La pequeña Inés mueve su cabeza hacia la izquierda. Todavía no abre
los ojos; primero se concentra en respirar. Nota algo en sus fosas nasales,
algo que le molesta; se lleva su manita al arco de cupido y descubre un tubo
que, conectado a su pequeña nariz, le suministra oxígeno. Incluso aquel
movimiento de la mano le duele. Y un destello cruza su mente, haciendo que
recuerde todo: Un accidente de coche; su papá conduciendo mientras cantaban los
dos una canción que sonaba por la radio; una noche de niebla densa por la
carretera; un coche delante de ellos y en dirección contraria que pierde el
control; y recuerda el frenazo, recuerda el choque, pero ya nada más aparece en
su mente. A partir de ese momento, todo es oscuridad.
Iban a ver a unos amigos para pasar la navidad. Ellos dos solos, unas
vacaciones auténticas como nunca habían tenido. Quería mucho a su papá y
esperaba que estuviera bien. En cuanto alguien viniera, le preguntaría por él,
pues era consciente, por el tubito de la nariz y por aquella cosa que le dolía
en el antebrazo y que iba conectada a una bolsa de un líquido transparente que
estaba en el hospital. Era una niña lista y espabilada, a pesar de sus siete
años.
Sus ojos permanecían cerrados todavía. Dejó caer su brazo lentamente, para intentar evitar el dolor que le atenazaba e intentó concentrarse en respirar, mientras oía sonidos de fondo de personas, seguramente enfermeras, yendo de un lado a otro sin hacer mucho ruido y un pitido intermitente que le resultaba sedante. Siguió respirando al compás del pitido y se sumergió casi al instante en un sueño tranquilo.
Notó que le tocaban la frente. Se removió en la camilla y abrió, esta
vez sí, los verdes ojos, herencia de su mamá. El brillo de la luz le cegó
momentáneamente y después se acostumbró al destello blanco y aséptico de las lámparas de neón del
techo. Entonces centró su mirada en quien le había tocado, y vio a su papa
junto a ella, sonriente. Se fijó en que una banda le cruzaba el pecho y
mantenía su brazo en cabestrillo y tenía algunos cortes y arañazos en la cara y
en los brazos, pero aparte de eso estaba bien.
- Hola, cariño mío.- susurró su
padre sin dejar de acariciar su frente y luego su carita.- Te has quedado
dormida…
No contestó enseguida. Se limitó a encoger su rostro contra la palma
de su padre, devolviéndole así su afecto. Después las lágrimas pugnaron por
salir de sus ojitos y su rostro se contrajo como quien espera llorar. Su papá
se sentó junto a ella en la camilla y se aproximó a ella para darle un besito en
su blanca frente.
- No llores, pequeña.- le dijo
amablemente.- Lo malo ya pasó. Por suerte, eso ya es otra historia y estamos
juntos y bien, ¿verdad?
Inés asintió y se rindió a sus lágrimas. No le gustaba ver a su papá
con ese aspecto y ese brazo así doblado y vendado, pero al menos estaba allá y
eso era el mejor de los remedios. Miró a su padre e intentó hablar, intentó
preguntarle qué había pasado y como habían llegado hasta aquel hospital.
- No recuerdo nada…- dijo Inés
con voz queda.
- Un coche se salió de su carril
y se estrelló contra nosotros de frente, cariño. Los daños fueron importantes,
pero por suerte los servicios de urgencia llegaron rápidos y nos trasladaron al
hospital más cercano, que es este.
- ¿Cuánto tiempo llevamos así?-
preguntó. Tenía la boca pastosa y le costaba hablar, como si tuviera pegamento
entre la lengua y el paladar.
- Nos trajeron por la noche, y
ahora ya casi está amaneciendo. Mira por la ventana.- y señaló hacia fuera.
Inés vio que el cielo empezaba a clarear en el horizonte. No había
mucha niebla, como si el nuevo día que daba paso fuera de primavera y no del
triste invierno en el que se encontraban. Siendo consciente de que una lagrima
resbalaba por su mejilla, sonrió dando la bienvenida a aquel amanecer. Luego
devolvió la mirada a su padre, que también fijaba su vista en la ventana.
- Es muy bonito, ¿verdad, papá?-
le preguntó más animada.
- Claro que sí, peque.- le dijo
bajando sus ojos a ella y acariciándole el pelo.- Muchos amaneceres nos quedan
por ver y disfrutar.
Inés se sentía más que feliz de repente por el hecho de estar allá
junto a la persona que más quería en el mundo. Sabía que con él no le podría
pasar nada malo… sí; su papá era lo mejor.
- Ahora Inés, tienes que hacer
una cosita.- dijo su papá sin dejar de sonreír.
Ella le miró interrogante con una ceja medio arqueada, con ese gesto
que tanto le encantaba a él. Sonrió enseñando sus dientes y ella le devolvió la
sonrisa. Estaba expectante de la petición de su padre. Este siguió hablando.
Inés se quedó aturdida. En su estado y con todos aquellos aparatos a
su alrededor, el tubito de la nariz, el tensiómetro en el dedo, la aguja de
suero en su antebrazo… no podría siquiera incorporarse. Pero, al bajar la vista
hacia su cuerpecito, vio que estaba cubierta con una sábana hasta el pecho y
sus brazos estaban desnudos, desprovistos de agujas, sondas y Dios sabe que
más. Miró a su padre con sorpresa.
- ¡Me han quitado las cosas,
papá!- exclamó sorprendida y contenta.
- Claro que sí. Por eso te dije
que debes levantarte y caminar.- contestó él mientras Inés exploraba sus brazos
con curiosidad.
No parecía haber ninguna marca de agujas ni nada por el estilo; su
padre muchas veces le decía que era una niña fuerte, sana y con la misma
facilidad para regenerar heridas que él. Cuando le dijo eso a Inés la primera
vez, con cuatro años, la pequeña le preguntó si era porque eran superhéroes y
su padre estuvo riendo un buen rato con su ocurrencia.
Pero lo realmente extraño no era que no tenia marcas en los brazos; lo
raro era que no parecía sentir ningún tipo de dolor en el resto de su cuerpo.
Entonces pensó que se estaba curando rápidamente.
- ¿Has visto, papá? Puedo
moverme bien, sin dolor ni nada…- dijo aun sorprendida.
- Pues venga, Inés.- contestó su
padre levantándose de la cama y retirando la sábana.- Vamos a dar un pequeño
paseo.
Inés comprobó que iba en camisón de hospital, de esos que se abren por
detrás y un rubor empezó a cubrirle las mejillas. Su papá fue hasta el armario,
lo abrió y sacó una bata rosa, con animales bordados de forma desordenada por
todas partes. Era su bata favorita.
- ¿Cómo han traído mi batita?-
preguntó Inés abriendo mucho los ojos y la boca.
- No la han traído, cielo. Ya
estaba aquí.- dijo mientras la descolgaba de la percha con una sola mano. Luego
se dirigió hacia ella.
Inés se levantó, pues no quería que su padre trabajase tanto con un
brazo así; al poner los pies en el suelo lo notó frío; descubrió unas zapatillas
finas de color azul celeste al lado de la cama y se las puso. Al instante los
pequeños pies de la niña se llenaron de un calor agradable que le hizo
estremecerse de gusto. Le cogió a su padre la bata y se la puso, abrochándosela
hasta el cuello.
- ¿Cómo te encuentras, Inés?-
preguntó su padre.
- Estoy bien. Seguro que no me
gusto cuando me vea en el espejo porque tendré heridas feas, pero mira: puedo
moverme.- y era cierto, pues empezó a bracear y pasear contenta en la
habitación.
- Entonces, si puedes andar,
estás lista para dar el siguiente paso, pequeña.
- ¿Qué paso?- preguntó
deteniéndose.
Se acercó a ella y se agacho hasta ponerse a su altura. La cogió
suavemente de un bracito a la vez que Inés le miraba con una mezcla de
extrañeza y felicidad. Luego su papa bajó hasta su manita y se la oprimió. Se
puso de nuevo de pie y fueron hasta la puerta del cuarto. Allá se detuvieron de
nuevo y su papa le puso su mano sana en los ojos.
- Ahora tienes que relajarte y
concentrarte en tus latidos, en tu respiración. Lo que vas a ver a lo mejor te
choca un poco, pero te preparará para lo que venga después. Yo no te dejaré de
la mano en ningún momento, ¿vale?- Inés asintió algo asustada.
Ella hizo lo que le dijo. Se concentró en su respiración, en los
latidos de su propio corazón. Y, pasado un rato, escuchó algo más. Era como una
especie de pitido muy tenue, como de la máquina que le controlaba las
pulsaciones. Ahora funcionaba sola. Pensó entonces que a quién estaba midiendo
el pulso. En ese instante, su padre le retiró la mano de sus ojos y ella
observó de verdad.
Inés estaba junto a su papá, pero a la vez estaba en la cama del
hospital. Estaba entubada y había máquinas a su alrededor que medían diferentes
valores de sus constantes vitales. Tenía la cabeza vendada y un collarín le
impedía mover el cuello. Bajo la sábana se adivinaba su cuerpecito laxo, casi
inanimado. El movimiento de su pecho respirando era la única señal de vida que
mostraba.
Vio desde la puerta de la habitación la dificultad que tenía para
respirar. Se alzó de nuevo el pecho para tomar aire, volvió a contraerse y ya
nunca más se movió. El pip
intermitente de la máquina empezó a ser un pitido constante, casi como el
heraldo de una nueva muerte. Inés se dio cuenta de que su cuerpo yacía muerto
en la camilla. A su lado, la puerta se abrió y entró una enfermera que revisó
la máquina rápidamente y luego a ella misma. Después salió corriendo de la
habitación hacia el mostrador. Llamó al doctor para que acudiera cuanto antes.
Inés no podía dejar de mirarse a sí misma en aquella camilla. Luego
levantó la vista hacia su padre, que también observaba con una mueca de dolor y
disgusto, pero también con alivio y entereza. Los dos cruzaron la puerta que la
enfermera dejó abierta y, al salir al pasillo, vieron que el médico y dos
enfermeras más aparte de la que dio el aviso se dirigían a la habitación
apresuradamente.
- Tal vez no te guste ver eso,
Inés.- sugirió él.- Ahora que ya has visto lo que quería enseñarte, no es
necesario que veas más.
Ella cogió a su papá de la mano mientras atisbaba con el ceño fruncido
el cuarto donde intentaban, en vano, reanimarla. Negó con la cabeza y le dio un
pequeño tirón en el brazo a su padre.
- No quiero ver más, papa. Vámonos
de aquí. Quiero que me lleves a otro sitio. Este no me gusta.- dijo mientras
sacaba morros.
- ¿Recuerdas el amanecer que
hemos visto por la ventana, tesoro?- preguntó su padre sonriendo de nuevo.-
Pues podemos ir hacia allá si quieres. Seguro que es lo más bonito que podemos
ver jamás.
El brillo de los ojos de la niña le indicó que, fueran donde fueran,
siempre que fueran juntos, sería el lugar mas bonito del mundo. Cogió su mano,
esta vez más fuerte, para que viera que era una chica valiente, y empezaron a andar por el pasillo del hospital.
Mientras caminaban, los rayos de sol que empezaban a filtrarse por las
ventanas incidieron en su recorrido, iluminando la senda que todos alguna vez
hemos de recorrer en busca de mundos extraños y nunca vistos en esta vida.
¡Exquisito! Me ha encantado, pensé que no iba a poder andar o algo así pero no este final.
ResponderEliminarFelicidades :)
¡Buenas noches, Candela! Este principio de mes ha sido como una explosión de creatividad. Espero que me dure. Te estoy muy agradecido por tus comentarios y tus paseos por el blog. Ahora te voy a devolver la visita y seré yo quien me pase por allá, que he visto algo publicado que me ha llamado la atención.
Eliminar¡Nos vemos pronto!¡Un saludo muy grande!
Un relato muy emotivo.
ResponderEliminarLo que más me ha gustado ha sido el momento en el que el padre ve morir a su hija, y cómo, aunque la tiene allí mismo, cogida de la mano, siente pena por aquel cuerpecillo que ha sido el de su hija. Muy bonito :)
¡Buenos días Carme!
EliminarComo siempre, bienvenida por estos lares. Me agrada que te haya gustado, aunque en principio pensé que se trataba de un texto muy apresurado y que por lo tanto necesitaba de algo más de reposo para releerlo de nuevo. Pero bueno; vistas las dos críticas vertidas sobre él, me haré el sueco y lo dejare como está:D
¡Un saludo muy grande y hasta la próxima!
ohh sin palabras,lo bueno que al final terminaron juntos!.En el momento en que Inés pregunta como es que su batita esta ahí,y su padre le dice que ya estaba,uhh increíble!!..
ResponderEliminarMe has sacado las lágrimas,muy emotivo!!.. felicidades..
Un saludo
¡Buenas Elisa!
EliminarMe gusta que especialmente con este hayas disfrutado, pues es uno de los relatos más "tranquilos" que puedes encontrar en el blog y, aparte, tal vez más íntimamente ligado a dos personas familiares que, desgraciadamente, han perdido la vida. Como bien bien no se sabe que hay detrás de la vida, me aventuré a exponer aquí una de las opiniones que todos, de vez en cuando, nos planteamos.
Gracias por tu visita y, como siempre, te espero por aquí.
¡Un saludo!
Me has hecho llorar, precioso,pero muy muy triste. Me ha llegado al alma. Saludos!
ResponderEliminar¡Hola de nuevo, Sonsoles!
EliminarCiertamente, es muy triste encontrarse con una situación así pero vale la pena si estás bien acompañado como es el caso y, como no, si eres consciente de que tu actuación en la vida se ha acabado y se cierra el telón a la espera de algo tras ella.
¡Un saludo!