Se despertó cuando el cielo empezó a clarear. Las estrellas todavía
brillaban en el firmamento, aunque de manera más tenue. Eran las seis de la
mañana. Salió lentamente de su saco de dormir y se desperezó de pie. A su lado
Valentina, su novia, dormía plácidamente. Despacio, sin hacer apenas ruido,
sacó su cuerpo del calor del saco y se embutió con un abrigo de plumas; tiró de
la cremallera de la tienda de campaña donde habían pasado la noche y salió al
bosque.
Habían acampado en un monte alejado incluso de caminos convencionales, a unos veinte kilómetros de radio de una zona poblada. Habían decidido pasar cinco días de ensueño ellos solos, amantes de la naturaleza, haciendo senderismo y pernoctando en claros alejados del peligro de los animales del bosque. Su último asentamiento había sido aquel promontorio, desde donde se podían ver en el horizonte picos más escarpados y la salida del sol tras aquella magnífica noche; habían sido primaverales aquellas últimas horas nocturnas, cosa curiosa; estando a una altitud aproximada de mil metros y en pleno mes de diciembre, parecía del todo asombroso que se llegaran a esas temperaturas.
Braulio respiró aquel aire puro y, con una sonrisa en su rostro,
esperando ver el primer rayo de sol, fue de nuevo al interior de la tienda y,
haciendo aún menos ruido que antes, sacó su mochila y, de ella, extrajo un
camping gas, una cafetera y el termo con agua. Iba a preparar café para dos;
esperaría a que este burbujeara y, antes de que el primer rayo de sol se
descubriera por los picos del horizonte, despertaría a Valentina para ser
espectadores privilegiados. Tal vez incluso después de aquella maravilla
hicieran el amor, como ayer por la noche. Valentina siempre decía que un polvo
matutino le daba energías extras y, obviamente, siempre que podían, se ponían
manos a la obra.
Sonrió mientras este pensamiento le rondaba la cabeza y se toco abajo
mientras mascullaba “Quieta… no pienses tanto, que antes hay que desayunar”.
Una vez hubo puesto el agua y el café a hervir, se levantó y volvió a estirarse
con los brazos arriba. Los oídos le pitaban mientras lo hacía y notaba como sus
huesos crujían de puro placer.
Dio pequeños paseos circulares alrededor de la tienda mientras aguardaba
oír la cafetera y se le ocurrió que ese era buen momento para echar un pitillo.
Se llevó instintivamente las manos al anorak, pero recordó que no tenía
guardado ningún paquete allí. Recordó, además, que Valentina le insistía mucho
en que dejara de fumar y que él le había prometido solemnemente que así lo
haría. Pero solo habían pasado seis días, casi una semana, y estaba cardiaco
perdido. Durante el ascenso y la caminata hasta donde estaban ahora no había
sentido necesidad, probablemente porque no se había acordado de ellos, pero
ahora necesitaba uno.
Pasados cinco minutos, el agua empezó a bullir y oyó el familiar
sonido de que el café estaba listo. Dio un puntapié suave a una piedra que por
allá había y se dirigió hacia el camping gas. Y, de repente, mientras escuchaba
el borboteo del café, se dio cuenta de que, aparte de aquel sonido, no se oía
nada más.
Se detuvo en seco, a medio camino entre él y la cafetera. Pero sí; era
cierto. Ni un solo sonido. No había pájaros cantando, ni revoloteando a expensas
de la mañana que se aproximaba. No se oía el crujir de los árboles, ni había
ráfagas de viento o de aire suave, ni siquiera alguna pisada subrepticia de
animales, ni sonidos de ramas quebradas… Todo era silencio.
Braulio agudizó el oído mientras recuperaba el andar e iba a su
cafetera. Apagó el camping gas atento a cualquier rumor. Se trataba de algo
curioso, más aún en plena naturaleza. Pensó entonces que tal vez por aquella
zona la población animal no sería muy numerosa, y que tanto las aves como el
resto de bestias del bosque preferirían latitudes no tan elevadas. De todas
formas, lo discutiría con Valentina ahora que la iba a despertar.
Sacó de la mochila dos tazas de latón, como a la antigua usanza, y los
llenó. El aroma del café hizo que le rugieran las tripas y el saberse inundado
de aquel sabor y calor que desprendía la taza, le hizo apresurarse para
despertar a su novia. Entró de nuevo en la tienda con las dos tazas en la mano
mientras canturreaba bajito un buenos días. Valentina estaba en el séptimo
cielo, a juzgar por su postura, justo como a ella le gustaba dormir. En el
saco, adivinaba las piernas semiflexionadas, los brazos en ángulo recto y las
palmas de las manos bajo su cabeza. Se la veía con tal paz, que casi era un
pecado el despertarla. Pero el amanecer no esperaba a nadie, y quería ver el
sol junto a ella mientras sorbían el café y el calor se apoderaba de sus
cuerpos.
- Valentinaaaaa.- decía
suavemente.- Mira lo que te he traído. Un poco de café. Despierta ya, marmota;
que nos vamos a perder un amanecer de película.
Sin embargo, Valentina yacía en un sueño tan profundo, que ni siquiera
se movía. Braulio dejó las tazas a un lado y se puso de rodillas; comenzó a
acariciarle el pelo y, cuando su mano palpó el rostro de su novia, se dio
cuenta de que estaba fría. Extrañado, su mano bajó hasta el cuello y tenía la
misma temperatura. Finalmente, sacudió a Valentina mientras decía su nombre
pero ella no despertaba… no despertaba.
Le dio la vuelta esta vez preocupado y observó, no sin horror, que
tenía los ojos entrecerrados y solamente se veían los blancos globos oculares.
Los gritos sustituyeron a los susurros y apoyó su cabeza contra su pecho
izquierdo. Ahí dentro no había nada que latiera. Gritó casi hasta quedarse sin
voz y, al arrastrarse hacia ella, las tazas de café derramaron su contenido en
el interior e inundaron ese espacio con su aroma. Entonces pensó en que
probablemente había dormido con una muerta toda la noche, que tal vez hubiera
muerto mientras él estaba soñando y que ni siquiera se había dado cuenta. Y ese
pensamiento, unido al olor que saturaba la tienda hizo que lo que tuviera en el
estómago se revolviera y pugnara por salir a través de su boca.
Poco tiempo le faltó para abandonar la tienda y vomitar a un par de
pasos más allá. Cuando acabó, con el sabor pastoso de Dios sabe qué en su boca,
todavía era consciente de que las lágrimas caían sin cesar por sus rojas
mejillas y que el dolor, unido al horror que acababa de presenciar, eran
superiores a sus fuerzas.
Sin más demora y sabiendo que nada se podía hacer ya por la vida de su
novia, rebuscó en la mochila y encontró el móvil. Las lágrimas hacían que mil
móviles flotaran ante su vista, así que se enjuagó con el dorso de la mano
desocupada y miró la cobertura. Un par de líneas le indicaban que se podía
llamar; marcó el número de emergencias. Y esperó el tono.
Tras dos pitidos continuados, saltó un contestador automático:
- “Ha llamado al servicio de
urgencias. Todas las terminales están ocupadas o fuera de servicio. Por favor,
espere. En breve contactarán con usted”.- y eso era todo.
Braulio volvió a intentarlo por segunda vez; mismo mensaje. Y por
tercera vez: exactamente igual. A la quinta vez le parecía que el móvil pesaba
mil toneladas. Y se vio a sí mismo allá, parado en medio de la nada, con un
móvil en la mano intentando que los servicios de emergencia le dieran tono, con
su novia dentro de la tienda convertida en un cadáver… y ni un solo sonido
alrededor. Miró el móvil estúpidamente, como si pudiera de repente hablar y
darle una explicación racional a aquel espantoso episodio que acababa de
suceder. Y miró la fecha.
Y entonces lo comprendió todo. No era un mito. Aquello que dijeron hace tantísimos siglos era
completamente cierto. Y ahora, por fin, había ocurrido. La fecha del móvil
marcaba 21 de Diciembre del 2012. Aquella era la fecha que, supuestamente,
ocurriría el fin del mundo. Aquella era la fecha de la que tanto se había
hablado en su oficina, en las horas de descanso. Aquella era la fecha que todo
el mundo trataba con ánimo de escepticismo, pero con un poso de respeto. Y
aquella era la fecha del día de hoy.
El sol salió por fin entre los picos que rompían el horizonte. Pero
Braulio no miró más allá, convencido de saberse la única persona viva en el mundo.
Eres un grande, hermanico. Escribiendo y cómo persona, sigue así, vas a llegar lejos. Y millones de gracias, TEQUIERO
ResponderEliminarNo es estrictamente un regalo, pero como el día de tu cumple también está señalado en el calendario maya, he aprovechado la coincidencia y así mato a dos pájaros de un tiro. Y yo también te quieroooooooo!!!!!
EliminarVeo que no has podido resistirte al fin del mundo... tentador, tentador :)
ResponderEliminarTe ha quedado muy bien. Al principio quizás es muy descriptivo y tal vez podrías resumir un poco, pero después se vuelve muy interesante. El silencio matutino me parecería especialmente angustiante en esas circunstancias. Se esté donde se esté, los pájaros siempre alborotan desde poco antes del amanecer, y no oírlo me daría un yuyu tremendo :)
Pero parece que no hay fin del mundo del todo, ¿no? El Sol sale, la Tierra sigue ahi... ¿Sólo ha desaparecido la vida animal? ¿La tecnología sigue funcionando? Y quien es ese Braulio para seguir vivo, ¿acaso el propio dios creador que ha perdido la memoria y no recuerda que programó el fin del mundo?
Muchos muchos interrogantes...
Con ello no quiero decir que continues la historia ni que te hayas dejado cosas en el tintero, sino que has creado muchísimas incógnitas al lector con este texto. Estimula muchísimo la imaginación. Vamos, al menos a mí, que ya se me está ocurriendo cómo serán las andanzas de ese dios desmemoriado encarnado en el único ser viviente del planeta...
Y, por cierto, esto sí que es un buen regalo de cumpleaños :)
¡Hasta la próxima, valiente!
Te echaba mucho de menos, pero veo que de vez en cuando sigues llamando a mi puerta y, como no, tu visita siempre es más que bienvenida. Me ha encantado tu comentario de principio a fin; tal vez al principio peco de descriptivo, pero si no fuera así, tal vez el relato se quedaría en una extensión muy precaria. Aún así, prefiero que el lector entre en materia hasta darle el estacazo final. Y en cuanto a los interrogantes... ¿quién sabe lo que pasará después? Da lugar a muchas reflexiones posteriores, y he preferido dejarlo en la naturaleza en vez de una gran urbe, donde tendría que haber explicado muchísimo más. Tal vez no sepamos nada más de este Braulio (que es un ser humano común y corriente, te despejo las dudas :P) o tal vez me anime a continuar sus andanzas; quizás llegue a alguna parte, quizás no... puede que a lo mejor encuentre a alguien... o puede que, efectivamente, sea la única persona viva. Ya veremos.
EliminarY por cierto; si se te ocurren algunas andanzas del dios desmemoriado Braulio, escríbelas, que me has dejado curioso jejeje.
¡Un abrazo y un beso muy grande!
Como siempre muy bueno,es verdad muchas veces los mitos o leyenda urbana,dejan de ser eso y pasan a ser reales…
ResponderEliminarPero lo más fuerte de todo es saber que has sobrevivido y que no hay nadie más,o seguramente sí,si el tubo esa posibilidad de vida en algún lugar habrá alguien más!.
Cada ves que leo algún tema de tu blog,voy entendiendo mejor porque me atrapas,lo describes tan bien, que viajo y con eso me quedo..solo espero que el fin del mundo yo no me quede así!!..
felicidades.
Un saludo
¡Hola Elisa!
EliminarComo bien has dicho, esperemos que, de llegar el fin del mundo, sea una catástrofe planetaria que no deje a nadie vivo porque como alguno (o algunos) queden... el mundo es muy grande y, aparte de que pueden no encontrarse nunca, ¿qué será de ellos?
Me alegra muchísimo que te atrape todo lo que hasta ahora has leido. Desde luego, con lectores tan fervientes como tú, da gusto seguir escribiendo. Muchas gracias por todo.
¡Saludos!
Una buena pregunta siempre necesita una respuesta,aunque sea un poco loco mi punto de vista,creo que si,se encontrarían aunque el mundo fuera muy grande,aunque fueran de la otra parte del mundo estoy casi segura que se encontrarían,la Realidad supera la ficción!! La supervivencia hará el resto.Las gracias las doy yo por hacerme viajar a infinitos lugares, que vamos es para volverse loca!..
EliminarMuchas gracias por responder mis comentarios.
Un saludo
¡Buenas Elisa!
EliminarCiertamente, aventurar respuestas a preguntas que, a día de hoy parecen improbables es más un ejercicio de imaginación que de hechos reales. De todas maneras, pese a ser tan catastrofista el relato, esperemos que esto no se dé, al menos, en los próximos 5000 años.
¡Un saludo!