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jueves, 30 de mayo de 2013

MARIA CONDUCE (Parte 3)



El sol hace una hora que ha pasado de su punto más álgido en el cielo mientras sus rayos rozan suavemente el pavimento de una solitaria carretera por la que el tráfico es prácticamente inexistente. Un murmullo crece en la lejanía, acercándose cada vez más. El murmullo se transforma en el sonido amortiguado de un motor y, tras unos instantes más, un coche rojo brillante pasa rugiendo como si de un furioso felino se tratara.

María, la conductora, lleva horas tras el volante. Mientras conduce, observa que algo más adelante cúmulos de nubes empiezan a formarse amenazando tormenta. De reojo, echa un vistazo al reloj del salpicadero: la una y cuarto. Todavía hace calor, pero la brisa que le acaricia el rostro no es tan cálida como al punto de la mañana. Toma nota mental de poner la capota en cuanto vea un apeadero. Por fin, diez kilómetros más allá, ve aparecer un pequeño descanso y gira reduciendo para aparcar y hacer lo que había pensado.

domingo, 26 de mayo de 2013

INFERNUM


Me desperté en aquella playa de mar embravecido. Había caído desde no sé donde; tal vez desde arriba. El cielo se me antojaba inalcanzable, y mirarlo dolía; pero algo en mi interior luchaba para alcanzarlo. Me puse de pie y observé mi alrededor. Las olas morían en aquella arena pardusca levantando espuma. A mi espalda, unos diez metros, una pared de piedra oscura, como el granito, ascendía hasta perderse en las alturas. Imposible trepar por allá; cuanto más indeciso estaba por ir a un lado o a otro, la suave pero caliente brisa llevó a mis oídos un grito que parecía llamarme.

Fui hacia donde se hizo audible corriendo más que andando. Me encontré con dos hombres; uno de ellos luchaba por sacar su pie de entre algunas rocas que habían caído en la arena. No parecía estar herido. El otro intentaba ayudarle estirando de la pierna.

- Algo de ayuda nos vendría bien, compañero.- sugirió el que estiraba de la pierna.

No contesté, pero sí que ayudé. Intentamos quitar la piedra de encima de aquel desdichado. La alzamos al límite de nuestras fuerzas y la echamos a un lado. No estaba herido, como bien aventuré anteriormente. Aquel pedrusco evitaba que se moviera. Tras agradecimientos verbales, pregunté dónde nos encontrábamos; sus respuestas, como temía, eran vacuas. Así pues, ninguno de los tres sabíamos el lugar donde estábamos.

viernes, 24 de mayo de 2013

TRAS EL SOL


24 Julio 2018, Martes
Hoy hemos corrido a toda leche tras el sol. La llanura que tenemos ante nosotros es lo más parecido a los desiertos de Australia que he visto del libro de fotos que tenemos en el maletero. Acabamos de aprovisionarnos de agua, lo más importante. La comida es muy escasa. Tenemos también los depósitos llenos y hoy estamos todos algo más contentos que de costumbre. Parece que nuestra vida de nómadas desde que hace dos años empezara esto también tiene momentos felices. Al mediodía me toca conducir a mí y dejar que Alba duerma un poco. No queda mucho para entonces. Después es seguir a Damián en el otro coche hasta que el sol se oculte. Debería de estar descansando yo también, pero la verdad es que no tengo sueño. Dormiré por la noche, que es cuando seguro todos caemos rendidos.

JENNIFER


Desde el mismo momento en que miré sus ojos, supe que estaba enamorado de ella. Era una compañera más de la clase, habíamos intercambiado tres o cuatro palabras entre nosotros en medio año, pero nada más; era un sueño inalcanzable, al menos para un chico como yo, bajito para la media de los de mi edad, algo pecoso y, por añadidura, con unas gafas grandes que hacían mi rostro pequeño. A pesar de mi aspecto, no era ni mucho menos el típico perdedor o el rarito del colegio. Me llevaba bien con todos y cada uno de mis compañeros, en mayor o menor grado; nunca me metí en una pelea si podía evitarlo y, aún menos, las provocaba.

Jennifer era justo lo contrario a lo que yo era. Era una muchacha de quince años, con su melena hasta media espalda, de color castaño con mechas algo más claras siempre suelta, jamás domada por un coletero ni algo parecido. Sus ojos azules brillaban cada vez que sonreía y, cada vez que posaba su mirada cerca de donde yo estaba, un rubor me encendía el rostro. No era hermosa en el término estricto de la palabra, pero sí que era bonita, y eso bastaba para que todos los chicos, incluido yo, sintiéramos algo parecido al enamoramiento en aquellos jóvenes años.

Una tarde, al finalizar las clases en nuestro enorme colegio, los cielos descargaron una tormenta como hacía tiempo no se veía. Era primavera, y aquel día amaneció apacible y soleado; ni una sola nube turbó la bóveda celeste que se extendía sobre nuestras cabezas. Sin embargo, conforme iba avanzando el día, inmensos nubarrones ocultaron el apacible cielo y comenzaron a sucederse los truenos y los relámpagos en turnos cada vez menos espaciados. De manera conclusa, la lluvia comenzó a caer tímidamente primero , como un aguacero después.

sábado, 4 de mayo de 2013

NO SE ADMITEN PROPINAS


Lolo, alias “El brava” por sus amigos, alias “Semental” por autodenominación, paró en un Club en una carretera de tercera categoría. Su camión suspiró profundamente antes de detenerse y dejó escapar un bufido gaseoso. Aquella noche le apetecía arrimar cebolleta con alguna señorita de dudosa reputación, y aquel local con luces de neón en medio de ninguna parte era el lugar idóneo para establecer una relación de intercambio.

Cogió su raída y manchada cazadora y apeó sus casi ciento treinta kilos a tierra firme. Después de una ruta de casi cinco horas sin descanso (si la poli le paraba los pies y comprobaba los discos, se le podía caer el pelo), le apetecía dos cosas: Una jarra de cerveza y unas hermosas tetitas. En el aparcamiento solamente había una furgoneta blanca grande algo deslustrada. Seguramente sería del dueño del establecimiento. Por lo demás, parecía que iba a tener el local a su disposición. Escupió en el suelo y se ajustó como pudo la cazadora para entrar, adoptando al andar una pose que solo los de su calaña poseen.

Cuando abrió la puerta, una luz tenue de color azul y verde de baja intensidad le envolvió; nada de esa mierda roja que colocan en los locales de alterne de las carreteras con humo. La barra, situada enfrente de la puerta de la entrada, estaba en su parte izquierda ocupada por dos o tres mujeres fumando que hablaban entre ellas a un volumen más bien bajo. La música sonaba de una mini-cadena que había conocido mejores tiempo… así como la música que radiaba.