Encontré una maravillosa furgoneta de amplio espacio en la parte
trasera que me servía para acomodar a cada una de ellas. Abrí la puerta gracias
a mis amplios conocimientos de cerrajería e hice un empalme con los cables del
arranque. Miré a ambos lados, asegurándome de no ser visto, y arranqué hasta
llegar a mi destino.
Tardé aproximadamente unos diez minutos en aparcar; lo hice en el
sitio menos iluminado posible de la casa de la esquina. Y allá esperé hasta que
fuera de noche. Pasadas un par de horas, en las que me baje en tres ocasiones a
fumar, pues no quería joder la tapicería de la furgona, manías que uno tiene,
el reloj marcó las nueve y media. Supongo que las nenas habrían hasta cenado,
así que empezaría por la casa que estaba en la esquina.
Salté la pequeña valla con agilidad felina y atravesé el césped medio
agachado. Había luces en la casa, tanto en la planta de arriba como en la baja.
Posiblemente ella estaría a punto de irse a dormir. Aún no sabía de quien se
trataba, pero cariño, vas a ser la primera afortunada de esta noche. Fui hacia
el muro y, juro que aunque parezca una casualidad increíble, me encontré,
mientras buscaba algún asidero para subir, una escalera de metal apoyada contra
la fachada contigua. No perdí más tiempo del necesario y subí por esa escalera
hacia la segunda planta; hice pie en el tejado para comprobar si era sólido.
Como me pareció bastante estable, procedí a avanzar a cuatro patas lo más
agachado que pude hacia la ventana.
Cuando llegué allá miré despacio hacia el interior. Sentada en un
escritorio, de espaldas a la ventana, se veía una cabellera morena y un tipo de
infarto para tratarse solo de una chica de dieciséis años. Así pues, esa casa
era de Claudia. No me extrañaba nada que al Esteban ese le pusiera burro.
Estaba con un portátil, poniendo un video. Se trataba de una película; apagó la
luz del cuarto, volvió a sentarse, cogió unos cascos y se los colocó en los
oídos. Si existía un dios, no podría haber sido más atento con mi misión.
Entré con el modo silencio en ON y me acerqué lentamente a ella. Y de
verdad que fue coser y cantar. Jia Li me enseñó que hay un punto en el cuello
que te hace perder el conocimiento; cuando estaba a un metro escaso de ella, y
con un rápido movimiento presioné en aquel punto y solo acertó a emitir un
pequeño gemido. Su cabeza cayó como una saca de tierra. Frené su caída con la
otra mano y la cogí, inconsciente como estaba, para llevarla a la furgoneta.
Capturé de la misma manera a las otras tres sin ningún tipo de
problema digno de mención. Cada una de ellas iba a la parte trasera de la
furgoneta, recostadas suavemente , pensando que aquello sería la antesala de lo
que les iba a ocurrir posteriormente.
Y me las llevé. Recorrí una distancia bastante respetable; diría que
alrededor de unos diez kilómetros. Llegamos a una especie de silo abandonado,
muy pequeño, pero ideal para mis planes. Bajé de la furgoneta y encendí de
nuevo otro cigarro. Esa noche estaba fumando como un loco, pensé. Luego se me
ocurrió que tal vez era una manera de posponer lo inevitable. Eché un vistazo
alrededor. Al oeste, campos y más campos; el este, empezaba un bosque. El
sitio, como dije antes, era perfecto. Expulsé el humo de los pulmones y me
apresté a sacarlas de la furgoneta.
Eran casi la una cuando volvieron en sí. Y lo hicieron casi una a una,
en perfecta sincronización. Estaban apoyadas en la pared, atadas de manos y con
una mordaza en la boca, cortesía de un servidor. Claudia, la adolescente
despampanante, y Silvia, eran las únicas que llevaban el pijama. Valeria y
Tamara iban aún vestidas. Niñas malas, que no saben que a esa hora tendrían que
estar durmiendo…
Los rostros de cada una de ellas pasaron de la inconsciencia y la
sorpresa y de ahí al llanto, máxime cuando me vieron a mi delante de ellas,
sentado con las piernas cruzadas y mirándolas fijamente. Todavía no había
sacado el cuchillo para impresionarlas más. Cuando las cuatro ya estaban más o
menos recuperadas, fue casi la peor parte, pues empezaron a gritar tras la
mordaza que les cubría la boca. Así que, para hacerles callar, pues no paraban
tampoco de mirarme, me puse un dedo sobre los labios y les hice la señal
universal de que, por el amor de dios y de todos los santos, se callaran de una
jodida vez.
Las chicas parecieron entenderlo así que callaron emitiendo de vez en
cuando algún que otro sollozo ahogado. En eso estaban cuando me levanté y
empecé a andar de un lado a otro mirándoles a los ojos a cada una de ellas.
Luego, les hablé como si no hablara a nadie en particular.
- Bueno muchachitas. Aquí
estamos, una noche calurosa, apacible y luminosa como pocas hemos tenido esta
estación, ¿verdad? Supongo que, viéndoos en ese estado, atadas, sin poder
gritar, apenas respirar, os estarán pasando por la cabeza un montón de
preguntas. Y creedme cuando os digo que no necesitan respuesta. Si sois lo
suficientemente sagaces os daréis cuenta de que estáis aquí casualmente
vosotras cuatro. Y eso ya creo que es suficiente para atar cabos, ¿me explico?
Las chicas gimieron e incluso alguna, no recuerdo cuál de ellas fue,
se permitió el lujo de llorar. Seguro que lloró mucho también cuando su
compañera era humillada de aquella manera por su mano.
- Así que, llegados a este
punto, vamos a jugar a un juego muy divertido. Seguro que os encanta; tenéis
kilómetros y kilómetros de campos a un lado y en el otro, sorpresa, un bosque
entero solo para vosotras. No hay ni un alma en muchísima distancia. Y vais a
tener el privilegio de correr para salvar vuestra vida. Ya veis; os estoy dando
la oportunidad que vosotras no concedisteis a ya sabéis quién. Pero eso sí; no
dudéis ni un instante de que os voy a perseguir de manera implacable, porque
este juego solo acaba de una manera: Yo dándoos caza a las cuatro. ¿Ha quedado
suficientemente claro el objetivo del juego?
Las cuatro, a estas alturas del panorama, lo único que hacían era
retorcerse, llorar a moco tendido y gritar como cerdos en el matadero lo cual,
viendo el símil, era casi hasta gracioso. Parecía sin embargo que Tamara me
miraba fijamente y era su voluntad decir algo. Me acerqué a ella interrogante y
entonces sí que saqué el cuchillo.
- Voy a quitarte la mordaza,
pequeña. Espero que no hagas nada raro porque entonces me encargaré de que lo pagues
caro antes de hora; ¿has entendido?- Asintió con la cabeza y accedí a retirarle
la ligadura de la boca.
- Por favor, por favor, por
favor…- y así hasta la extenuación.- Fue un accidente lo que sucedió; nos
dejamos llevar, solo eso, pero ya estaba muerta entonces.
Oído su argumento, parecía que lo estaba empeorando mucho más de lo
necesario. Y, viendo que no cejaba en mi empeño de soltarlas a que corrieran un
poco, cambio de táctica.
- No diremos nada a nadie si nos
deja vivir, por favor. Sabemos que hicimos mal pero no nos haga daño. Si me
deja viva, le juro que no diré nada. Me largaré de aquí, haré lo que usted
diga, pero suélteme… ¡¡¡¡suéltemeeeeee!!!!- gritaba histérica. Y, tras una
negativa con la cabeza y mi clásica media sonrisa, fue ya cuando estalló toda
su furia.- ¡Maldito hijo de puta pervertido! Cerdo cabrón, ¡¡¡que me sueltes te
digo!!! Te voy a patear tu puta cara y los huevos, hijo de la grandísima puta.
¡¡¡Espero que te pudras en el jodido infierno porque irás allá con la cara inflada
de hostias, cacho de mierda!!!
Llegados a ese punto, la hice callar. Desde una distancia de
aproximadamente cuatro metros, lancé el cuchillo directamente al centro de su
pecho. El cuchillo se hundió hasta mitad de la hoja. Tamara abrió los ojos como
platos. La mano empezó a cosquillearme, y en la palma se dibujó mi signo, el
signo del caos, mientras la hoja de mi arma empezaba a refulgir con igual
intensidad. Abrí la mano y empujé mentalmente el cuchillo. Este entró hasta el
mango y un chorro de sangre, como un geiser salió del profundo corte. No
contento con ello, moví mi mano hacia abajo y el cuchillo, obediente, siguió mi
movimiento y le acabó de abrir el esternón con un crujido similar a cuando se
trincha un pollo, llegándole el corte hasta el vientre. Fue entonces cuando su
camiseta se cubrió por completo de sangre y sus tripas empezaron a pelearse por
ver que porción salía antes. Tras ese espectáculo gratuito para los ojos de las
demás damas, que no duró más de cinco segundos, retiré el cuchillo con la mente
y este volvió a mi mano como si fuera un boomerang.
Tamara se quedó con el gesto de sorpresa grabado para siempre en su
altivo rostro. La cabeza miraba ahora sin ver el tajo, como preguntándose si
realmente eso estaba ocurriendo. Las demás chicas ahora se alejaban de ella
como si fuera el diablo en persona en un paroxismo de lagrimas, mocos, saliva y
gritos amortiguados por el paño que llevaban en la boca.
- Una menos, quedan tres.- dije
con voz calma. Aunque, he de reconocer que, en aquellos momentos, me temblaban
las piernas..- Y ahora, mis hermosas asesinas, más vale que cuando os desate
corráis, porque no habrá nadie en la tierra que os proteja.
Les desaté una a una y se alejaron de mi corriendo, sin preocuparles
ni lo más mínimo de la suerte de las amigas que dejaban atrás. La última a la
que liberé fue Silvia, que me miró con gesto casi como en shock, pero tuvo
voluntad, no sé de donde la sacó, para ponerse en pie y salir de allí. Me quedé
solo. Era hora de salir de caza.
Al salir, me encontré con Silvia en la entrada; como mencioné
anteriormente, estaba en estado de shock. Se limitó a sentarse cerca de los
campos y quedarse allá con la mirada perdida, mirando hacia ningún sitio en
particular. Así pues, no se iba a mover del sitio en un largo periodo, tal vez
para siempre. Preferí salir en busca de las otras dos, tanto de Valeria como de
Claudia, las cuales habían preferido el bosque. Salí tras ellas, cuchillo en
mano, corriendo pero sin excesiva prisa.
Un par de minutos al trote dí con Claudia. Había tropezado, con tan
mala suerte que el pie fue a parar a un hueco entre dos piedras y se rompió el
tobillo. Aullaba de dolor y se agarraba de la pierna de forma escalofriante,
como si quisiera sacar el pie de allá para seguir corriendo. Cuando me vio
llegar, gritó con todo el aire que le permitieron sus pulmones. Pero podía
gritar lo que quisiera, pues tenía algo que cumplir y ella era un objetivo.
Cuando me agaché para acabar con ella, pude ver que sus ojos se desviaban hacia
mi espalda e, instintivamente me aparté girando mi cuerpo hacia atrás.
Valeria asía una piedra del tamaño de su cabeza y pretendía
incrustármela entre los hombros. Sin embargo, al retirarme, la piedra fue a
caer directa a la cara de Claudia, destrozando así sus posibles aspiraciones a
la chica más popular del instituto, por no mencionar que también acabó con su
vida. A la vez que Valeria arrojaba su piedra, mi giro contribuyó a que el
cuchillo le penetrara en el costado. Lanzó un pequeño gemido y cargó contra mi.
A pesar de ser una joven esbelta, tenía una fuerza de mil demonios.
Quiso morderme en el cuello para desangrarme, ya que sabía donde iba a
morder: nada menos que a la yugular. Y casi lo consigue. Yo, por mi parte,
logré sacar el cuchillo de sus costillas, echarla al suelo conmigo encima,
levantarle la cabeza y hacerle un afeitado apurado a la altura del cuello.
Murió desangrándose como un cerdo, sin apartar sus ojos de los míos, hasta que
finalmente los cerró para siempre.
Silvia aún estaba sentada en el campo, seguía con su mirada perdida en
la lejanía. Empezaba a creer que en su mente ya no había nadie. Silvia se había
ido para siempre de aquel cuerpo, había desaparecido en esa mirada infinita al
vacío. Me agaché junto a ella y la observé detenidamente. Ni una sola lágrima
brotó de sus ojos, ni siquiera me echó un vistazo.
Acto seguido levanté del suelo y apoyé la mano sobre su hombro. Tal
vez era la que menos culpa tenía de las cuatro, tal vez en realidad fue la que
urdió todo esto porque sí, para demostrar su valía de cara al grupo. Es algo
que no me detuve a tener en cuenta. No escuché ni una sola respuesta a la
pregunta de quién había sido la verdadera autora de aquella aberración. Y ahora, probablemente, no lo sepa nadie nunca. Solo sabía que tenía
que acabar con ellas para restablecer el equilibrio. Esa era la máxima que
tenía que cumplir y era algo incuestionable. Bajé de nuevo los ojos para mirar
a Silvia.
Fui compasivo con ella, lo juro.
Tres o cuatro días más tarde volví de nuevo a la cafetería, esta vez
para tomar un café. El calor había desaparecido y ahora quedaba una especie de
humedad pegajosa con alguna que otra racha de brisa. Mientras esperaba, vi que
se acercaba una mujer a la que yo conocía muy bien. Pasó cerca de mi mesa, se
detuvo unos instantes, y me dejó en la mesa un periódico de hoy. Tras su breve
aparición, siguió su camino.
No la miré ni a la cara. Cuando pasó el tiempo suficiente como para
pensar que ya estaba lejos, cogí el periódico y lo abrí. En la portada, en
primera plana, estaba la noticia.
LA JOVEN AGREDIDA DEL INSTITUTO
S___ MUERE TRAS DOS SEMANAS EN COMA.
La acusadas del hecho, en
paradero desconocido.
Me imagino ese momento en que lanza su cuchillo y la traspasa,el crujido es más lo escuche,jej!
ResponderEliminarCada ves me esta gustando este muchacho,y lo mejor lo voy entendiendo! Ahh, ya falta poco para terminarlo.
Como siempre sin palabras.
Un saludo y buen verano.