué le deparará el futuro, pero ya le he cogido cariño al personaje como para hacerle algo realmente feo. A ver, a ver...
Eliminar¡Un beso muy grande y gracias por tu visita!
Veo que escribes de todo jejejeje.... que guay. Solo decirte que en vez de "gris mirada", yo pondría "mirada gris"... Por lo demás, espero un nuevo capitulo pronto. Un abrazo.
ResponderEliminarBueno... de todo lo que no se aleje de la fantasía y, como no, del suspense más rayano en el terror. Y vale... es algo de lo que ahora mismo me voy a ocupar. Cambiaré el orden. Gracias por dedicar tu tiempo a leer por aquí. Un saludo y un abrazo muy grande. :)
Eliminar